lunes, 17 de octubre de 2005

¿Made in US u orgullosamente salvadoreño?

Una controversia interesante surgió en el último debate de “Encuentros”: la violencia de las maras, ¿un problema importado o casero? ¿MS y 18 - made in US u orgullosamente salvadoreños? Preocupados, asustados por el problema, su profundidad, su amplitud, su peligrosidad, casi todos los panelistas aceptaron la idea de que se trata de un problema importado. Made in US. Producto del gueto de Los Angeles, no del cordón de marginales alrededor de San Salvador.

Me permito disentir de esta tendencia. Creo que es una tendencia de evadir responsabilidad. Es cierto que las pandillas que hoy dominan nuestros noticieros – la Mara Salvatrucha y la Mara 18 – nacieron en Los Angeles. ¿Y qué? ¿No estamos diciendo, desde hace rato, que a la nación salvadoreña, para entenderla, hay que concebirla como más amplia que el territorio nacional? La nación salvadoreña incluye a los 3 millones de salvadoreños que viven afuera, sobre todo en Estados Unidos, sobre todo en Los Angeles, sobre todo en los guetos de Los Angeles. El país está generando emigración, sobre todo laboral. Puede ser que tengan razón los que dicen que el país expulsa a sus hijos, negándoles oportunidades laborales – pero nadie habla que los expatriamos. Siguen siendo salvadoreños. Mandan pisto. Sostienen gran parte de la economía. Son parte de la nación. Incluso más que antes. Hoy son protagonistas del desarrollo nacional.
Si esto es válido, lo es para todos. Incluyendo los que se hicieron pandilleros. Incluyendo a los que vienen deportados, maleados, viciados, para convertirse aquí en líderes, mentores de la violencia.

El hecho que las pandillas salvadoreñas se nutren del potencial de violencia, de la energía criminal y de la experiencia operativa de los pandilleros deportados, no convierte, para nada, el fenómeno de las pandillas en un problema importado. Tiene sus raíces en la historia de El Salvador, en la realidad nacional salvadoreña marcada por la migración, en las contradicciones de la migración ilegal que viene a sostener a la economía del país. El problema es genuinamente salvadoreño, fabricado de manera globalizada, como cualquier otro producto del mercado internacional, en división de trabajo entre Los Angeles y Soyapango, Washington y Apopa. Los insumos provienen de la inequidad y marginalidad del país que los expulsó – otros de la marginalidad, exclusión y alienación de la cual son sujetos en Los Angeles, producto de la ilegalidad, del desarraigo, de la falta de protección por parte de su país. Pero independientemente de que son más incisivos los factores que provienen de Soyapango o las que se originan en Echo Park – siempre son nacionales, igual son caseros. El fenómeno, prodúzcase allá o acá, es resultado, es falla, de la sociedad salvadoreña.

Para resolver un problema, primero hay que hacerse cargo de él. Asumirlo. Buscar la culpa en otros lados, siempre es el primer paso para no resolver.
El debate donde se generó esta controversia era sobre prevención. Si un problema es importado, no me obliga a buscar los cambios estructurales para prevenirlo. Si la violencia en El Salvador es principalmente de maras y las maras son un fenómeno importado, no hay política social ni educativa que prevenga.
En cambio, si concebimos que el problema principal, independiente de donde vengan los líderes pandilleros, es el caldo de cultivo que encuentran en los sectores marginados que vive en barrios y colonias marginales, entonces es claro como prevenir: Combatiendo la marginalidad con todas las estrategias que en Encuentros se discutieron.
Y de repente surge otra línea de prevención: una política del Estado que ataque los problemas de ilegalidad, exclusión, marginalidad, racismo, desarraigo cultural y destrucción de la estructura familiar que enfrentan los jóvenes salvadoreños -migrantes o hijos de migrantes- en los guetos de Los Angeles o Washington. Para hacer aun más integral la política de prevención en nuestras ciudades y sus cordones de pobreza.

Sólo imagínense el impacto preventivo a la violencia que tendría un convenio de unificación familiar que nuestro gobierno lograra con Washington. No hablar de convenios que faciliten a los salvadoreños en Estados Unidos y sus familias estatus legal, acceso a educación integral y a trabajo calificado. ¿Imposible? Ni más ni menos que la transformación de las colonias marginales en barrios dignos. Igual de difícil, igual de indispensable para salir de la espiral entre marginalidad y violencia.

(Publicado en encuentroselfaro.net)