"En El Salvador no hay ni cortes, ni fiscales, ni parlamento, ni instituciones autónomas que pueden cuestionar las decisiones que emanan del Ejecutivo. Mucho menos la ciudadanía, que tiene miedo y además ya no tiene acceso a la información pública. Este es el peor escenario para la implementación de tecnologías, que en otros países, con instituciones democráticas, pueden funcionar sin riesgos, como la energía nuclear, con la cual usted también está coqueteando, o la minería de oro."
El audio en la voz del autor: ORO.mp3
Ciudadano Bukele:
La leyenda griega dice que Midas, el rey de Frigia, en Asia Menor, tenía un poder extraordinario: Todo lo que tocaba se convertía en oro. Pero también dice la leyenda que Midas terminó muriendo de hambre...
Esto suena parecido a lo que ayer me dijo un hombre, originario de Santa Rosa de Lima. De joven trabajó en las minas de oro de San Sebastián encima de la ciudad, pero luego de un gran pleito con los dueños de la mina, unos gringos, sobre la contaminación del agua, lo persiguió la Guardia y tuvo que ir a San Salvador. Lo llamé luego de que usted publicó en X que El Salvador debería explotar su riqueza de oro y suspender la “absurda prohibición de la minería metálica”.
“¿Qué pensás de esto que Nayib quiere volver a abrir las minas?”, le pregunté. Sin pensar, me contestó: “El oro que este maitro quiere explotar, es una maldición.”
El pintor Antonio Bonilla lo puso de manera más drástica en su cuenta en Facebook: “Vamos a encontrar oro y comer mierda.” Disculpe su francés, pero el hombre es artista...
Mucho se habla de la minería de oro, unos de sus beneficios, otros de sus riesgos. Para unos sería la bendición, para otros la maldición - por los daños medioambientales y la contaminación de las aguas. No soy experto. Sé que muchos países han desarrollado técnicas seguras de explotar el oro en su suelo. Pero son países que tienen varios factores. que nosotros no tenemos: alta capacidad tecnológica; instituciones democráticas que funcionan; regulaciones muy estrictas que exigen a las empresas mineras hacer importantes inversiones para evitar contaminaciones. En estos países, el Estado tiene la capacidad de obligar a las empresas mineras a cumplir con las leyes y regulaciones.
Por tanto, sería una tontería ver a la minería metálica como un diablo y exigir que se prohíba en todo el mundo. Otra cosa es la prohibición en El Salvador que usted propone abolir. Esta ley de prohibición se hizo para un país, en el cual no hay instituciones que pueden garantizar que las empresas mineras inviertan grandes sumas para aplicar sistemas de prevención de accidentes y contaminaciones. Y si esto fue así en los gobiernos anteriores, hoy, en el suyo, es peor. Hoy todas las decisiones son centralizadas, se toman con criterios políticos de acumulación de poder y empresariales para acumular riqueza, no con criterios científicos o de protección al medio ambiente.
No hay ni cortes, ni fiscales, ni parlamento, ni instituciones autónomas que pueden cuestionar las decisiones que emanan del Ejecutivo. Mucho menos la ciudadanía, que tiene miedo y además ya no tiene acceso a la información pública.
Este es el peor escenario para la implementación de tecnologías, que en otros países, con instituciones democráticas, pueden funcionar sin riesgos, como la energía nuclear, con la cual usted también está coqueteando, o la minería de oro.
Además, este interés por el oro no viene del cielo. Sólo tiene sentido si usted ya tiene claro, con quiénes se va a meter en este negocio. Así que, en esta primera ronda de la discusión, la gente le va a hacer un par de preguntas incómodas:
· ¿Quiénes son los inversores que han comprado tierras en las zonas que tienen yacimientos de oro?
· ¿Todavía Pacific Rim posee los terrenos que compró para su proyecto Mina Dorada en Cabañas que se suspendió con la ley que prohíbe la minería metálica?
· ¿Con cuáles consorcios internacionales, que a nivel mundial manejan la minería de oro, usted tiene acuerdos -o preacuerdos- para que inviertan, una vez que la Asamblea, obediente que es, levante la prohibición?
