lunes, 26 de diciembre de 2005

Carta a Santa

Querido Santa, quiero primero agradecerte el regalo anticipado que nos has hecho: un nuevo director de policía. Cuando yo reclamaba a mi mamá que había pedido a Santa una bicicleta y me apareció como regalo de navidad una enciclopedia, ella me dijo: “Hijo, Santa sabe mejor que nosotros lo que realmente necesitamos.” En aquel entonces, no me convenció mucho, pero hoy sé que tenía razón. No sólo con la enciclopedia (me sirvió bastante, la canjeé para conseguir la bicicleta), sino con lo de la sabiduría de quien conoce mejor que uno las necesidades reales.

Bueno, Santa, lo hiciste otra vez. A saber qué te pidieron los salvadoreños, pero vos dijiste: Lo que necesitan es alguien al cargo de la PNC que actúe. Hace unos pocos días hablé con un oficial de la PNC y me dijo que nunca había sentido tan baja la moral de los policías. Me habló del impacto fatal que tenía sobre la moral dos fenómenos: la corrupción en la dirección y la total ausencia de respuestas, por parte de la dirección, a la alta cuota de policías muertos. “Esto no hubiera pasado con Rodrigo”, me dijo. Sorpresa: No es arenero, es uno de los guerrilleros convertidos en jefes policiales. La cosa es que bajo el mando de Rodrigo Ávila nunca se sintió aislado, sintió que estaban combatiendo la delincuencia. En los últimos años –en la PNC bajo Mauricio Sandoval y, sobre todo, bajo Ricardo Meneses- él y muchos otros oficiales y agentes se sintieron aislados, impotentes, frustrados.

Qué bueno que tú también hayas visto esto, Santa. El nuevo director de policía es el mejor regalo que nos pudiste haber dado. Y el impacto ha sido inmediato: Ayer me encontré con una patrulla de la PNC, con estos agentes a pata que andan en el vecindario. Esta vez, siendo navidad, hubo oportunidad de platicar. Les pregunté como vieron el hecho de tener como nuevo director al viejo conocido Rodrigo Ávila. “Nos va a apoyar más”, dijo uno. “Sí, nos va a aumentar el sueldo”, dijo otro. “No jodás”, dijo el primero, el menos joven de la patrulla, “no estoy hablando del sueldo, estoy hablando de apoyo. Estoy hablando que nos va a devolver el orgullo de ser policía.”
Sacar a Ricardo Meneses no sólo del Castillo de la PNC, sino del país, me parece un piquete bastante bueno, Santa, pero si es cierto que vos escuchas lo que realmente piensa y necesita la gente, tenés que soltar algunos regalos más. Una golondrina no hace verano, y un buen hombre como director no hace buena policía, aunque así como la golondrina anuncia el verano puede anunciar una nueva tendencia.

Entonces, para que lo del nuevo director de la policía haga verano, Santa, te voy a pedir algunos regalos más, tal vez te ayuda en tu difícil tarea de entender lo que necesita la gente... y cumplirles.

Aquí, con toda humildad, la lista, Santa. Por favorcito,

• Que hagan una depuración radical dentro de la policía, pero incluyendo todos los niveles de jefatura.
• Que pongan a los cuadros más calificados al mando de las áreas estratégicas, independiente de lealtades políticas o religiosas.
• Regalale a la PNC un presupuesto adecuado, sobre todo para investigación, servicios científicos, inteligencia policial, medios de transporte, capacitación.
• Hacé que la policía se acerque más a las comunidades: menos rotación, más arraigo.
• Ponele a la par del nuevo director de policía a un nuevo fiscal general capaz, independiente y decidido a volver funcional el triángulo policía-fiscalía-cortes.
• Y, para cerrar la obra con brocha de oro: Que el partido gobernante deje de utilizar el tema del combate a la delincuencia para fines partidarios y electorales. (Deciles que no necesitan jugar con el miedo de la gente para ganar, Santa, tal vez a vos te hacen caso...) No más variaciones del Plan Mano Dura, más profesionalidad e institucionalidad en policía y fiscalía. Tal vez de esta manera se puede llegar a un acuerdo nacional de combate a la delincuencia, la de tatuaje como la de cuello limpiamente blanco.

