viernes, 28 de noviembre de 2008

Populismo de derecha versus populismo de izquierda

Estas son las elecciones del empleo, dijo alguien. Suena bien. Acaso no ha señalado el PNUD, en su último informe sobre el desarrollo en El Salvador, que el empleo es la clave. Entonces, hablar del empleo es políticamente correcto... Felicitaciones a los candidatos.

El tema empleo puede ser muy de moda, en sintonía con lo políticamente correcto y con lo que la gente espera escuchar - pero esto no da sentido a lo que dicen los candidatos sobre el empleo. Ninguno. Adoptan el empleo como discurso, pero lo que dicen no tiene sentido, ni económico ni común. Ni ‘sentido humano’, porque juega con las angustias de la gente.

Rodrigo Ávila promete crear 250 mil empleos. No sé en qué país vive y pretende gobernar. Donde sobrevivimos los mortales, hay una ola de despidos. Las empresas ya han realizado los primeros despidos para prepararse a los dos años duros que vienen y para preservar los demás empleos. Las empresas grandes preparan despidos masivos para la marcha cuesta arriba. En vez de hablar de un pacto nacional para defender y proteger el empleo, con sacrificios de todos los sectores y con apoyo del Estado, Ávila promete un cuarto de millón de empleos nuevos. No es que no haya recibido advertencias. Los mejores economistas del país se le han dada asesoría gratis, pero muy seria: Ya estamos perdiendo empleo, y el primer paso indispensable para la solución es reconocer el problema, su carácter y su gravedad. Le han urgido enfocar en la defensa del empleo, y a empezar a negociar pactos con la empresa privada para lograrlo.

Es cierto, siempre hay que crear nuevos empleos, es parte de una estrategia de defender el empleo. Hay sectores de la economía donde es hasta necesario perder empleos, y hay que impulsar nuevas actividades para compensar. Pero hablar de crear empleos fuera del contexto de una estrategia de defensa del empleo es simplemente irresponsable. De todos modos, no funciona como estratagema electoral, porque nadie lo cree.

El discurso de ARENA -un presidente que sigue diciendo que todo está bien en la economía del país de las maravillas; un candidato que promete un cuarto de millón de puestos de trabajo nuevos, su compañero de fórmula que promete aumento de salario mínimo- es tan burdo que el FMLN y su candidato, si no fueran tan cegados ideológicamente, fácilmente lo podrían desarmar. Por suerte de ARENA, sus contrincantes tampoco viven en el país de la realidad, sin en el país de su himno adoptado de las casas de cartón. En este país donde viven el FMLN y su candidato, en veinte años no ha habido ni crecimiento, ni han mejorado las condiciones de vida, ni se han creado empleos. Esto es lo que está diciendo el candidato: ARENA en 20 años no ha creado empleo, sino desempleo.

Esto es tan falso como la promesa de Ávila de crear 250 mil empleos. Decir que en El Salvador no se han creado empleos en veinte años sólo se le puede ocurrir a alguien con la vista tan nublada por resentimientos y prejuicios ideológicos que ya no logra ver la realidad. Alguien incapaz de ver logros en el período antes de llegar él para salvar El Salvador, porque significaría reconocerle méritos a sus adversarios ideológicos. Por tanto, es alguien que como presidente sería incapaz de identificar dónde hay que dar continuidad a las estrategias y políticas que han sido exitosas.

A esta altura ya está claro que ni la pareja Ávila-Zablah ni la pareja Funes-Sánchez Cerén van a someter a discusión del electorado las estrategias, los pactos y los sacrificios indispensables para diseñar y consensuar una política de defensa del empleo y para adecuar el rol que tiene que asumir el Estado.

Es preciso que en este debate asuman su responsabilidad los académicos, los forjadores de la opinión pública, los empresarios, los dirigentes de la sociedad civil. El asunto del empleo y del modelo de desarrollo y crecimiento es demasiado importante para dejarlo a los populistas de derecha y izquierda que continúan secuestrando el sistema político partidario.

