lunes, 26 de diciembre de 2005

Carta a Santa

Querido Santa, quiero primero agradecerte el regalo anticipado que nos has hecho: un nuevo director de policía. Cuando yo reclamaba a mi mamá que había pedido a Santa una bicicleta y me apareció como regalo de navidad una enciclopedia, ella me dijo: “Hijo, Santa sabe mejor que nosotros lo que realmente necesitamos.” En aquel entonces, no me convenció mucho, pero hoy sé que tenía razón. No sólo con la enciclopedia (me sirvió bastante, la canjeé para conseguir la bicicleta), sino con lo de la sabiduría de quien conoce mejor que uno las necesidades reales.

Bueno, Santa, lo hiciste otra vez. A saber qué te pidieron los salvadoreños, pero vos dijiste: Lo que necesitan es alguien al cargo de la PNC que actúe. Hace unos pocos días hablé con un oficial de la PNC y me dijo que nunca había sentido tan baja la moral de los policías. Me habló del impacto fatal que tenía sobre la moral dos fenómenos: la corrupción en la dirección y la total ausencia de respuestas, por parte de la dirección, a la alta cuota de policías muertos. “Esto no hubiera pasado con Rodrigo”, me dijo. Sorpresa: No es arenero, es uno de los guerrilleros convertidos en jefes policiales. La cosa es que bajo el mando de Rodrigo Ávila nunca se sintió aislado, sintió que estaban combatiendo la delincuencia. En los últimos años –en la PNC bajo Mauricio Sandoval y, sobre todo, bajo Ricardo Meneses- él y muchos otros oficiales y agentes se sintieron aislados, impotentes, frustrados.

Qué bueno que tú también hayas visto esto, Santa. El nuevo director de policía es el mejor regalo que nos pudiste haber dado. Y el impacto ha sido inmediato: Ayer me encontré con una patrulla de la PNC, con estos agentes a pata que andan en el vecindario. Esta vez, siendo navidad, hubo oportunidad de platicar. Les pregunté como vieron el hecho de tener como nuevo director al viejo conocido Rodrigo Ávila. “Nos va a apoyar más”, dijo uno. “Sí, nos va a aumentar el sueldo”, dijo otro. “No jodás”, dijo el primero, el menos joven de la patrulla, “no estoy hablando del sueldo, estoy hablando de apoyo. Estoy hablando que nos va a devolver el orgullo de ser policía.”
Sacar a Ricardo Meneses no sólo del Castillo de la PNC, sino del país, me parece un piquete bastante bueno, Santa, pero si es cierto que vos escuchas lo que realmente piensa y necesita la gente, tenés que soltar algunos regalos más. Una golondrina no hace verano, y un buen hombre como director no hace buena policía, aunque así como la golondrina anuncia el verano puede anunciar una nueva tendencia.

Entonces, para que lo del nuevo director de la policía haga verano, Santa, te voy a pedir algunos regalos más, tal vez te ayuda en tu difícil tarea de entender lo que necesita la gente... y cumplirles.

Aquí, con toda humildad, la lista, Santa. Por favorcito,

• Que hagan una depuración radical dentro de la policía, pero incluyendo todos los niveles de jefatura.
• Que pongan a los cuadros más calificados al mando de las áreas estratégicas, independiente de lealtades políticas o religiosas.
• Regalale a la PNC un presupuesto adecuado, sobre todo para investigación, servicios científicos, inteligencia policial, medios de transporte, capacitación.
• Hacé que la policía se acerque más a las comunidades: menos rotación, más arraigo.
• Ponele a la par del nuevo director de policía a un nuevo fiscal general capaz, independiente y decidido a volver funcional el triángulo policía-fiscalía-cortes.
• Y, para cerrar la obra con brocha de oro: Que el partido gobernante deje de utilizar el tema del combate a la delincuencia para fines partidarios y electorales. (Deciles que no necesitan jugar con el miedo de la gente para ganar, Santa, tal vez a vos te hacen caso...) No más variaciones del Plan Mano Dura, más profesionalidad e institucionalidad en policía y fiscalía. Tal vez de esta manera se puede llegar a un acuerdo nacional de combate a la delincuencia, la de tatuaje como la de cuello limpiamente blanco.

Sé que es mucho pedir, pero Santa no puede permitir que su regalo anticipado –el nuevo director de policía- quede inútil, mal aprovechado, atado de las manos o mediatizado por otras instancias del gobierno que jalen para otro lado...

Entonces, estimado señor presidente Elías Antonio Saca, con todo respeto, por favor, no se quede a medias.