Sé que es mucho pedir, pero Santa no puede permitir que su regalo anticipado –el nuevo director de policía- quede inútil, mal aprovechado, atado de las manos o mediatizado por otras instancias del gobierno que jalen para otro lado...

Entonces, estimado señor presidente Elías Antonio Saca, con todo respeto, por favor, no se quede a medias.

Atentamente,

Paolo
(Publicado en El Faro)

lunes, 19 de diciembre de 2005

La apuesta

Si tenemos un rubro de exportación y si además resulta que es el más importante, el único en crecimiento, entonces, nos tenemos que hacer la pregunta: ¿Cómo fomentamos esta exportación que nos hace viable nuestra economía y nuestra balanza comercial? Tenemos que hacer todo lo posible (y a lo mejor algo imposible también) para ver cómo exportamos más, a mejor precio. Tenemos que mejorar el producto, para que lo podamos exportar a mejores condiciones y obtener mejores precios.

Traducida esta lógica (que todo el mundo aplica a productos como café, tamales o zapatos) a la única cosa que El Salvador exporta exitosamente –mano de obra- esto significa: tratados internacionales con los países receptores de nuestra mano de obra para conseguir que puedan emigrar más gente, que ganen mejor, que tengan mejores condiciones de trabajo, de legalidad, de acceso a todos los servicios, incluso los que les sirven para seguirse capacitando y así cotizarse mejor. Y significa acá mejor educación, mejor preparación para los jóvenes, para exportar mano de obra más calificada o mejor pagada.

No entiendo por qué un planteamiento de este tipo es percibido como cínico, como utilitarista, como algo inmoral.

Todo el mundo sabe que la migración mantiene a flote la economía de El Salvador. Si, pero no es la migración como fenómeno antropológico la que nos mantiene a flote, es la inserción de salvadoreños en el mercado globalizado de trabajo, son los salarios que los emigrantes devengan en Estados Unidos y otros países.

Si todo el mundo sabe esto, ¿por qué nadie está dispuesto a decir: apostemos a ésto, pero en serio?

Dicen: Así es, pero no podemos apostar a ésto.

Los argumentos: No podemos exportar seres humanos. Nadie está planteando que exportemos personas. Nadie está hablando de esclavos. El producto que se vende –en las fincas de Santa Ana, en las fábricas de Soyapango, en las maquilas de Comalapa, o en Estados Unidos; ¿cuál es la diferencia?- no es la persona, es la mano de obra. La mano de obra se vende – eso se llama mercado de trabajo. Y no es inmoral, por lo contrario: vino a superar la esclavitud y abrir el paso a la libre organización de los trabajadores.

Otro argumento: No podemos fomentar la migración ilegal. Pues, mientras el Estado no garantice vías legales de migración, de hecho seguirá la migración ilegal, con todos los riesgos y costos que implica. No se trata de fomentarla. Hay que suavizar sus efectos y hay que paulatinamente legalizarla.

Es al revés: Mientras no apostemos a la migración como exportación de mano de obra, condenamos a la gente a la ilegalidad, a la no protección y al mal aprovechamiento de nuestro recurso humano.

Detrás de todo esto hay una diferencia en los objetivos. ¿Queremos que los salvadoreños tengan cada vez más acceso al mercado globalizado de trabajo, con todas las oportunidades que esto significa para los individuos, las familias y para el país? ¿O queremos que –aunque sea por arte de magia- la gente ya no tenga necesidad de emigrar para tener oportunidades?

¿Cuál de los dos mundos soñamos? ¿Un mundo donde cada uno queda en su familia, en su caserío, en su pueblo, en su país, sin necesidad de salir – o un mundo con cada vez menos fronteras para que la gente busque sus oportunidades en otras partes?

A mi no me gusta la visión idílica de un mundo sin migraciones. No me agrada. De todos modos no es realista, no es viable. Las migraciones son parte definitoria del proceso social, cultural y económico de los últimos siglos. Primero la gran migración del campo a las ciudades. Hoy la gran migración del tercer mundo al primero.

Lo que hay que erradicar es que la migración –mejor dicho la inserción en el mercado internacional de trabajo- sea forzada. Tiene que ser una opción – y a esta opción habría que apostar porque fomenta el desarrollo del país, como ilustra el informe del PNUD y también el debate en Encuentros (www.encuentrsoenelfaro.net). Pero debe haber también la opción de quedarse, deben crearse oportunidades a nivel nacional y local. Y nuevamente, el informe da pistas como esto puede ser resultado de un proceso de retroalimentación causado por la misma migración.

