lunes, 24 de octubre de 2005

Matonería periodística

Lo que se anunció como el “caso Concultura” resulta siendo el “escándalo La Prensa Gráfica”. El periódico ha abierto sus páginas a un periodismo de matonería del nivel que desde las campañas sucias de El Diario de Hoy contra Héctor Silva y MIDES no se ha visto en el país.

Yo pensaba hacer, en esta columna que se debe a la crítica de los medios de comunicación, un análisis de la serie de artículos que La Prensa Gráfica ha dedicado a supuestas anomalías en Concultura. Resulta innecesario. Ya lo hizo el mismo Federico en una entrevista televisiva y en una conferencia de prensa. Ya queda claro que la cobertura plegada de falsedades e insinuaciones sin fondo, de la presentación de “pruebas”, “testigos” y “denunciantes” que al fin no prueben nada, no se explican por errores de un periodista inexperto. Queda claro que hay intención.

Soy parte de un grupo de periodistas que durante décadas hemos predicado, peleado y trabajado para que los medios asuman su rol de crear transparencia y su responsabilidad de exponer a la clase política a investigación, escrutinio y crítica. Soy muy partidario de un periodismo investigativo, duela a quien duela. Todavía estamos en pañales: Hay que investigar más (y mejor), hay que dar seguimiento a las investigaciones, hay que romper las limitaciones políticas y económicas que restringen esta labor en los medios.

Siendo nuestro problema la falta de valor e independencia de los medios y la falta de capacidad investigativa de los periodistas, nunca me imaginé que tuviera que hacer la siguiente aclaración: Para un periodista, botar a un ministro o un presidente no es un fin en si. No se trata de decir: “por más ministros botados, más gloria”. Antes de botar a gobiernos, hay que tener solvencia ética, hay que tener un comprobado compromiso con la ética periodística y con la verdad. Sin este requisito, el periodismo de denuncia se vuelve sucio, se desliza hacia el terreno de la campaña política y de la caza de fantasmas.

Investigar a un Luis Cardenal, comprobar que siendo ministro violó las leyes de la República, y con esto provocar su renuncia, es una cosa. La aplaudí en su momento. Que el autor de esta investigación hoy quiere agregar otro trofeo –la cabeza de Federico Hernández Aguilar, presidente de Concultura- a su récord, con la malintencionada construcción de un escándalo donde no existe, es otra cosa diferente. Yo todavía puedo entender al reportero que luego de un “éxito” quiere obtener otro; que ha probado sangre y quiere más. Puedo entender la ambición de un periodista que huele un escándalo y no tiene la metodología de un buen investigador – y quien cae en la tentación de dejarse ir con medias verdades, con indicios que no son pruebas, con insinuaciones - para no perder la historia. Para mostrar el poder del “cuarto poder”. Pero para estos casos hay editores. Lo que no puedo entender es que sus editores, sus jefes, los directores y dueños del medio, le dan campo abierto al periodista. No sólo dejan pasar un material pésimamente investigado, le dan tres portadas y un despliegue de 16 páginas. Eso ya no se explica por un malentendido y mal dirigido afán de investigar la corrupción por parte de un periodista. Eso sólo se explica con mala intención. Alguien ha decidido “joder” a Federico Hernández Aguilar. La pregunta del millón: ¿quién?

Entonces, el “caso Concultura” se convierte en algo mucho más grave que la falta de ética y de incapacidad profesional de un periodista. Todos sabemos que en La Prensa Gráfica, que no es precisamente un periódico opositor, ningún reportero o redactor puede tomar la decisión de “quebrarse” a un miembro del gabinete de gobierno. Estas decisiones las toman los directores y los dueños del periódico. Es más, no es probable que la familia dueña de La Prensa Gráfica, por su propia cuenta, decida emprender una campaña contra un miembro del gabinete y prominente representante de ARENA. Tiene que haber alguien muy poderoso -dentro o fuera del gobierno, pero seguramente dentro de ARENA- quien respalde esta acción.

El hecho que La Prensa Gráfica se preste a este juego, plantea un serio problema de ética periodística del medio. El hecho que un periodista y sus editores se presten a hacer el trabajo sucio –la emboscada, la tergiversación, la mala interpretación de procesos administrativos y jurídicos- los descalifica de su profesión.

Ojalá que nuestros colegas no tengan escrúpulos de pronunciarse en defensa de la dignidad de nuestra profesión. Los periodistas no acostumbramos a defender al funcionario público contra el escrutinio del periodista. Normalmente es al revés: Normalmente nos vemos obligados a defender al periodista contra los ataques de los funcionarios.