(El Diario de Hoy, Observador Electoral)

jueves, 27 de noviembre de 2008

Del diccionario de la barbarie

Al sólo colapsar la dictadura nazi en 1945, tres escritores alemanes comenzaron a publicar una serie de artículos que luego salieron como libro bajo el título “Aus dem Wörterbuch des Unmenschen” (Del diccionario de la barbarie). Este libro cambió para siempre la manera como los alemanes usamos y entendemos nuestro idioma, creando conciencia de que ciertas palabras o expresiones son reflejo y cómplice de la tiranía y de la barbarie.

Hasta la fecha no puedo usar el término alemán ‘Volk’, que en español significa ‘pueblo’, por el uso que Hitler y sus nazis han hecho de este término, llenándolo con contenidos nacionalistas, racistas y excluyentes. Lo mismo pasa con las palabras alemanas ‘Vaterland’ (patria) o ‘Heimat’ (terruño, tierra natal). No tengo el mismo problema cuando hablo o escribo en español o inglés. Sea cual sea el idioma empleado, siempre tendré cuidado con concepciones como ‘la patria’, ‘el pueblo’, pero hablando alemán hay palabras vetadas. El otro día estuve traduciendo del español al alemán un artículo mío. En el original, no me costó usar términos como ‘dirigente’ o ‘líder’ – pero cómo iba a decir en alemán ‘Führer’, que fue el título que llevó Adolf Hitler y que expresa, para siempre, la concepción reaccionaria y totalitaria del liderazgo político. Tuve que usar el anglicismo ‘leader’, porque el alemán, hasta la fecha, no ha generado un término nuevo e insospechoso.

Que yo sepa, nadie ha hecho una versión ampliada de este diccionario de la barbarie, incorporando la palabras claves de barbarie estalinista. Un colega alemán, Josef Joffe, escribió en el semanario Die Zeit sobre este vacío. Llama la atención Joffe que el término ‘Abweichung’ (desviación) y ‘Verrat’ (traición) siguen en uso en las discusiones de la izquierda alemana de hoy, como si bajo este término no se hubieran decretado las ejecuciones de miles de disidentes.

Tiene razón Josef Joffe. Hay que señalar y vetar ciertas palabras y las concepciones autoritarias que en ellas se expresan. Si no excluimos de los debates términos como ‘traidor’, ‘infiltrado’, ‘vendepatria’ y todas las variaciones de estos conceptos que están de moda en ciertos movimientos de izquierda en Venezuela, Nicaragua y El Salvador, no podemos estar seguros de no ver traidores muertos o encarcelados. Son palabras de exclusión, de amenaza, de violencia. Hay que incluirlos en el diccionario de la barbarie.

Basta leer los testimonios sobre la matanza de ‘infiltrados’ que tuvo lugar entre 1996 y 1990 al interior de una de las organizaciones guerrilleras de El Salvador, las FPL comandados por los actuales dirigentes máximos del FMLN, para entender que no estamos hablando de algo hipotético ni de algo de nuestra prehistoria. Los testigos reportan que unos mil combatientes y colaboradores fueren torturados y ejecutados por sus propios ‘dirigentes’, bajo la acusación de ‘desviación’, ‘infiltración’ y ‘colaboración con el enemigo.’

Basta escuchar las respuestas que del seno del FMLN y en sus órganos de difusión están recibiendo estos testigos y los que han recopilado sus testimonios, para darse cuenta que el lenguaje no han cambiado, los conceptos no han cambiado, la intolerancia no ha cambiado, la incapacidad de ver a disidentes sin pensar en traidores no ha cambiado.

Quiero recomendar -más bien urgir- a mis lectores buscar y leer el libro “Grandeza y miseria en una guerrilla” de Geovani Galeas y Berne Ayalá, que contiene los mencionados testimonios. Para los que hemos participado en el movimiento guerrillero es lectura obligada. Para asumir con dignidad y orgullo nuestro papel en la transformación del país, tenemos que enfrentar la verdad. Toda la verdad, no sólo la que nos conviene.