Y sobre todo hay que erradicar los efectos negativos. Pero nuevamente: La desintegración familiar no se supera diciendo a los hombres que se queden, aunque sea sin trabajo. Se supera conquistando para los salvadoreños que trabajan en Estados Unidos, ya con cierta estabilidad legal y laboral, que puedan llevarse a su esposa y a sus hijos.

Sólo apostando a la migración –al derecho de participar en el mercado internacional de trabajo- los problemas planteados por la migración ilegal tienen soluciones.

Si la migración que hasta ahora se efectúa de manera ilegal, con altísimos costos para las familias y para la sociedad, es tan productiva para el país, como comprueba el estudio entregado por el PNUD, ¿no se potenciaría esta productividad si apostamos –como nación, como estado, como sociedad- a esta forma de inserción en la globalización?

Imagínese que todos los que se vayan a trabajar a Estados Unidos (o Europa) sepan inglés, manejen computación, tengan un oficio cotizable en el primer mundo. No sólo ganarían mejor, tendrían mejores condiciones para integrarse, también tendrían muchísimo más oportunidades de aprender, formarse, desarrollarse profesionalmente y regresar a El Salvador transformados en transformadores.
Los migrantes no son “expulsados”. Hay que dejar de ver el fenómeno así, de manera condescendiente. Son gente que se cotizan en un mercado de trabajo más amplio que el nacional.
Además constituyen “capital” del núcleo familiar que los manda (o los manda a traer desde Estados Unidos). Para las familias, la decisión de invertir miles de dólares en un viaje de un familiar, es una decisión empresarial. Hubieron podido invertir este dinero en algún negocio local –un taxi, un terreno, una pupusería- pero saben que es mejor negocio invertirlo en la exportación de mano de obra.

Si las familias humildes -miles de ellas- hacen esta apuesta, ¿no será mejor que el país también la haga?
(Publicado en El Faro)

lunes, 12 de diciembre de 2005

Sobre la crítica

En mi última columna escribí que, para ser crítico de cine, hay que saber de cine y hay que saber criticar. Quiero ampliar este concepto con otro requisito indispensable: Para ser crítico, hay que saber escuchar crítica.

Una muy querida amiga y colega me escribe “que siempre parece que estás enojado con alguien o con todo” y pone, como “subject” de su e-mail, las palabras “muy ácido”. Y mi editor, quien me adelanta las cartas recibidas, agrega: “Concuerdo con ella.”

Es cierto: Hay muchísimas cosas (hechos, sucesos, personajes) que me provocan crítica ácida y, más que enojo, rabia. Pero igualmente hay cosas que me encantan, que me alegran, que merecen cuidarlas, fomentarlas, difundirlas. Por lo menos en mi balance muy personal, deben pesar más las cosas positivas que las negativas, porque resulta que yo tengo fama de ser optimista incurable. Soy uno de los pocos que siguen creyendo en el futuro de El Salvador. Estoy convencido de que la guerra y los Acuerdos de Paz valieron la pena y han abierto espacios que todavía no hemos sido capaces de ocupar. Yo soy uno de los raros que piensan que los problemas del país tienen solución. Todavía creo que la izquierda no está muerta, sino que después de llegar al fondo de su crisis, podamos construir una izquierda dinámica, creíble, responsable.

Muchos de mis amigos y colegas -quienes nunca provocan pleitos enojándose públicamente y criticando ácidamente- se burlan de mi optimismo, de mi confianza en el progreso, en la capacidad de detectar, analizar y superar errores y deficiencias.

Tiene razón mi amiga: Criticar demasiado y de manera demasiado ácida puede ser un problema. Pero dejar de criticar y retirarse a una posición de silencio, resignación, pesimismo y escepticismo es peor. Es cínico. Es irresponsable.