Atentamente,

Paolo
(Publicado en El Faro)

lunes, 19 de diciembre de 2005

La apuesta

Si tenemos un rubro de exportación y si además resulta que es el más importante, el único en crecimiento, entonces, nos tenemos que hacer la pregunta: ¿Cómo fomentamos esta exportación que nos hace viable nuestra economía y nuestra balanza comercial? Tenemos que hacer todo lo posible (y a lo mejor algo imposible también) para ver cómo exportamos más, a mejor precio. Tenemos que mejorar el producto, para que lo podamos exportar a mejores condiciones y obtener mejores precios.

Traducida esta lógica (que todo el mundo aplica a productos como café, tamales o zapatos) a la única cosa que El Salvador exporta exitosamente –mano de obra- esto significa: tratados internacionales con los países receptores de nuestra mano de obra para conseguir que puedan emigrar más gente, que ganen mejor, que tengan mejores condiciones de trabajo, de legalidad, de acceso a todos los servicios, incluso los que les sirven para seguirse capacitando y así cotizarse mejor. Y significa acá mejor educación, mejor preparación para los jóvenes, para exportar mano de obra más calificada o mejor pagada.

No entiendo por qué un planteamiento de este tipo es percibido como cínico, como utilitarista, como algo inmoral.

Todo el mundo sabe que la migración mantiene a flote la economía de El Salvador. Si, pero no es la migración como fenómeno antropológico la que nos mantiene a flote, es la inserción de salvadoreños en el mercado globalizado de trabajo, son los salarios que los emigrantes devengan en Estados Unidos y otros países.

Si todo el mundo sabe esto, ¿por qué nadie está dispuesto a decir: apostemos a ésto, pero en serio?

Dicen: Así es, pero no podemos apostar a ésto.

Los argumentos: No podemos exportar seres humanos. Nadie está planteando que exportemos personas. Nadie está hablando de esclavos. El producto que se vende –en las fincas de Santa Ana, en las fábricas de Soyapango, en las maquilas de Comalapa, o en Estados Unidos; ¿cuál es la diferencia?- no es la persona, es la mano de obra. La mano de obra se vende – eso se llama mercado de trabajo. Y no es inmoral, por lo contrario: vino a superar la esclavitud y abrir el paso a la libre organización de los trabajadores.

Otro argumento: No podemos fomentar la migración ilegal. Pues, mientras el Estado no garantice vías legales de migración, de hecho seguirá la migración ilegal, con todos los riesgos y costos que implica. No se trata de fomentarla. Hay que suavizar sus efectos y hay que paulatinamente legalizarla.

Es al revés: Mientras no apostemos a la migración como exportación de mano de obra, condenamos a la gente a la ilegalidad, a la no protección y al mal aprovechamiento de nuestro recurso humano.

Detrás de todo esto hay una diferencia en los objetivos. ¿Queremos que los salvadoreños tengan cada vez más acceso al mercado globalizado de trabajo, con todas las oportunidades que esto significa para los individuos, las familias y para el país? ¿O queremos que –aunque sea por arte de magia- la gente ya no tenga necesidad de emigrar para tener oportunidades?

¿Cuál de los dos mundos soñamos? ¿Un mundo donde cada uno queda en su familia, en su caserío, en su pueblo, en su país, sin necesidad de salir – o un mundo con cada vez menos fronteras para que la gente busque sus oportunidades en otras partes?

A mi no me gusta la visión idílica de un mundo sin migraciones. No me agrada. De todos modos no es realista, no es viable. Las migraciones son parte definitoria del proceso social, cultural y económico de los últimos siglos. Primero la gran migración del campo a las ciudades. Hoy la gran migración del tercer mundo al primero.

Lo que hay que erradicar es que la migración –mejor dicho la inserción en el mercado internacional de trabajo- sea forzada. Tiene que ser una opción – y a esta opción habría que apostar porque fomenta el desarrollo del país, como ilustra el informe del PNUD y también el debate en Encuentros (www.encuentrsoenelfaro.net). Pero debe haber también la opción de quedarse, deben crearse oportunidades a nivel nacional y local. Y nuevamente, el informe da pistas como esto puede ser resultado de un proceso de retroalimentación causado por la misma migración.

Y sobre todo hay que erradicar los efectos negativos. Pero nuevamente: La desintegración familiar no se supera diciendo a los hombres que se queden, aunque sea sin trabajo. Se supera conquistando para los salvadoreños que trabajan en Estados Unidos, ya con cierta estabilidad legal y laboral, que puedan llevarse a su esposa y a sus hijos.