Tampoco se trata de defender a Federico Hernández. Se trata de defender al periodismo contra prácticas inaceptables. Se trata de no condonar que periódicos y periodistas se prestan a la matonería política. Se trata de no permitir que los medios -bajo la bandera de la transparencia- se vuelvan instrumentos de pleitos totalmente intransparentes y oscurantistas.

Mientras tanto, hay que seguir trabajando para que el periodismo en nuestro país sea más investigativo y nuestros medios sean más independientes y valientes. Ambas cosas entendidas como requisitos para que desde la prensa podamos cumplir nuestro papel de escrutinio del poder estatal. Quisiera ver investigaciones que ocupen tres portadas y 15 primeras páginas de La Prensa Gráfica, dedicadas a casos reales de corrupción y de crimen de cuello blanco en las altas esferas del poder político, económico y financiero del país. No a la caza de fantasmas.
(Publicado en El Faro)

lunes, 17 de octubre de 2005

¿Made in US u orgullosamente salvadoreño?

Una controversia interesante surgió en el último debate de “Encuentros”: la violencia de las maras, ¿un problema importado o casero? ¿MS y 18 - made in US u orgullosamente salvadoreños? Preocupados, asustados por el problema, su profundidad, su amplitud, su peligrosidad, casi todos los panelistas aceptaron la idea de que se trata de un problema importado. Made in US. Producto del gueto de Los Angeles, no del cordón de marginales alrededor de San Salvador.

Me permito disentir de esta tendencia. Creo que es una tendencia de evadir responsabilidad. Es cierto que las pandillas que hoy dominan nuestros noticieros – la Mara Salvatrucha y la Mara 18 – nacieron en Los Angeles. ¿Y qué? ¿No estamos diciendo, desde hace rato, que a la nación salvadoreña, para entenderla, hay que concebirla como más amplia que el territorio nacional? La nación salvadoreña incluye a los 3 millones de salvadoreños que viven afuera, sobre todo en Estados Unidos, sobre todo en Los Angeles, sobre todo en los guetos de Los Angeles. El país está generando emigración, sobre todo laboral. Puede ser que tengan razón los que dicen que el país expulsa a sus hijos, negándoles oportunidades laborales – pero nadie habla que los expatriamos. Siguen siendo salvadoreños. Mandan pisto. Sostienen gran parte de la economía. Son parte de la nación. Incluso más que antes. Hoy son protagonistas del desarrollo nacional.
Si esto es válido, lo es para todos. Incluyendo los que se hicieron pandilleros. Incluyendo a los que vienen deportados, maleados, viciados, para convertirse aquí en líderes, mentores de la violencia.

El hecho que las pandillas salvadoreñas se nutren del potencial de violencia, de la energía criminal y de la experiencia operativa de los pandilleros deportados, no convierte, para nada, el fenómeno de las pandillas en un problema importado. Tiene sus raíces en la historia de El Salvador, en la realidad nacional salvadoreña marcada por la migración, en las contradicciones de la migración ilegal que viene a sostener a la economía del país. El problema es genuinamente salvadoreño, fabricado de manera globalizada, como cualquier otro producto del mercado internacional, en división de trabajo entre Los Angeles y Soyapango, Washington y Apopa. Los insumos provienen de la inequidad y marginalidad del país que los expulsó – otros de la marginalidad, exclusión y alienación de la cual son sujetos en Los Angeles, producto de la ilegalidad, del desarraigo, de la falta de protección por parte de su país. Pero independientemente de que son más incisivos los factores que provienen de Soyapango o las que se originan en Echo Park – siempre son nacionales, igual son caseros. El fenómeno, prodúzcase allá o acá, es resultado, es falla, de la sociedad salvadoreña.

Para resolver un problema, primero hay que hacerse cargo de él. Asumirlo. Buscar la culpa en otros lados, siempre es el primer paso para no resolver.
El debate donde se generó esta controversia era sobre prevención. Si un problema es importado, no me obliga a buscar los cambios estructurales para prevenirlo. Si la violencia en El Salvador es principalmente de maras y las maras son un fenómeno importado, no hay política social ni educativa que prevenga.
En cambio, si concebimos que el problema principal, independiente de donde vengan los líderes pandilleros, es el caldo de cultivo que encuentran en los sectores marginados que vive en barrios y colonias marginales, entonces es claro como prevenir: Combatiendo la marginalidad con todas las estrategias que en Encuentros se discutieron.
Y de repente surge otra línea de prevención: una política del Estado que ataque los problemas de ilegalidad, exclusión, marginalidad, racismo, desarraigo cultural y destrucción de la estructura familiar que enfrentan los jóvenes salvadoreños -migrantes o hijos de migrantes- en los guetos de Los Angeles o Washington. Para hacer aun más integral la política de prevención en nuestras ciudades y sus cordones de pobreza.

