lunes, 30 de enero de 2006

Sobre liderazgo. Un epílogo a Schafik Hándal

Dicen que murió “el último líder histórico de la izquierda”. No sé quién era el primero ni quién era el segundo ni cuántos ha habido. Tampoco me puedo imaginar quién otorga el título “histórico”. Por más que intento, no veo por qué con la muerte de un líder –aunque tenga la importancia política y el valor humano de Schafik Hándal- se termina la historia de la izquierda y de su liderazgo. Hubo otos líderes, hay otros, habrá otros. Por más grande que sea el vacío que deja Schafik, se llenará. En política no perduran los vacíos.

Que nadie me entienda mal: No pongo en duda la importancia de Schafik como dirigente. Sobre todo en la concepción, la negociación y ejecución de los Acuerdos de Paz, Schafik Hándal jugó un papel determinante. Perdurará en la historia de su país principalmente como hombre de la paz, no como guerrero.

Cuestionar el lugar común que tanto he escuchado y leído en estos días del “líder histórico de la izquierda salvadoreña” no significa, para nada, negar el enorme vacío que su muerte está dejando. ¿Pero vacío adónde? Obviamente en su partido, cuyo serio problema de liderazgo se va a agudizar sin la imagen paterna de Schafik. La actual dirección formal actuaba con la autoridad prestada de Schafik y no podrá sobrevivir sin él. Comparten su línea, pero no tienen su capacidad de negociación ni su capacidad de integración. Schafik, a pesar de su imagen pública de hombre agresivo, intolerante y ortodoxo cerrado, era el gran negociador del FMLN – interna y externamente. Sin él, es difícil imaginar que en la actual –y mucho menos en la futura- dirección del FMLN reine el grado mínimo de tolerancia y comprensión para facilitar que los no comunistas en el partido puedan coexistir con los comunistas.

Schafik no era el líder del FMLN histórico. La fuerza de este frente residía precisamente en que no permitía liderazgos únicos. Después de la guerra se convirtió en el líder indiscutible del FMLN, porque el partido dejó de ser el frente pluralista que durante la guerra cobijaba a todas las tendencias de la izquierda. Se convirtió en el líder máximo del FMLN porque los demás se fueron.

Personalmente me causa tristeza la muerte de un hombre con el cual era un placer conversar y discutir. Incluso disentir. La capacidad conversativa de Schafik no era sólo prueba de su memoria envidiable y de su cultura refinada, sino sobre todo de su tolerancia y su comprensión. Y de su humor. No hay tolerancia sin humor. No hay humor sin tolerancia – y Schafik tenía ambos. Por mucho que yo he criticado públicamente las posiciones y actuaciones políticas de Schafik –sobre todo frente a la democracia y el pluralismo dentro de la izquierda-, nunca me retiró al amistad. Schafik Hándal –me consta desde que lo conocí de cerca durante los meses que en plena guerra convivimos en Morazán- era un hombre mucho más tolerante, más flexible, mucho más abierto al diálogo y la conciliación de ideas que su imagen que él mismo, su partido y sus adversarios se han propuesto proyectar.

¿Qué vacío deja la muerte de Schafik en la izquierda? Ninguno, creo. En su partido sí, en la izquierda no. No veo los aportes que en los últimos 10 años Schafik haya dado para la construcción de una izquierda pluralista, amplia con ideario, formas de organización y alianzas adecuadas para gobernar el país, resolver sus problemas estructurales e insertarlo en el mundo globalizado. Por lo contrario, Schafik ha sido obstáculo para esta construcción. No por incapacidad –era precisamente el negociador, el integrador que podía enfrentar este reto- sino porque simplemente no estaba en su agenda. Schafik estaba trabajando –con mucho éxito- para la construcción de otro tipo de izquierda, la que tenemos a la vista en el actual FMLN: un partido excluyente, un partido de cuadros con una militancia casi paramilitar en permanente movilización. No para gobernar, más bien para no dejar gobernar.