Sólo apostando a la migración –al derecho de participar en el mercado internacional de trabajo- los problemas planteados por la migración ilegal tienen soluciones.

Si la migración que hasta ahora se efectúa de manera ilegal, con altísimos costos para las familias y para la sociedad, es tan productiva para el país, como comprueba el estudio entregado por el PNUD, ¿no se potenciaría esta productividad si apostamos –como nación, como estado, como sociedad- a esta forma de inserción en la globalización?

Imagínese que todos los que se vayan a trabajar a Estados Unidos (o Europa) sepan inglés, manejen computación, tengan un oficio cotizable en el primer mundo. No sólo ganarían mejor, tendrían mejores condiciones para integrarse, también tendrían muchísimo más oportunidades de aprender, formarse, desarrollarse profesionalmente y regresar a El Salvador transformados en transformadores.
Los migrantes no son “expulsados”. Hay que dejar de ver el fenómeno así, de manera condescendiente. Son gente que se cotizan en un mercado de trabajo más amplio que el nacional.
Además constituyen “capital” del núcleo familiar que los manda (o los manda a traer desde Estados Unidos). Para las familias, la decisión de invertir miles de dólares en un viaje de un familiar, es una decisión empresarial. Hubieron podido invertir este dinero en algún negocio local –un taxi, un terreno, una pupusería- pero saben que es mejor negocio invertirlo en la exportación de mano de obra.

Si las familias humildes -miles de ellas- hacen esta apuesta, ¿no será mejor que el país también la haga?
(Publicado en El Faro)

lunes, 12 de diciembre de 2005

Sobre la crítica

En mi última columna escribí que, para ser crítico de cine, hay que saber de cine y hay que saber criticar. Quiero ampliar este concepto con otro requisito indispensable: Para ser crítico, hay que saber escuchar crítica.

Una muy querida amiga y colega me escribe “que siempre parece que estás enojado con alguien o con todo” y pone, como “subject” de su e-mail, las palabras “muy ácido”. Y mi editor, quien me adelanta las cartas recibidas, agrega: “Concuerdo con ella.”

Es cierto: Hay muchísimas cosas (hechos, sucesos, personajes) que me provocan crítica ácida y, más que enojo, rabia. Pero igualmente hay cosas que me encantan, que me alegran, que merecen cuidarlas, fomentarlas, difundirlas. Por lo menos en mi balance muy personal, deben pesar más las cosas positivas que las negativas, porque resulta que yo tengo fama de ser optimista incurable. Soy uno de los pocos que siguen creyendo en el futuro de El Salvador. Estoy convencido de que la guerra y los Acuerdos de Paz valieron la pena y han abierto espacios que todavía no hemos sido capaces de ocupar. Yo soy uno de los raros que piensan que los problemas del país tienen solución. Todavía creo que la izquierda no está muerta, sino que después de llegar al fondo de su crisis, podamos construir una izquierda dinámica, creíble, responsable.

Muchos de mis amigos y colegas -quienes nunca provocan pleitos enojándose públicamente y criticando ácidamente- se burlan de mi optimismo, de mi confianza en el progreso, en la capacidad de detectar, analizar y superar errores y deficiencias.

Tiene razón mi amiga: Criticar demasiado y de manera demasiado ácida puede ser un problema. Pero dejar de criticar y retirarse a una posición de silencio, resignación, pesimismo y escepticismo es peor. Es cínico. Es irresponsable.

La razón por la cual yo enfoco más en lo negativo que en lo positivo es muy sencilla y tiene poco que ver con mi estado de ánimo: Hay en nuestra cultura un déficit de crítica. También en el periodismo. Lo que se escribe, o es meramente descriptivo; o repite lo que dicen las fuentes, sobre todo cuando son fuentes que tienen que ver con los poderes políticos o fácticos; o es puro elogio. No sólo frente a los poderes. ¿Cuántas veces leemos en los periódicos reseñas críticas de las películas en cartelera? Casi nunca. Casi siempre repiten los comunicados de los distribuidores. Y cuando un crítico de teatro y otros espectáculos toma en serio su oficio, como lo hizo Héctor Sermeño, lo atacan de destructivo, de insensible, de no apoyar el arte nacional.
En nuestra cultura existe el grave error de pensar que lo crítico –señalar lo negativo- es destructivo; y que lo positivo -lo afirmativo, lo condescendiente, el elogio, el respeto- es constructivo. No criticar cuando hace falta criticar es destructivo. Tratar con respeto y condescendencia lo que está mal es destructivo.