Sólo imagínense el impacto preventivo a la violencia que tendría un convenio de unificación familiar que nuestro gobierno lograra con Washington. No hablar de convenios que faciliten a los salvadoreños en Estados Unidos y sus familias estatus legal, acceso a educación integral y a trabajo calificado. ¿Imposible? Ni más ni menos que la transformación de las colonias marginales en barrios dignos. Igual de difícil, igual de indispensable para salir de la espiral entre marginalidad y violencia.

(Publicado en encuentroselfaro.net)

Desperdicio de talento, liderazgo y oportunidad

Tuve el placer de conocer a Eduardo Galeano. Los amigos de la Universidad lo trajeron a La Ventana y pasamos varias horas conversando, bromeando, discutiendo. ¡Qué hombre más agradable, inteligente, dotado de humor, generosidad y calor! Esa noche fui a mi casa alegre, pero pensativo; con más dudas que antes, pero también con más optimismo.

El día siguiente fui a la Universidad Nacional al acto de otorgamiento del doctorado honoris causa a Eduardo Galeano. Escuché a un Eduardo Galeano hablando al público. No tenía nada que ver el hombre de discusión y reflexión que había conocido la noche anterior con aquel hombre hablando al público –su público: buena parte de la izquierda política e intelectual salvadoreña que se había reunido para homenajearlo.

Era como ir a un concierto de una estrella de rock de los años de Woodstock y oírlo volver y volver y volver a cantar las canciones de entonces que lo hicieron estrella. Escuchás las canciones de siempre, las que hacen feliz a todo el mundo alrededor tuyo, y te preguntás: ¿Qué ha hecho este tipo, tan talentoso, tan creativo, tan borrador de esquemas –tan revolucionario si querés- en los 36 años desde Woodstock? ¿No habrá escrito música nueva, no habrá desarrollado nada nuevo? ¿No habrá hecho nada que me cuestione mis gustos, mis verdades, mi manera de escuchar música - así como lo hizo en 1969? ¿Y toda esta gente, realmente no quieren escuchar nada nuevo? ¿Por qué no le permiten salir del guión acostumbrado? ¿Por qué no le exigen algo nuevo, algo que los vuelva a sacudir, algo que les vuelva a cambiar el rumbo, como Woodstock nos cambió el rumbo en 1969, en conjunción con el junio de 1967 en Berlin, con mayo de 1968 en Paris, con el agosto de 1968 en Praga, con el mayo 1970 en Kent State University* – y con la aparición en 1971 de un libro llamado “Las Venas Abiertas de América Latina”, escrito por un autor hasta entonces desconocido: Eduardo Galeano...

Con eso, regreso del concierto imaginado de Carlos Santana o Joe Cocker a la ponencia real de Eduardo Galeano en San Salvador. El gran intelectual Eduardo Galeano, quien fue capaz de despertar inquietudes, búsquedas, insurrecciones en varias generaciones, esta vez no convenció a nadie. Habló a los convencidos. El autor de un libro que hizo a millones de jóvenes repensar su manera de ver al mundo, aquí no hizo pensar a nadie. Vino a reconfirmar convicciones, a cimentar posiciones, a reconfortar a los creyentes. Del encuentro con Eduardo Galeano, la gente no salió pensativa, salió feliz; no salió sacudida en sus fundamentos ideológicos, salió con la seguridad de convicciones reconfirmadas. Eduardo Galeano, en vez de inquietar a su público, lo dejó con la tranquilidad de saber que sus posiciones siguen siendo válidas.

¡Qué desperdicio de talento, de liderazgo y de oportunidad! A un país como el nuestro -donde urge que la izquierda repiense su manera de ver el mundo, donde urge una buena sacudida al edificio de nuestras convicciones- no todos los años viene alguien como Eduardo Galeano. Alguien con una trayectoria de pensamiento rebelde, fuera de cualquier sospecha de haberse doblegado ante las presiones o tentaciones que usan las derechas para neutralizar a líderes de la izquierda; alguien que tuviera la autoridad moral para de nuevo sembrar en nosotros dudas, inquietudes, cuestionamientos.