La razón por la cual yo enfoco más en lo negativo que en lo positivo es muy sencilla y tiene poco que ver con mi estado de ánimo: Hay en nuestra cultura un déficit de crítica. También en el periodismo. Lo que se escribe, o es meramente descriptivo; o repite lo que dicen las fuentes, sobre todo cuando son fuentes que tienen que ver con los poderes políticos o fácticos; o es puro elogio. No sólo frente a los poderes. ¿Cuántas veces leemos en los periódicos reseñas críticas de las películas en cartelera? Casi nunca. Casi siempre repiten los comunicados de los distribuidores. Y cuando un crítico de teatro y otros espectáculos toma en serio su oficio, como lo hizo Héctor Sermeño, lo atacan de destructivo, de insensible, de no apoyar el arte nacional.
En nuestra cultura existe el grave error de pensar que lo crítico –señalar lo negativo- es destructivo; y que lo positivo -lo afirmativo, lo condescendiente, el elogio, el respeto- es constructivo. No criticar cuando hace falta criticar es destructivo. Tratar con respeto y condescendencia lo que está mal es destructivo.

Pero yo tengo que reconocer: No hablar de lo bueno también puede ser destructivo. Sólo que esto es mucho más difícil si uno quiere hacerlo bien. Un ejemplo: Ante la avalancha permanente de propaganda que emite el gobierno para auto elogiarse, no encuentro cómo escribir algo positivo sobre la labor gubernamental, aunque haya cosas positivas y aunque a veces me de ganas de resaltarlo. La labor de Evelyn Jacir, por ejemplo, construyendo instrumentos efectivos de defensa al consumidor; el trabajo de la vicepresidenta Ana Vilma de Escobar, atrayendo inversión extranjera al país; el silencioso esfuerzo de Cecilia Gallardo, introduciendo políticas sociales de corte socialdemócrata a un gobierno de derecha; la manera como Tony Saca aprovecha el corto lapso de poder real que le da la presidencia, el control del partido, su popularidad personal y la crisis de la derecha tradicional para transformar ARENA de la expresión política de la cúpula empresarial en un partido popular de derecha abierto hacia el centro y reformas de corte socialdemócrata.

Lo mismo pasa con la izquierda. Mientras no dejen de propagar su estúpida consigna “Somos buen gobierno”, no voy a escribir sobre lo bueno que hay en la gestión de algunos alcaldes. De todos modos, lo que necesitan es crítica y debate, ya que en su partido ya no existen. Y aquella nueva izquierda que quiere levantarse, lo que más le urge es transparencia y análisis crítico. De nada le sirve que uno resalte las pocas cosas que hacen bien.

Y en cuanto a los medios –cuya crítica es parte esencial de esta columna transversal- muchos colegas me preguntan: ¿Y todo lo que hacemos es malo? O ¿Por qué sólo pasas criticando a los medios? Claro que hay cosas buenas. Me encanta la manera en que un bicho irreverente como Oscar Martínez interroga a celebridades como Joaquín Villalobos, Cardenal, Oscar Andrés Rodríguez Maradiaga o Daniel Ortega. Me gustan los reportajes de Metzi Rosales y Ricardo Valencia. Amo las caricaturas de Alecus. El trabajo de muchos fotógrafos, tanto en el Diario como en la Prensa, me parece extraordinario, siempre cuando les dan espacio y libertad creativa. Nunca me pierdo las columnas de Joaquín Samayoa, Miguel Cruz, Joaquín Villalobos, Miguel Huezo, Héctor Vidal – lo que no significa que siempre estoy de acuerdo con sus planteamientos. Lo bueno no reside en que uno esté de acuerdo. Pero, ¿será necesario dedicarle columnas a estos aciertos de los periódicos? No es necesario, porque se distinguen solitos en un mar de mediocridad, mentiras, campañas apenas encubiertas y otras aberraciones con que los periódicos llenan sus páginas.

Incluso a los columnistas que aprecio prefiero dedicarles columnas cuando no estoy de acuerdo. Tal vez de esta manera podamos iniciar diálogos que valgan la pena y que nos lleven a entender mejor al país.

Quiero tomar en serio la crítica –en cuanto a lo ácido y lo enojado de mis columnas- pero no se cómo hacerles caso. No sé como ser periodista o columnista sin criticar, incluso sin ofender. La cura que no duele normalmente no sirve.

