lunes, 28 de agosto de 2006

También escribiendo se manchan las manos

Si en 1970, en los días agitados del movimiento estudiantil, de la oposición extraparlamentaria, de las protestas contra la guerra norteamericana contra Vietnam, me hubiera enterado que Günter Grass, el famoso novelista, fue miembro de la Waffen SS, o sea del brazo militar del temible cuerpo represivo SS de Hitler, seguramente lo habría condenado. Sin misericordia. No sólo porque un motor de este movimiento fue la rebelión contra el silencio que nuestros hermanos mayores y nuestros padres mantenían sobre su rol durante el régimen de terror de los nazis, sino sobre todo porque el tipo me cayó mal. Todos habíamos sido impactados por su novela El tambor de hojalata que salió en 1959 y ayudó a abrir el debate sobre el pasado; todos admiramos el rol valiente que Grass jugó en el debate intelectual y político del país exigiendo enfrentarse a los fantasmas del nazismo sobrevivientes e incluso protagonistas en la joven república federal alemana. Pero Grass se cayó de la moto de la izquierda rebelde alemana cuando en 1968, cuando nos volcamos a las calles a protestar contra Vietnam, contra la visita del Shah de Persia, contra la complicidad del gobierno alemán con los regimenes en Saigón y Teherán, lo buscamos para apoyarnos, casi para liderarnos - y nos dijo: Estoy en contra de la guerra contra Vietnam, estoy en contra de la dictadura en Persia, pero también de los fascistas de izquierda… Los fascistas de izquierda éramos nosotros. Ahí se murió uno más de nuestros grandes héroes: después de Theodor Adorno, el heredero de la Escuela de Frankfurt quien nos había criticado con los mismos términos, Günter Grass. Cosa que, por cierto, nos ayudó a vivir sin héroes y a caminar independiente del apoyo de los héroes.

Muchos años después, Grass se disculpó con nosotros. En privado, como nos había hecho su crítica. Dijo que se había equivocado, que entendiéramos su trauma con una juventud radicalizada que grita consignas y se siente dueña de la libertad, que él había sido parte de la juventud hitleriana, convencido, radical, dispuesto a morir por la causa, dispuesto a matar por la causa. Dijo que lo disculpáramos y que contáramos con él en la lucha contra la continuidad del nacionalismo, del racismo, del autoritarismo en Alemania.

Hoy -30 años después de esta última discusión con Grass- leo sobre su confesión pública: que era mentira que en 1944, con 17 años, fue reclutado al ejército para servir de ayudante de artillería, como toda su generación que le tocó servir de carne de cañón para el nazismo que ya estaba siendo derrotado por los aliados. La verdad, confiesa Grass ahora, es que se enlistó voluntariamente en la Waffen SS.

Mi primera reacción: indignación. ¿Cómo es posible que este señor, que durante décadas ha jugado el papel de conciencia crítica de la nación, haya ocultado esto hasta ahora? Me acordé de la rabia que sentí cuando me di cuenta que mi padre había sido militante del partido nazi. Me acordé de lo herido que yo me había sentido cuando Grass me dijo fascista de izquierda. Me senté a escribir mi columna condenando a Günter Grass.

Fue hace dos semanas. Todavía guardo el borrador y era peor que las barbaridades que escribió Geovanni Galeas en su columna en La Prensa Gráfica, tildando de “canalla” y de “escritor farsante” a Grass, hablando de ……

Para mi suerte, también me acordé de las pláticas con mi padre, poco antes de que muriera, cuando me explicaba por qué aceptó la militancia en el partido de la dictadura. Ser funcionario público y negarse a entrar al partido era considerado falta de lealtad. Como padre de 7 hijos no tenía el valor de negarme. Y cuando ya no pude cerrar los ojos ante los crímenes nazis, tuve dos salidas: uno, unirme a la resistencia y poner en peligro mi familia; o dos, pedir mi traslado del ejército. Lo que significaba que, si tenía que mancharme de sangre, no sería con civiles. Mi padre murió diciéndome que esperaba que yo nunca tuviera que tomar este tipo de decisiones; y que, cuando tuviera que tomarlas, tuviera más valor que él.

