sábado, 1 de marzo de 2025

Carta a Volodímir Zelenski: Me quito el sombrero. De Paolo Luers (+capítulo 1 del Segundo Libro de 'DOBLE CARA': La Tregua)

 

"El convenio que hoy iban a firmar de todas formas es envenenado. Es extorsión. Si no hay garantías que Trump realmente brindará la protección que vende, es una trampa. Insistir en estas garantías no es falta de respeto, no es ofensivo, es su deber. Trump no lo entiende, pero lo que sí entiende es cuando alguien no firma el primer borrador de un contrato." 

En la voz del autor: Selenski.mp3

Publicado en MAS!  y DIARIO DE HOY, sábado 1 marzo 2025

Estimado presidente:

Jamás en la historia un presidente visitante en la Casa Blanca ha sido tratado por un presidente estadounidense con tanto menosprecio e insulto como usted este día viernes 28 de febrero. Normalmente estas reuniones son privadas, los periodistas toman unas fotos y luego se retiran del Oval Office. Esta vez, Trump ordenó que se quedaran y grabaran toda la inusual discusión. El presidente de Estados Unidos quería humillar al presidente de Ucrania, país agredido por la Rusia de Putin, ante las cámaras y los ojos del mundo. 


Lo que Trump y su Vice JD Vance le dijeron, en parte a gritos, fue grosero: 

·      “Usted está jugando con la vida de millones.” 

·      “Usted está jugando con la Tercera Guerra Mundial.” 

·      “Ustedes ya perdieron la guerra.”

·       “Usted tiene malas cartas.”

·      “Nosotros estamos negociando un deal con Putin, decida si lo quiere tomar o si quiere hundirse.” 

·      Y cuando usted abrió la boca para defenderse, ambos le gritaron: “No nos falte el respeto, usted es un desgraciado.” 

 


Es obvio: Trump y Vance ven a usted como un presidente derrotado de un país derrotado, que a saber si realmente existe como nación; como alguien que debería arrodillarse para rogar por ayuda; como alguien que vino a aceptar una vil extorsión al estilo de la Cosa Nostra: ¿Quieres nuestra protección? Entonces, nos vas a firmar un convenio que da a Estados Unidos el derecho de explotar los recursos naturales de tu país. Vas a tener un país pobre y colonizado, pero si no lo aceptas, no vas a tener ningún país, porque sin nosotros no puedes defenderte contra Putin. De hecho, para firmar el convenio sobre los recursos naturales de Ucrania estaba usted sentado en la Casa Blanca...


Pero pasó algo aún más insólito que los insultos de Trump contra un presidente invitado: El presidente supuestamente derrotado abrió la boca para defenderse. Para argumentar. Para explicar. Pero esto los señores Trump y Vance lo tomaron como falta de respeto. Ante los líderes del imperio no se argumenta. Se escucha y se firma. Y se dice gracias.


Al presidente Macron Trump medio le dejó pasar la irreverencia de tratar de explicarle al presidente de Estados Unidos que Ucrania necesita garantías de seguridad en cualquier acuerdo de paz – y ayuda militar mientras no callen las armas. Trump puso cara de bravo, pero lo dejó hablar. Pero Macron es presidente de Francia, no de un país que según Trump -y Putin- no es sujeto de respeto, es sujeto de un deal entre los grandes. Y para Trump, en particular,  es un real estate deal, así como lo busca en Panamá, en Gaza, en Groenlandia.

 


Quién sabe qué consecuencias va tener su exhibición de dignidad, su valor a retar a Trump a un intercambio de argumentos. Lo hizo en forma racional, tranquilo, sin elevar la voz más allá de lo necesario para hacerse escuchar ante los gritos e insultos de Vance. Usted no es diplomático, es el comandante en jefe en un país en guerra. Pero, durante tres años de máxima tensión usted ha exhibido grandes talentos diplomáticos. Un diplomático que habla claro, que es insistente. Tampoco ha perdido los nervios en esta absurda escena en la Casa Blanca. 

 

Por el momento, Trump ha suspendido la firma del convenio sobre los recursos naturales de Ucrania. Pero él quiere estos minerales, para poder competir con China y Rusia. Va a regresar a la mesa. 

 

El convenio que hoy iban a firmar de todas formas es envenenado. Es extorsión. Si no hay garantías que Trump realmente brindará la protección que vende, es una trampa. Insistir en estas garantías no es falta de respeto, no es ofensivo, es su deber. Trump no lo entiende, pero lo que sí entiende es cuando alguien no firma el primer borrador de un contrato. Mucho menos cuando está en juego la existencia de todo un país.

 

Hoy usted se ha ganado nuevamente el respeto y la admiración del mundo.

 

Saludos, 




* * *
El libro Doble Cara está disponible en las librerías de la  UCA, en el campus y en Cascadas/Soho. También lo pueden pedir amazon.com, o desde México en amazon.com.mx y desde Alemania en amazon.de

Ahora puede leer el libro, en tres entregas cada semana, en este blog. Disfrútenlo.



Marzo del 2012. Por primera vez en mi vida entro a una cárcel, el Penal Ciudad Barrios, habitado por 2,500 pandilleros de la pandilla MS13. La Mara Salvatrucha, formada en Los Angeles por jóvenes migrantes salvadoreños para defenderse de los gangsde chicanos y negros que dominaron los barrios. En 1987 me llevaron a una cita con homeboys de la MS, en Los Angeles, cerca del McArthur Park. Unos bichos forjados en batallas callejeras, pero lejos de ser los gangsters que querían aparentar. Querían saber todo sobre la guerra y la guerrilla en El Salvador. Al final me preguntaron: “¿Cómo podemos hacer para irnos a pelear al lado de la guerrilla?” Les di la paja que iba a consultarlo. 

Luego evolucionaron a una peligrosa pandilla, primero en Los Angeles, luego en muchas ciudades de Estados Unidos con población salvadoreña – y luego en El Salvador. Estados Unidos comenzó a deportar a miles de jóvenes salvadoreños, muchos de ellos miembros de la MS.