El problema es que no sé si Galeano coincide conmigo en la necesidad impostergable de volver a sembrar dudas donde hay posiciones políticamente correctas; provocar inquietudes donde hay seguridad ideológica; sacudir donde hay ortodoxia.

Me quiero imaginar que sí. No quiero asumir que un gigante de pensamiento como Galeano se reduzca a un papel de viajar por el mundo y contestar a cualquier pregunta, a cualquier problema, a cualquier reto siempre con la respuesta más correcta en la escala de lo políticamente correcto. Esto es lo que hizo en la Universidad de El Salvador. Me imagino que la presión sobre un hombre -un mito- como Galeano es enorme: Al fin estás en el país cuyo sufrimiento y posterior levantamiento contra el sufrimiento ha confirmado tus teorías y ha puesto en práctica tus sueños; al fin estás parado en el aula de aquella universidad que ha sufrido ocupaciones militares, una política del estado de asesinatos a rectores, profesores, dirigentes estudiantiles, pero que igualmente ha producido herramientas y contingentes insurgentes. Y sientes que todos quieren escuchar que la verdad sigue siendo la verdad, que los malos siguen siendo los malos, los buenos los buenos, los revolucionaros los revolucionarios, los enemigos los enemigos y - los traidores los traidores. Sientes la emoción de la unidad, de las convicciones compartidas.
Entonces, ¿qué vas a decir? Las verdades de siempre, lo políticamente correcto. A menos que seas rebelde y líder de verdad.

Como aquel ex-dirigente guerrillero que escuché, hacia varios años, dirigirse a una asamblea de excombatientes insurgentes, dirigentes campesinos, “masa organizada” en una de estas zonas que durante la guerra fueron bastión del Frente. A aquel dirigente parado en frente de esta asamblea de unos 400 mujeres y hombres le preguntaron sobe el TLC, que en aquel entonces apenas se comenzaba a discutir. El hombre levantó la voz y gritó: “¡Los TLC son la nueva forma del imperialismo para seguirnos explotando!” Aplauso, pero todavía dudoso, dado que este dirigente ya tenía el estigma de la derechización y traición. “La globalización es el nuevo nombre del imperialismo.” Más aplausos, menos dudas. “No hay que permitir que el gobierno de Arena firme el TLC con Estados Unidos. ¡Nunca!” Aplausos frenéticos de todos. La gente que durante la guerra confió mucho en este dirigente, estaba feliz de darse cuenta que no era cierto que se había vuelto traidor. El hombre corta los aplausos con un gesto de su mano derecha y con un levantón de su voz: “Ven, compañeros, así de fácil es engañarlos. Uno sólo tiene que venir aquí y gritar un par de consignas y decir un par de tonterías que ustedes quieren escuchar - y ya consigue que lo apoyen, que le sigan y que le confíen. Ya consigue que ustedes dejen de usar su propia cabeza y sigan al partido. ¡No sean tan confiados! ¡No confíen tanto en las consignas, en las frases que les suenan bonitas! ¡Sólo porque las repiten a cada rato no son verdades!” Silencio. Caras incrédulas. “Bueno, hoy hablemos del TLC...”

El dirigente les hizo un breve análisis de la globalización. La globalización como un proceso que no se puede detener, que es irreversible, y que va a cambiar nuestras economías, nuestras vidas y nuestras oportunidades de todas formas, tengamos o no tratados de libre comercio con Estados Unidos, con México, con el Sur o con Europa. Concluyó que es absurdo luchar contra la globalización. En vez de luchar contra algo que no se puede detener, hay que luchar y trabajar para que tengamos mejores condiciones dentro de un mundo globalizado. En este contexto hay que discutir el TLC. No es cuestión de estar en contra o a en favor del TLC, sino cómo conseguir un TLC más favorable, un país con más equidad y más productivo...

Ya no hubo tantos aplausos. Hubo aplausos de algunos y protestas y puteadas de otros. Pero la mayoría –en favor o en contra de este dirigente; e independientemente de su grado de vinculación al partido FMLN- quedó pensativa. Quedó picada, con dudas, con cuestionamientos al gobierno, pero también a la oposición. Había venido alguien para sacudir sus convicciones. Un veterano dirigente campesino, ex guerrillero y actualmente presidente de una cooperativa, me lo resumió de esta forma: “No sé si este compañero tiene razón, pero sé dos cosas: primero que tiene huevos de venir aquí a hablar de esta manera. Segundo, que hay que pensar bien este volado de la globalización.” Ni puedo imaginarme el impacto que hubiera tenido Eduardo Galeano si hubiera hecho algo similar en la Universidad de El Salvador.