Mientras estaba revisando mi columna contra Grass, también me acordé de mi hermano mayor. Es de la misma generación de Grass. Miembro de la juventud hitleriana dispuesto a todo. Voluntario de la marina.

Como Grass, mi hermano no mató a nadie en sus pocos meses de guerra. Como Grass, dice que el no haberse manchado de sangre no fue por su virtud, sino simplemente porque tuvo la suerte de llegar tarde. No tuvo que matar y no murió. El 70% de los muchachos, que entraron a la guerra en 1944 como Grass y mi hermano, murieron. Mi otro hermano, reclutado con todo su grado en el colegio en 1944 y despachado a defender los territorios checos ocupados por los alemanes contra la ofensiva soviética, es el único sobreviviente de su grado. Todos murieron en tierras checas. Mi hermano sobrevivió porque desertó.

A mi hermano mayor –el que se había alistado en la marina de guerra- se tardó más de cinco años para superar el lavado de coco que lo había convertido, a la edad de 15 años, en ardiente militante nazi, y con 17 años, en soldado voluntario para ganar la guerra ya perdida. Cuestionado insistentemente por mí, me contó cómo era de inevitable que los jóvenes se convirtieran en nazis, en una sociedad donde no había discusión, no había voz disidente, donde hasta los padres temían cuestionar los valores fascistas transmitidos en la escuela y la juventud hitleriana. Mi hermano, cuando al fin superó el lavado de cerebro, se convirtió en el hombre más altruista, más dedicado a la solidaridad humana que yo conozco. Nunca lo abandonó su sentimiento de culpa. O más que culpa, de profunda pena.

Acordándome de todo esto, tuve que guardar la columna escrita contra Grass y dedicarle más tiempo, más reflexión, más sinceridad al tema. Incluso, decidí no escribir sobre el tema hasta que leí la columna de Geovanni Galeas.

Me metí en internet y busqué todo lo que pude encontrar sobre el debate que había desencadenado la tardía confesión de Grass. Leí unas declaraciones de él, contestando la pregunta obligatoria que todo el mundo -amigos y adversarios- le hacían: ¿Por qué no lo dijiste antes? Si nadie te hubiera condenado por haberte equivocado con 17 años, un niño del nazismo, sobre todo como no tuviste que participar en las acciones represivas que hicieron famosa la Waffen SS. Y Grass dijo: No pude. Tuve pena. No encontré la forma cómo decirlo, hasta ahora que tengo 77 años…

Conozco esta pena. La puedo entender. La puedo aceptar. Es genuina. Aunque venga alguien como Galeas que no tiene idea (o no quiere ver) que detrás de la historia de Grass se encuentra un verdadero dilema humano, el dilema de toda una generación –la generación de mis hermanos mayores y de Grass-; una generación engañada; la generación que ha puesto más muertos que cualquier otra, la generación que ha enfrentado la desconfianza; la crítica inmisericorde de sus hermanos menores y sus hijos...

Qué bueno que el pobre Grass ya se había caído del pedestal antes de que se nos convirtiera en monumento. Qué bueno que –en parte gracias a la metida de pata de Grass en el 1970- aprendimos a vivir sin portadores de la verdad, sin santos, sin autoridades infalibles.

Sí, Günter Grass, el gran novelista de la posguerra alemana, el escritor homenajeado con el premio Nobel de literatura, resultó falible, débil, tal vez cobarde. Cometió un error, que era perfectamente perdonable por su juventud, por las circunstancias históricas, pero que no logró perdonárselo él mismo. Tuvo pena. No supo cómo hablar de esta cosa que lo apenó tanto.
Pero esta pena, este dilema hizo que Grass escribiera lo que escribió y cómo lo escribió: rompiendo el silencio alemán sobre guerra, dictadura, racismo, división. Lo hizo levantar la voz cuando era necesario: atacando el ciego anticomunismo de la derecha alemana; atacando el ciego comunismo de la Alemania Oriental que se hizo cómplice de la represión de las primaveras democráticas en Polonia y Checoslovaquia; apoyando la revolución pacífica en Alemania Oriental; pero objetando una unificación alemana en forma de anexión a Alemania Occidental. Apoyando a Willy Brandt cuando intentó construir puentes con el bloque comunista y su gesto de arrodillarse en Polonia en un monumento a las víctimas de los nazis alemanes fueron atacados como traiciones a la patria...

