"Ustedes en Estados Unidos observaron lo que pasó en El Salvado como otro experimento exótico en una República Bananera. Si no lo detienen, Estados Unidos se estará convirtiendo en otra República Bananera, con una oligarquía corrupta administrándola."
Publicado en MAS! y DIARIO DE HOY, jueves 30 enero 2025
En El Salvador pasó lo mismo: Le gente votó por una cosa y recibió otra. Votaron por más seguridad, pero lo que recibieron era seguridad a costo de la democracia y los derechos civiles. Votaron por menos corrupción y recibieron un gobierno cuya esencia es la corrupción. La gran pregunta es: ¿Hasta cuándo vamos a tolerarlo?
Hoy ustedes en Estados Unidos están en la misma situación. Una mayoría votó por las promesas de Trump: Menos despilfarro y burocracia en el gobierno; rescate de la industria; restablecer el orgullo nacional. Pero ahora se dan cuenta que la Casa Blanca está suspendiendo todo desembolso de fondos federales para municipios, estados y organizaciones no gubernamentales. Quedan sin financiamiento programas sociales, de salud, de educación, de protección para grupos vulnerables, de medio ambiente, y en especial los programas de inclusión social.
El memorándum que ordena todo esto, firmado por un tal Matthew J. Vaeth, director en funciones de la Oficina de Administración y Presupuesto de la Casa Blanca, dice que se trata de “recursos federales usados para la agenda marxista de equidad, de derechos de transexuales, del Nuevo Pacto Verde y de políticas de ‘reingeniería social.”
El mismo memorándum dice que se trata de “alinear todos los gastos y actos federales con la voluntad del pueblo americano expresado en las directrices del presidente.” Así de claro y pelado: El Estado se alinea con el presidente. El hecho que todos estos programas y gastos han sido aprobados por el Congreso, ya no importa. Tampoco importa que el bienestar de amplios sectores de la población, en gran medida, depende de estos programas financiados con fondos federales, ahora suspendidos. Hasta la asistencia de salud mediante Medicare está afectada. Por eso, varios estados y sus fiscales generales están presentado demandas contra la suspensión de todas de la asistencia financiera federal.
Previamente, la Casa Blanca ya había ordenado la congelación inmediata de toda la ayuda internacional, con excepción de la asistencia militar. Están afectados todos los programas de asistencia en Salud, Educación y preservación del medio ambiente en países pobres – ni hablar de la asistencia que la AID está brindando al fortalecimiento de la sociedad civil en países bajo gobiernos autoritarios – por ejemplo en El Salador. Para la Casa Blanca, todos estos son programas de carácter marxista que no caben en la ideología, ahora oficial, del ‘America First’.
Pregunté a un ex funcionario de la AID sobre los alcances de esta nueva política exterior. Me dijo que “el impacto serádevastador, es una ‘política de tierra arrasada’, como en los manuales de contrainsurgencia, y no dejará nadie de pie.”
Le pregunté cómo se está implementando este cambio radical y me explicó: “Están desarmando la AID, despidiendo a todos los funcionarios de alta y mediana responsabilidad. Los fondos están bloqueados, supuestamente mientras se haga una evaluación política de cada programa. Pero la ‘evaluación’ se hará en Casa Blanca, con los criterios ideológicos del nuevo staff de Trump. Será un desastre. Pueden quedar sin medicina millones de pacientes de SIDA y de otras enfermedades en África. A los amigos en El Salvador diles que ya no habrá fondos para organizaciones de Derechos Humanos, medioambientales, transparencia y de inclusión social. Ni un dólar más para el fortalecimiento de la sociedad civil, que trata de resistir a una dictadura. La futura ayuda para El Salvador será a la medida de las necesidades de Nayib Bukele.”
‘Política de tierra arrasada’ es un comparación bastante radical, pero define bien lo que está pasando. En países como El Salvador y ahora también Estados Unidos, todos los recursos de los gobiernos están en función de alinear el actuar de todo el Estado con la ideología de la nueva derecha autoritaria.