(Publicado en Siguiente Página)

jueves, 20 de noviembre de 2008

PRUEBA DE CARÁCTER

Una vez que el ex presidente Alfredo Cristiani está siendo demandado en España por el asesinato de los padres jesuitas, la sociedad salvadoreña tiene que reaccionar: el gobierno, los partidos, las iglesias, los hombres y mujeres que junto con Alfredo Cristiani firmaron los acuerdos de paz; y quienes fuimos protagonistas del conflicto bélico que fue sellado con esta refundación del país y, aunque no les gusta reconocer a algunos, con la amnistía para ambos bandos.

Entiendo la necesidad de tener instancias internacionales que pueden generar justicia cuando las nacionales no lo hacen. Si mañana el gobierno venezolano (o el colombiano, o cualquier otro) comete terrorismo de Estado y al mismo tiempo tiene capacidad de impedir que la justicia nacional pueda enjuiciar a los culpables, se necesitan cortes internacionales o de otros países. La mera existencia de estas instancias tiene fuerza preventiva.

Entiendo el derecho y las motivaciones de los familiares del padre Martín Baró de buscar justicia para la muerte de su ser querido. Si no la encontraron en El Salador, lugar del crimen, tienen derecho de buscarla en su país.

Sin embargo, como ex-integrante de una de las fuerzas beligerantes que firmamos la paz, no puedo aceptar que el hombre a quien dimos la mano para sellar la paz, hoy (16 años después) sea puesto en el banquillo de acusado por su actuación en el conflicto. La acusación actual contra Alfredo Cristiani no es un ataque a un ex-adversario, es un ataque a la esencia de los acuerdos que hemos negociado. Por tanto, todos los que hemos construido la paz, nos toca defender a Alfredo Cristiani para proteger la paz. No es por simpatía. No es por considerarlo libre de culpa. Es por razón del Estado y de la paz.

Ignacio Ellacuría, uno de los padres jesuitas víctimas, fue asesinado porque aportó activamente a crear las condiciones para hacerla posible. Frente a la izquierda, Ellacuría argumentó contra la posición que consideraba que sería inmoral negociar con ‘los escuadroneros de ARENA’ y con ‘los genocidas del alto mando’. Y frente a la derecha --precisamente frente al presidente Cristiani-- Ellacuría argumentó contra la posición que consideraba inmoral negociar con los comandantes guerrilleros responsables de secuestros y asesinatos políticos.

El padre Ellacuría hablaba con Cristiani, argumentaba con Cristiani, precisamente porque había que hablar con el hombre que tenía poder sobre los escuadroneros y los generales. Y hablaba con Joaquín Villalobos y Schafick Handal, precisamente para que se sentaran con Cristiani a negociar, a buscar entendimientos, a construir salidas. Siempre he pensado que Ellacuría fue asesinado precisamente porque tenía éxito en esta labor. Fue asesinado para detener la negociación.

Es absurdo querer enjuiciar hoy, en el nombre de Ignacio Ellacuría, al hombre al que él convenció de la solución negociada. Sería absurdo que los protagonistas de estas negociaciones, los ex-dirigentes guerrilleros, dejaran pasar esto, o que incluso lo promovieran.

“Ahora está defendiendo hasta a los asesinos de los mártires jesuitas” - me van a decir los que no entienden nada de nuestra historia. Pero no se trata de defender a personas, sino al edificio que hemos construido negociando la paz, facilitando la amnistía, emprendiendo el camino de la reconciliación.

Varios tienen culpa que ahora, a 16 años, todavía andemos en esta discusión. Esta situación la hubieran podido evitar los dirigentes del Frente con una posición clara respecto a la amnistía.

La culpa la tienen también --sobre todo-- los presidentes areneros, empezando por el mismo Alfredo Cristiani, que no han tenido el valor, la humildad ni el carácter para reconocer los crímenes cometidos y pedir perdón en nombre del Estado. Al igual que los mil campesinos de El Mozote, los padres jesuitas han sido asesinados por el Estado, en nombre del Estado.

Tal vez todo esto todavía tiene reparo. No es tarde para que los signatarios de la paz de ambos bandos se pronuncien. No es tarde para que los dirigentes del Frente tomen una posición inequívoca asumiendo y defendiendo la amnistía que los ha favorecido igual que a los militares. Y no estoy hablando de la amnistía como cuerpo de ley, sino de la amnistía como un principio, como una manera de superación de conflicto.