*2 de junio 1967 en Berlín: Una manifestación de estudiantes contra la visita de Reza Pahlevi, el Shá de Persia, es reprimida. Un policía mata a tiros a un estudiante, hecho que desencadena el movimiento estudiantil antiautoritario en toda Alemania.Mayo 1968 en París: huelga estudiantil, acompañada de manifestaciones y huelgas de estudiantes y obreros en todo el país.Agosto 1968 en Praga: Tropas soviéticas y de los países comunistas de Europa Oriental invaden a Checoslovaquia para poner fin a las reformas impulsadas en este país, encaminadas a democratizar el socialismo. Estudiantes checos se enfrentan a los tanques soviéticos.Mayo 1970 en Kent State University en Ohio: la Guarda Nacional abre fuego contra una manifestación estudiantil contra los bombardeos norteamericanos en Camboya ordenados por Nixon. Cuatro estudiantes mueren.Los cuatro eventos marcan el carácter internacional de la rebelión de la juventud contra el orden internacional creado por la Segunda Guerra Mundial. Nace una nueva izquierda, que es radical, independiente, internacionalista y opuesta a los partidos comunistas.
(Publicado en El Faro)

lunes, 10 de octubre de 2005

¿Fiebre de reportero o fiebre amarilla?

A los periodistas -los que somos reporteros- los estados de emergencia nos dan esta rica sensación que sólo provee un choque de adrenalina. Los que hemos cubierto la guerra, tenemos grabada en nuestra memoria química esa sensación de acción, de peligro. Aunque va mucha más allá de la pura aventura: En las situaciones de peligro, tensión y catástrofe se siente lo humano de formas antes no descubiertas, la solidaridad, la generosidad entre extraños. Surge una complicidad, una rara y dulce hermandad, entre protagonistas, víctimas y cronistas. Digo memoria química, porque se activa de manera química, espontánea, automática, en ciertas situaciones.

En mí, los terremotos de 2001 activaron, de un momento a otro, los instintos de reportero-fotógrafo, que yo pensaba que había dejado detrás cuando dejé detrás primero la guerra, después el periodismo, para dedicarme al bello oficio de atender una barra. Era increíble: Sólo escuché el incesante rugido de los helicópteros entrando y saliendo al Hospital Militar - y tuve que agarrar mi cámara. Salí de La Ventana para tomar un par de fotos y terminé recorriendo el país entero por seis semanas. Nos juntamos cuatro veteranos fotógrafos-reporteros, y contagiamos de nuestra fiebre al pobre Raúl Otero, quien hasta entonces llevaba la tranquila vida de fotógrafo de moda, publicidad y arte. Los cuatro no descansamos hasta no haber cubierto todos los pueblos afectados, y después gastamos pisto y tiempo que no tuvimos para producir una documentación y exposición fotográfica que recogieran lo que los terremotos habían hecho al país. Terminamos endeudados, exhaustos y felices.

Entonces, conozco muy bien el impulso de salir adonde está la acción para vivirla, reportarla, narrarla.

Sentí casi como propia la fiebre que agarró a los periodistas jóvenes. No se necesita memoria de la guerra para caer. Esta vez, yo no fui. Veo, desde la distancia, el trabajo de los demás. Veo la pasión y la compasión que se expresa en las fotos. Con todos los aciertos maravillosos, pero también con los desaciertos horrorosos que pueden resultar si la pasión y compasión no están acompañadas de disciplina, rigurosidad y ética profesional. Sea por parte de los autores o por parte de los editores.

A ver: Ambos periódicos tienen fotógrafos excelentes. Además de las fotos que les proveen los maestros que trabajan para las agencias internacionales. Aquí hay escuela de fotógrafos de noticia. Abro los periódicos y me siento orgulloso de la nueva generación de fotógrafos. Hemos visto portadas maravillosas (la del lunes 3 y viernes 7 de octubre en El Diario de Hoy; la de La Prensa Gráfica, del mismo viernes 7 de octubre). Pero igual vimos portadas horribles como la del Diario del día sábado 8 de octubre, con fotos que de manera inhumana exhiben y explotan el dolor de los familiares de víctimas fatales.