Ahora, en Ciudad Barrios, voy a entrevistar a algunos de los fundadores, me cuenta Camilo, quien es el que me lleva a esta visita y me da las orientaciones de cómo comportarme. Todo esto parece ficción, o más bien una aventura loca —y si no fuera por Camilo, mi camarada de los tiempos de la guerrilla en Morazán, difícilmente estaría entrando a este lugar. El penal fue construido para 800 internos, pero hoy alberga a 2,500. Camilo me prepara. Sus consejos: “No te preocupés, no hay nada que temer. Tu problema no es de seguridad, sino de credibilidad. Si querés que de verdad hablen contigo, tienen que sentir que no les tenés miedo y que les hablés de frente.” Vaya, pues, estamos hablando de asesinos y secuestradores...


Camilo, inspector de la PNC Roberto Castillo



Entramos como Juan por su casa. Los soldados en el portón, los custodios que registran a quienes entran, el inspector de seguridad, el director —todos casi se cuadran. Ya conocen a Camilo y saben que tiene el aval del ministro de Seguridad. El director del penal nos recibe en su oficina, con café y pan dulce. “Hecho en nuestra panadería.” 

Le pregunto: “¿Cómo está la situación aquí?” 

“Nunca ha estado tan tranquilo. Desde que los muchachos llegaron de Zacatraz, adentro hay una calma y un orden que jamás he visto...”

Se refiere a la decena de cabecillas de la MS que recién han sido trasladados desde Zacatraz, el penal de máxima seguridad —y que son a quienes quiero entrevistar.

Luego del café con el director nos meten al área de los internos. Solos, sin ningún custodio. Se abre una puerta de rejas, y al otro lado me saluda un tipo con toda la cara tatuada. Lo más prominente: las letras M y S en los cachetes. “Bienvenidos, soy Tiberio. Pasen adelante.”


Tiberio, El Snaider de Pasadena. 
Foto: Paolo Luers



Le veo los ojos, como Camilo me ha instruido, retándolo. No se molesta. Comienza a dibujarse una sonrisa, primero en sus ojos, luego en toda la cara. “¿Qué esperabas encontrar aquí, caras de monaguillos o boy scouts?” 

“No. Pero tampoco tipos que actúan como ejecutivos.”

“Soy ejecutivo. Soy el gerente administrativo aquí. Ya verás...”

Pasamos por pasillos llenos de reos. La mayoría muy jóvenes. Todos tatuados. Todos saludan, cortésmente. A la derecha se ve un taller de carpintería con unos 15 reos trabajando. “Luego te enseño los talleres”, dice Tiberio, “ahora nos están esperando los demás.”

“Los demás” están sentados en un cuarto pequeño. Una docena de hombres. Tiberio me presenta: “Él es Paolo, periodista, alemán, exguerrillero, el de las cartas de Paolo. Lo manda Raúl.” Se levantan y me saludan. Tiberio presenta: Borromeo, El Diablito; Arístides, El Sirra; El Pava; El Piwa; El Trece... Este último me mira con desconfianza. No se levanta. No me da la mano. Sólo me mira. “Él es así, no lo tomés personal”, dice Tiberio, 

“Bueno, Paolo, el Viejo nos mandó a decir que tenemos que convencerte que esto de la tregua va en serio”, me dice Borromeo, quien obviamente es el número 1 aquí. 

“¿El viejo, cuál viejo?” 

“Mijango. Raúl. Viejo compañero tuyo.” Bueno, parecen estar mejor preparados que yo para este encuentro. Yo no sé casi nada de ellos.

“Hablemos, pues,” digo, “pero hay un problema que primero tenemos que remover. Yo no puedo sentarme a hablar, ni mucho menos hacer una entrevista, con quienes han amenazado de muerte a colegas periodistas. Así que dígame para que lo grabe y lo publique en el Diario: ¿Ustedes han amenazado a los colegas de El Faro, sí o no? ¿Ustedes me pueden asegurar —y yo puedo publicar— que ellos no tienen nada que temer por parte de la MS? Si no tengo esta garantía, me levanto y me voy.”


Paolo Luers entrevistando a la ranfla de la MS 13
en el penal Ciudad Barrios. Foto: Roberto Castillo



¿Qué estoy haciendo? ¿Cómo se me ocurre retar así a los máximos jefes de la pandilla más violenta del país? Hay que retroceder unos días para entender.

 

Un día de marzo del 2012, a las 6 de la mañana, sonó mi celular. Un número que no se identifica. Para mi sorpresa, el que me llamó a esa hora fue David Munguía Payés, general del ejército y ministro de Justicia y Seguridad del gobierno del FMLN, presidido por Mauricio Funes. 

Lo había entrevistado en 2009, cuando fue nombrado ministro de Defensa, y luego me ha invitado algunas veces a recibir briefings. La última vez, cuando recién había aceptado asumir la jefatura del ministerio de Justicia y del gabinete de Seguridad, en noviembre del 2011. Este briefing me dio mucho que pensar —y quedó pendiente una entrevista para profundizar el tema. 


David Munguía Payes, 2011
Ministro de Defensa 



El general había convocado a varios analistas y columnistas para que escucháramos a los jefes de los tres organismos de inteligencia, quienes presentaron sus respectivos análisis de la situación de las pandillas y la violencia que generaban. Vaya, ¿quién hubiera pensado que este exguerrillero iba a estar sentado en una mesa con los jefes de los servicios de inteligencia? Primero hablaron los jefes del Organismo de Inteligencia de Estado OIE y de Inteligencia Policial, ambos cuadros partidarios del Frente —y hasta al final el coronel y jefe de Inteligencia Militar. Lo interesante fue que los primeros dos coincidieron en datos, conclusiones y recomendaciones, mientras que el militar expuso otra realidad muy diferente, con otras conclusiones y recomendaciones.

El análisis de los jefes del OIE y la Inteligencia Policial, que obviamente reflejaba el análisis oficial del partido de gobierno, fue que la violencia que sufría el país principalmente era resultado del narcotráfico internacional y sus organizaciones que estaban operando en El Salvador, y sólo en un porcentaje del 30% eran responsables las pandillas. Conclusión: La ola de violencia tiene causas externas y no es resultado de políticas sociales equivocadas del gobierno. Recomendación: Concentrarse en el combate al narcotráfico internacional y buscar alianzas con los Estados Unidos, los más interesados en este tema. 

El coronel y jefe de Inteligencia Militar dio datos muy diferentes: Según sus investigaciones, el 85% de los homicidios eran causados por pandilleros, y de estos 85% la gran mayoría (un 80%) en el marco de la guerra entre las tres pandillas principales: MS13, Barrio 18-Sur y Barrio 18-Revolucionarios. Y pintó un cuadro muy diferente sobre el narcotráfico, restándole protagonismo en la generación de la violencia. La conclusión principal: Hay que buscar la forma de parar esta guerra entre pandillas. La recomendación: Combinar represión con ingeniería social...