Pero yo tengo que reconocer: No hablar de lo bueno también puede ser destructivo. Sólo que esto es mucho más difícil si uno quiere hacerlo bien. Un ejemplo: Ante la avalancha permanente de propaganda que emite el gobierno para auto elogiarse, no encuentro cómo escribir algo positivo sobre la labor gubernamental, aunque haya cosas positivas y aunque a veces me de ganas de resaltarlo. La labor de Evelyn Jacir, por ejemplo, construyendo instrumentos efectivos de defensa al consumidor; el trabajo de la vicepresidenta Ana Vilma de Escobar, atrayendo inversión extranjera al país; el silencioso esfuerzo de Cecilia Gallardo, introduciendo políticas sociales de corte socialdemócrata a un gobierno de derecha; la manera como Tony Saca aprovecha el corto lapso de poder real que le da la presidencia, el control del partido, su popularidad personal y la crisis de la derecha tradicional para transformar ARENA de la expresión política de la cúpula empresarial en un partido popular de derecha abierto hacia el centro y reformas de corte socialdemócrata.

Lo mismo pasa con la izquierda. Mientras no dejen de propagar su estúpida consigna “Somos buen gobierno”, no voy a escribir sobre lo bueno que hay en la gestión de algunos alcaldes. De todos modos, lo que necesitan es crítica y debate, ya que en su partido ya no existen. Y aquella nueva izquierda que quiere levantarse, lo que más le urge es transparencia y análisis crítico. De nada le sirve que uno resalte las pocas cosas que hacen bien.

Y en cuanto a los medios –cuya crítica es parte esencial de esta columna transversal- muchos colegas me preguntan: ¿Y todo lo que hacemos es malo? O ¿Por qué sólo pasas criticando a los medios? Claro que hay cosas buenas. Me encanta la manera en que un bicho irreverente como Oscar Martínez interroga a celebridades como Joaquín Villalobos, Cardenal, Oscar Andrés Rodríguez Maradiaga o Daniel Ortega. Me gustan los reportajes de Metzi Rosales y Ricardo Valencia. Amo las caricaturas de Alecus. El trabajo de muchos fotógrafos, tanto en el Diario como en la Prensa, me parece extraordinario, siempre cuando les dan espacio y libertad creativa. Nunca me pierdo las columnas de Joaquín Samayoa, Miguel Cruz, Joaquín Villalobos, Miguel Huezo, Héctor Vidal – lo que no significa que siempre estoy de acuerdo con sus planteamientos. Lo bueno no reside en que uno esté de acuerdo. Pero, ¿será necesario dedicarle columnas a estos aciertos de los periódicos? No es necesario, porque se distinguen solitos en un mar de mediocridad, mentiras, campañas apenas encubiertas y otras aberraciones con que los periódicos llenan sus páginas.

Incluso a los columnistas que aprecio prefiero dedicarles columnas cuando no estoy de acuerdo. Tal vez de esta manera podamos iniciar diálogos que valgan la pena y que nos lleven a entender mejor al país.

Quiero tomar en serio la crítica –en cuanto a lo ácido y lo enojado de mis columnas- pero no se cómo hacerles caso. No sé como ser periodista o columnista sin criticar, incluso sin ofender. La cura que no duele normalmente no sirve.

¿Y el equilibrio? ¿Que pasa con la obligación de ser balanceado?, me pueden preguntar. Pero, ¿cuál obligación? Si alguien me contrata (y me paga) para ser crítico de cine, por ejemplo, y me exige que haga reseña de 10 películas que aparecen en cartelera cada mes, probablemente voy a elogiar algunas, destrozar a otras y encontrar al resto algo insignificante. Si alguien me contrata para hacer un balance equilibrado de la actuación de todos los partidos o de todas las dependencias del gobierno (y si así se presenta al público el proyecto periodístico), entonces será mi deber ser muy justo, establecer equilibrios, buscar lo negativo y lo positivo de cada uno... Y si sólo critico, mi editor y el público tendrían todo el derecho de reclamarme.

Pero, yo sólo soy un columnista que emite, dentro del concierto de opiniones, las mías, sin contrato, sin compromiso con nadie. Puedo –¡debo!- olvidarme de equilibrios. Los equilibrios y los contrapesos se establecen entre las opiniones diversas, no tiene que ser equilibrado cada uno. Sería horriblemente aburrido. Si yo critico a alguien, otro lo va a defender si lo merece. No tengo que criticar y defenderlo yo. No soy juez, soy escritor.

Ni siquiera de los jueces –quienes por ley tienen que ser justos- se espera que citen ante su cámara a los honrados para darles premios de buen comportamiento.