El fotógrafo toma todo tipo de fotos, incluyendo muchas fotos que por decencia no deberían publicarse. Aunque el buen fotógrafo no necesita acosar a las madres dolientes. La responsabilidad principal, en estos casos, es del editor. Un buen editor fotográfico no selecciona estas fotos. Un buen jefe de fotografía no premia al fotógrafo que irrespeta la privacidad. Además, la foto de una madre que llora a una niña victima de la tormenta Stan no se distingue en nada de la foto de ayer de la madre llorando al hijo víctima de la pandilla X. Estas fotos, tan comunes en periódicos como Más y El Diario de Hoy, y estas escenas transmitidas por 4visión, no van al fondo, no ilustran nada, son resultado de la incapacidad de narrar una historia.
Tenemos muchos fotógrafos excelentes (aprovecho esta columna para felicitarlos por su trabajo de los últimos días), pero muy pocos editores buenos. Mucho menos editores de fotografía. La excepción es Paco Campos, y es por él que La Prensa Gráfica presenta mejor fotografía. Paco es reportero-fotógrafo nato y sabe que para expresar el impacto de un desastre, no es necesario violar la privacidad y dignidad de las madres dolientes.

En los reportajes escritos y de televisión existe el mismo problema, sólo más grave. Abundan las entrevistas a familiares de víctimas. La forma más barata y bajera de crear impacto. Quien no tiene capacidad de escribir se agarra de la madre del difunto. O de la morbosidad del vecino. Siempre cuando hay un accidente o un asesinato o un desastre, entrevistan a "testigos" que no han visto nada, no saben nada. Aparecen en cámara o en el periódico simplemente porque estaban cerca cuando el reportero necesitaba a un "testigo" o a un "afectado". Son los curiosos y morbosos que se quedan haciendo un círculo donde haya un muerto. Ahí están, siempre dispuestos a salir en cámara, siempre listos para reproducir lugares comunes ("aquí no han venido a ayudar..."). El periodista que no sabe como investigar y narrar un hecho, felizmente se apoya en ellos: familiares dolientes y transeúntes "testigos".

Cuando es un solo reportaje, este error casi no llama la atención. En situaciones como la actual crisis de inundaciones, erupciones y derrumbes, la repetición del mismo error lleva al absurdo esta forma de periodismo. Cuando un periódico dedica 20 páginas a los efectos de Stan y los reporteros van a 10 diferentes albergues, donde las imágenes todas se parecen, donde los "testimonios " todos se parecen; y además van a 10 diferentes ríos donde las inundaciones todas se ven iguales, las historias de los "afectados" todas suenan iguales; y van a 5 diferentes lugares donde los derrumbes y los testimonios son intercambiables - ¿qué han reportado?

Las páginas de los extras de los periódicos, hechos así, corresponden exactamente a la cobertura televisiva, donde día y noche pasan las mismas tomas -muchas veces no editadas- de ríos, deslaves, derrumbes, gente tratando de salvar sus pertenencias. La información en bruto, en grandes cantidades, y repetida en todos los medios, no informa. Desinforma.

Los medios se llaman "medios" porque son más que simples espejos o cámaras que captan y transmiten todo lo que pasa. Los medios, pare cumplir su función, procesan la información. Esto es lo que he observado en estos días: la poca capacidad de nuestros medios de procesar la enorme cantidad de información que producen los desastres. Cuando empecé como reportero urbano, en mis años de bachillerato, el viejo editor de las páginas urbanas me decía: "Más es menos. Menos es más."

El reportero que se mete tres días y tres noches en un albergue, registrando a profundidad las historias de la gente, sus angustias, sus experiencias, su manera de lidiar con la adversidad, vale más que la suma de 10 reportajes superficiales en 10 diferentes albergues del país. El reportaje que nos explica cómo ha quedado el país, producido por 5 periodistas durante 5 días vale mucho más que los 25 "reportajes" diarios publicados por cinco periodistas durante 5 días seguidos.
Pocos esfuerzos en esta dirección he visto en los medios nuestros en estos días. Tampoco los periódicos han trabajado el aspecto de la memoria histórica, de las lecciones no aprendidas por el estado, por la sociedad en general. Una crónica de cómo una familia o una comunidad ha sido afectada por la sucesión de calamidades en los últimos años (guerra, masacres, sequías en verano, inundaciones en invierno, terremotos) y cómo esta suerte guarda relación con la calamidad permanente y estructural que es la pobreza, nadie la ha escrito.