A todos los analistas invitados les causó sorpresa esta marcada diferencia del análisis de los diferentes organismos de Inteligencia —y sobre todo, el hecho de que el ministro exhibiera las contradicciones. Era obvio que la Fuerza Armada no estaba en sintonía con el partido gobernante, que desde el 2009 había asumido el control total de la política de Seguridad. 

Con el nombramiento de Munguía Payés, Funes cambió radicalmente su gabinete de Seguridad, ante muchas presiones por el crecimiento de la violencia. También nombró a otro militar, el general Francisco Salinas, como director de la PNC. Obviamente, el presidente esperaba que los dos generales iban a construir una propuesta de política de seguridad con base en los datos y análisis de la Inteligencia Militar. “Habrá cambios en el OIE y en Inteligencia Policial muy pronto”, me dijo Munguía Payés al despedirnos. Y quedamos en reunirnos pronto y seguir hablando y plasmar todo esto en una entrevista para el Diario.

 

Qué raro que este hombre me llamaba a las 6 de la mañana para concertar la entrevista, pensé. Pero el general me dijo: “Paolo, disculpe la hora, pero tengo a las 8 a.m. una reunión con directores de medios, y te pido participar.” 

“David, yo no soy director de ningún medio. Soy columnista y a veces hago entrevistas o reportajes. Te equivocaste.” 

“No me equivoqué. Insisto que participes. Es de emergencia y necesito que esté alguien en quien confiar que entienda lo que voy a decir...” De repente soy hombre de confianza de los militares...

Me hice un café y traté de descifrar de que se trataba. Obviamente, esta reunión de emergencia del general tenía que ver con el escándalo, que pocos días antes había causado un artículo en El Faro. Carlos, el Chele Martínez, el joven reportero, que años atrás había trabajado conmigo en un proyecto conjunto de El Faro con Naciones Unidas, escribió que existía una negociación secreta del gobierno Funes con las pandillas, y que llegaron a una especie de tregua para reducir los homicidios. También en El Faro, y luego en El Diario de Hoy, reportaron que el 12 de marzo hubo traslados de un grupo de palabreros de las 3 pandillas desde Zacatraz, el penal de máxima seguridad, a otros penales con población general de pandilleros. Yo no había puesto mucha atención a esta revelación. Las pandillas no eran realmente mi tema.

Fui al ministerio. En el portón me estaba esperando un oficial de policía de manera muy protocolaria y me asignó un parqueo. Entré y encontré reunidos a todos los mandamases de los medios. La reunión se convirtió en un desastre para el general. Desmintió categóricamente la afirmación del Faro de que hubo negociaciones o incluso un acuerdo de tregua entre el gobierno y las pandillas. Y para desmentirlo, tiró datos, hechos y explicaciones huecas que ningún periodista le podía comprar. Lo hicieron pedazos, dejándolo como mentiroso y evasivo. Yo traté de entender lo que estaba pasando y lo que podía estar detrás. ¿Por qué un ministro convoca a los directores de medios, cuando no tiene nada claro y creíble que decir? Era obvio que estaba escondiendo algo, y esto causaba que todo el mundo creyera las afirmaciones del Faro, y no la versión del ministro. Esta reunión fue un briefing off the record, pero para la tarde el ministro ha convocado una conferencia de prensa. Habrá otra masacre, y esta vez aparecerá en todos los medios. Al final de la reunión no hubo oportunidad de hablar con el general, se retiró rápido, y tampoco me contestó el teléfono. 

Me intrigó lo presenciado y lo que podía haber detrás de este espectáculo. Se me despertó el instinto de reportero. Algo grande estaba pasando y quería entenderlo. Entonces, se me ocurrió llamarle a Raúl Mijango, compañero mío en la guerra, uno de los jefes de las fuerzas especiales del ERP. Después de la guerra, fue diputado del FMLN, luego disidente y fundador del Movimiento Renovador. Salió del Frente, cuando este a finales de los años 90 cerró todos los canales de debate y de crítica interna. Hablé a Raúl, porque sabía de su amistad con el general Munguía Payés. Se conocieron cuando ambos, representando a sus respectivos ejércitos, estaban participando en varias comisiones mixtas para la implementación del Cese al Fuego. Agarraron confianza y se hicieron amigos. Incluso, David jaló a Raúl como asesor en el Ministerio de Defensa, cosa que no le gustó para nada a la cúpula del FMLN...


Raúl Mijango



Entonces, llamé a Raúl y le conté de la conferencia con Munguía Payés y le dije que no entendía su comportamiento. “¿Vos tenés alguna idea de qué pasa?” 

“¿Adónde estás?” 

“En La Ventana, trabajando. ¿Por qué?” 

“Voy para allá.”

Llegó en 15 minutos. Le serví su usual capuchino. Nos sentamos en el patio, para poder hablar tranquilos. “Entonces, ¿qué putas está pasando? A David lo acusan de negociar con las pandillas, y él lo desmiente, pero dando un montón de paja. Y hoy en la tarde la prensa lo va a destazar...” 

“Escúchame. Te lo voy a explicar, pero aún no puedes usar esta información. Lo que pasa es lo siguiente: El que está dialogando con las pandillas soy yo. Y hay una tregua, pero no entre pandillas y gobierno, sino entre las pandillas. Yo soy el mediador, junto con monseñor Fabio Colindres, y David lo único que hizo fue facilitar que pudiéramos entrar a Zacatraz y reunirnos con los jefes de las 3 pandillas.” Me cuenta de las reuniones. 

“¿Y los traslados que dice El Faro, es cierto?” 

“Calma, una vez que hubo un acuerdo de tregua, David autorizó el traslado de los jefes pandilleros de Zacatraz a los penales de Ciudad Barrios, Cojutepeque, Izalco y Quezaltepeque,..” 

“¿Por qué?” 

“Piensa un momento, Paolo: ¿Cómo crees que iban a comunicar a sus bases en todo el país el cese de hostilidades y conseguir que se cumpla? ¿Desde el penal de máximo aislamiento? Una vez que teníamos el acuerdo, había que sacarlos de Zacatraz y ponerlos en contacto con sus lugartenientes y mandos medios en los otros penales.” 