Pero cuidado con estas comparaciones: Nosotros quienes escribimos no somos jueces. No estamos en función de la justicia, sino en función de la verdad, del debate, de la transparencia. Si para cumplir esta función hay que criticar, hay que hacerlo. Si para cumplir con esta función hay que rescatar lo positivo que ya no se distingue entre el escepticismo y el cinismo, hay que hacerlo.
(Publicado en El Faro)

lunes, 5 de diciembre de 2005

Zapatero a tus zapatos

Cuando trajeron a El Salvador la película Voces Inocentes, me ocurrió lo mismo que siempre me pasa cuando todo el mundo me pregunta “¿Ya viste tal y tal cosa?”: Me provoca no ir. Es por esa razón que me tardé tres años para visitar Marte; cuatro años para ver “La lista de Schindler”; no fui al concierto de Santana; no he leído las últimas novelas de García Márquez.

Entonces, tampoco fui a ver Voces Inocentes. En este caso, me bastaron los comentarios de los demás –en los periódicos, en las tertulias en mi bar- para convencerme que esta película no sirve. Ojo, no eran los comentarios negativos que escuché (muy pocos), sino los comentarios positivos (muchos) que me llevaron a esta conclusión. ¿Cómo me iba a gustar una película que me la quieren vender con el argumento que hizo llorar a todo el mundo? Si hacer llorar a la gente es fácil, es barato, y casi nunca sirve para nada. Hacer pensar a la gente es el arte. La película “La vida es bella” no te hace llorar. Te hace reír y pensar sobre el holocausto. Ya todo el mundo te hizo llorar del Holocausto, pero la mayoría sigue sin entender. Vino Roberto Benigni y nos hizo reír. Reír sobre el campo de concentración, obviamente te obliga a pensar. ¡Eso es cine! ¡Eso es arte! ¡Eso es humanismo! En cambio, llorar no te hace pensar, casi siempre sustituye el pensar.

Pero de repente me entraron las ganas, no de verla, sino de escribir sobre ella. Obviamente, tenía que ir a verla. Ese mi maldito instinto de ir contra corriente. Entonces, ya no estaba en cartelera; también las funciones especiales de La Prensa Gráfica y de ProBúsqueda ya habían pasado de moda, así que la vi en mi casa, gracias a Blockbuster.

La película es peor de lo que yo me imaginaba. Tenían razón: Es verdaderamente para llorar, pero sobre lo panfletario que está el guión, sobre lo torpe que está la actuación; sobre lo diletante que es la dirección de parte de este “niño bonito” del cine mexicano, Luis Mandoki.

Sin embargo decidí no escribir nada sobre este fracaso. La bulla ya había pasado, la gente (por suerte) ya se había olvidado de la película Además, confieso, a veces me canso de hacer el papel de aguafiestas. A mucha gente le gustó la película. Mucha gente se emocionó con la película. Y otra gente, como los dueños de La Prensa Gráfica, simplemente se emocionó con la idea de que un “connacional” haya “triunfado” en el cine internacional. Hay que hacer el aguafiestas cada rato, aunque caiga mal, pero en este caso, ¿cuál era la importancia?

Sin embargo, ahora retomo el tema por una de esas coincidencias a las cuales hay que hacer caso: Primero, me encontré con un guionista mexicano quien estuvo aquí en El Salvador para hacer las investigaciones previas para un guión que está escribiendo para una película situada en El Salvador. Y el día siguiente sale en El Faro un largo artículo de Francisco Ayala Silva elogiando la película que yo pensaba ya olvidada: Voces Inocentes.

Con Enrique, el guionista mexicano, hablamos largas horas de amigos y películas favoritas comunes. Me cuenta cómo están trabajando -detalle por detalle, ambiente por ambiente, diálogo por diálogo- el guión y los personajes de la película. Y le digo: “Ve, Ustedes hacen lo contrario que hizo Mandoki para hacer una película sobre El Salvador. Ojalá logren comprobar que sí se puede…”

En el caso de Voces Inocentes, un director mexicano agarró un guión mal escrito por un diletante salvadoreño y lo filmó en México con actores mexicanos. Mundo al revés. Si hubiera conseguido un guionista profesional –difícilmente en El Salvador, pero si es profesional, no importa de donde es- tal vez la historia concebida por Oscar Torres hubiera agarrado forma y sentido. Y si el elemento “nacional” hubiera entrado no por la nacionalidad del guionista sino rodando en El Salvador, tal vez el producto hubiera alcanzado autenticidad. Y si además hubiera buscado por lo menos algunos actores salvadoreños, ellos tal vez se hubieran dado cuenta de las inconsistencias históricas en el guión. Haciéndolo así –contrario al método que Luís Mandoki, aprendió haciendo películas tibias en Hollywood- los protagonistas salvadoreñas no hubieran hablado con acento mexicano y no hubieran aparecido a cada rato rótulos, buses y placas mexicanas en escena.

