Luego del holocausto (la matanza de
millones de judíos en toda la Europa cometida por los alemanes), en este país
no es fácil criticar a Israel. Siempre está el fantasma del antisemitismo. Por
una parte el antisemitismo real y existente, el que ha sobrevivido el proceso
de reconciliación, descontaminación ideológica y democratización que ha vivido
Alemania a partir de la derrota de la dictadura nazi. Y por otra parte el
supuesto antisemitismo, la sospecha permanente del antisemitismo – siempre y
cuando alguien critica la estrategia militar israelí o la política de los
asentamientos judíos en territorios palestinos. Es complicado para los alemanes
criticar a Israel. Siempre tienen que mostrar que ya no son antisemitas. Muchas
veces prefieren callarse.
También es complicado apoyar a Israel.
Por ejemplo, yo apoyo a Israel en esta guerra fea en Gaza, porque admiro el
juramento que se hicieron los judíos sobrevivientes del holocausto: “Jamás
volveremos a ser víctimas indefensas. Vamos a golpear a cualquiera que nos
quiere atacar…” Admiro su férrea voluntad de superar la hostilidad de la naturaleza
y de sus vecinos. Admiro su capacidad de poner fin a dos mil años de
comportarse y sentirse como víctimas. Argumento que en Gaza no es una guerra
contra Palestina, sino contra Hamas, una organización terrorista y
fundamentalista que predica la intolerancia. Pero siempre me tengo que
enfrentar a la sospecha (no solo de extraños y amigos, sino incluso de mi
mismo) de que mi apoyo a Israel es resultado de un complejo de culpa colectiva
que me hace ciego e insensible ante los crímenes de guerra de Israel. Para
evadir esta sospecha, inmediatamente decimos: Yo apoyo a Israel, pero critico
sus excesos…
Me encontré aquí en Alemania a militantes
de izquierda que hablan como si mañana van a ir a Gaza para combatir contra ‘la
dictadura israelí’ y el ‘nuevo apartheid’. Y a otros que hablan como si están
por ir a Israel para defender a los judíos. Por supuesto, todo es paja. Hacen
bulla, pero son minorías irrelevantes. La mayoría discute el problema con
seriedad, a pesar de los complejos de culpa y los fantasmas. En el fondo, todos
sabemos que tanto Israel como Palestina tienen derecho de existir – y de luchar
por defender este derecho. Y también sabemos que en ambos bandos hay radicales
que para avanzar sus causas felizmente ponen en riesgo la vida de los civiles,
incluyendo los propios.
Pero esto no impide a tomar partido en
este conflicto. En Gaza, los fundamentalistas tienen el poder absoluto y usan a
la población civil de escudo para sus ataques militares a Israel. En Israel,
los fundamentalistas y racistas son una minoría, y el estado y sus Fuerzas
Armadas gozan del apoyo y están bajo el control de una mayoría democrática multipartidaria.
La única solución es que el pueblo de
Palestina y sus organizaciones representativas quiten a Hamas el control militar
y político en Gaza y constituyan un gobierno legítimo que puede negociar con
Israel la paz, la futura convivencia pacífica y el desarrollo compartido. Si la
poderosa Al Fatah no puede (o no quiere) derrotar a Hamas, lo tendrá que seguir
haciendo Israel. Lamentablemente, el costo lo pagará el pueblo palestino.
Sados desde Alemania, Paolo Lüers
(Mas!/EDH)