Hannah Arendt, la gran dama de la teoría política del Siglo XX,
alemana de origen judío, publicó en 1951 el libro que la hizo famosa: Los Orígenes del Totalitarismo.
Parece ser un análisis muy actual de fenómenos como el ascenso al poder
de Trump, la nueva derecha francesa, el populismo de izquierda de
Podemos en España, o el éxito de izquierdas autoritarias en América
Latina.
Un colega alemán, Constantin Wißmann, cometió un plagio genial:
Construyó con textos publicados por Hannah Arendt hace 66 años sobre el
totalitarismo una entrevista sobre los peligros de hoy. Yo cometo, entonces, un doble plagio: adapto el plagio de Wißmann a temas criollos.
Movimientos totalitarios pueden surgir,
cuando existen masas que de repente demandan representación política –
masas que no tienen la cohesión de intereses comunes, ni conciencia de
clase, demasiado indiferentes a los asuntos públicos para tener cabida
en partidos, ni sindicatos, ni gremios. Estas masas incluso pueden
constituir la mayoría, pero en tiempos normales se mantienen
políticamente neutrales. Votan en elecciones, pero no se afilian a
partidos. Pero de repente, en tiempos de crisis, pueden aparecer
movimientos de vocación totalitaria que logran movilizar estas masas.
Hoy los llamamos movimientos populistas o de anti-política. ¿Por qué los partidos tradicionales no logran absorberlos?
(De acuerdo, voy a usar estos términos del Siglo XXI). El sistema parlamentario de partidos se encuentra en declive desde finales del Siglo 19. El fenómeno que cualquier grupo
que nazca fuera del parlamentarismo y con un programa más allá de
intereses de clases y partidos tiene posibilidades de hacerse popular,
tiene más de 100 años. Dicen representar el bien común y estar
capacitados de administrar al Estado mejor que el sistema partidario,
pero es una ilusión. Dicen querer superar los intereses múltiples y
contradictorias que operan en una sociedad de clases, pero buscan
imponer su interés particular: el poder, el control dictatorial del
aparato del Estado.
¿Y los partidos no saben enfrentar esta situación?
Los movimientos populistas, sean de
derecha o de izquierda, reclutan a sus seguidores de aquella masa
compuesta por sectores aparentemente no interesados en la política, los
cuales son descartados por los partidos como demasiado estúpidos y
apáticos. El éxito masivo de estos movimientos desarma dos ilusiones
esenciales de las democracias. La primera es que todos los habitantes de
un país son ciudadanos con un interés activo en los asuntos públicos, y
se sienten representados, incluso si nunca votan. Estas masas
políticamente indiferentes pueden constituirse incluso como mayoría en
una democracia.
La segunda ilusión es que estas masas siempre se mantendrán neutrales y pasivos. Las profundas sacudidas que movimientos populistas provocan demuestran que las democracias partidarias requieren de la tolerancia silenciosa de todos los inactivos. Dependen del consentimiento inarticulado de las masas, igual que dependen del carácter articulado de sus instituciones.
Con el rompimiento de la estructura de
clases, las mayorías apáticas que antes dieron respaldo pasivo a los
partidos, se convierten en una masa no estructurada de individuos llenos
de resentimientos y odio, unidos solamente por la percepción de que los
políticos, que antes representaban la sociedad y fueron respetados como
líderes, en realidad son bufones al servicio de los poderes fácticos.
Estas masas resentidas crecieron en Alemania luego de la Primera Guerra
Mundial, en una situación de desempleo masivo e inflación. Fueron
recogidas y movilizadas por los comunistas y los nazis.
¿Usted dice que lo que moviliza estas masas es el odio a las élites?
La propaganda de los populistas,
descifrando bien este ánimo de las masas, pone en el centro de su
agitación los temas que la opinión pública y que los partidos
tradicionales tratan de silenciar. Las masas engañadas, en su inocente
ignorancia, creen fervientemente que hay verdades que el sistema
partidario y los gobiernos esconden.
¿Por qué estas masas apoyan movimientos que también tratan de seducirlas con promesas? ¿Por qué no desconfían de ellos igual que de los partidos tradicionales?