En el caso de la película cuya historia investiga y desarrolla Enrique, es al revés: Una directora salvadoreña quiere hacer una película sobre su país. Como conoce de cine, sabe que escribir un guión no es así no más. Una cosa es una historia y otra es un guión cinematográfico. Entonces, busca a un reconocido guionista, preferentemente alguien con cierta cercanía cultural a El Salvador y su historia, su ambiente lingüístico y visual. Termina contratando a un guionista mexicano. Y empieza un proceso de investigación, de desarrollo del guión, con varios viajes que la directora salvadoreña y el guionista mexicano hacen a El Salvador, a las locaciones. Una vez se tenga un guión acabado y aprobado por la directora -y el inversionista que también es salvadoreño y conoce su país- la película será filmada en El Salvador, con actores centroamericanos. Puede resultar, por primera vez, en una película apegada a la realidad visual, cultural, lingüística e histórica del país.

Igual que su antecedente “El Salvador” del director estrella de Hollywood Oliver Stone, Voces Inocentes resulta siendo un insulto a la inteligencia. Por eso, fracasó rotundamente en México, país que normalmente aclama a sus directores de cine. Por eso, no ha penetrado en el mercado norteamericano. Éxito sólo ha tenido aquí, donde la gente tiende a emocionarse con cualquier cosa –por muy mediocre que sea- que un “connacional” haya hecho para “triunfar” en el exterior. Ahí va Oscar Torres en la compañía de Arquímedes Reyes, Álvaro Torres...

Francisco Ayala Silva –en su reportaje sobre Voces Inocentes publicado la semana pasada en El Faro- reporta que fueron Los Guaraguaos con su canción “Las casas de cartón” que inspiraron a Oscar Torres a escribir el guión para Voces Inocentes. Se nota. La película es como la música que la inspiró: llorona.

La inconsistencia más importante está en el tema central de la película Voces Inocentes: la guerra que devora a los niños. No voy a cuestionar los recuerdos personales de Oscar Torres (el guionista y protagonista de la película), pero sí puedo afirmar que el reclutamiento de niños no fue un fenómeno representativo de la guerra civil salvadoreña. Ni en el sentido estadístico: no fue común el reclutamiento forzoso de niños. Y las excepciones existían más por el lado de la guerrilla que por el lado de la Fuerza Armada. Hubo una coyuntura –creo acordarme que fue en el año 1984, cuando se trató convertir a la guerrilla en ejército regular insurgente, con batallones, con fuerzas especiales, con control territorial ampliado hacia los cascos urbanos de los pueblos- que el FMLN violó su principio de voluntariedad y su carácter de fuerza motivada por convicciones. En los reclutamientos forzosos de esta época también llevaron a niños y/o adolescentes muy jóvenes a los campamentos. Pero esta política errada fracasó y fue corregida muy pronto: Ninguna fuerza insurgente puede absorber combatientes involuntarios sin perder fuerza, no sólo moral sino incluso combativa.Los niños que quedaron en los frentes de guerra eran los más motivados, más voluntarios colaboradores de la guerrilla. Era más común el problema de cómo explicarles que no podían entrar a la fuerza combativa que los casos en que alguien los obligara a combatir. Y en el caso de los bichos entrenados para formar parte de las fuerzas especiales y los “samuelitos” que aparecen mencionados en el artículo de Francisco Ayala Silva en El Faro, tengo que decir que jamás he visto combatientes más voluntarios, más convencidos, más motivados, más conscientes a qué iban y por qué lucharon, que los “samuelitos”. (Francisco Ayala Silva cita a Marvin Galeas diciendo que “los entrenaron para matar sin compasión. Y lo hacían.” Sí, Marvin, los entrenaron para la guerra. Pero yo he visto muy pocos combatientes –adultos o “samuelitos”- matando sin compasión.)