Entonces, ¿qué pérdida significa la muerte de Schafik para el país? La ausencia de un dirigente –dentro del sistema de polarización- con el cual las demás fuerzas y poderes podían negociar y establecer reglas de juego. ¿O alguien piensa que el sistema de confrontación y polarización que caracteriza al actual sistema político salvadoreño no tenga reglas? Las tiene y Schafik fue instrumental para ellas. La ausencia de un dirigente con suficiente autoridad en su propio partido para crear polarización, pero al mismo tiempo para evitar que esta polarización llegue a realmente paralizar e inviabilizar al sistema. Me temo que los que terminarán asumiendo el control del FMLN después de las elecciones de marzo no tendrán esta autoridad y capacidad – y pero esto serán peligrosos. Pueden tener el mismo ideario, el mismo discurso que Schafik, pero no tendrán su capacidad y disposición de pragmáticamente flexibilizar cuando es necesario.
Tampoco tienen su humor. Imposible no querer a un hombre con este humor y esta jodaria que tenía Schafik. Imposible odiarlo. Criticar, sí. Enfrentar, sí. Separarse de él políticamente, sí. Pero no odiar. Me imagino que la muy profunda y masiva reacción popular ante la muerte de Schafik Hándal –por lo menos en parte- se debe a que la gente siente que ahí murió un hombre de la paz. Por mucho que los militantes radicalizados griten consignas muy bélicas como “¡Hasta la victoria siempre!” y “¡La lucha continúa!”, están despidiendo a un hombre que ha aportado mucho menos a la guerra insurgente que ellos piensan y mucho más a la paz imperfecta, pero preciosa que se imaginan.

Para regresar al punto de partida de esta reflexión: ¿Murió con Schafik Hándal el líder histórico de la izquierda? No. Por suerte, no hubo ni hay, ni habrá un líder indiscutible de “la izquierda”. Hay un liderazgo y por cierto es débil. Pero es preferible un liderazgo plural débil que un líder histórico fuerte.

Murió el líder histórico del partido FMLN de la posguerra. El liderazgo de este partido será mucho más débil sin Schafik Handal. Esto es resultado no sólo de la grandeza del líder difunto sino más bien de su forma de hacer política y partido. Si uno sofoca el debate interno, la discusión de ideas, la crítica dentro de su partido o movimiento, uno está impidiendo el desarrollo de liderazgo. Sin debate, discusión y pluralidad de ideas pueden nacer cuadros de dirección pero no líderes.

Paradójicamente, con Schafik murió el único que hubiera podido corregir este error histórico del FMLN. El único que hubiera podido evitar que el proceso de erosión y de conversión del FMLN en Partido Comunista proceda. Botó la llave y se fue. Y el FMLN queda encerrado en su esquema.

Si todo esto es trágico para el país, no estoy seguro. Tal vez al país –y a la izquierda- le conviene que la crisis del FMLN toque fondo.
(Publicado en El Faro)

lunes, 16 de enero de 2006

Más de lo mismo

Me gustaría ver en El Salvador, en un futuro no tan lejano, partidos civiles. Los que tenemos ahora son –o por lo menos se comportan como si fueran- aparatos paramilitares. Sobre todo en tiempos electorales, en campaña – que es cuando los partidos realmente cobran vida. Los que estån actuando para pedir el voto (los candidatos, los funcionarios partidarios, los trabajadores de campaña) no se presentan como ciudadanos sino como militantes, lo que son dos cosas muy diferentes. Es una cosa que un ciudadano –un vecino, un colega, un conciudadano vestido de civil, quiere decir como siempre viste cuando va al trabajo o a la universidad, dependiendo de su estrato social o su profesión- te habla para pedir el voto; y es otra totalmente diferente que te habla un fulano uniformado, con camiseta, chaqueta, panuelo y gorra de su partido.
Actos partidarios, con miles de personas uniformadas, gritando las mismas consignas, cantando las mismas canciones, levantando al mismo comando los puños, lejos de inspirarme confianza me causa desconfianza, repudio, rechazo. Las multitudes uniformadas por definiciøn son excluyentes. Puede ser que a los participantes dan un sentido de pertenencia, pero para los que estamos afuera, a la ciudadanía, les da lo contrario: nos sentimos excluídos, amenazados, presionados. Hasta en los congresos de los partidos visten uniforme. El señor presidente de la república, empresarios, medicos, diputados, amas de casa, obreros, campesinos... todos disfrazados de manera uniforme.

De hecho, en el momento de uniformarse, las personas dejan de ser ciudadanos y civiles y se convierten en militantes, en paramilitares, en elementos de una masa cargada de sentimientos y odios colectivos.