¿Y el equilibrio? ¿Que pasa con la obligación de ser balanceado?, me pueden preguntar. Pero, ¿cuál obligación? Si alguien me contrata (y me paga) para ser crítico de cine, por ejemplo, y me exige que haga reseña de 10 películas que aparecen en cartelera cada mes, probablemente voy a elogiar algunas, destrozar a otras y encontrar al resto algo insignificante. Si alguien me contrata para hacer un balance equilibrado de la actuación de todos los partidos o de todas las dependencias del gobierno (y si así se presenta al público el proyecto periodístico), entonces será mi deber ser muy justo, establecer equilibrios, buscar lo negativo y lo positivo de cada uno... Y si sólo critico, mi editor y el público tendrían todo el derecho de reclamarme.

Pero, yo sólo soy un columnista que emite, dentro del concierto de opiniones, las mías, sin contrato, sin compromiso con nadie. Puedo –¡debo!- olvidarme de equilibrios. Los equilibrios y los contrapesos se establecen entre las opiniones diversas, no tiene que ser equilibrado cada uno. Sería horriblemente aburrido. Si yo critico a alguien, otro lo va a defender si lo merece. No tengo que criticar y defenderlo yo. No soy juez, soy escritor.

Ni siquiera de los jueces –quienes por ley tienen que ser justos- se espera que citen ante su cámara a los honrados para darles premios de buen comportamiento.

Pero cuidado con estas comparaciones: Nosotros quienes escribimos no somos jueces. No estamos en función de la justicia, sino en función de la verdad, del debate, de la transparencia. Si para cumplir esta función hay que criticar, hay que hacerlo. Si para cumplir con esta función hay que rescatar lo positivo que ya no se distingue entre el escepticismo y el cinismo, hay que hacerlo.
(Publicado en El Faro)

lunes, 5 de diciembre de 2005

Zapatero a tus zapatos

Cuando trajeron a El Salvador la película Voces Inocentes, me ocurrió lo mismo que siempre me pasa cuando todo el mundo me pregunta “¿Ya viste tal y tal cosa?”: Me provoca no ir. Es por esa razón que me tardé tres años para visitar Marte; cuatro años para ver “La lista de Schindler”; no fui al concierto de Santana; no he leído las últimas novelas de García Márquez.

Entonces, tampoco fui a ver Voces Inocentes. En este caso, me bastaron los comentarios de los demás –en los periódicos, en las tertulias en mi bar- para convencerme que esta película no sirve. Ojo, no eran los comentarios negativos que escuché (muy pocos), sino los comentarios positivos (muchos) que me llevaron a esta conclusión. ¿Cómo me iba a gustar una película que me la quieren vender con el argumento que hizo llorar a todo el mundo? Si hacer llorar a la gente es fácil, es barato, y casi nunca sirve para nada. Hacer pensar a la gente es el arte. La película “La vida es bella” no te hace llorar. Te hace reír y pensar sobre el holocausto. Ya todo el mundo te hizo llorar del Holocausto, pero la mayoría sigue sin entender. Vino Roberto Benigni y nos hizo reír. Reír sobre el campo de concentración, obviamente te obliga a pensar. ¡Eso es cine! ¡Eso es arte! ¡Eso es humanismo! En cambio, llorar no te hace pensar, casi siempre sustituye el pensar.

Pero de repente me entraron las ganas, no de verla, sino de escribir sobre ella. Obviamente, tenía que ir a verla. Ese mi maldito instinto de ir contra corriente. Entonces, ya no estaba en cartelera; también las funciones especiales de La Prensa Gráfica y de ProBúsqueda ya habían pasado de moda, así que la vi en mi casa, gracias a Blockbuster.

La película es peor de lo que yo me imaginaba. Tenían razón: Es verdaderamente para llorar, pero sobre lo panfletario que está el guión, sobre lo torpe que está la actuación; sobre lo diletante que es la dirección de parte de este “niño bonito” del cine mexicano, Luis Mandoki.

Sin embargo decidí no escribir nada sobre este fracaso. La bulla ya había pasado, la gente (por suerte) ya se había olvidado de la película Además, confieso, a veces me canso de hacer el papel de aguafiestas. A mucha gente le gustó la película. Mucha gente se emocionó con la película. Y otra gente, como los dueños de La Prensa Gráfica, simplemente se emocionó con la idea de que un “connacional” haya “triunfado” en el cine internacional. Hay que hacer el aguafiestas cada rato, aunque caiga mal, pero en este caso, ¿cuál era la importancia?