Oscar Torres, en la vida real, tenía 14 años cuando tuvo que abandonar su país para evitar verse convertido en combatiente de uno u otro bando. Le quitaron 3 años para convertirse en el “Chava”. Chava cumple 12 años en la película. Y esto es la edad de los niños que –en la película- son llevados a la fuerza por el ejército y regresan convertidos en combatientes represivos. Claro, por más niño el protagonista, mayor el impacto emocional de la película. Y si hacer llorar es la idea política y comercial de la película, ¿qué cuesta restarles unos 3 añitos a los protagonistas? Cuesta caro. Cuesta credibilidad.

La edad de los miles de jóvenes reclutados por la Fuerza Armada definitivamente no era 11 ni 12, sino más bien de 15 para arriba. Y en la vida rural en El Salvador, esto hace una enorme diferencia. La diferencia entre niñez y adolescencia, en el campo, es abismal. Con 15 trabajan como adultos, se acompañan, tienen hijos, combaten.

Las escenas emblemáticas de la película son, al mismo tiempo, las más incoherentes con la realidad. No sólo con la realidad histórica del conflicto salvadoreño, sino también la realidad en el sentido situacional. Históricamente no son creíbles las escenas de incursión del ejército en la escuela, reclutando –con plena cooperación de los profesores. Mucho menos cuando se trata de niños de 11-12 años. Tampoco las escenas de incursiones guerrilleras al pueblo. ¿Cómo uno va a pensar que cada vez que este pueblo hay un tiroteo, las balas pasan por la casa de la misma familia? Tan mala suerte no existe.

¿Y quién se puede inventar una escena como la del tío guerrillero, quien en medio de una balacera alrededor de la casa donde visita a sus sobrinos de repente guarda la pistola, agarra una guitarra y canta las “Casas de cartón”? En el patio de la casa están apostados los soldados, las balas pasan –como siempre- por las ventanas de la casa- y el guerrillero, quien parece haber salido de un afiche conmemorativo al Che, tocando guitarra y cantando canciones de protesta. Es históricamente falso –los combates no son así- y además es situacionalmente inconsistente: Nadie se comporta así.

No estoy diciendo que las guerras no producen situaciones y comportamientos absurdos. Otra vez: vean La vida es bella para entender lo que un director puede hacer con lo absurdo. Pero en nuestro caso, o absurdo no es parte de una concepción artística de analizar la realidad, sin producto de ineptitud, ignorancia y –tal vez un poco- cálculo comercial. Mal cálculo, de todas maneras, porque para engañar a la gente hay que ser muy bueno... Afortunadamente, no es tan fácil.

Si bien recuerdo, Francisco Ayala Silva es el periodista que hizo reportajes asumiendo por un día un determinado oficio para escribir sobre sus experiencias. Así como ahora lo hace Leandro Sánchez en Viva la mañana, pero sin aburrir. Vaya, Francisco, ya hiciste un día de crítico de cine. Ya estuvo, ya sabemos que no es tu fuerte. No es tu oficio. Porque para este oficio, hay que saber de cine y hay que saber criticar.
(Publicado en El Faro)

domingo, 4 de diciembre de 2005

Debates vrs. agendas ocultas

Con este hemos provocado y publicado catorce Encuentros. A veces los debates llevan a una mayor claridad de expresión de las posiciones y contradicciones. Bienvenido sea. Es uno de los objetivos que nos trazamos a concebir Encuentros.

Conocer bien las contradicciones es el primer e indispensable paso en la búsqueda de coexistencias y sinergias. No hay que tenerle miedo a las contradicciones, ni siquiera a las fuertes e insuperables, hay que conocerlas y aprender cómo convertirlas en energía para el cambio y desarrollo.

Pero a veces, en casos excepcionales, es al revés: el debate lleva a poner en duda las contradicciones. Al salir del debate, uno queda con la duda: ¿Son fantasmas esas contradicciones, llevándonos a quijotescos pleitos con molinos de viento? ¿O sea que detrás de las posiciones encontradas se esconden otras que no se expresan? Este debate aquí documentado sobre la Universidad de El Salvador cae en esta categoría. Después de escudarlo, moderarlo, y luego transcribirlo, analizarlo y editarlo, ya no entiendo de qué se trata.

Leyendo el debate, ya no se explica por nada porque uno de los sectores representado en la mesa tuvo que llegar a tomarse la universidad, paralizar la vida académica de 30 mil personas, joderle la vida a los graduandos así como a los estudiantes de nuevo ingreso, amanerar la vida de la rectora, encapucharse y bloquear -si no definitivamente, por lo menos para medio año- la obtención de un fondo de 25 millones de dólares para relanzar la universidad como centro investigativo del país. Reto a nuestros lectores: analicen el debate documentado en estas páginas virtuales, y expliquen porque la UES tuvo que dar este paso para atrás.