Y así los vemos en todas partes, las manchas rojas, tricolores, azules, verdes, amarillas. En las visitas de casa en casa, que lejos de ser instrumentos de comunicación directa, consulta cívica o debate sincero, tienden a ser muestras de fuerza y mecanimos de intimidación y chantaje. En las nocturnas columnas que invaden colonias y vecindarios. Los partidos marcando terreno como cualquier otra mara, con los mismos mecanismos: pintas, grafitis, murales, presencia visible de fuerzas en la comunidad. Unos tatuados, otros identificados por colores. Las brigadas uniformadas que manchan carreteras, postes, puentes, pueblos enteros, expresión de la misma concepción.

Todo esto refleja el tipo de partidos que tenemos. Los partidos politicos salvadoreños no son expresiones de ciudadanos que soberanamente ejercen su derecho de asociarse libremente para asumir responabilidades y ejercer poder. Los partidos politicos salvadoreños son aparatos que ejercen control sobre los ciudadanos. No buscan asociar ciudadanos miembros que comparten intereses y quieren convertir el partido en un instrumento para cambiar la realidad. Más bien buscan militantes que se identifiquen con el partido supeditåndose a su dirección. En eso, no hay diferencia entre derecha e izquierda.

El miembro de un partido civil y el miltante de un partido paramilitar son dos personajes diferentes. El primero es parte de una cultura civil, es un ciudadano ejerciendo sus derechos y deberes. El segundo es parte de una cultura autoritaria y tendencialmente paramilitar. Uno es soberano, el otro es súbdito.

Arena y el Frente no buscan miembros, reclutan y forman militantes. No buscan ciudadanos autónomos, buscan activistas politicos dispuestos a uniformarse –en vestimiento y pensamiento- y actuar bajo disciplina paramilitar. Los demás partidos, incluyendo los que nacen en oposición a la polarización entre los dos bloques militantes, lamentablemente reproducen el mismo esquema: colores, uniformes, camisetas, banderas, consignas... A nadie se le ocurre formar un partido estrictamente civil, donde nadie viste colores, donde los ciudadanos no se uniforman.
Nadie se atreve a apostar a una cultura diametralmente opuesta a la que une a las dos fuerzas polarizantes, Arena y FMLN. Lo opuesto –y lo que el país necesita con urgencia- sería una fuerza política eminentemente civil, ciudadana, determinada por pluralidad en vez de uniformidad.

Los representantes de los partidos minoritarios y nacientes aparecen en televisión con chalecos de sus partidos, lo único que cambia es el color. La mentalidad es la misma. Algunos, como el doctor Héctor Dada, no logran disimular lo incómodo que se sienten vestidos de militantes, pero tampoco hacen el paso de romper con la cultura anticívica que prevalece. Hablan como ciudadanos, pero actúan como militantes.

Si queremos que el país avance en la construcción de ciudadanía, hay que construir otro tipo de partidos. Y hacer otro tipo de campañas electorales. De los partidos como son –aparatos para reclutar y dirigir a masas de militantes- no se puede esperar que hagan campañas de altura, debates sinceros, políticas participativas. Hay que cambiar los partidos – o sustituirlos por otros.
Arena da muestras de cambio. Pero sólo hace falta ir a un mítin arenero para darse cuenta que a la par de la tendencia al cambio hay una tendencia de preservar precisamente la forma antidemocrática –lo que yo llamo la forma paramilitar- de organizarse como partido y relacionarse con los ciudadanos. Yo puedo escuchar a un candidato arenero hablar de su programa y me puede parecer coherente, moderado, abierto. Pero de repente vienen las voces de comando, todo el mundo se levanta y empiezan a cantar el himno de los escuadroneros... y cualquiera entiende que esto partido sigue siendo autoritario, agresivo, cerrado, polarizante y potencialmente violento.

Y si el presidente de la República y del partido a Arena nuncia, con todo orgullo, que están por cumplir la meta de llegar a aglutinar a un millón de militantes partidarios, entonces la cosa se convierte en pesadilla. En un país con un padrón electoral de 4 millones, un partido con un millón de militantes, esto es imposible. El día que esto será realidad (que un partido, de derecha o de izquierda, disponga de un millón de militantes), habrá que buscar adónde exiliarse. La mentira expresa con qué están soñando: con un partido capaz de disciplinar y dirigir a toda la ciudadanía. Por mucho que están criticando a Cuba y Venezuela, los dirigentes areneros están soñando con un modelo igualmente autoritario.