No es tarde para reparar la falta de carácter que han mostrado los cuatro areneros que han llegado a la presidencia. Nada impide al hombre que quiere ser el quinto arenero presidente a mostrar su valentía y liderazgo diciendo: “Al ser investido presidente de la República, solicitaré a los hermanos jesuitas que me inviten a la UCA, al jardín de las rosas donde descansan los padres asesinados y sus dos colaboradoras, para pedir, como máximo representante del Estado salvadoreño, perdón por los crímenes cometidos en su nombre.”



Con un sólo gesto, se hizo posible el difícil proceso de reconciliación entre Alemania y Polonia: En 1970, el jefe del gobierno alemán Willy Brandt, visitando Varsovia y rompiendo el protocolo, se arrodilló frente al monumento en honor a los millones de polacos y judíos asesinados por los alemanes. La ultraderecha alemana lo acusó de traidor por este gesto, el resto de la sociedad alemana y el mundo lo admiraron por su valor. Este día en Varsovia, el político Brandt se hizo estadista, el padre de la reunificación de Europa.


No se trata de olvido. Pero tampoco de buscar penalización. Se trata de esclarecer, y se trata de perdonar. Para esto, primero los victimarios tienen que pedir perdón. Así como ningún presidente arenero ha pedido perdón por los crímenes cometidos por el Estado, tampoco Salvador Sánchez Cerén ha asumido públicamente la responsabilidad por las ejecuciones sumarias que su organización hizo en San Vicente. Si los máximos responsables de ambos bandos beligerantes pidieran perdón, nadie necesitaría ir a España a buscar justicia.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Intervención en el mercado, ¿lo indispensable o lo más que se puede?

Necesitamos un Estado más fuerte. Sobre esto hay consenso. Estado fuerte para regular al mercado donde el abandono de la regulación ha llevado al caos al mercado.

El peligro es que intervenga y regule un Estado que no sepa hacerlo, con instrumentos inapropiados. Peor aun que intervengan y regulen gobiernos que quieren regular e intervenir lo más que se puede, dirigidos por partidos y políticos que tienen años o incluso décadas de esperar que haya una situación que les permita intervenir en el mercado. Hay una gran diferencia entre estar deseoso de intervenir y sentirse obligado a intervenir. Es una gran diferencia que intervenga un Estado conducido por gente que desconfía de un exceso de intervención del Estado en el mercado -- o un Estado conducido por gente que siempre ha desconfiado del mercado. El primero va a intervenir lo estrictamente necesario, pero lo menos posible. El segundo va a buscar aprovechar la actual crisis para implementar la máxima intervención estatal posible. Para el primero, la nacionalización sería el último recurso, para el segundo la opción preferencial.

No es una cosa hipotética. En la cumbre iberoamericana en San Salvador las voces más altas que exigieron más Estado en la economía eran precisamente los gobiernos que sueñan con la crisis final del sistema capitalista -- crisis que durante décadas han anunciado y que al fin vuelva a poner en la agenda al socialismo. La discusión sobre el capitalismo provocada por los jefes de Estado de Nicaragua, Ecuador, Argentina, Bolivia, Guatemala y Honduras no sólo mostró que bajo la influencia de Cuba, Venezuela y los petrodólares se está formando un bloque de países latinoamericanos que no tiene ningún interés que los mecanismos y organismos del sistema financiero internacional se reformen y se vuelvan eficientes. También mostró un preocupante grado de incapacidad de los demás jefes de Estado de enfrentar esta tendencia. Con pocas excepciones, la cumbre desnudó el bajo –en algunos casos pésimo- nivel de liderazgo y capacidad de debate, análisis y propuesta de los gobernantes de América Latina.

Había muy pocas excepciones: la chilena Bachelet, el brasileño Lula, el español Rodríguez Zapatero, el colombiano Uribe y el mexicano Calderón. Todos los demás, o brillaron por discursos cargados de ideología trasnochada o por incapacidad de responder. Lograr que esta cumbre lograra algunos resultados y no termine en un gran fracaso, es resultado de una excelente y encomiable labor del presidente anfitrión.