El Faro, este medio cuya principal razón de ser es la innovación, el profesionalismo sin ataduras, el laboratorio de formatos y estilos, se dejó contagiar por la fiebre. Lo que es bueno, siempre y cuando se tenga la capacidad de proveer más profundidad, más contexto, más dimensión que los diarios. Pero los periodistas de El Faro, en su afán de mostrar que con pocos recursos se puede hacer no sólo periodismo semanal sino incluso diario, no hicieron más que agregar unas cuantos notas incompletas a las incontables notas incompletas de los demás medios. Hubiera sido mejor tomarse el tiempo que les da su carácter de semanario, para hacer notas de profundidad, de seguimiento. Escribir sobre el país, no sobre cada cantón y cada barrio, eso era el reto de El Faro. Someterse a la presión de la producción diaria, bajo las mismas o peores condiciones que en los otros periódicos, mandando reporteros al interior del país para que pasen dos horas en un lugar y convertir esta experiencia en crónica, es desperdiciar el talento y la voluntad que tienen de sobra los reporteros de El Faro.
(Publicado en El Faro)

lunes, 3 de octubre de 2005

Una gran coalición para reformar al país

La izquierda unida podría gobernar. Entre socialdemócratas, ecologistas y comunistas hay una mayoría sólida para gobernar. Al fin la anhelada, la tan soñada mayoría más allá del campo burgués. Cobra vida el viejo fantasma del Frente Popular que tiene 90 años de robarle el sueño a la burguesía.
Tranquilos, no es un escenario hipotético para El Salvador después de las elecciones del 2015. Es la situación en Alemania después de las elecciones de septiembre 2005. Y la burguesía puede seguir durmiendo: No existe el tal Volksfront. La mayoría para las izquierdas sí existe – matemáticamente, pero no políticamente, porque no existe una izquierda unida. La socialdemocracia alemana, que podría quedarse en el poder si estuviera dispuesta a buscar entendimientos con los comunistas y los disidentes socialdemócratas unidos en el Linkspartei (partido de la izquierda), no quiere gobernar con esta mayoría a la izquierda del centro. No quiere integrar ni encabezar un frente popular. Hay mayoría, pero políticamente no es viable. No hay programa, no hay proyecto común entre socialdemócratas y comunistas.

Resultado de la mayoría alcanzada por las izquierdas, la derecha tampoco puede gobernar: democratacristianos y liberales juntos no logran formar gobierno. En Alemania, que es una democracia parlamentaria, el pueblo no elige al jefe de gobierno, sino solamente al Parlamento. Quien quiere gobernar necesita formar una mayoría en el Parlamento que lo elija como jefe de gobierno.

Ni los socialdemócratas (con sus aliados ecologistas de los Verdes) ni los democratacristianos (con sus aliados Liberales) pueden gobernar. Al rechazar la socialdemocracia gobernar junto con los comunistas, sólo queda una solución: que los dos grandes partidos, la socialdemocracia y la democracia cristiana, asuman juntos el poder. Esta llamada “Gran Coalición” es la opción menos sexy de todas, y antes de las elecciones nadie abogó por ella, pero es la más lógica solución. Solución no sólo al empate electoral, sino a la situación de Alemania.

Yo, viendo esta situación desde lejos en espacio y tiempo, ya que tengo 25 años de no vivir en Alemania, digo: A veces el votante es sabio. Tal vez no cada uno haciendo su marca, pero sí el votante colectivo que creó este empate.

El mensaje del votante colectivo es claro: Los problemas del país son tan serios y complejos que ninguno de los dos partidos grandes tendría capacidad de resolverlos. El país necesita reformas tan profundas y probablemente dolorosas que ninguno de los dos partidos grandes tendría suficiente apoyo, suficiente valor y decisión política para implementarlas.

Alemania todavía está pagando los enormes costos de su reunificación, es decir, de la reconstrucción, modernización y absorción de un país de 18 millones dejado por 40 años de gobiernos comunistas en total ruina.

Además está pagando todavía los costos de las políticas (más bien de la falta de políticas) durante los 16 años de gobierno de democratacristianos y liberales encabezado por Helmuth Kohl. Durante 16 años críticos de cambios estructurales de la economía mundial, en Alemania no se hizo nada para reformar el país para mantenerlo competitivo. La derecha simplemente esperó –con cierta satisfacción- que el estado de bienestar colapsara, con su sistema de seguro social, de pensiones, de seguro de desempleo, con su sistema de salud y educación gratis para todos. Este sistema, de todos modos, necesitaba urgentemente reformas, pero llegó al punto de colapso cuando tenía que incorporar a toda la población de Alemania Oriental.