“¿Me estás diciendo que David decidió devolver a los jefes históricos, que estaban recluidos en Zacatraz, el mando sobre sus pandillas?” 

“Sí.” 

“Con razón el hombre estaba evadiendo preguntas...” 

Raúl me contó toda la historia, con la condición de que no podía difundir nada hasta que ellos mismos, el obispo y él, lo hicieran público, en un par de días. Según Mijango, todo empezó cuando Funes llamó a David para pedirle que asumiera el Ministerio de Justicia y Seguridad. Funes quería dos cosas: quitarle al FMLN el control del área de Seguridad, y usar a los militares para poner orden. David aceptó, bajo ciertas condiciones: que lo dejara cambiar a todos los funcionarios de Seguridad e Inteligencia; y que pudiera elaborar una estrategia basada en la tesis de Inteligencia Militar de que para bajar los homicidios había que parar la guerra entre las pandillas.

Me contó Raúl que a David, cuando todavía era ministro de Defensa, se había acercado monseñor Fabio Colindres, quien como obispo castrense también estaba a cargo de la atención espiritual a la PNC y en los centros penales. El obispo había contado a David de sus visitas a Zacatraz y sus pláticas con los líderes de las pandillas. Hablando con ellos de manera muy privada, casi en condiciones de confesión, había llegado a la impresión de que estos hombres estaban conflictuados con su situación, pero sobre todo preocupados por el futuro de sus hijos. “Yo creo que están listos para buscar salidas diferentes a la espiral de violencia que están viviendo las pandillas y el país”, había dicho Fabio Colindres. El general lo escuchó, pero le dijo que él como ministro de Defensa estaba muy marginado en el Gabinete de Seguridad y no veía cómo podía plantear esta situación, sin que los cuadros del FMLN brincaran.

Sin embargo, cuando Funes lo nombró ministro de Justicia y Seguridad y le autorizó hacer los cambios necesarios en las jefaturas y los planes, el general se reunió con Raúl, le contó lo de Colindres, y le preguntó si estaba dispuesto a acompañar al obispo en una misión de sondear la situación de los jefes pandilleros. “Yo no puedo diseñar una política de seguridad, solamente basada en lo que intuye un cura, necesito la opinión de alguien que es lo contrario a un cura...” 

Bueno, Raúl Mijango era lo más contrario a Fabio Colindres que David podía haber encontrado. Uno es un obispo conservador, muy alejado de la corriente progresista de la teología de la liberación, el otro un rebelde nato, exjefe guerrillero, disidente permanente, acusado por los líderes del FMLN de ser anarquista. Vaya pareja.


Raúl aceptó y se reunió con Colindres. Se entendieron bien desde el primer día. Comenzaron a visitar juntos el penal de Zacatecoluca, con salvoconducto del ministro, y se reunieron con los dirigentes de las tres pandillas. Primero en pláticas individuales, porque el obispo dijo que entre ellos había una barrera para hablar de ciertos temas enfrente de sus propios compañeros; que para ellos era muy delicado expresar dudas e ideas que podrían interpretarse como rompimientos de los códigos de la pandilla. En las pláticas individuales, rápido llegaron a la conclusión de que todos compartían ciertas inquietudes. Entonces, convocaron reuniones colectivas, pero primero con cada pandilla por separado. Pero aunque eran enemigos a muerte, los pandilleros de las diferentes pandillas expresaron las mismas inquietudes en cuanto al futuro de ellos, de sus pandillas, de sus familias, de sus hijos —y de las comunidades en sus barrios. “Cuando les dijimos que los de las pandillas contrarias estaban en la misma onda, ellos dijeron que no, que era imposible, que los otros no tenían moral, etc...”, contó Raúl. Pero al fin aceptaron reunirse los líderes de las tres pandillas.

Una vez roto el hielo, llegaron rápidamente al acuerdo de firmar una tregua. El siguiente problema era: ¿Cómo comunicar y consensuar esta decisión histórica con los miles de pandilleros en los diferentes penales y en los barrios? Desde el aislamiento en Zacatraz esto era imposible. Los mediadores llegaron a la conclusión de que los jefes pandilleros tenían que convertirse en los protagonistas de este proceso. Ellos mismos tenían que ser mediadores... 

Los jefes de las tres pandillas y los mediadores sabían que era indispensable que una buena cantidad de los dirigentes fueran trasladados a los penales ‘ordinarios’, donde estaban recluidos los lugartenientes, tenientes y sargentos de estos ejércitos de pandilleros. Eran ellos los que desde los penales controlaban las regiones, los municipios y las clicas, los grupos locales de las pandillas. A estos mandos intermedios había que convencerlos primero, y los únicos que podían hacerlo eran los máximos jefes históricos. Luego, estos mandos intermedios tendrían los mecanismos de comunicación, el conocimiento de su gente y el poder para emitir las instrucciones de una manera que fueran recibidas y acatadas como resultado de un proceso colectivo de liderazgo y de unidad de la pandilla.  

El general Munguía Payés se encargó de explicar la situación y el plan al presidente Funes y convencerlo que autorice el traslado de unos 45 hombres de Zacatraz a otros penales. Funes accedió, pero para ahorrarse problemas con la cúpula del FMLN, que todavía estaba resentida por el nombramiento de militares que les quitaba de las manos el control de la política de seguridad, no expuso el tema a discusión con su gabinete.

 

Todo esto me lo contó el Negro Raúl, como siempre lo he llamado desde que lo conocí, cuando en el 1982 apareció en Morazán, a la cabeza de la columna del ERP que vino de San Vicente para participar en la ofensiva Comandante Gonzalo.

Ya me sospeché adónde quería llegar. Mijango no es un hombre que cuenta cosas tan delicadas, a menos que necesités saberlo, porque ya te ha asignado un papel en el asunto, aunque no tengás idea. Compartimentación se llamaba en la guerrilla y era la regla número uno. Regla dos: Cuidado cuando te cuenten cosas delicadas, algo van a querer.

Y cabal, vino el gancho: “Necesito que me ayudés. Tenemos un desastre de imagen pública, de opinión pública, y necesitamos que nos ayudés a resolverlo.”