Para que la receta de más Estado y más regulación funcione y para que la medicina no sea más dañina que la enfermedad, primero hay que construir Estado. Parece que Estados Unidos, el país clave para el sistema financiero mundial, está haciendo precisamente esto con el ascenso de los demócratas al poder: reconstruir el Estado que bajo la presidencia de Bush ha perdido la capacidad de intervenir adecuadamente en crisis económicas, financieras e incluso naturales.

“Regular el funcionamiento de los mercados globales, sin la tentación de confiar en la autorregulación de la ‘mano invisible’, tampoco debe llevarnos a lo contrario, con un exceso de intervencionismo del Estado o de los Estados concertados. Necesitamos Estados modernos, fuertes y ágiles, que sean ellos mismos transparentes, eficaces y previsibles. Regular el mercado no es sustituirlo, sino enmarcarlo en su función correcta. Por eso es la hora de la política como gobierno de los intereses de los ciudadanos en el espacio que compartimos, desde lo local nacional hasta lo global, pasando por integraciones regionales como la Unión Europea, capaces de ordenar el sistema financiero y los flujos comerciales,” escribió Felipe González en El País.

En la cumbre iberoamericana, los que más intervención del Estado promovieron, eran los que presiden sobre los estados menos transparentes, menos eficaces, menos previsibles y menos democráticos: Venezuela, Cuba, Nicaragua, Ecuador, Bolivia, Argentina.

El debate constructivo de cómo repensar las relaciones entre Estado y mercado no nace en estos lados. Nacerá en la nueva administración demócrata en Washington y sus debates y negociaciones con líderes como el francés Sarkozy, la alemana Merkel, el británico Brown, el español Rodríguez Zapatero, y el brasileño Lula. Las nuevas formas mundiales de regulación saldrán de un debate que no es entre capitalismo y socialismo. Es entre los que están construyendo Estados verdaderamente democráticos, unos con criterios más conservadores, otros con criterios más liberales, otros con criterios socialdemócratas.

En El Salvador, los candidatos a la presidencia tienen que decir con claridad cómo piensan construir un Estado e instituciones capaces de relacionarse con el mercado, para hacerlo más efectivo y evitar abusos, desequilibrios y crisis incontrolables, y sin ponerle trabas. Anunciar que el próximo gobierno va a generar “más empleo” o “más justicia”, sin decir cómo, con qué institucionalidad, y con qué instrumentos regulatorios es una falacia que ya no hay que dejar pasar a ningún candidato.

(El Diario de Hoy, Observador Electoral)

jueves, 6 de noviembre de 2008

Columna transversal: No le pidan milagros a Obama

Barack Obama es electo presidente, no dios. “Que cada niño, cada ciudadano y cada inmigrante nuevo sepa que a partir de este día realmente todo es posible en América.” Así comenta la elección de Barack Obama uno de los columnistas más prestigiosos de Estados Unidos, Thomas L. Friedman del New York Times.

Palabras grandes. Palabras peligrosas.

Son tan mentira y tan verdad como lo que muchos han querido contarnos: que la existencia de hombres como Bill Gates y Steve Jobs (los legendarios fundadores de Microsoft y Apple) comprueba que en Estados Unidos cada estudiante tiene la oportunidad de convertirse en billonario. O que Pelé es la prueba que cada niño en cualquier barrio pobre de América Latina puede salir de la pobreza jugando fútbol. Las historias de estos hombres y sus éxitos son verdaderas, los mitos creados son mentira, engaño, propaganda.

El mismo Obama, en su discurso en la noche electoral ante sus seguidores en Chicago, fue mucho más realista: “This victory alone is not the change we seek - it is only the chance for us to make that change... Esta victoria en sí misma no es el cambio que buscamos - es sólo la oportunidad para que hagamos ese cambio.”