Son personas que nunca antes estaban en
el escenario político. Esto facilita la introducción de un método nuevo
de propaganda política: cubrir con silencio los argumentos de sus
adversarios. Estos movimientos reclutan a sus seguidores entre quienes
nunca han sido parte de este sistema. No tienen que preocuparse de
convencer, porque convencer presume que antes existían opiniones
diferentes. Parten de la premisa que sus seguidores no tienen nada en
común con los demás ciudadanos, e interpretan todas las diferencias de
opinión con el establishment como diferencias inamovibles de carácter
social, étnico o sicológico, más allá de la racionalidad y las opiniones
individuales.
Lo único que perciben estas masas del mundo de real son sus puntos ciegos, o sea los temas que el sistema quiere callar, y los rumores que no enfrenta públicamente, porque sabe que tocan, aunque en forma pervertida, puntos reales y vulnerables. De estos puntos extrae la propaganda populista aquel mínimo de verdad que necesario para construir puentes de la realidad hacia la ficción. Por donde sea que encuentran puntos que el sistema trata de esconder, la propaganda gana la apariencia de realidad. Escándalos en la alta sociedad, corrupción política, y todo lo que aporta la prensa amarillista proveen a la propaganda populista armas.
A partir de Donald Trump surgieron en el debate político los términos “post truth” y “realidad alternativa”…
Para sostener una realidad ficticia, se
requiere de un sistema de engaño más “coherente”. Los movimientos
populistas dan consistencia a la mentira, volviéndola gradualmente parte
estructural de su organización.
¿Cuál es el papel del líder en esta construcción de la realidad alternativa?
El arte del líder consiste en
identificar, dentro de la realidad, los elementos idóneos para su
ficción, y en usarlos de manera que quedan aislados de cualquier
experiencia comprobable, hasta que ya no sean sujetos a racionamiento.
Surge una experiencia independiente del sentido común y libre de su
contexto original. Con esto se construye una coherencia, con la cual la
realidad no puede competir.
Por ejemplo, la fábula de la “conspiración mundial judía” se convirtió en la ficción más eficiente de los nazis en su camino hacia la toma del poder. Solo fue posible, porque todos los partidos establecidos se negaron a tematizar “el problema judío”.
Los populistas logran evocar una realidad
alternativa que sirve mejor a las necesidades anímicas de las masas que
la realidad que viven; un mundo, en el cual las masas pueden sentirse
mejor, y en la cual evaden los terremotos que la vida real les genera.
Este refugio en la ficción les da la apariencia de autoestima y dignidad
que la vida real les niega. La obsesionada ceguera corresponde a la
alienación en un mundo marcado por caos y desastres que la gente no
quiere enfrentar. La rebelión de las masas contra el realismo del
sentido común es resultado de una atomización que hizo perder a la gente
su estatus dentro de la sociedad. Solo donde el sentido común ha
perdido su vigencia, el populismo puede triunfar.
¿La gente querrá que le mientan? ¿O cómo podemos explicar que populistas como Trump, Pablo Iglesias, Marine Le Pen o Nayib Bukele tienen tantos seguidores?
La mezcla fatal de ingenua credulidad y cinismo surge donde la gente, en un mundo cambiante que no logra entender, se las arregla a creer todo y nada, convencida que todo es posible y nada es verdad. El populismo constituye exitosamente un público masivo dispuesto a aceptar todo, por más improbable que sea, pero al mismo tiempo no se sentirá defraudado cuando se comprueba el engaño, porque ya llegó a la conclusión que en última instancia cualquier afirmación es mentira.
Pero entonces, ¿cómo hacen los líderes populistas que las masas les creen a ellos?
No necesitan que les crean. Lo único que
necesitan es que las masas ya no crean a ninguna de las instancias del
poder establecido.
Esta entrevista es también ficción. Hannah Arendt, nacida 1906 en Alemania, murió 1975 en New York. Todas sus respuestas son tomadas de su libro “Los orígenes del totalitarismo”, publicado en 1951, con algunas pequeñas ediciones para facilitar el flujo de la conversación. No todas las citas corresponden a las que escogió Constantin Wißmann, a quien estoy plagiando el plagio de Hannah Arendt. El único cambio atrevido que he hecho es sustituir la palabra “totalitario” por “populista”.
Paolo Luers