Me explicó que El Faro con sus revelaciones los agarró en curva —a los mediadores, al ministro y a las pandillas— y que esto generó una situación muy delicada en las pandillas. Sobre todo la falsa afirmación de que los líderes de las pandillas habían recibido dinero del gobierno para firmar la tregua y bajar los homicidios, podría causar serios problemas internos. “Acordamos con los jefes pandilleros en mantener todo en secreto. Ellos necesitaban el tiempo necesario para informar y convencer a su propia gente en todo el país. “No podíamos correr el riesgo que las clicas en los barrios se dieran cuenta en los periódicos, sin ninguna advertencia departe de sus jefes... Si se manejaba mal este asunto, hasta sangre podría correr, y el acuerdo se iba a romper...” Y peligro surgió precisamente, cuando Carlos Martínez publicó su artículo en El Faro.

Lo que me pidió Mijango fue lo siguiente: Escribir la ‘verdadera historia de la tregua’, para publicarla el mismo día que monseñor Colindres y él darían una conferencia de prensa para dar a conocer la verdad sobre la tregua. Obviamente, yo no podría hacer esto como un favor. Expliqué a Raúl que tendría que ir a hablar con todos los protagonistas: el ministro, el obispo, los jefes de las pandillas, los directores de penales. Tampoco podía garantizar que el resultado será el que ellos esperaban. Los periodistas no hacemos favores. Los pandilleros tendrán que convencerme que van en serio, y que la tal tregua no era una maniobra para conseguir beneficios penitenciarios. “Okay”, me dice Raúl, “¿te puedes ir mañana a Ciudad Barrios, donde están los de la Mara Salvatrucha? Camilo irá con vos.”

“¿Camilo? ¿El Chele? ¿Qué tiene que ver Camilo? Camilo es policía...” 

“Pues sí, por esto.” Y me explicó que él le pidió al ministro que asignara a dos oficiales de policía como enlace. A Camilo, su viejo lugarteniente en las fuerzas especiales del ERP, como enlace con la PNC y Centros Penales, y a otro inspector como enlace de inteligencia. “¿Y Camilo va a los penales y se presenta a los pandilleros, diciéndoles ‘Buenos días, soy inspector de la PNC, a sus órdenes’?” 

“No, ellos no saben que es policía. Para ellos, él es mi asistente.” 

“Por dios, ustedes siguen siendo igual de locos como durante la guerra, cuando coquearon como infiltrarse a los cuarteles para atacarlos desde adentro...” 

“Bienvenido a la misión de los locos, Paolo. Ya entendés porqué no busqué a cualquier periodista. Estas cosas requieren confianza. Ahora somos tres.” 

“Tranquilo, todavía no cuentes conmigo. Yo voy a ir a conocer y reportear.” 

“Así dijiste cuando llegaste a la guerra...”

 

En la madrugada me recogió Camilo, en un pickup nuevo. “¿Y esta nave?” 

“Del OIE.” 

“¿De qué?” 

“Organismo de Inteligencia del Estado, a sus servicios...”

Cuando vio mi cara incrédula, Camilo me dijo, con una gran sonrisa: “Calma. No trabajo para ellos. No confío en esos cabrones. Demasiada gente turbia que metió el Frente ahí.”

 “¿Te recuerdas de aquella regla de la clandestinidad?: Sólo contar a los demás lo que necesitan saber,” le dije “Me vale madres. Yo necesito saber. No puede haber secretos. Es un asunto de confianza.” 

Okay, deal”, contestó Camilo. Pero por algo sentí que esto no será así no más. Estaba seguro que Camilo iba a tener que hacer cosas muy delicadas —y yo no sabía si quería saber todos los detalles.

“Entonces, decime: ¿Reportás a estos cerotes de inteligencia?” 

“No. Yo reporto a Raúl y a David. Me pasaron a disposición del ministro, para tareas especiales, sea lo que sea que signifique. La tarea especial principal es: Apoyar al Negro. Formalmente, reporto a Inteligencia Policial. Pero no recibo ordenes ni de ellos ni de OIE, ambos están demasiado infestados con gente que metió Linares...”

En las 3 horas de viaje a Ciudad Barrios, Camilo me contó todo, con más detalles que Raúl. Me contó del traslado de los reos de Zacatraz a los diferentes penales, que a él le tocó coordinar con Centros Penales, la PNC, los helicópteros de la Fuerza Aérea —y con los pandilleros. No se subieron a ningún bus sin uno de los mediadores. Así como en la evacuación de heridos que organizamos en Morazán: los compas no se subieron a ningún camión de la Cruz Roja, si no se subía un obispo o embajador con ellos, para pasar seguros por los retenes de la Fuerza Armada.

Pasando por los paisajes del Norte de San Miguel, Camilo me sorprendió con los detalles geográficos guerrilleros que tenía presente. Pero claro, los combatientes siempre tenían un sentido de terreno que para mí era supernatural. “Aquí hicimos una emboscada grande, ¿te recuerdas, la que ustedes pusieron en la película Carta de Morazán?” 

“No jodás, ¿esta es la loma donde estaba colocado Maravilla con la cámara? ¿Y este es el hoyo donde sacaron al soldado con una granada, y salió dundo? Parate, quiero ver...” Increíble, esto fue hace 30 años.


Emboscada de unidad del ERP
a una columna del ejército en la carretera a Ciudad Barrios



Seguimos, ya cerca de Ciudad Barrios. Le pregunté a Camilo cómo pensaba que yo debería abordar a los pandilleros. Nunca he hablado con ninguno, mucho menos con figuras míticas de este mundo, como Borromeo, El ‘Sirra’ o el ‘Viejo Lin’. “Estos no respetan a nadie que les demuestra miedo y actitudes de lameculo. La única manera para que te hablen con franqueza es que te ganés su respeto...”, me explica Camilo.

“¿Y cómo putas me gano el respeto de unos asesinos?” Me explicó los códigos de la pandilla, el concepto y la importancia del término ‘palabra’. “Tenés que ser lo más franco posible. Decirles cosas que no les gustan es mucho mejor que darles paja. Tienen un sensor para detectar miedo y otro para detectar paja. Tenés que retarlos. De todos modos, como ellos te invitaron al penal, no te preocupés que algo te puedan hacer. Hoy, para vos el penal de Ciudad Barrios será el lugar más seguro del país...”

Entonces, decidí que mi entrada triunfal iba a ser retarlos con el tema del Faro. Los del Faro han dicho que recibieron amenazas y pensaban que provenían de la gente que estábamos por visitar.

