lunes, 17 de octubre de 2005

Desperdicio de talento, liderazgo y oportunidad

Tuve el placer de conocer a Eduardo Galeano. Los amigos de la Universidad lo trajeron a La Ventana y pasamos varias horas conversando, bromeando, discutiendo. ¡Qué hombre más agradable, inteligente, dotado de humor, generosidad y calor! Esa noche fui a mi casa alegre, pero pensativo; con más dudas que antes, pero también con más optimismo.

El día siguiente fui a la Universidad Nacional al acto de otorgamiento del doctorado honoris causa a Eduardo Galeano. Escuché a un Eduardo Galeano hablando al público. No tenía nada que ver el hombre de discusión y reflexión que había conocido la noche anterior con aquel hombre hablando al público –su público: buena parte de la izquierda política e intelectual salvadoreña que se había reunido para homenajearlo.

Era como ir a un concierto de una estrella de rock de los años de Woodstock y oírlo volver y volver y volver a cantar las canciones de entonces que lo hicieron estrella. Escuchás las canciones de siempre, las que hacen feliz a todo el mundo alrededor tuyo, y te preguntás: ¿Qué ha hecho este tipo, tan talentoso, tan creativo, tan borrador de esquemas –tan revolucionario si querés- en los 36 años desde Woodstock? ¿No habrá escrito música nueva, no habrá desarrollado nada nuevo? ¿No habrá hecho nada que me cuestione mis gustos, mis verdades, mi manera de escuchar música - así como lo hizo en 1969? ¿Y toda esta gente, realmente no quieren escuchar nada nuevo? ¿Por qué no le permiten salir del guión acostumbrado? ¿Por qué no le exigen algo nuevo, algo que los vuelva a sacudir, algo que les vuelva a cambiar el rumbo, como Woodstock nos cambió el rumbo en 1969, en conjunción con el junio de 1967 en Berlin, con mayo de 1968 en Paris, con el agosto de 1968 en Praga, con el mayo 1970 en Kent State University* – y con la aparición en 1971 de un libro llamado “Las Venas Abiertas de América Latina”, escrito por un autor hasta entonces desconocido: Eduardo Galeano...

Con eso, regreso del concierto imaginado de Carlos Santana o Joe Cocker a la ponencia real de Eduardo Galeano en San Salvador. El gran intelectual Eduardo Galeano, quien fue capaz de despertar inquietudes, búsquedas, insurrecciones en varias generaciones, esta vez no convenció a nadie. Habló a los convencidos. El autor de un libro que hizo a millones de jóvenes repensar su manera de ver al mundo, aquí no hizo pensar a nadie. Vino a reconfirmar convicciones, a cimentar posiciones, a reconfortar a los creyentes. Del encuentro con Eduardo Galeano, la gente no salió pensativa, salió feliz; no salió sacudida en sus fundamentos ideológicos, salió con la seguridad de convicciones reconfirmadas. Eduardo Galeano, en vez de inquietar a su público, lo dejó con la tranquilidad de saber que sus posiciones siguen siendo válidas.

¡Qué desperdicio de talento, de liderazgo y de oportunidad! A un país como el nuestro -donde urge que la izquierda repiense su manera de ver el mundo, donde urge una buena sacudida al edificio de nuestras convicciones- no todos los años viene alguien como Eduardo Galeano. Alguien con una trayectoria de pensamiento rebelde, fuera de cualquier sospecha de haberse doblegado ante las presiones o tentaciones que usan las derechas para neutralizar a líderes de la izquierda; alguien que tuviera la autoridad moral para de nuevo sembrar en nosotros dudas, inquietudes, cuestionamientos.

El problema es que no sé si Galeano coincide conmigo en la necesidad impostergable de volver a sembrar dudas donde hay posiciones políticamente correctas; provocar inquietudes donde hay seguridad ideológica; sacudir donde hay ortodoxia.

Me quiero imaginar que sí. No quiero asumir que un gigante de pensamiento como Galeano se reduzca a un papel de viajar por el mundo y contestar a cualquier pregunta, a cualquier problema, a cualquier reto siempre con la respuesta más correcta en la escala de lo políticamente correcto. Esto es lo que hizo en la Universidad de El Salvador. Me imagino que la presión sobre un hombre -un mito- como Galeano es enorme: Al fin estás en el país cuyo sufrimiento y posterior levantamiento contra el sufrimiento ha confirmado tus teorías y ha puesto en práctica tus sueños; al fin estás parado en el aula de aquella universidad que ha sufrido ocupaciones militares, una política del estado de asesinatos a rectores, profesores, dirigentes estudiantiles, pero que igualmente ha producido herramientas y contingentes insurgentes. Y sientes que todos quieren escuchar que la verdad sigue siendo la verdad, que los malos siguen siendo los malos, los buenos los buenos, los revolucionaros los revolucionarios, los enemigos los enemigos y - los traidores los traidores. Sientes la emoción de la unidad, de las convicciones compartidas.
Entonces, ¿qué vas a decir? Las verdades de siempre, lo políticamente correcto. A menos que seas rebelde y líder de verdad.