Mucho cambio puede haber en Arena, en dirección de más pragmatismo, más apertura, más comprensión del rol del Estado, más política social – pero están tan lejos de convertirse en un partido de ciudadanos como lo está el FMLN.

Entonces, los partidos grandes no cambian su concepción de partido y militancia. Los pequeños se adaptan al mismo esquema. Los nuevos lo reproducen conciente o inconcientemente. Hace falta una ruptura.
(Publicado en El Faro)

lunes, 9 de enero de 2006

Toni for mayor

Cuando en marzo los habitantes de la capital vayan a elegir a su alcalde, la mayoría no escogerá entre los candidatos que están en la papeleta: Violeta Menjívar, Carlos Rivas Zamora, Rodrigo Contreras Teos o Rodrigo Samayoa. Ninguno de ellos llena los requisitos mínimos para ser alcalde de San Salvador. La mayoría votará por Elías Antonio Saca.
Después de la experiencia del 2003, cuando la mejor candidata –la única que cumplió con el requisito que mucha gente aplica a los candidatos a la alcaldía capitalina: de ser presidenciable, en la tradición de José Napoleón Duarte, Armando Calderón y Héctor Silva- fue derrotada por un hombre desconocido (para la mayoría; e incapaz para la minoría que lo conocía) como Carlos Rivas Zamora, Arena tomó la única decisión posible para ganar la batalla por San Salvador: convertirla en un referéndum sobre el presidente Saca.
Arena aprendió una lección de las debacles de sus candidatos estrellas Luís Cardenal y Evelin Jacir: En la cultura política tan dominada por posturas ideológicas del país y tan despersonalizada de la metrópolis San Salvador, los candidatos, sus valores humanos y capacidades profesionales valen poco.
Esto pone también en su justa dimensión el fenómeno Silva: Todos pensábamos que Héctor Silva había ganado la alcaldía dos veces. En realidad la había ganada el FMLN, y afuera del FMLN se apagó la estrella de Silva.
Si el FMLN ganó en 2003 con la consigna: No importa el candidato, importa el partido, hoy Arena aprendió la lección y postula: No importa el candidato, importa el presidente. E importa el poder fáctico del país. Por eso: Hagamos equipo, el team gerencial de la alcaldía, el presidente, y el poder fáctico de la empresa privada.
Es por eso que la campaña abierta para Rodrigo Samayoa es como si lo postularan no para alcalde sino para gerente de la alcaldía. El mensaje real de Arena es: No tenemos candidato aceptable, igual que los demás; tenemos a un buen gerente que no tiene liderazgo, no tiene carisma, no brilla, pero es un excelente administrador. Mejor que cualquiera de sus contrincantes. Del pequeño resto –de la dirección de la capital; de crear la energía capaz de parar e invertir el proceso de decadencia de la ciudad- se hará cargo el presidente de la República, con la ayuda de la empresa privada.
La batalla real por San Salvador es, entonces, entre el FMLN que dice: No importa que la candidata sea inexperta y que ni siquiera la quieren en su natal Chalatenango, el que va a gobernar es el partido; y Arena que dice: no importa que el candidato no tiene programa, no sabe debatir, la situación del municipio de San Salvador es tan grave que el presidente Saca lo va a intervenir, el gobierno central va a asumir la tarea de sanear la ciudad capital.
La batalla no es Violeta Menjívar contra Rodrigo Samayoa, sino el poder real del partido FMLN contra el poder real del presidente. Ganará el presidente.Si Arena hubiera apostado a contestar el reto del FMLN literalmente, compitiendo partido contra partido, el Frente gana. Pero Arena aprendió la lección y apostó ni al candidato ni al partido, sino al presidente.
Intervenir la capital no es una idea tan descabellada. Hay situaciones de crisis cuando el gobierno tiene que hacerlo. Sin embargo, tiene que ser resultado de un acuerdo nacional construido con mucha transparencia, no de una campaña electoral engañosa que lleva la intervención del ejecutivo central como mensaje sublime pero no directo.
Esto es uno de los problemas serios que veo en este proceso. El otro es aun más grave: La campaña de Arena lleva implícito un chantaje muy preocupante: Si votan por Arena, el gobierno va a hacer todo lo que esté en su poder para colaborar en la obra de rescatar, reordenar, sanear nuestra capital. O votan por otros y el gobierno va a dejar que San Salvador se siga pudriendo.Nadie lo dice así de explícito, pero todos lo entendemos. Eso es lo lindo y poderoso de los mensajes implícitos o sublimes. Todo el mundo los entiende, pero si alguien reclama, siempre se puede decir: Jamás dije tal cosa. ¿Cómo va a pensar eso?, ¡sería inconstitucional!