Difundir la tesis, como lo hace Galeas, de que la confesión de Grass es un truco publicitario para vender sus memorias (en las cuales describe su juventud nazi y su ingreso a la Waffen SS), es una ligereza. Por lo menos hubiera esperado a que las memorias de Grass fueran traducidas al español, para poder juzgar, en vez de difundir prejuicios. No digo que no se puede criticar a un escritor porque sea portador del premio Nóbel. Por supuesto, se puede. Cuando es necesario, se debe. Pero, por favor, investigando bien, leyendo bien, analizando bien. Y cuando hay, detrás de la historia, un dilema humano, con compasión. Siempre al final la crítica puede ser dura, pero con compasión y conocimiento.

¿Salió Günter Grass con las manos limpias de la segunda guerra mundial y de la dictadura nazi? No. Sólo que Grass nunca ha dicho que salió con las manos limpias. Leyendo su obra, es obvio que Grass sostiene –como yo, de paso sea dicho- que nadie sale limpio, independientemente de que en un sentido literal y físico se llenó las manos de sangre. Hombres y mujeres como Grass nos han enseñado incluso a los que tuvimos menos de un año al terminar la guerra, que teníamos que asumir la responsabilidad, enfrentarla, pagar los costos, construir la paz y la democracia.
¿Puede alguien salir de una guerra con las manos limpias? No. Aunque no haya soltado balazos. El hecho de no haber tenido que tomar la decisión de matar o no matar no libera de responsabilidad a quien forma parte de una fuerza militar, de un movimiento revolucionario armado, de un partido político que conduce una guerra, de una insurrección. Decir lo contrario es cobardía. Decir lo obvio, Geovanni, puede ser engañoso.

PD: Dado que los temas aquí tratados son demasiado complejos –y demasiado importantes- para considerarlos agotados por dos columnas, aceptaría con mucho gusto una invitación de Geovanni Galeas a discutirla con él en su programa televisivo. Lo de Günter Grass y lo otro, lo ambiguo...
(Publicado en El Faro)

lunes, 14 de agosto de 2006

¡Mandemos más tropas a Iraq!

Esta semana, el jueves 10 de agosto, leo en La Prensa Gráfica un artículo titulado “Iraq tuvo 8 mil muertes violentas a mitad 2006”. Hago las matemáticas macabras que ya estamos acostumbradas hacer los que habitamos El Salvador: 8 mil muertos violentos en medio año, equivale a 1 mil 333 muertes violentas al mes y a 44.44 muertos al día.

El "body count" casero -las muertes violentas en El Salvador- parece que actualmente está alrededor de 14 asesinados al día. Pero nosotros sólo tenemos 6.7 millones de habitantes, Iraq tiene 27.8 millones de habitantes, incluyendo las tropas de ocupación (norteamericanas, británicas, el batallón Cuscatlán y otros) serán unos 28 millones, quiere decir 4.18 veces más. Entonces, dividiendo los 44.44 muertos diarias de Iraq entre 4.18, para hacer la cifra comparable con El Salvador, llegamos a 10.63 muertes violentas al día. O calculado de otra manera: Iraq tiene 1.58 muertes violentas por día y por 1 millón de habitantes; El Salvador tiene 2.09 por día y millón de habitantes. ¡Ganamos a Iraq!