Algunos de los seguidores de Obama –sobre todo los que ahora se quieren subir al tren del éxito y del poder- se dedican a convertir a Obama en mitos. De nada le servirá esto a Obama. Si lo que logre hacer y construir en los próximos años lo convierte en mitos, es otra cosa. Sería un mitos basado en hechos, en logros, en transformaciones exitosas. Convertirlo en mitos sólo por el hecho que haya logrado llegar a la Casa Blanca sólo puede convertirse en obstáculo para lo que se propuso hacer y tiene mandato amplio a buscar: transformar Estados Unidos, devolverle dinámica, dignidad y autoridad. Reconstruir un Estado que puede asumir el desafío de regular el mercado sin hacer más daño que el ya hecho por el mercado desregulado...

Las expectativas que enfrenta Obama son altas. No tiene sentido aumentarlas. No tiene sentido pedirle milagros. Obama puede hacer buen gobierno, puede restablecer el prestigio de su país en el mundo, puede ampliar las oportunidades de los en Estados Unidos y en el mundo. Este es su mandato. Milagros hay que pedir a las instancias correspondientes...

Hay un lado de Obama que provoca que, en vez de apoyarlo, le rindan culto. Tal vez este lado de Obama era indispensable para ganar en un país tan conservador, a los conservadores a la McCain. Pero el presidente, el estadista, el comandante en jefe que tiene que surgir de esta campaña, debe ser diferente. Tengo la sensación que Obama lo sabe perfectamente. El discurso de victoria de Chicago tiene una primera parte que muestra al Obama presidente: palabras mesuradas, palabras que tratan de contrarrestar los fanatismos, los resentimientos y simplificaciones que ha despertado la campaña tan largo, tan dura, tan controversial, tan cargada de emociones, tan cerca de traumas colectivos...

En la segunda parte del discurso de Chicago, Obama –frente a 200 mil seguidores que esta noche a gritos piden emociones, no racionalidades- regresa al tono de campaña. El meeting otra vez se convierte en culto, el candidato en predicador, la frase “Yes we can! ¡Sí podemos!” en el estribillo litúrgico que los feligreses repiten con lágrimas en sus ojos...

Me quedo con el Barack Obama presidente, él de la primera parte del discurso de Chicago, donde dice: “Habrá reveses y salidas en falso. Hay muchos que no estarán de acuerdo con cada decisión o política mía cuando sea presidente. Y sabemos que el gobierno no puede solucionar todos los problemas. Pero siempre seré sincero con ustedes sobre los retos que nos afrontan. Yo los escucharé, sobre todo cuando discrepemos.”

Espero que el Obama candidato, el que a veces cayó en el sermón, el que se presta a idolatría como la de Thomas L. Friedman y miles de intelectuales liberales y de izquierda, el que es sujeto a culto en vez de debate analítico, no llegue a la Casa Blanca, sino quede en la extraordinaria historia de esta campaña seductora que logró lo casi imposible: llevar al poder en Estados Unidos al hijo de un inmigrante africano.

Si es así, ¡bienvenido, presidente Obama! Ya era tiempo.

(El Diario de Hoy)

domingo, 2 de noviembre de 2008

El escándalo del puerto La Unión

Está pasando lo impensable: El puerto La Unión estará listo y no podrá operar, porque El Salvador no ha logrado definir el modo de concesión y operación del puerto.

No sé cuánto dinero va a dejar de percibir el fisco por esta negligencia del gobierno. Pero esto no es lo más importante, sino: ¿Cuántas familias van a tener que esperar cuántos meses antes de poder vivir de los empleos que generará el puerto?

La importancia del puerto no reside en el dinero que el Estado ganará operándolo o comisionándolo. Reside en el impulso que el puerto, bien operado, puede dar a la economía del país.

No había ninguna razón de dejar el debate sobre la concesión del puerto hasta el último momento. No había necesidad de permitir (o provocar, ¿quién sabe?) que la decisión sobre el modo de concesión más conveniente para el país se mezcle con la coyuntura electoral.

Desde enero 2005, cuando se inició la construcción del puerto, se sabía cuándo se iba a entregar la obra y para qué fecha se necesitaría haber resuelto las definiciones legales, financieras, políticas y operativas del convenio de concesión. Más bien, todo esto se sabía desde el 2001, cuando la Asamblea Legislativa autorizó el convenio de préstamo con Japón para la construcción del puerto.