Sí. Es inconstitucional. El gobierno tiene la obligación de colaborar con los alcaldes que sean electos. Del partido que sea. Condicionar el apoyo del gobierno central dentro de una campaña electoral es chantaje. Chantaje al votante: Si no votas por mi partido, el gobierno no cumplirá con sus obligaciones.
Metiendo de esta manera al presidente –no como persona o como jefe del partido, lo que es perfectamente legítimo; sino como jefe del gobierno central- a su campaña municipal, Arena tiene casi asegurado el triunfo, pero el costo es un atropello más a la tan frágil institucionalidad del país. Meter al presidente –no como persona, como líder, como jefe del partido, lo que es perfectamente legítimo, sino como jefe del gobierno, con todos los recursos del ejecutivo- a la campaña por la alcaldía capitalina es un atentado a la institucionalidad de dos pilares de nuestro sistema estatal: gobierno municipal y gobierno central.
Todavía es tiempo para evitar este daño si los medios, los partidos, los tanques de pensamiento de la sociedad retoman esta problemática y la llevan a un debate serio, controversial y transparente. Es más, si esto se hace bien –creando un debate de altura sobre la relación, dentro del Estado, de los gobiernos municipales y el ejecutivo central- podrá resultar fortalecida la institucionalidad. Fortalecida, creando el antecedente que la sociedad haya rechazado el chantaje; haya hecho explícito y transparente lo implícito y subliminal de las campañas políticas.
No me entiendan mal: No estoy en contra de que el gobierno asuma su responsabilidad en la solución de la crisis capitalina. Ni siquiera estaría en contra de una intervención del gobierno central al municipio, siempre cuando sea resultado de un amplio y transparente acuerdo nacional. Porque yo sí creo que la crisis que vive la ciudad capital -en todos los sentidos- requiere soluciones que trasciendan las competencias establecidas entre los diferentes órganos niveles ejecutivos del Estado.
Tampoco estoy en contra de que Arena gobierne la ciudad capital. Para mí, la alternancia en el poder es necesaria. O dicho de otra manera: Los partidos tienen que acostumbrarse a pagar el costo político de malos gobiernos. En este sentido, para mi criterio, ni el FMLN de Violeta Menjívar ni el FDR de Carlos Rivas Zamora tienen derecho a seguir ocupando a la alcaldía de San Salvador.
También estoy convencido que Evelin Jacir hubiera sido una excelente alcaldesa, sobre todo por que su única posibilidad de llegar al palacio municipal hubiera sido la fuerza de su personalidad y de su plataforma, ya que su propio partido casi no la apoyó. La elección de Evelin hubiera sido un antecedente muy positivo que una persona con un programa puede vencer a los aparatos de los dos partidos mayoritarios.
Habiendo dicho que no estoy en contra de una mayor intervención del gobierno en el rescate de San Salvador, y que tampoco estoy en contra de que Arena tenga oportunidad de gobernar San Salvador y crear una mejor coordinación entre gobierno local y central, vuelvo a insistir: No se vale el chantaje. No se vale resolver un problema agravando otro en el campo de la institucionalidad del país. No hay nada que el país necesite con más urgencia que el fortalecimiento de sus instituciones.
Es importante que los ciudadanos lleguen a escoger a su alcalde entre los candidatos propuestos. Es esencial para la institucionalidad del país que cuando se convoque a elecciones de alcaldes, nadie las convierta en referéndum ni sobre la validez de un modelo de partido, como lo hace el FMLN, ni mucho menos en un referéndum sobre si queremos que el presidente Antonio Elías Saca, entre todas sus obligaciones, se convierta en el alcalde de San Salvador.
Aunque tengo que reconocer que entre los cuatro candidatos propuestos no hay alcalde aceptable. Pero eso es exclusiva responsabilidad. Quiero decir, la mala calidad de los candidatos que nos proponen, no es excusa sino el resultado lógico de las estrategias de los partidos.
(Publicado en El Faro)