 

 “¿Ustedes me pueden asegurar que mis amigos en El Faro -y yo lo puedo publicar- no tienen nada que temer por parte de la MS? Si no tengo esta garantía, me levanto y me voy,” digo, grabadora en mano. Tengo directamente en frente a Borromeo Henríquez, El Diablito, el jefe de jefes. 30 años de cárcel por homicidio doloso y 3 años por agrupaciones ilícitas. Tiene cinco procesos pendientes: amenazas graves, homicidio y tenencia y portación de armas de guerra.

A la par de él, Tiberio, El Snyder, a la izquierda, y Dionisio Arístides Umanzor Osorio, El Sirra, a la derecha. Entre los tres, 93 años... Los tres con caras de curiosidad. ¿Quién es este chele que nos reta de esta manera? ¿Con qué más sorpresas viene? Y detrás de Borromeo está sentado Saúl Antonio Turcios Ángel, El Trece, lleno de tatuajes en cuerpo y cara, pelo largo, y una cara de ‘no me mirés, hijueputa’... 46 años de cárcel por homicidio agravado y agrupaciones ilícitas en 2008. Dos años después, en 2010, le condenaron a 43 años más por otros homicidios.


Paolo Luers encarando a Borromeo 'El Diablito de Hollywood'.
Marzo 2012, penal Ciudad Barrios. Foto: Roberto Castillo



Silencio. Miradas entre ellos. De repente, alguien me toca desde atrás. Un tipo alto, flaco, narizón. “Si me das tu cámara, yo tomo las fotos. No te preocupés, sé manejar cámaras.” Le doy la cámara, enciendo mi grabadora, y la dirijo hacía Borromeo. “Entonces, ¿qué me decís?”

Me mira a los ojos a ver si yo resisto, al rato aparece una sonrisa pícara, y me dice a mi y a mi grabadora, de manera lenta y pronunciando palabra por palabra: “Dile a tus amigos del Faro que hicieron una gran cagada. Son unos cerotes irresponsables. Pero diles también que la palabra de Borromeo, a nombre de la MS13, es que jamás hemos atentado contra periodistas y no vamos a comenzar hacerlo ahora que estamos hablando de diálogo y pacificación. ¿Satisfecho?” 

Okay, yo voy a publicar esto en el Diario. Es un compromiso público.” 

“¿Confiás en mi palabra?” 

“No sé. Estoy aquí para averiguar si puedo confiar en la palabra de ustedes. Te lo digo al final.”

Camilo me señala con el dedo: Bien hecho. 

Borromeo se me queda viendo. Veo en sus ojos que quiere preguntarme algo. “¿Tenés dudas, Borromeo?” Se queda un rato callado, nunca quitándome la mirada a los ojos. Luego dice: “¿Y de dónde los cerotes del Faro han sacado que nosotros recibimos dinero para calmar los homicidios?” No sé qué decirle, porque yo me he hecho la misma pregunta. Interviene Camilo: “Toda la información, incluyendo las mentiras, la recibió El Faro de la gente del FMLN en inteligencia.” 

“¿Y cómo sabés?”, le pregunta el Diablito. “Tengo mis fuentes en el Frente”, le dice Camilo. Es mentira. Tiene fuentes en inteligencia policial, pero esto no se lo puede decir.

Hablamos tres horas. Hacemos recesos para café y pan dulce. El pan dulce lo recogemos de la panadería de los presos. Semita alta, así como me gusta, mieluda. Hay unos cinco panaderos haciendo masa. Me enseñan sus hornos. “Parece de la época de la colonia. Con un horno industrial podríamos abastecer todo el penal y las tiendas del pueblo. Tal vez usted nos ayuda a conseguir el horno...” 

“Yo soy periodista. Yo escribo, no consigo donaciones.” Pero la idea queda en el fondo de mi cabeza.

Hablo largamente con Tiberio, quien resulta ser una especie de alcalde de este pueblo de 2,500 habitantes. Me da un recorrido por todo el penal. Por todas partes hay pandilleros en los pasillos. Todos tratan con mucho respeto a Tiberio —y con cortesía a su invitado. Tiberio me cuenta que fue bombero en Santa Ana. La policía mató a su hermano y él se unió a la MS. Igual como todos los demás, habla de sus hijos. Tiene años sin verlos. Hago la pregunta del millón: “¿Qué futuro quieres para tus hijos?” 

“¿Por qué crees que estamos organizando esta tregua...?” Mi fotógrafo va con nosotros, haciendo su trabajo. Resulta que es el jefe de la MS en Quezaltepeque. Cuando reviso la cámara, me doy cuenta que hace buenas fotos. 


Tiberio enseña el penal Ciudad Barrios

El Pava. Foto Paolo Luers

Regresamos a la sala de reuniones. En algún momento fue la clínica, ahora es el centro de mando de la MS. No cualquiera entra. Hay quienes cuidan la puerta. Discutimos sobre la situación en los penales, la situación en los barrios; y sobre todo, sobre los posibles alcances de la tregua. “Si el gobierno hace su parte, puede ser sostenible. Si no, no”, dice Sirra. “¿Y qué esperan del gobierno?”, pregunto. El que contesta es Borromeo: “Que haga lo que los gobiernos tienen que hacer: Construir escuelas y guarderías, poner puestos de salud, hacer programas vocacionales, arreglar en los barrios las calles, el desagüe...” Veo por primera vez una especie de sonrisa en la cara de El Trece.



El Trece
Saul Antonio Turcios. Foto: Paolo Luers


Luego de la larga discusión, me toca grabar la entrevista. Y tenemos que irnos, porque en la tarde nos esperan en el penal de Cojutepeque, el Viejo Lin y el mando central de la pandilla Barrio 18-Sureños.

Lo que me dicen se deja resumir fácil: Para ellos, la tregua es el primer paso en un posible proceso de pacificación y, a largo plazo, la reinserción a la sociedad. La frase que se repite varias veces, casi como lema: “Somos parte del problema y hemos decidido ser parte de la solución.” El agregado: “Sin nosotros no habrá solución. O lo hacemos entre todos: gobierno, sociedad civil, iglesias, empresas, alcaldías, comunidades y nosotros —o no hay solución.”