Sin embargo, ahora retomo el tema por una de esas coincidencias a las cuales hay que hacer caso: Primero, me encontré con un guionista mexicano quien estuvo aquí en El Salvador para hacer las investigaciones previas para un guión que está escribiendo para una película situada en El Salvador. Y el día siguiente sale en El Faro un largo artículo de Francisco Ayala Silva elogiando la película que yo pensaba ya olvidada: Voces Inocentes.

Con Enrique, el guionista mexicano, hablamos largas horas de amigos y películas favoritas comunes. Me cuenta cómo están trabajando -detalle por detalle, ambiente por ambiente, diálogo por diálogo- el guión y los personajes de la película. Y le digo: “Ve, Ustedes hacen lo contrario que hizo Mandoki para hacer una película sobre El Salvador. Ojalá logren comprobar que sí se puede…”

En el caso de Voces Inocentes, un director mexicano agarró un guión mal escrito por un diletante salvadoreño y lo filmó en México con actores mexicanos. Mundo al revés. Si hubiera conseguido un guionista profesional –difícilmente en El Salvador, pero si es profesional, no importa de donde es- tal vez la historia concebida por Oscar Torres hubiera agarrado forma y sentido. Y si el elemento “nacional” hubiera entrado no por la nacionalidad del guionista sino rodando en El Salvador, tal vez el producto hubiera alcanzado autenticidad. Y si además hubiera buscado por lo menos algunos actores salvadoreños, ellos tal vez se hubieran dado cuenta de las inconsistencias históricas en el guión. Haciéndolo así –contrario al método que Luís Mandoki, aprendió haciendo películas tibias en Hollywood- los protagonistas salvadoreñas no hubieran hablado con acento mexicano y no hubieran aparecido a cada rato rótulos, buses y placas mexicanas en escena.

En el caso de la película cuya historia investiga y desarrolla Enrique, es al revés: Una directora salvadoreña quiere hacer una película sobre su país. Como conoce de cine, sabe que escribir un guión no es así no más. Una cosa es una historia y otra es un guión cinematográfico. Entonces, busca a un reconocido guionista, preferentemente alguien con cierta cercanía cultural a El Salvador y su historia, su ambiente lingüístico y visual. Termina contratando a un guionista mexicano. Y empieza un proceso de investigación, de desarrollo del guión, con varios viajes que la directora salvadoreña y el guionista mexicano hacen a El Salvador, a las locaciones. Una vez se tenga un guión acabado y aprobado por la directora -y el inversionista que también es salvadoreño y conoce su país- la película será filmada en El Salvador, con actores centroamericanos. Puede resultar, por primera vez, en una película apegada a la realidad visual, cultural, lingüística e histórica del país.

Igual que su antecedente “El Salvador” del director estrella de Hollywood Oliver Stone, Voces Inocentes resulta siendo un insulto a la inteligencia. Por eso, fracasó rotundamente en México, país que normalmente aclama a sus directores de cine. Por eso, no ha penetrado en el mercado norteamericano. Éxito sólo ha tenido aquí, donde la gente tiende a emocionarse con cualquier cosa –por muy mediocre que sea- que un “connacional” haya hecho para “triunfar” en el exterior. Ahí va Oscar Torres en la compañía de Arquímedes Reyes, Álvaro Torres...

Francisco Ayala Silva –en su reportaje sobre Voces Inocentes publicado la semana pasada en El Faro- reporta que fueron Los Guaraguaos con su canción “Las casas de cartón” que inspiraron a Oscar Torres a escribir el guión para Voces Inocentes. Se nota. La película es como la música que la inspiró: llorona.