Después de 14 años de haber puesto fin a la guerra; después de haber desmantelado las fuerzas insurgentes y los batallones especiales anti-insurgentes; después de haber desmantelado los comandos urbanos guerrilleros, los escuadrones de la muerte militares y paramilitares; después de haber desmantelado la Guardia, la PH y la PN; después de recolectar y destruir miles de armas de guerra, todavía logramos asesinar a más gente por millón de habitantes que en Iraq, donde opera la red terrorista Al Qaeda; donde operan las tropas americanas apoyadas por la más sofisticada tecnología militar, buques, aviones, misiles; donde operan fuerzas élite de 26 naciones, incluyendo nuestro batallón Cuscatlán; donde además operan y se combaten mutuamente las milicias kurdas, las milicias sunnitas, las milicias shiitas y las nuevas fuerzas policiales y militares de Iraq entrenadas por la coalición dirigida por Estados Unidos. Con todos estos aparatos militares, insurgentes y terroristas -no guardados, sino desplegados, en acción, en ofensivas- en Iraq no logran una mortalidad por violencia comparable con la nuestra. ¡Ni Bush, Osama Bin Laden y Saddam Hussein juntos nos ganan!

Me pareció tan increíble que decidí corroborar las cifras. Bueno, las cifras de Iraq, porque las salvadoreñas no están en cuestión. Comencé a navegar en Internet, visitando docenas de sitios especializados en contabilizar las muertes en Iraq, incluyendo cadenas internacionales como CNN (Estados Unidos), CBC (Canadá) y BBC (Gran Bretaña), y sitios independientes como el ICCC (Iraq Coalition Casualty Count) y el ICB (Iraq Body Count).

Uno entra en un mundo macabro de matemáticas de mortalidad, violencia. Al principio una gran confusión. No hay fuentes oficiales. El Pentágono sólo cuenta los muertos propios y de sus aliados, ni si quiera cuenta a los soldados caídos de Iraq, entrenados y comandados por ellos, mucho menos a los civiles.

Los sitios independientes, respaldados por ONGs y académicos estadounidenses, recogen la información de los medios, de los hospitales y cuerpos de socorro y de las autoridades civiles y militares.

Es complicado comparar las cifras, porque cada uno usa diferente metodología, ordena los datos por diferentes criterios y períodos. Pero por más que uno calcula, siempre sale una cifra bastante comparable con la que encontramos al principio en La Prensa Gráfica.

Por ejemplo: Si tomo todo el período, desde el inicio de la guerra abierta (bombardeo, invasión) en marzo 2003 hasta el mes de julio 2006, los investigadores de IBC e ICCC reportan un total de 56 mil 700 muertos, incluyendo las aproximadamente 6 mil bajas del ejército de Saddam Hussein en marzo y abril 2003; incluyendo las 2 mil 800 bajas de la coalición militar dirigida por Estados Unidos (total al cual aportamos 4 soldados salvadoreños muertos); incluyendo 3 mil 900 bajas de las nuevas fuerzas policiales y militares de Iraq; e incluyendo un aproximado de 44 mil muertos civiles (cifra que a su vez incluye insurgentes muertos, víctimas de acciones militares de todas las partes involucradas, víctimas de ataques terroristas y víctimas de la delincuencia). Es interesante el racionamiento de IBC de porque incluyen las víctimas de la violencia delincuencial: “Los muertos causados por acciones criminales resultan del colapso del sistema de law and order en consecuencia de la invasión de la coalición.” Y en Washington hablan de nation building, la construcción de naciones.

Regresando a la matemática: Todo el período de la invasión y de la subsiguiente guerra corresponde a 41 meses. Los 56 mil 700 muertos corresponden, entonces, a 1 mil 383 por mes y a 46.1 muertos por día. Otra vez, para hacerlo comparable con El Salvador, calculemos por día y millón de habitantes: en Iraq son 1.65 muertes violentas (por guerra, insurgencia, terrorismo y delincuencia). Nuevamente Iraq se queda corto en comparación con los 2.09 muertes violentas en El Salvador.

