lunes, 30 de abril de 2007

Encuentros. Un epílogo

Tuvo la extraordinaria oportunidad de compartir cada dos semanas, durante dos años, la mesa con analistas brillantes, ministros, dirigentes partidarios, diputados, alcaldes y –a veces- distinguidos colegas periodistas para cenar, chambrear, y para discutir la cosa pública, los asuntos del país. No para hablar a las cámaras de televisión, porque no las hubo. No para provocar aplausos, porque no hubo público. Normalmente –no siempre- los comensales se tomaron el tiempo y la paciencia para escuchar, el riesgo para contestar sinceramente, la molestia para razonar, el riesgo para repensar sus posiciones. En algunas ocasiones, en nuestra mesa personalidades poderosas llegaron al colmo de confesar dudas, errores, incluso sueños.

Conversando y cenando con la élite política e intelectual del país, cada segundo martes. Y yo –un ex sindicalista, ex guerrillero y siempre izquierdoso- de anfitrión, escuchando, tratando de imponer algún tipo de orden en el caos de las ideas. Haciendo el esfuerzo de convertir la confrontación de ideologías en taller de ideas. Buscando entender y aprender definir las contradicciones. Haciendo el arte de destilar coincidencias.

Estoy hablando de dos años -40 debates- de Encuentros-la cena política de El Faro. Algunos eran brillantes, cuando logramos la mezcla correcta de personajes, cuando como moderador tuve el valor de hacer las preguntas pertinentes, cuando había alguien en la mesa a que por su sinceridad o por su rigurosidad retaba a los demás a salirse de sus discursos ensayados. Otros debates eran predecibles, todos decían lo que sus partidos esperaban de ellos. Pocos frustrantes, cajas de resonancia de mentiras. No todos los políticos saben escuchar. No todos los académicos saben reconocer argumentos válidos fuera de su verdad. Y los que sí saben, no siempre encuentran convenientes –o el valor- de hacerlo.

Retrospectivamente, mido la calidad de nuestros debates no por lo brillante de sus participantes, sino por lo sincero. Por la capacidad de los invitados de apartarse de su guión y realmente entrar en discusión.

Mi objetivo, como moderador -domador, provocador, facilitador- no era el máximo nivel intelectual y analítico, sino la máximo transparencia para nuestros lectores. Como esfuerzo de hacer transparentes los problemas del país y las diferentes visiones de cómo resolverlos, Encuentros fue un éxito.

Como moderador de Encuentros, el columnista adicto a la polémica y la provocación, se volvió mucho más paciente, mucho más tolerante, mucho más flexible. Sin embargo, este rol no me exigía ni doble personalidad ni hipocresía, sino me obligó a buscar balances. Aunque traté de nunca expresarlo, siempre simpaticé con alguien en la mesa, en el debate, en la confrontación de visiones. A veces con el opositor, a veces con el gubernista. A veces con el político, a veces con el analista. A veces con el rebelde, a veces con el pragmático.

Muchas veces salí de la cena política con la urgente necesidad de repensar posiciones que antes había sentido inamovibles, maduradas en años o incluso décadas de mi socialización política, de mi experiencia como observador y analista, de mis andanzas como rebelde, guerrillero, insurgente. A veces en la mesa de Encuentros –la del debate o la de la cena- me convencieron argumentos de personajes que jamás hubiera pensado que les iba a aceptar ni siquiera la hora del día sin chequear mi reloj, mucho menos una posición política o ética. El otro objetivo de Encuentros, entonces, para mí personalmente tal vez el más importante: romper seguridades. Este objetivo no fue escrito en el proyecto inicial. Se fue imponiendo, poquito por poquito, en el camino. Ojala que a los lectores de El Faro y de Encuentros, logramos transmitir nuestro propio aprendizaje. Entonces, sería un éxito.


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PS: Si esta columna da la impresión que Encuentros fue un esfuerzo personal mío, es falsa. Fue un esfuerzo colectivo, en el cual me acompañaron Edith Portillo, Ruth Grégori, Rosarlin Hernández, Daniel Valencia y Carlos Martínez. Este equipo de trabajo tuvo a la par un Consejo Asesor de lujo: Joaquín Samayoa, Carlos Umaña, José Miguel Cruz, Elizabeth Hayek, Ernesto Richter (q.e.p.d.), Kate Andrade, Amparo Marroquín, Domingo Méndez y Roberto Turcios. Con ellos tuvimos el privilegio de discutir mensualmente para elegir temas, definir enfoques temáticos, entender las verdaderas dimensiones de los problemas a debatir.

Además, en el camino encontramos, sin nunca haberlo planificado, padrinos en los diferentes partidos, que adoptaron Encuentros, nos ayudaron, nos criticaron, nos abrieron puertas: Héctor Dada, César Funes, Hugo Martínez y Luis Mario Rodríguez. A estos políticos que sin mucha explicación entendieron y asumieron la idea de Encuentros, se debe el éxito del proyecto. Si hubiera un premio nacional de tolerancia y concertación, ellos serían mis candidatos.