La inconsistencia más importante está en el tema central de la película Voces Inocentes: la guerra que devora a los niños. No voy a cuestionar los recuerdos personales de Oscar Torres (el guionista y protagonista de la película), pero sí puedo afirmar que el reclutamiento de niños no fue un fenómeno representativo de la guerra civil salvadoreña. Ni en el sentido estadístico: no fue común el reclutamiento forzoso de niños. Y las excepciones existían más por el lado de la guerrilla que por el lado de la Fuerza Armada. Hubo una coyuntura –creo acordarme que fue en el año 1984, cuando se trató convertir a la guerrilla en ejército regular insurgente, con batallones, con fuerzas especiales, con control territorial ampliado hacia los cascos urbanos de los pueblos- que el FMLN violó su principio de voluntariedad y su carácter de fuerza motivada por convicciones. En los reclutamientos forzosos de esta época también llevaron a niños y/o adolescentes muy jóvenes a los campamentos. Pero esta política errada fracasó y fue corregida muy pronto: Ninguna fuerza insurgente puede absorber combatientes involuntarios sin perder fuerza, no sólo moral sino incluso combativa.Los niños que quedaron en los frentes de guerra eran los más motivados, más voluntarios colaboradores de la guerrilla. Era más común el problema de cómo explicarles que no podían entrar a la fuerza combativa que los casos en que alguien los obligara a combatir. Y en el caso de los bichos entrenados para formar parte de las fuerzas especiales y los “samuelitos” que aparecen mencionados en el artículo de Francisco Ayala Silva en El Faro, tengo que decir que jamás he visto combatientes más voluntarios, más convencidos, más motivados, más conscientes a qué iban y por qué lucharon, que los “samuelitos”. (Francisco Ayala Silva cita a Marvin Galeas diciendo que “los entrenaron para matar sin compasión. Y lo hacían.” Sí, Marvin, los entrenaron para la guerra. Pero yo he visto muy pocos combatientes –adultos o “samuelitos”- matando sin compasión.)

Oscar Torres, en la vida real, tenía 14 años cuando tuvo que abandonar su país para evitar verse convertido en combatiente de uno u otro bando. Le quitaron 3 años para convertirse en el “Chava”. Chava cumple 12 años en la película. Y esto es la edad de los niños que –en la película- son llevados a la fuerza por el ejército y regresan convertidos en combatientes represivos. Claro, por más niño el protagonista, mayor el impacto emocional de la película. Y si hacer llorar es la idea política y comercial de la película, ¿qué cuesta restarles unos 3 añitos a los protagonistas? Cuesta caro. Cuesta credibilidad.

La edad de los miles de jóvenes reclutados por la Fuerza Armada definitivamente no era 11 ni 12, sino más bien de 15 para arriba. Y en la vida rural en El Salvador, esto hace una enorme diferencia. La diferencia entre niñez y adolescencia, en el campo, es abismal. Con 15 trabajan como adultos, se acompañan, tienen hijos, combaten.

Las escenas emblemáticas de la película son, al mismo tiempo, las más incoherentes con la realidad. No sólo con la realidad histórica del conflicto salvadoreño, sino también la realidad en el sentido situacional. Históricamente no son creíbles las escenas de incursión del ejército en la escuela, reclutando –con plena cooperación de los profesores. Mucho menos cuando se trata de niños de 11-12 años. Tampoco las escenas de incursiones guerrilleras al pueblo. ¿Cómo uno va a pensar que cada vez que este pueblo hay un tiroteo, las balas pasan por la casa de la misma familia? Tan mala suerte no existe.

¿Y quién se puede inventar una escena como la del tío guerrillero, quien en medio de una balacera alrededor de la casa donde visita a sus sobrinos de repente guarda la pistola, agarra una guitarra y canta las “Casas de cartón”? En el patio de la casa están apostados los soldados, las balas pasan –como siempre- por las ventanas de la casa- y el guerrillero, quien parece haber salido de un afiche conmemorativo al Che, tocando guitarra y cantando canciones de protesta. Es históricamente falso –los combates no son así- y además es situacionalmente inconsistente: Nadie se comporta así.

No estoy diciendo que las guerras no producen situaciones y comportamientos absurdos. Otra vez: vean La vida es bella para entender lo que un director puede hacer con lo absurdo. Pero en nuestro caso, o absurdo no es parte de una concepción artística de analizar la realidad, sin producto de ineptitud, ignorancia y –tal vez un poco- cálculo comercial. Mal cálculo, de todas maneras, porque para engañar a la gente hay que ser muy bueno... Afortunadamente, no es tan fácil.

Si bien recuerdo, Francisco Ayala Silva es el periodista que hizo reportajes asumiendo por un día un determinado oficio para escribir sobre sus experiencias. Así como ahora lo hace Leandro Sánchez en Viva la mañana, pero sin aburrir. Vaya, Francisco, ya hiciste un día de crítico de cine. Ya estuvo, ya sabemos que no es tu fuerte. No es tu oficio. Porque para este oficio, hay que saber de cine y hay que saber criticar.
(Publicado en El Faro)

domingo, 4 de diciembre de 2005

Debates vrs. agendas ocultas

Con este hemos provocado y publicado catorce Encuentros. A veces los debates llevan a una mayor claridad de expresión de las posiciones y contradicciones. Bienvenido sea. Es uno de los objetivos que nos trazamos a concebir Encuentros.