· ¿Acaso son los canadienses de Pacific Rim, que demandaron a El Salvador por $300 millones; o son los chinos o los turcos de aquel clan Yilderim al cual ya dieron el control de nuestros puertos?
· ¿Cuáles inversores salvadoreños participarían de esta piñata?
· ¿Su familia, luego de hacerse cafetaleros y terratenientes, ser hará minera?
· ¿Cuánto están dispuestos los consorcios de invertir para ejecutar la minería en nuestro país con los estándares de seguridad de, por ejemplo, Canadá o Japón?
· ¿Cómo va su gobierno garantizar y supervisar el cumplimiento de las promesas de una “minería verde”?
· ¿Piensan a permitir la minería a cielo abierto, en la cual se remueven cerros enteros?
· ¿Con qué tipo de ley de regulación de la minería piensan sustituir la actual ley?
· ¿Qué poderes tendrán las instituciones de control?
· Y la pregunta del millón: ¿Qué porción de la ganancia de este negocio quedaría al Estado?
Ambas fotos fueron publicadas de empresas que promueven la minera de oro a cielo abierto como ecológicamente sostenible |
Usted promete oro para todos. Pero me temo que lo que vamos a recibir será agua pestilente para todos.
Estamos pendientes que aclare todos estos detallitos antes de crear hechos.
Saludos, Midas Bukele, de
* * *
Capítulo 16: El infiltrado
(1984)
Llego nuevamente a Morazán. A los días, Luisa me manda a llamar a la comandancia. Tiene cara seria. “Te tengo que hacer un par de preguntas que tal vez serán incómodas.”
“¿Qué hice esta vez? ¿Algún atentado contra la moral revolucionaria?” Pero Luisa no está con ánimo de bromear: “Es serio el asunto.”
Me muestra una foto: “¿Conocés a este hombre?” Lo reconozco inmediatamente. Así como uno se recuerda de gente agradable, igual de gente detestable. Le cuento que es un fotógrafo colombiano, a quien conocí en el 1981 en San Salvador. Vivía igual que yo y otros periodistas en la casa de huéspedes La Pradera, a la vuelta de la embajada gringa. “¿Es amigo tuyo?”
“Por lo contrario, era un dolor de huevos, más bien una garrapata, que todo el mundo quería quitarse de encima. ¿Qué pasó con él? Lo perdí de vista a finales del 1981.”
El tipo siempre se quería colar con los equipos de reporteros, que cada día se armaron espontáneamente para cubrir cualquier noticia. A nadie le agradaba. Y a mí me comenzó a crear desconfianza por su necia insistencia de ponerlo en contacto con los compas de la Universidad y de los comandos urbanos —o de llevarlo a Morazán. “Vos que tenés contactos...”, siempre me decía, y esto iba en contra de todos las reglas no escritas de esta comunidad de reporteros y fotógrafos. El tipo lanzó preguntas que no se hacen, e hizo alusiones inapropiadas. Por eso, yo siempre me negué de compartir cualquier cobertura, información o contacto con él. Luego desapareció sin despedirse, y al rato una fotógrafa inglesa nos contó que lo había visto tomando fotos en Chalatenango, acompañando a fuerzas de las FPL.
Cuento todo esto a Luisa, ella toma notas, repregunta, y al rato me dice: “Bueno, todo esto coincide con lo que hemos averiguado con los compañeros de las FPL.” Y me comienza a hacer preguntas sobre otro periodista, que también vivía en La Pradera: Renato, un italiano, que yo siempre sospechaba que tenía vínculos con las FPL. Y sobre Ana María, una alemana, otra inquilina de La Pradera, muy amiga de Renato, y de la cual yo asumía que también tenía vínculos o por lo menos mucha simpatía con las FPL. Y hablando con ella sobre Alemania, siempre me topé con que no quería revelar nada. Me había hecho la idea de que Ana María podía ser de la gente involucrada con algún grupo alemán de guerrilla urbana, que había buscado refugio en Centroamérica. Obviamente, nunca hablamos de esto. Ni una sola palabra.
