A veces una foto puede cambiar la historia. Una de esas fotos recorrió el mundo en 1967. Salió en las portadas de casi todos los periódicos del mundo. Captaba a un general sur-vietnamita ejecutando a un prisionero. Esta foto hizo más que cientos de comentarios o reportajes para cambiar la historia de la guerra de Vietnam. Cambió la vida de muchas personas. Uno ve la foto y elementos de juicio y emociones antes aislados caen en su lugar, formando opiniones, provocando actitudes y acciones, forjando personalidades. Yo era un estudiante de literatura y lingüística de 23 años en la Universidad Técnica de Berlín, con una carrera asegurada en la industria cultural alemana. De un día al otro, la foto me cambió, me hizo cambiar de rumbo. Primero me hizo cambiar el tema de mi tesis: empecé a desarrollar, a partir de esta foto, una teoría sobre el nuevo lenguaje visual desarrollado por los periódicos y la televisión. Viví, trabajé, soñé con esta foto por casi dos años, hasta que dejé la tesis y la carrera para dedicarme plenamente al movimiento contra la guerra norteamericana en Vietnam, Laos y Camboya.Al mismo tiempo, la foto del general vietnamita ejecutando a su prisionero hizo nacer en mí el deseo de ser fotógrafo. Quería obtener este poder que tiene la fotografía sobre la mente.
Una sola foto me generó dos impulsos que por años intentaron propulsarme en direcciones distintas: las ganas de hacer de la fotografía mi profesión y la tentación de poner mi vida en función de la política como arte para cambiar el mundo. Una década más tarde, en 1980, estos dos impulsos se combinaron y me catapultaron a El Salvador para participar en la guerra como fotógrafo.
Una sola foto me generó dos impulsos que por años intentaron propulsarme en direcciones distintas: las ganas de hacer de la fotografía mi profesión y la tentación de poner mi vida en función de la política como arte para cambiar el mundo. Una década más tarde, en 1980, estos dos impulsos se combinaron y me catapultaron a El Salvador para participar en la guerra como fotógrafo.
No sé si alguna de mis fotos tocó la vida de alguna persona como la foto del general vietnamita tocó la mía. Vi algunas fotos mías convertidas en póster y pegados en todas las universidades alemanas, una de un niño guerrillero, otra de un sindicalista en el momento de su captura por la guardia, los dos con caras llenas de una increíble mezcla de tristeza, desafío y orgullo.
Ahora hay fotos de Iraq que me hacen sentir que van a cambiar no sólo el rumbo de esta guerra, sino la percepción del mundo de muchas personas. De todas las fotos impactantes que nos vienen desde Iraq, hay dos que tienen esta característica: la foto de la militar norteamericana Lynndie England llevando a un prisionero iraquí desnudo amarrado del cuello como si fuera perro; y la foto del norteamericano Nick Berg, sentado frente a un grupo de barbudos encapuchados, antes de su decapitación. Son las fotos síntesis de este conflicto.
Pero hay una gran diferencia. Las fotos de Vietnam dieron dirección a toda una generación. A mí me hicieron revolucionario, me hicieron fotógrafo.Las fotos de Iraq son igualmente impactantes, pero lo que al final provocaron fue confusión. Confusión peligrosa. Materia prima de odios y rencores que envenenan generaciones.
Para explicar el porqué de esta diferencia, a lo mejor tendría que retomar mi tesis que abandoné en 1970. La diferencia no reside en las fotos. Reside en los momentos históricos, en la naturaleza de los conflictos. En la guerra de Vietnam (así como en la de El Salvador y antes la guerra civil de España) era fácil tomar partido. Es más, era casi obligatorio. Había buenos y había malos. No quiero decir que en estas guerras todo era blanco y negro, que de un lado todos eran malos y del otro, todos buenos. Nada de eso. Pero en esencia había en estros conflictos un bando que tenía la razón histórica y las fotos podían tener este efecto de hacer visible esta esencia y obligar al lector a tomar partido.
En la guerra de Iraq, no existen los buenos. Uno puede estar en contra de lo que están haciendo los Estados Unidos en Iraq, pero difícilmente en pro del otro bando. El dilema comienza con no saber quién es el otro bando. Termina con rechazar totalmente la visión del mundo que este otro bando propaga; sean seguidores de Saddam Hussein o de Osama Bin Laden, o fundamentalistas chiítas, no hay donde encontrar coincidencias. Ninguna. Tampoco sobre la manera de resolver este conflicto. Uno dice: entregar el poder provisional a la ONU, ellos dinamitan la sede de la ONU, de la Cruz Roja y de los corresponsales.
La guerra de Estados Unidos en Vietnam, Camboya y Laos no sólo generó un movimiento internacional contra la guerra norteamericana, sino un movimiento mundial en favor de un mundo más justo. Esto no va a pasar hoy.
No es que las fotos hayan perdido este poder mágico de poder tocar a las personas. Nos tocan profundamente. Las fotos de torturas y ejecuciones en Iraq hicieron llorar, hicieron pensar, hicieron protestar a muchas personas. Pero para cambiarlas, se necesita rumbo. Y rumbo no se ve. (Publicado en El Faro)