Cuesta creer que en un país como Estados Unidos se reproduzca el mismo guion de centralización del poder, el mismo recorte de gastos sociales, la misma filosofía de la ‘medicina amarga’, que en El Salvador ya están en plena marcha.
Ustedes en Estados Unidos observaron lo que pasó en El Salvado como otro experimento exótico en una República Bananera. Si no lo detienen, Estados Unidos se estará convirtiendo en otra República Bananera, con una oligarquía corrupta administrándola.
Saludos,
1992. Paz. En las afueras de la terminal de carga del aeropuerto internacional de El Salvador. Estamos esperando un vuelo especial cubano, que traerá de regreso a los niños salvadoreños exiliados en Cuba. Ya hay paz y pueden regresar a su país, a sus familias. Los que tienen. Entre los que estamos esperando hay muchos conocidos, miembros del FMLN, excombatientes ansiosos de volver a ver a sus hijos. Muchos tienen años de no verlos. Yo estoy en un grupo, donde están los abuelos de Kharis, María y Nelson, los padres de su papá asesinado. Papá Luis y Mamá Lauri, profesores retirados, que como muchos familiares ese día, no pueden contener las lágrimas.
Para esperar a Charito están sus abuelos maternos, sus abuelos paternos, y su padre. No hablan entre ellos, no más allá de pelearse sobre “con quién se va a ir la niña.” De todos ellos, sólo conozco a la abuela, madre de su mamá caída en 1981. Ella ha ido a Cuba a ver a su nieta, y yo la he visitado un par de veces en San Salvador, dándole noticias de la niña.
El avión aterriza y se parquea a la par de la terminal de carga. Los funcionarios de ACNUR, la agencia de Naciones Unidas a cargo de la repatriación, se suben al avión, junto con oficiales de migración. Al rato comienzan a bajar los pasajeros. No veo a nadie de la familia de Carla. De último bajan Carla, Nelson, Kharis y María, pero no veo a Charito. Carla me ve y me hace señas. Me acerco a alguien de ACNUR, y al fin consigo que me dejen entrar a la pista. Carla me cuenta que Charito no se quiere bajar. Tiene miedo e incertidumbre. Quiere regresar a Cuba. Una funcionaria de ACNUR me acompaña al interior del avión. Ahí está Charito. Ahora tiene 14 años, pero sigue diminuta, y en su asiento de avión se hace aún más pequeña. “No conozco a nadie en este país. No es mi país. Mejor me quedo en Cuba.”
Le explico quienes están esperándola. Y le aseguro que nadie la va a obligar a nada, y si no quiere ir con los abuelos ni con su padre, siempre puede ir a mi casa. Esto al final la convence, y juntos bajamos del avión.
Es un encuentro raro de Charito con sus familiares desconocidos. Todos la bombardean con grandes sermones, tratando de convencerla con quién debe ir. Ella no me suelta, se abraza de mí. Al fin me dice: “Tengo que tomar una decisión. Voy con mi padre. ¿Verdad que si no funciona, siempre puedo vivir con vos y Daniela?” Las chicas han conocido a Daniela, cuando ella fue a Cuba a trabajar con el ECIFAR. Se quedó en la casa de Carla y se hizo amiga de las bichas. Cuando regresó de Cuba, me dijo: “Son maravillosas. Para vos serán hijas, pero para mí serán amigas. Nos van a necesitar.”
Carla, Kharis y Nelson terminan viviendo en la casa de Papá Luis y Mamá Lauri, y María decide vivir con nosotros en nuestra casa recién comprada en la colonia Centroamérica.
Unos 15 años más tarde, voy con Charito a Morazán. Ya es egresada de arquitectura. Su padre fue víctima de la violencia de la postguerra, murió en 1993 cuando lo asaltaron, un año después de que ella regresara de Cuba. Ella decidió ir a vivir con su abuela materna. “No va a ser fácil convivir con ella, pero siento que me necesita,” me dijo poco después de la muerte de su padre. Así que nunca vivió conmigo, pero sigo siendo su papá.