La entrevista en Ciudad Barrios.
Marzo 2012. Foto: Pandillero de Quezaltepeque


El Diablito y Sirra son los dos que hablan, a veces Tiberio. Los demás conversan en los intermedios, todos menos El 13, quien guarda silencio. Cuando hay que hacer declaraciones, dejan hablar a sus voceros. Es obvio que tienen mucha confianza en Mijango —el Viejo—y Colindres —monseñor. Bromean con Camilo, a quien le dicen Roberto el guerrillero. El Sirra, dice que es la primera vez que se les han acercado figuras públicas que no buscan pactos electorales, sino que se sientan con ellos para ver cómo salir de la escalada de violencia. “Nosotros nos metimos en esta escalada de violencia y enfrentamiento, no como víctimas, sino como actores —pero igual ha sido motor de la violencia la PNC. Aunque no le creás, nosotros nunca hemos buscado conscientemente crear esta situación de matanza, fuimos en la lógica de la pelea, de la venganza y la contra venganza —y cuando nos dimos cuenta, ya era tarde... Ahora es nuestra oportunidad, tal vez la última, de romper con esta espiral.”

Y siempre, en las declaraciones de los líderes, igual que en las cortas pláticas con otros en las celdas, talleres y pasillos, aparece el tema de sus familias, sus hijos, sus madres... Ahora entiendo de qué me estaba hablando Raúl, cuando me narró las primeras intuiciones de Fabio Colindres, con las cuales todo comenzó. Quiero conocer a este obispo con fama de conservador, lejos de la corriente de la Teología de la Liberación, muy querido en los círculos de la alta burguesía salvadoreña.


Borromeo, El Diablito
Foto: Paolo Luers

La última cosa que me dice Borromeo me deja helado. Me pregunta si en La Ventana hemos tenido problemas “con los bichos”. ¿Es una amenaza sutil? No sé. Mejor encararlo: “¿Y vos qué sabés de mi vida?” 

“¿Crees que hacemos este tipo de reuniones y pláticas con alguien sin saber quién es? Sabemos de tu negocio, sabemos que tenés un hijo, que escribís las Cartas de Paolo, que fuiste guerrillero en Morazán con Roberto y Mijango. Incluso que estuviste detrás de la campaña de Don Ramón que ustedes hicieron contra nosotros.” 

“¿Me querés meter miedo?” 

“Para nada. Quiero ser franco con vos y espero lo mismo de vos.” Con ningún político he tenido una conversación tan franca.


Operación Don Ramón, 2010
Fotos: Paolo Luers



Don Ramón: Una idea loca de acción social que surgió en La Ventana entre tragos con amigos, publicistas y artistas. Dijimos que había que desafiar a las pandillas, con la consigna: “Basta. No pago renta.” Y escogimos como vocero a la figura de Don Ramón. Hicimos una campaña guerrillera, interviniendo monumentos de la ciudad con grandes pancartas con Don Ramón diciendo: “Basta con la renta.” La campaña tuvo su impacto mediático, nos divertimos con ella, pero el intento de tener impacto político quedó corto. “¿Les gustó la campaña?”, le pregunto a Borromeo, y me contesta con una carcajada. “Bien coqueada, bien original...” 

Termina la entrevista. Ahora el clima es más relajado. Small talk con pandilleros. Mi asistente fotógrafo me enseña las fotos que tomó. Son buenas. “Tienes futuro cómo reportero”, digo en broma. “No sé si tengo futuro”, me contesta. Se me acerca uno, al parecer el más viejo de todos ellos. Se ha cambiado de ropa, ahora está vestido al estilo de los pachucos chicanos en California: pantalón negro de cintura alta con tirantes, abrigo largo con hombros anchos y acolchados. “Me falta el sombrero,” dice. Me explica Camilo: “Este es El Pava, fundador de la MS en Los Angeles, es el tipo encargado de preservar los códigos y rituales tradicionales de la MS. Regresa con su sombrero, se pone a posar en diferentes ambientes. Sesión de fotografía de moda nostálgica en el penal... “Algún día te cuento cómo todo comenzó. Hoy todo es muy diferente, a veces pienso que ya no hay honor. No sé en qué va a terminar esta locura que tenemos ahora en las calles. Por esto es tan importante lo que estamos haciendo ahora...”


El Pava, José Luis Mendoza Figueroa
Penal Ciudad Barrios. Foto: Paolo Luers



Nos lleva aparte a Camilo y a mí el tipo que le dicen El Piwa. Todo el tiempo ha estado pegado como chucho a Borromeo, sin hablar nada. “¿Por qué putas dijeron esto de que es la gente del FMLN que ha filtrado mentiras al Faro? No inventen mierdas.” Camilo le encara: “Momento, papito; yo no invento nada. Tengo mis fuentes. Borromeo me preguntó y dije lo que sé. ¿Y vos tenés otra información?”

El Piwa se pone rojo. “Yo no tengo nada. Pero no me gusta que estén intoxicando el pozo. Estás insinuando que el FMLN quiere boicotear la tregua...” Se da vuelta y se va. 


Pandilleros de la MS13 en penal Ciudad Barrios.
Primero de la derecha: El Piwa (Marvin Adaly Quintanilla;
después de su captura, testigo criteriado de la Fiscalía
bajo seudnimo 'Noe'). 


Le pregunto a Camilo: “¿Y esto? ¿Cuál es el problema de este chavo?” 

“Buena pregunta, habrá que averiguar...”  

Cuando vamos ya de salida, El Sirra nos escolta a la puerta de rejas. “¿Qué fue esto con Piwa?”, nos pregunta. “¿Qué discusión tuvieron?”

No sé qué decir, me parece terreno liso. Pero Camilo se lanza: “Me reclamó lo que dije sobre la filtración y la desinformación que la gente de inteligencia del FMLN hizo sobre la tregua. No sé porqué no le gustó al Piwa. Se encachimbó por algo...” 

“No le hagan caso. Nosotros nos encargamos...” No tengo idea qué significa ‘encargarse’ en este submundo... Ni quiero saber.


El Sirra de Santa Tecla, Dionises Umanzor
Penal Ciudad Barrios. Foto: Paolo Luers



Llegamos al portón: “Esperáte, man”, dice el Sirra. “No nos has dicho si al final confiás en nuestra palabra.” 

“Estamos llegando, Arístides, pero me falta una larga plática con los de la 18 y sobre todo, con Fabio Colindres y con Munguía Payés.” 