Cuento también todo esto a Luisa, y otra vez me dice: “Coincide con lo que nos dijeron las FPL. Son colaboradores de ellos. ¿Nunca has tenido sospechas que podrían ser infiltrados del enemigo?”
“¿Quiénes? ¿Renato y Ana María? No, jamás. ¿Si me preguntás por el colombiano, sí se me ocurrió?”
“¿Por qué?”
“Por las mierdas que siempre andaba preguntando. Por la manera cómo se quería pegar conmigo.”
“Bueno, resulta que este colombiano es teniente del ejército colombiano, y anda en una operación conjunta con los gringos. Lo tenemos preso aquí. Tenía la misión de infiltrar la Venceremos y recabar información sobre los movimientos de la comandancia y la radio. Y cuando lo interrogamos, dijo que sus contactos en San Salvador eran Renato, Ana María y vos...”
Me cae como un rayo. Acusaciones como estas, por más ridículas que sean, pueden costarte la vida. Cuando Luisa ve mi cara de susto, se ríe y dice: “No te preocupés, en el caso tuyo ya sabemos que es paja. Chequeamos unas fechas que él nos dio, y no coinciden con tus movimientos y viajes.”
“¿Así que me investigaron, Luisa? No lo puedo creer.”
“Claro que te investigamos. Seríamos irresponsables si no lo hacemos, solamente porque nos caes bien...” Vaya consuelo.
Luisa, la jefa |
“Habla con Maravilla. Él ha estado involucrado en los interrogatorios, junto al Chele César. Tal vez tendrá una idea de cómo vos podés sacarle más información.”
Por supuesto, Maravilla tiene una idea. Y por supuesto, es una locura. “Mira, enano, como este hijueputa trató de embarrarte a vos, saquemos provecho de esa mentira...”
Maravilla en acción |
El plan es que yo, a quien el fulano tiene años de no ver, aparezca de golpe en la casa donde lo tiene el Chele, pero ya no me presentaría como el periodista que conoció, sino como un guerrillero. A ver si al verse confrontado con el tipo que él denunció, suelta la lengua.
Vamos a Las Guarumas, en el gran ‘hoyo’ entre Jocoaitique, San Fernando y Torola. Ahí funciona la cárcel guerrillera de Morazán. Me recibe el responsable, nada menos que el Chele César, el mítico Santos Lino Ramírez. Marvin Galeas describe a este personaje legendario de la guerrilla:
Decían los soldados que Santos Lino Ramírez, Comandante César, solía convertirse en perro, piedra o racimo de guineo para evadir la muerte. Fue un tío suyo que allá en su tierra natal, Tres Calles, echó a correr el rumor de que Santos Lino había hecho pacto con el Diablo y que por eso lo amaban las mujeres y era inmortal.
San Agustín Tres Calles, en el sur de Usulután, tenía fama de ser un pueblo de hombres que dirimían asuntos de honor a machetazos. Desde pequeño, pues, Santos Lino aprendió el arte del machete. Ya de adolescente se hizo alto y esbelto. Además era medio rubio.
Aseguraban que el Chele era capaz de lanzar un coco al aire y pelarlo con el machete antes de que cayera al suelo. El mujeral se moría por él. Varias novias arrebatadas fueron causa de muchas de sus peleas a machetazo limpio, de los cuales salió siempre incólume.
En las fincas donde trabajaba ganando un colón con 25 centavos, por jornadas de 10 horas, terminaban corriéndolo porque protestaba por el maltrato de patrones y caporales. Por rebelde nadie le daba trabajo. Se metió a la Policía Nacional. Fue campeón de tiro con pistola y fusil. Y allí también, entre guardias y policías, se corrió la leyenda de que tenía el poder de transformarse en cualquier otra persona, animal o cosa.