Últimamente, Charito ha preguntado mucho sobre su mamá. Quiere saber cómo era, cómo murió. Quiere conocer a alguien que anduvo con ella en la guerrilla. No es fácil. El compa que me ha dado alguna información, se ha ido a vivir a Australia. He ido varias veces a Morazán y Usulután para averiguar más sobre la muerte de Gina. Al final alguien me dijo: “¿Nunca has hablado con el Viejo German? Creo que él fue el jefe de la escuadra que fue emboscada en el Cerro de Conchagua. Creo que fue en esta emboscada donde Gina murió...”
Nunca se me ha ocurrido hablar con German sobre Gina. No tenía idea que se cruzaron sus vidas. Lo conozco muy bien, fue el jefe de seguridad del campamento de la Comandancia y la Venceremos. Y claro, él es de La Unión, perfectamente pudo haber estado en el Volcán de Conchagua cuando Gina murió.
Vamos camino a Morazán a buscar al Viejo German. Charito está nerviosa. No sabe qué le espera, qué información encontrará. No sabe qué imagen va a tener al fin de su madre. No sabe si le va a contar algo a su abuela, quien no habla con ella de su hija perdida. Guarda rencor de que su hija se haya ido a la guerrilla solo para que la maten…
German tiene una casita en la comunidad Segundo Montes en Meanguera, donde se han asentado muchas de las familias que estaban refugiadas en Honduras durante la guerra. No logré avisarle a German de nuestra visita. Una vecina me enseña la casa que buscamos y me dice: “Ahí está el viejo, debe estar descansando.” La puerta está cerrada. Toco y al rato escucho a alguien decir “entre.” Abro la puerta y veo al Viejo German, hoy ya realmente viejo, tendido en una hamaca. Entro y lo saludo. Tenemos años de no vernos. De repente se pone pálido y con los ojos pelados ve hacía la puerta. Contra la luz ve la silueta de Charito. Se levanta y se acerca: “¿Gina? No puede ser...”
Resulta que Charito se ve igual que su madre. Tiene la edad que tenía su madre al morir. German se llevó el susto de su vida al ver esta aparición. “No puede ser,” repite, “¿sos la hija de Gina?”
Tomando café, estamos sentados con German. “Quiero que le cuentes todo lo que sabés. Ella necesita saber todo.” Y nos cuenta German. Gina fue la brigadista de Salud de la unidad guerrillera móvil que él comandaba. En la ofensiva de enero 1981, participaron en el ataque a al Puerto La Unión y al final se retiraron al cerro de Conchagua. El ejército los perseguía. Cayeron en una emboscada, medio lograron parapetarse detrás de unas piedras. Respondieron el fuego y lograron evitar que los soldados se acercaran. Gina fue malherida de una bala. Le dijo a German: “Yo de esta no salgo. Si nos quedamos, al rato nos van a caer y nos van a matar a todos. Váyanse ustedes, y yo me quedo cubriéndoles la retirada.” German no quiso aceptar. Para él era imposible dejar atrás a un herido. Era imposible permitir que una muchacha le iba a cubrir la retirada —y morir. “Pero tu mamá fue una mujer muy fuerte. Insistió. Casi me da órdenes. Y tuvo razón, no hubo otra opción. Nos retiramos todos, dejándola, con bastante munición. Todavía de lejos escuchamos los tiros de ella. Tiro por tiro, nada de ráfaga. Luego silencio, y era obvio que había muerto.”
“¿Qué pasó con el cuerpo? ¿Lo recuperaron ustedes después?”, le pregunta mi hija.
“No hubo forma, no pudimos regresar. Pero me consta que unos campesinos de la zona la enterraron.”
“¿Sábes adónde?”, le pregunto.
“No sé. Pero sí me contaron que la enterraron. Esto es todo lo que sé.” Más tarde dijo: “Yo nunca quise hablar de esto, porque siempre me sentí mal de haberla dejado ahí. Fue una gran persona, tu madre. Puedes estar orgullosa de ella.”
La guerra también terminó para mi hija.
Con esto, concluye el Libro I : La Guerra
Sigue Libro 2: La Tregua