Si tomamos solamente en cuenta los últimos 19 meses (enero 2005 hasta julio 2006), la cifra iraquí baja sustancialmente: sumando bajas militares de la coalición y del Iraq, y las muertes civiles (que siempre incluyen insurgentes, víctimas civiles de operaciones militares, victimas civiles de ataques terroristas y víctimas mortales de la delincuencia), llegamos a un promedio de 31 muertos por día, o de 1.1 muertes violentas por día y millón de habitantes. Poco más que la mitad de la cifra salvadoreña.

Todavía me quedaron dudas y desconfianza. Aunque los sitios citados que proporcionan la información sobre las muertes civiles en Iraq están fuera de sospecha de querer esconder víctimas civiles. Por lo contrario, están vinculados con el movimiento que en Estados Unidos se opone a la intervención en Iraq. De todos modos, busqué más datos de otras fuentes, sólo para comparar: El prestigioso periódico St. Petersburg Times de Florida publica un estudio minucioso de todas las muertes violentas durante el mes de mayo del 2005: eran 1 mil 208, o sea 40 por día ó 1.43 por día y millón de habitantes.

Entonces, parece cierto: Es más peligroso vivir en El Salvador que en Iraq. A pesar de nuestros Acuerdos de Paz y a pesar de la guerra de insurgencia-contrainsurgencia que tiene lugar en Iraq.

Si esto es así, habría que exigir al presidente Tony Saca que amplíe nuestra presencia militar en Iraq. ¿Será que el Cuscatlán hubiera tenido más bajas si hubiera quedado en casa? ¿Será que tomando en cuenta todos los peligros que los acechan aquí -la violencia de las pandillas; la violencia contra las pandillas que a veces se vuelve violencia contra todo salvadoreño con aspecto de joven y de pobre; los motoristas temerarios y borrachos- los soldados están más seguros en Iraq?

Si es así, más que hablar bien de Iraq -país que sin duda alguna no está nada bien; por lo contrario- habla muy mal de El Salvador. Si estamos igual o peor que en Iraq, realmente hay que comenzar a tomar en serio nuestro problema de inseguridad, dejarnos de pajas y resolverlo.
Y para nosotros, los comunicadores, hay otra lección: La noticia no es, como apareció en La Prensa Gráfica: ”Iraq tuvo 8 mil muertos violentos a mitad de 2006”, sino más bien: “Iraq tiene mortalidad por violencia más baja que El Salvador”.

Posdata: Hay unas noticias que pueden talvez consolar a los iraquíes (si resienten que están perdiendo contra El Salvador) - o a los salvadoreños (en caso que estén preocupados que viven en un país más peligroso que Iraq). En los últimos dos meses –junio/julio 2006- los iraquíes lograron empatar con El Salvador, según datos del ya citado Iraq Body Count. Con 1 mil 800 cadáveres en julio. 60 por día, o sea 1.1 por día y millón de habitantes. Empate técnico. Pero, según un reporte de Naciones Unidas (Human Rights Report, UN Assistance Mission for Iraq, no empataron, sino ganaron los iraquíes (with a little help from their friends George W. Bush u Osama Bin Laden, respectivamente). La misión de Naciones Unidas en Iraq incluye, además de los muertos civiles reportados por todas las demás fuentes, adicionalmente datos del Instituto de Medicina Legal de Iraq sobre cadáveres no identificados en las morgues. De esta manera, las muertes violentas de los primeros seis meses del 2006 se aumentan de 8 mil a 14 mil 338. Serían 2 mil 389 muertos al mes; 79.65 muertos al día; 2.84 muertes violentas por día y millón de habitantes.

Si algunas estadísticas nos dan la ventaja, otras nos tienen empatados y otras les dan una leve ventaja a Iraq -en lo que a violencia fatal se refiere-, la conclusión es: estamos como en Iraq.
(Publicado en El Faro)

lunes, 7 de agosto de 2006

Soñando el sueño cubano

¿Cómo es posible que un dirigente revolucionario como Fidel Castro no haya logrado retirarse del poder en vida? ¿Puede ser una persona la única garantía de una revolución?