Sentados en la mesa de Encuentros, todos coincidieron sobre casi todo: No hay ni habrá ni se permitirá la privatización de la U. Acuerdo unánime que incluye no sólo a la rectora y al vocero de los protagonistas de la toma, sino al rector de la universidad privada más importante del país, al diputado que representa al Frente y al responsable de la política cultural del gobierno Saca.

Hay que recuperar la calidad académica perdida, ampliar la cobertura mediante becas, e invertir en la capacidad investigativa de la universidad: acuerdo unánime entre estudiantado radical, rectora, partidos, universidad privada. Hay que luchar para que el Estado cumpla sus obligaciones con sus hijas: la educación superior pública, la universidad autónoma, la investigación en función del desarrollo del país: acuerdo unánime. Para esta batalla, hasta apoyo en las calles le ofrecen a la rectora los mismos que hace poco no la dejaron entrar a la universidad, la insultaron, la amenazaron (o por lo menos, permitieron que la amenazaran activistas encapuchados). Que unos tienen pánico a los organismo monetarios internacionales - y otros piensan que pueden arrancarles fondos sin dar concesiones… ¿Y qué? ¿Estas son las grandes contradicciones que van a continuar paralizando la alma mater? Está bien que los líderes de este movimiento universitario no le crean a ARENA y al presidente Saca; está bien que en la mesa de debate no le hagan caso a los planteamientos de Federico Hernández. Conociendo la historia complicada entre universidad y derecha, por lo menos se entiende.

Pero de repente hay dos rectores con credenciales tan incontestables -no sólo académicos sino igualmente de compromiso social comprobado y recontracomprobados- como el padre Tojeira y la doctora Rodríguez, diciéndoles que no hay peligro de privatización; que hay capacidad política para salvaguardar los intereses de la universidad y de la nación en las negociaciones con el gobierno arenero y con los organismo monetarios. Y de repente hay un dirigente del FMLN como Gerson Martínez, quien año por año articula la resistencia de su partido a las "políticas neoliberales" de ARENA, quien certifica que el BID no puede privatizar la UES, diciéndoles a sus "queridos compañeros" que, en vez de pelear contra fantasmas dentro de la UES, le ayuden a él y a la rectora a la hora de enfrentarse al gobierno para conseguir un presupuesto digno. Y de repente, ya no hay argumento que explique la toma del U, justifique las actuaciones de los encapuchados. Ni siquiera la existencia de capuchas.

Entonces, ¿de qué se trató todo este alboroto? Si no hay contradicciones en los planteamientos básicos ni en los objetivos, ¿por qué estuvo paralizada la universidad y sigue paralizada la gestión de los fondos que necesita para cumplir los objetivos? Sólo hay dos explicaciones. O pasó lo que insinuó el padre Tojeira: que la incapacidad política de este movimiento lo llevó a iniciar la lucha por el final del proceso, tomando acciones violentas son haber agotado el espacio de diálogo. Si es así, que bien que ahora se abierto el diálogo, y todo tendrá una solución feliz. O pasó lo que insinuó la doctora Rodríguez: que detrás de este movimiento hay mano peluda que obviamente no se manifiesta en debates; que incluso los estudiantes que protagonizaron la toma y el cierre de la universidad fueron manipulados por intereses ocultos. ¿Mano peluda de quién y para qué fines? La doctora tiene sus sospechas, hablando de una agenda oculta de quienes quieren retomar el control de la UES. Yo tengo mis sospechas que incluso van más allá de las luchas internas de la UES. Hay un sector de la izquierda que no puede permitir que la universidad nueva se construya sobre un amplio acuerdo nacional. Prefieren una universidad pobre y mediocre, pero aliada de la izquierda contra la derecha - a una universidad financiera y académicamente fuerte que responde a la nación, no a partidos ni movimientos ni argollas. Por más que deseo que no tuviera razón María Isabel Rodríguez, temo que sí la tiene.

Temo que nuestro debate -que concluyó en que no hay contradicciones expresas que justifiquen no ponerse de acuerdo en función de una visión compartida sobre la necesidad que tiene el país en el desarrollo de la universidad- fue un éxito porque una parte no puso sobre la mesa sus verdaderos motivaciones y planteamientos. Esto tampoco significaría que no tiene valor debatir y llegar a conclusiones. Siempre es necesario y siempre aporta. En este caso a que los que juegan con cartas escondidas y no someten a debate sincero sus planteamientos, paguen un costo político aun más alto si siguen paralizando la labor de rescatar a la UES.
(Publicado en encuentroselfaro.net)