Como aquel ex-dirigente guerrillero que escuché, hacia varios años, dirigirse a una asamblea de excombatientes insurgentes, dirigentes campesinos, “masa organizada” en una de estas zonas que durante la guerra fueron bastión del Frente. A aquel dirigente parado en frente de esta asamblea de unos 400 mujeres y hombres le preguntaron sobe el TLC, que en aquel entonces apenas se comenzaba a discutir. El hombre levantó la voz y gritó: “¡Los TLC son la nueva forma del imperialismo para seguirnos explotando!” Aplauso, pero todavía dudoso, dado que este dirigente ya tenía el estigma de la derechización y traición. “La globalización es el nuevo nombre del imperialismo.” Más aplausos, menos dudas. “No hay que permitir que el gobierno de Arena firme el TLC con Estados Unidos. ¡Nunca!” Aplausos frenéticos de todos. La gente que durante la guerra confió mucho en este dirigente, estaba feliz de darse cuenta que no era cierto que se había vuelto traidor. El hombre corta los aplausos con un gesto de su mano derecha y con un levantón de su voz: “Ven, compañeros, así de fácil es engañarlos. Uno sólo tiene que venir aquí y gritar un par de consignas y decir un par de tonterías que ustedes quieren escuchar - y ya consigue que lo apoyen, que le sigan y que le confíen. Ya consigue que ustedes dejen de usar su propia cabeza y sigan al partido. ¡No sean tan confiados! ¡No confíen tanto en las consignas, en las frases que les suenan bonitas! ¡Sólo porque las repiten a cada rato no son verdades!” Silencio. Caras incrédulas. “Bueno, hoy hablemos del TLC...”

El dirigente les hizo un breve análisis de la globalización. La globalización como un proceso que no se puede detener, que es irreversible, y que va a cambiar nuestras economías, nuestras vidas y nuestras oportunidades de todas formas, tengamos o no tratados de libre comercio con Estados Unidos, con México, con el Sur o con Europa. Concluyó que es absurdo luchar contra la globalización. En vez de luchar contra algo que no se puede detener, hay que luchar y trabajar para que tengamos mejores condiciones dentro de un mundo globalizado. En este contexto hay que discutir el TLC. No es cuestión de estar en contra o a en favor del TLC, sino cómo conseguir un TLC más favorable, un país con más equidad y más productivo...

Ya no hubo tantos aplausos. Hubo aplausos de algunos y protestas y puteadas de otros. Pero la mayoría –en favor o en contra de este dirigente; e independientemente de su grado de vinculación al partido FMLN- quedó pensativa. Quedó picada, con dudas, con cuestionamientos al gobierno, pero también a la oposición. Había venido alguien para sacudir sus convicciones. Un veterano dirigente campesino, ex guerrillero y actualmente presidente de una cooperativa, me lo resumió de esta forma: “No sé si este compañero tiene razón, pero sé dos cosas: primero que tiene huevos de venir aquí a hablar de esta manera. Segundo, que hay que pensar bien este volado de la globalización.” Ni puedo imaginarme el impacto que hubiera tenido Eduardo Galeano si hubiera hecho algo similar en la Universidad de El Salvador.

*2 de junio 1967 en Berlín: Una manifestación de estudiantes contra la visita de Reza Pahlevi, el Shá de Persia, es reprimida. Un policía mata a tiros a un estudiante, hecho que desencadena el movimiento estudiantil antiautoritario en toda Alemania.Mayo 1968 en París: huelga estudiantil, acompañada de manifestaciones y huelgas de estudiantes y obreros en todo el país.Agosto 1968 en Praga: Tropas soviéticas y de los países comunistas de Europa Oriental invaden a Checoslovaquia para poner fin a las reformas impulsadas en este país, encaminadas a democratizar el socialismo. Estudiantes checos se enfrentan a los tanques soviéticos.Mayo 1970 en Kent State University en Ohio: la Guarda Nacional abre fuego contra una manifestación estudiantil contra los bombardeos norteamericanos en Camboya ordenados por Nixon. Cuatro estudiantes mueren.Los cuatro eventos marcan el carácter internacional de la rebelión de la juventud contra el orden internacional creado por la Segunda Guerra Mundial. Nace una nueva izquierda, que es radical, independiente, internacionalista y opuesta a los partidos comunistas.
(Publicado en El Faro)