¿Cómo se entiende que una revolución que ha despertado la solidaridad y la insurrección de una generación entera a nivel mundial --una revolución que ha creado los sistemas de salud y educación más avanzados en el tercer mundo-- no haya generado los mecanismos de su propia transformación?

¿Es imaginable que Fidel, después de 47 años en el poder absoluto, no puede entregar el timón a una nueva generación, a un pueblo educado en revolución, y que tiene que entregar el poder –así de centralizado como él lo manejó- a su hermano de apenas cinco años menos de edad?

Yo me hice revolucionario en los años sesenta. Las imágenes y las hazañas de Fidel, Che y Camilo me cambiaron la vida para siempre. Dejé de soñar con una carrera en la industria cultural para la cual me estaba preparando, porque los cubanos me habían despertado un sueño mucho más bello: el de la emancipación del hombre de la represión, de la ignorancia, de las limitaciones impuestas por el poder.

La revolución cubana correspondió a este sueño que compartimos toda una generación, no sólo en América Latina, sino en el mundo entero.

Millones de jóvenes trataron de cambiar el mundo, inspirados por el ejemplo cubano. Comenzó una “revolución cultural” a nivel mundial. Muchos sólo se acuerdan de la “revolución cultural” de Mao en China – la más publicitada, la más degenerada, la más fraudulenta. Pero mientras la “revolución cultural” en China --bajo la dirección de una nomenclatura comunista-- se convirtió en terror y genocidio, en otros continentes transformó las universidades, democratizó los sistemas educativos, la cultura, la relación entre los géneros, las relaciones interpersonales.
Nació una nueva izquierda en las aulas de la Sorbonne, de Berkley, de la Universidad Libre de Berlín, de la San Carlos de Guatemala, de la Universidad de El Salvador; en las fábricas de la Fiat en Torino, de la SEAT en Barcelona, de la Siemens en Berlín; en los barrios de Marseilles, Berlin, México y Sao Paulo; en las montañas de Bolivia, de Guatemala, de Nicaragua. La primera condición de estas izquierdas antiautoritarias para poder perseguir su ideal de la emancipación del hombre fue: emanciparse de las doctrinas, los engaños y las manipulaciones de los partidos comunistas.

Yo entiendo las dinámicas impuestas a Cuba por la permanente agresión norteamericana. Entiendo la necesidad de los revolucionarios cubanos a hacer un pacto con el diablo. Entiendo cómo de esta manera surgió la dependencia económica de la Unión Soviética. Pero, ¿era necesario adoptar el modelo político soviético? ¿Era necesario importar el autoritarismo soviético? ¿Era necesario empeñar la libertad de expresión y crear un partido comunista que controla todo? ¿Era necesario dejar de perseguir el sueño de la emancipación del hombre?
Tal vez sea ingenuo, pero sigo soñando que en Cuba, una vez que muera Fidel, colapse el aparato totalitario comunista y que quede con vida y agarre nueva fuerza una izquierda progresista, antiautoritaria, comprometida con el sueño de la emancipación del hombre, capaz de defender la revolución cubana contra los zopilotes de Miami, contra el revanchismo de Washington, pero también contra los burócratas comunistas (o poscomunistas).

Ojala que debajo de la superficie autoritaria haya quedado vivo el sueño cubano. Sólo una transición hacía la izquierda puede rescatar y defender los logros impresionantes de la revolución cubana en salud, educación, ciencias, cultura, autoestima....Porque los otros dos modelos de transición poscomunista son detestables y fatales: la transformación de las cúpulas tecnócratas partidarias en una nueva casta de capitalistas y mafiosos, como en Rusia. O la anexión al vecino capitalista, como en Alemania. En ambos casos no quedaría nada, absolutamente nada, de lo conquistado en generaciones. Deseo a los cubanos que sean capaces de una transición que los emancipe de la dictadura partidaria sin volverse colonia gringa.
Sólo queda un camino: la transición hacia la izquierda. Y para esto, los cubanos podrían contar, nuevamente, con la solidaridad de los millones que no hemos enterrado el sueño de la emancipación de los hombres.
(Publicado en El Faro)