La socialdemocracia tomó el poder, hace ocho años, con un sólo propósito: reformar el estado de bienestar para salvarlo. Hacerlo compatible con las nuevas realidades de la economía globalizada, para salvarlo. Viendo el estado de bienestar como la conquista histórica de la socialdemocracia europea, y la economía social del mercado como el logro histórico de la una nueva Alemania que después de la segunda guerra mundial fue construida por el consenso de los partidos mayoritarios. La economía social de mercado, con un Estado regulador y que interviene en favor de la equidad social, como alternativa al capitalismo salvaje que había llevado a Alemania a desencadenar dos guerras mundiales.

La socialdemocracia se echó en sus espaldas no sólo la tarea de reformar y salvar el estado de bienestar, sino al mismo tiempo volver competitiva la gran fábrica Alemania, bajar los costos colaterales de la producción industrial para parar o incluso invertir la tendencia de fuga de puestos de trabajo a otros países.La política de reformas que implementó el gobierno socialdemócrata de Gerhard Schroder tuvo efectos, pero no logró sacar a Alemania de la crisis del desempleo.

La respuesta del votante colectivo, ocho años después, es clara: Avala la política socialdemócrata de reformas; no entrega el poder a la derecha que sistemáticamente boicoteó las reformas al estado de bienestar queriendo implementar reformas que lo erradican y los transforman en el clásico estado neoliberal.

El mandato es claro: Pónganse de acuerdo, definan el denominador común y formen una coalición que lleve adelante las reformas, por más complicadas, dolorosas e incluso impopulares que sean. Y el denominador común es: modernizar, no erradicar el estado de bienestar. Revitalizar, no sustituir la economía social de mercado.

Alemania tendrá un gobierno de gran coalición. Es una excelente, tal vez la única, oportunidad de resolver los graves problemas que afrenta Alemania, sobre todo el desempleo.

En democracias parlamentarias como Alemania, los gobiernos de gran coalición, donde se juntan los dos partidos mayoritarios por tiempo limitado y con metas muy específicas que de otra manera no serían alcanzables, pueden tomar dos caminos opuestos. O llevar al país a la total inamovilidad, el empate político institucionalizado, la permanente concertación – o a lo contrario: un gobierno con suficiente fuerza para cortar el nudo gordiano y hacer avanzar el país.
Las grandes coaliciones siempre son la excepción a la regla política. Son una especie de moratoria para resolver un problema serio y después regresar a la competencia que debe existir entre izquierda y derecha.

Como observador a distancia de mi propio país, veo en este empate que obliga a las dos fuerzas protagónicas de Alemania a gobernar juntos, la gran oportunidad para las grandes y profundas reformas que necesita el país. Es más, Europa necesita que Alemania resuelva sus problemas y vuelva a tomar el rol protagónico en la unidad y la economía europea.

Si la socialdemocracia hubiera caído en la tentación de salvaguardar su poder buscando un entendimiento con los comunistas, el país hubiera seguido en la situación de un empate que no permite avanzar, con la derecha y la empresa privada no dejando gobernar y boicoteando cualquier reforma. Y con los comunistas y populistas desnaturalizando la política reformista. Una espiral de confrontación estéril.

En cambio, dentro de la coalición de los dos partidos mayoritarios, existe una potencial mayoría en pro de un pacto para reformar y salvar la esencia del sistema social, del estado de bienestar y de la economía social de mercado. Los dos grandes partidos no son monolíticos. La socialdemocracia tiene un ala ortodoxa que nada tiene que envidiar a los partidos ortodoxos de estas latitudes. Es el ala muy amarrada al movimiento sindical y cercano a los disidentes que salieron del partido socialdemócrata para unirse a los comunistas y llevarlos a un nivel de apoyo electoral nunca visto (8%). Pero la mayoría de la socialdemocracia es abierta a reformas aunque duelen mucho a su clientela tradicional que son los sindicatos.

En la democracia cristiana, hay un empate entre neoliberales que quieren erradicar el estado de bienestar, y socialcristianos que quieren preservarlo. Entre los socialcristianos y los reformistas en la socialdemocracia hay una sólida mayoría para gobernar y para implementar las reformas. Ahí se encuentra la gran oportunidad y el gran reto de la gran coalición que ahora se está negociando.

PS: Para El Salvador, todo esto suena futurista o inimaginable. ¿Y por qué? ¿Es tan duro imaginarse una izquierda democrática que deje de coquetear con la izquierda comunista y populista? ¿Es realmente tan imposible imaginarse que en la derecha salvadoreña haya fuerzas dispuestas a pactar reformas con una izquierda democrática seria y fuerte, una vez que exista?
(Publicado en El Faro)