Espero que la columna “Cuando el deber llama”
que publicaste este lunes no sea un aviso que hayas aceptado un cargo
en el gobierno. Simplemente no creo que alguien tan crítica,
independiente y exigente como vos quepa en un gabinete presidido por
Nayib Bukele.
Pero vos hiciste en su columna una
comparación extraña para argumentar que los profesionales preparados para
cargos en el gobierno no deberían negarse a aceptarlos, solamente porque no les
parece propicio el ambiente alrededor de un presidente electo “que miente, ataca, difama y desinforma para
explotar el hartazgo de la población sin ofrecer reformas concretas
sustanciales a cambio”. Negarse a colaborar con el nuevo gobierno “sería
el equivalente a quemar el autobús donde vamos todos con tal de demostrar las
imperfecciones del conductor”.
Es una comparación forzada. Si estamos
sentados en un bus y resulta que está al punto de chocar por su manera
irresponsable de manejar del conductor, lo que vamos a hacer es tratar de
bajarnos antes de que nos mate el conductor. O en un caso extremo, trataríamos
a sacar del timón al conductor ebrio, drogado o loco. Lo que a nadie se le ocurriría
sería quemar el bus.
En primera instancia yo trataría de no
subirme a un bus si tengo desconfianza de que el conductor, por ebrio o inepto,
nos va a hacer torta. Entonces, si choca, mala suerte para los que se subieron,
desatendiendo las advertencias. Trágico también para los que el busero se
llevaría de encuentro – pero de todos modos, yo no lo hubiera podido evitar,
aunque me hubiera subido.
Quedémonos con la figura de comparación: Si
usted está al punto de subirse a un bus y ve que el conductor no es de confiar,
¿tendrá sentido sentarse a la par de él para ayudarle a conducir?
Dejemos el bus y hablemos del gabinete de
gobierno. Coincido contigo, Cristina, que es legítimo que alguien, aunque no
esté comulgando con todas las ideas del presidente electo, acepte participar en
el gobierno – si ve posibilidades de aportar por el bien del país. Por más
personas que hagan sin perder el sentido crítico, mejor. Pero tampoco podemos
comparar la decisión de alguien que no quiere ser parte de este gobierno,
porque no cree en su rumbo, con un terrorista que quema el bus, en vez de hacer
lo posible para prevenir que choque.
Ambas posiciones son legítimas: la de
participar para evitar que el gobierno fracase; y la negarse a participar de un
proyecto político en el cual uno no tiene confianza. No se puede tildar de traidores
a los que aceptan participar, y tampoco acusar de sabotaje a los que se
mantendrán en posición crítica o opositora. Tomen en cuenta que uno sirve al
país desde el gobierno o desde la oposición – ambos papeles son necesarios, y
ambos hay que cumplirlos bien y con responsabilidad.
Así
que estimada Cristina, cuidadito con los malos motoristas que suelen chocar los
buses, casi todo los días. Lo mejor es siempre tratar de evitar que tomen
control del volante. Pero si no se pudo, mejor apartarse…
Y cuidadito con figuras de comparación
que no funcionan para fortalecer un argumento. Estoy seguro que coincidimos en
que sería mejor que los que formen el gabinete del gobierno entrante no sean
los peores que rodearon al futuro presidente en toda su trayectoria. Hasta
ahora, con los nombramientos de Cancillería y Cultura, no vamos tan mal –
aunque hasta ahora el dilema que tematizaste (aceptar o no un cargo) no ha
existido, ya que ambas mujeres nombradas provienen del círculo interno, casi
familiar del presidente electo.
Saludos,
Vea la columna “Cuando el deber llama” de Cristina López
(MAS! y EL DIARIO DE HOY)