Dicen que era implacable con los ladrones y violadores, pero que se negó a agarrar a garrotazos a los maestros en huelga y a los estudiantes que salían a protestar contra la guerra de Vietnam, en los desfiles bufos de los Sesenta y Setenta. Por eso y por no dejarse joder de oficiales abusadores, lo comenzaron a castigar por todo. Dejó la Policía y tras una breve temporada como obrero en San Salvador se enroló en 1973, en la naciente guerrilla del ERP.
En 1974, sacudió al país, cuando apareció en televisión, tras un operativo guerrillero para tomarse el canal, lanzando un mensaje revolucionario. Allí estaba en la pantalla, alto, armado y con pasamontañas, diciendo que fue policía y que ahora era un soldado de los pobres. La leyenda del policía, que era brujo y después guerrillero comenzó a crecer más.
Fue uno de los más osados guerrilleros urbanos en los Setenta, y uno de los más temidos comandantes de campo en los Ochenta. Donde pasaba su columna formada por sus paisanos de Tres Calles, no volvía a crecer la hierba. Los trescalleños preferían pegar los balazos entre ceja y ceja para ahorrar munición. Consideraban que tenderse era una mariconada y preferían parapetarse detrás de una pared o un palo o de nada.
La dirección del ERP pidió a sus comandantes que hicieran conciencia en los combatientes para que, durante las incursiones a los pueblos, no tocaran nada de los civiles. El Chele, esto yo lo vi y oí, les dijo a los suyos: “Al que robe, lo mato”. Eso fue todo su discurso. De verde olivo, Santos Lino, parecía un asesor gringo. Feroz en el combate. Gran contador de chistes en la fogata de la cocina guerrillera, solidario y humilde.
(Marvin Galeas, El Diario de Hoy, 8 octubre 2014)
Tomando café y comiendo pan dulce, que a saber dónde lo ha conseguido César, entre los tres hacemos el plan. César me va a convertir en comando, prestándome uno de sus uniformes, un Galil y una boina roja. Así disfrazado voy a entrar, en la hora de la siesta luego del almuerzo, a la casa donde tienen al colombiano, con cara de bravo y paso de alguien que sabe qué hace... Maravilla, desde afuera, va a grabar la conversación que se iba a desarrollar entre el infiltrado y el hombre a quien puso el dedo.
Cuando entro a la casa, dejo la puerta abierta, de manera que para el hombre que está tendido en una hamaca en un cuarto oscuro, aparezco como una silueta contra la luz del día. Una silueta armada. El hombre, medio dormido, se levanta de un salto y comienza a recularse hasta topar con la pared. Todavía no me reconoce, sólo ve alguien que lo puede matar.
“A ver, hijueputa, a mí me querías joder, poniéndome el dedo,” le digo, con voz tranquila. “Pero resulta que el jodido sos vos. Ya ves que no soy sólo el reportero que conociste en San Salvador.”
“¿Y quién sos? Todo esto es un malentendido...” Le interrumpo: “Soy uno de los hombres que van a decidir qué hacer con vos. Y ahora me vas a explicar todo, cabrón de mierda...”
El pobre está temblando y sudando. Me acerco paso a paso, fusil en mano. Casi me da lástima. Se da cuenta que no tiene sentido negar que cuando lo interrogaron, me nombró a mí como su cómplice y contacto. Trata de convencerme que solamente lo inventó para que no lo torturaran, que algo tenía que decirles. Entonces, les dijo que yo era un infiltrado en el ERP.
Maravilla graba todo. Los nombres nuevos que soltó: sus contactos en la embajada de Estados Unidos. Otra vez Renato, pero inmediatamente se retracta cuando se da cuenta de mi reacción. Le digo: “No te atrevas a usar el nombre de gente tan valiosa como Renato y Ana María. Vos sos una miseria a la par de ellos.”
No sé si la información que soltó servirá para algo o si es otro montón de mentiras. Al tipo lo están tratando bien, nadie lo tortura, y poco después me informan que lo van a entregar a la embajada de Colombia.
Siguiente entrega, martes 3 diciembre 2024:
Capítulo 17: La decisión de quedarme (1984)
Capítulo 18: Mozote II (Monterrosa, 1984)