Lo responsable hubiera sido construir un acuerdo nacional sobre la concesión del puerto dentro del contexto del acuerdo nacional sobre su construcción. Responsabilidad del gobierno, por cierto. Es el gobierno que tiene que asegurar que la búsqueda de los acuerdos políticos y legislativos no genere retrasos en la puesta en práctica de este proyecto de interés nacional estratégico.

Incluso en el caso hipotético (pero improbable) que mañana se logre un acuerdo legislativo sobre el modelo de concesión, ya será tarde. A esta fecha el futuro operador del puerto La Unión ya tendría que estar construyendo las infraestructuras técnicas que le tocan. Ya tendría que haber encargado las grúas. La tecnología portuaria no es una cosa que se compra en una tienda, se tiene que diseñar, negociar, financiar y encargar con tiempo.

Cualquier modelo de concesión -junto con Acajutla, o sólo La Unión; con o sin participación mayoritaria del Estado; sólo el puerto o incluyendo el polo de desarrollo alrededor del mismo- hubiera sido mejor que lo que está pasando ahora: que al recibir la obra no tenemos operador, no tenemos plan de inversión, no tenemos la infraestructura técnica, no tenemos clientes, no tenemos puerto.

Sin embargo, sí es importante el modelo de concesión. Incluso, parece que ya estaba sobre la mesa un acuerdo, negociado con mucha habilidad por la vicepresidenta Ana Vilma de Escobar, que contemplaba una participación del Estado de 20% en la compañía operadora de los puertos. Participación suficiente grande para garantizar al Estado el acceso a los libros e influencia en las decisiones estratégicas.

Participación suficientemente reducida para dejar la mera operación en manos de un consorcio con capacidad de inversión, con experiencia y con la relaciones con las navieras internacionales. Este acuerdo hubiera dejado en manos del Estado el resto del polo de desarrollo alrededor del puerto, no para empresas estatales, sino para un sistema de concesiones con diversos inversionistas y operadores, donde el factor común, coordinador y supervisor sería el Estado.

Este acuerdo, de por si ya tardío, pero por lo menos políticamente posible y económicamente razonable, recibió un torpedazo cuando Arturo Zablah, en la presentación de su candidatura dentro de la fórmula presidencial de ARENA, puso su veto. Con Él no iba a haber una concesión del puerto sin mayoría accionaria del Estado.

Uno entiende que de alguna manera el nuevo socio de ARENA tuvo que mostrar su hombría y su fidelidad a sus promesas de 'cambio.' Infortunadamente escogió mal el punto de honor. Todos respetamos a Arturo Zablah por su crítica consecuente a la manera como los gobiernos de ARENA han realizado las privatizaciones.

Todos esperamos que mantenga esta posición. Sin embargo, no hay que permitir que los fantasmas de las privatizaciones mal manejadas espanten a los pocos consorcios internacionales dispuestos y capaces de convertir al puerto de La Unión en el dinamizador de la economía nacional que queremos y necesitamos.

El gobierno ya tiene que cargar con la responsabilidad de no haber construido a tiempo un modelo de concesión que hubiera permitido iniciar las operaciones del puerto La Unión sin retrasos. No puede darse el lujo de ahora hacer suyo el veto de Arturo Zablah contra el modelo de concesión con participación minoritaria del Estado.

Ya tenemos el conflicto absurdo sobre la participación mayoritaria que la CEL quiere negar a la compañía italiana Enel en la empresa de generación geotérmica LaGeo.

Los italianos han hecho todas las inversiones financieras y tecnológicas que se comprometieron a hacer, y el gobierno no quiere cumplir con su compromiso de transferirles la mayoría accionaria.

Un malísimo antecedente en nuestra política de conseguir inversiones para un ambicioso plan energético. ¿Serán LaGeo y el puerto de La Unión muestras de un cambio en nuestra política de atracción de inversiones y transferencias de tecnologías?

¿Por qué expongo este caso en la sección Observador Electoral? Porque no escucho a los candidatos hablar del tema. Y lo que escuchamos de uno de ellos, es preocupante.

(Publicado en El Diario de Hoy, Observador Electoral)