 

En el trayecto de Ciudad Barrios a Cojutepeque analizo con Camilo todo lo que se habló en el penal. Me dice que lo hice bien, que los pandilleros me agarraron respeto. Vaya, qué honor... Le preocupa la actitud tan reservada o incluso hostil del Trece. Me cuenta todo lo que sabe de los personajes que conocí y de los que voy a ver en Cojute. Son cuentos de secuestros, asesinatos, extorsiones, robos, pleitos con la otra pandilla y ‘limpiezas’ internas. “Cuidado, Paolo, el hecho que te recibieron bien no significa que se puede bajar la guardia.” Tengo que reconocer que me impresionaron. La manera como discuten, su franqueza, sus extrañas muestras de afecto. “¿En qué me estoy metiendo?” 

“En un gran lío, Paolo. Ya somos tres...”

Analizamos otra vez lo del Piwa. Camilo siente que hay algo raro con este hombre. ¿Por qué tiene que defender al FMLN? Si todos ellos estaban furiosos con lo que salió en El Faro, deberían estar interesados de dónde salió... Era obvio que a Borromeo y a Arístides si le interesaba, intercambiaron miradas cuando Camilo mencionó a la gente del Frente. “Mirá Camilo, ya me metiste esta duda en la cabeza: ¿El Frente está tratando de boicotear la tregua?” 

“No tengas dudas. ¿Vos crees que ellos confían en un proceso de pacificación donde los protagonistas son un general, un obispo y un disidente del FMLN?”


Penal Cojutepeque, sede de la 18/Sureños
Marzo 2012. Foto: Paolo Luers


El Viejo Lin, Carlos Ernesto Mojica Lechuga
Líder del Barrio 18/Sureños. Penal Cojutepeque, marzo 2012
Foto: Paolo Luers



En el penal de Cojutepeque nos recibe el Viejo Lin. El mismo ritual. Incluyendo lo referente a El Faro. La misma conversación, esta vez más corta. Igual que Borromeo, el hombre ha hecho su tarea, o alguien se la hizo. Sabe todo sobre Raúl y Camilo y también sobre mí, excepto que uno de nosotros es oficial de policía. Como el Viejo Lin fue guerrillero en los 80, hablamos más detenidamente de la guerra, de los Acuerdos de Paz, de la posibilidad de hacer historia con la pacificación del país. ¿Será que existen paralelos? Él estuvo en el PRTC. Me lo imagino en aquel campamento de esta organización guerrillera en San Vicente, donde pasamos camino de Morazán a Guazapa. Parecía más cueva de ladrones que base guerrillera.

El penal de Cojute es un solo desmadre: sucio, hacinado, hediondo, ruidoso, caótico. Los internos parecen menos disciplinados que en Ciudad Barrios. Los custodios no entran. El Viejo Lin y su equipo me dicen básicamente lo mismo que los de la MS. 


Conversando con los cabecillas de la 18/Sureños.
Foto: Roberto Castillo


El día siguiente me reúno con Raúl. Analizamos mis impresiones. Resalto mucho las coincidencias entre el discurso de los jefes de MS y 18. “¿Se pusieron de acuerdo de cómo enfrentarme?” 

“No. No han tenido tiempo. La cosa es que realmente están en sintonía.”

Ante esta situación decido que no es necesario llevar la misma plática en los penales de Quezaltepeque o Izalco, donde están los líderes de la otra fracción de la 18, los Revolucionarios. No hay mucho tiempo. Raúl quiere hacer la conferencia el 23 de marzo, en la Nunciatura Apostólica. Decido reunirme con Fabio Colindres y luego comenzar a escribir lo que voy a publicar el 23.

Fabio Colindres, a quien veo en su parroquia San Juan Bautista, en el terreno del Estado Mayor enfrente de la Feria Internacional, es un personaje sorprendente. Espontáneamente cordial y muy expresivo, construye confianza en minutos. Entiendo porqué hombres como Borromeo, El Sirra o El Viejo Lin le han permitido hablar de temas tabúes para ellos.


Msr. Fabio Colindres
Foto: Paolo Luers

Me cuenta todos los antecedentes de la tregua, y es obvio que le fascina la oportunidad de promover cambios en la mente, el corazón o el alma de los pandilleros, como él dice en su lenguaje de cura. Para él, la mediación no es un asunto político, sino una misión espiritual, un compromiso cristiano. Está convencido de que la Iglesia como institución tiene la obligación de asumir protagonismo y aprovechar su poder espiritual y su presencia en todas las comunidades y penales del país.

Me recuerda a Rogelio, nuestro padre guerrillero en Morazán —y al mismo tiempo es muy diferente. Lo que tienen en común es la convicción que los hace romper barreras, que normalmente limitan la acción de la Iglesia. Y la disposición de correr riesgos y exponerse a controversias.

Comienzo por entender cómo fue posible que Raúl y Fabio, el guerrero de izquierda y el obispo conservador, pudieron llegar al grado de confianza y coincidencia que obviamente tienen. Lo que para Mijango es un asunto de conflictos políticos y sociales, para Colindres es un asunto de encontrar a Dios —pero están hablando, en diferentes idiomas, exactamente de lo mismo —llegan a las mismas conclusiones. 

“Yo hubiera llegado a Zacatraz a hablarles de política y de historia”, dice Mijango, “y nunca hubiéramos llegado a más que unas discusiones interesantes. Nunca se hubieran permitido mostrarme vulnerabilidad, confusión, dudas y deseos de salir de la violencia, si no fuera por la labor de Fabio. Este hombre les fue hablar de Dios, de la fe, de redención, de perdón, de amor, de responsabilidad por sus familias y comunidades, y a saber qué ondas...”


David Munguía Payes. Ministro de Justicia y Seguridad, 2012


El último eslabón es una larga plática con el ministro Munguía Payés. Y luego una reunión entre los cuatro: el general, el obispo, el exdirigente insurgente, el excombatiente de fuerzas especiales guerrilleras, y yo, un alemán nacionalizado salvadoreño, exguerrillero y periodista. Ningún novelista o guionista de cine se podría inventar una trama así: este improbable conjunto de personeros conspirando con los dirigentes de las pandillas para dar paz social al país. Todavía no tengo conciencia de esto, pero ya soy parte de este equipo. Aunque quisiera, ya no me podré retirar al terreno de observador que investiga, escribe —y se aparta. No lo pude hacer en el 1981, y temo que no lo podré hacer ahora. 



La siguiente entrega:

Capítulo 2:  El Nuncio Apostólico