Conocer bien las contradicciones es el primer e indispensable paso en la búsqueda de coexistencias y sinergias. No hay que tenerle miedo a las contradicciones, ni siquiera a las fuertes e insuperables, hay que conocerlas y aprender cómo convertirlas en energía para el cambio y desarrollo.

Pero a veces, en casos excepcionales, es al revés: el debate lleva a poner en duda las contradicciones. Al salir del debate, uno queda con la duda: ¿Son fantasmas esas contradicciones, llevándonos a quijotescos pleitos con molinos de viento? ¿O sea que detrás de las posiciones encontradas se esconden otras que no se expresan? Este debate aquí documentado sobre la Universidad de El Salvador cae en esta categoría. Después de escudarlo, moderarlo, y luego transcribirlo, analizarlo y editarlo, ya no entiendo de qué se trata.

Leyendo el debate, ya no se explica por nada porque uno de los sectores representado en la mesa tuvo que llegar a tomarse la universidad, paralizar la vida académica de 30 mil personas, joderle la vida a los graduandos así como a los estudiantes de nuevo ingreso, amanerar la vida de la rectora, encapucharse y bloquear -si no definitivamente, por lo menos para medio año- la obtención de un fondo de 25 millones de dólares para relanzar la universidad como centro investigativo del país. Reto a nuestros lectores: analicen el debate documentado en estas páginas virtuales, y expliquen porque la UES tuvo que dar este paso para atrás.

Sentados en la mesa de Encuentros, todos coincidieron sobre casi todo: No hay ni habrá ni se permitirá la privatización de la U. Acuerdo unánime que incluye no sólo a la rectora y al vocero de los protagonistas de la toma, sino al rector de la universidad privada más importante del país, al diputado que representa al Frente y al responsable de la política cultural del gobierno Saca.

Hay que recuperar la calidad académica perdida, ampliar la cobertura mediante becas, e invertir en la capacidad investigativa de la universidad: acuerdo unánime entre estudiantado radical, rectora, partidos, universidad privada. Hay que luchar para que el Estado cumpla sus obligaciones con sus hijas: la educación superior pública, la universidad autónoma, la investigación en función del desarrollo del país: acuerdo unánime. Para esta batalla, hasta apoyo en las calles le ofrecen a la rectora los mismos que hace poco no la dejaron entrar a la universidad, la insultaron, la amenazaron (o por lo menos, permitieron que la amenazaran activistas encapuchados). Que unos tienen pánico a los organismo monetarios internacionales - y otros piensan que pueden arrancarles fondos sin dar concesiones… ¿Y qué? ¿Estas son las grandes contradicciones que van a continuar paralizando la alma mater? Está bien que los líderes de este movimiento universitario no le crean a ARENA y al presidente Saca; está bien que en la mesa de debate no le hagan caso a los planteamientos de Federico Hernández. Conociendo la historia complicada entre universidad y derecha, por lo menos se entiende.

Pero de repente hay dos rectores con credenciales tan incontestables -no sólo académicos sino igualmente de compromiso social comprobado y recontracomprobados- como el padre Tojeira y la doctora Rodríguez, diciéndoles que no hay peligro de privatización; que hay capacidad política para salvaguardar los intereses de la universidad y de la nación en las negociaciones con el gobierno arenero y con los organismo monetarios. Y de repente hay un dirigente del FMLN como Gerson Martínez, quien año por año articula la resistencia de su partido a las "políticas neoliberales" de ARENA, quien certifica que el BID no puede privatizar la UES, diciéndoles a sus "queridos compañeros" que, en vez de pelear contra fantasmas dentro de la UES, le ayuden a él y a la rectora a la hora de enfrentarse al gobierno para conseguir un presupuesto digno. Y de repente, ya no hay argumento que explique la toma del U, justifique las actuaciones de los encapuchados. Ni siquiera la existencia de capuchas.

Entonces, ¿de qué se trató todo este alboroto? Si no hay contradicciones en los planteamientos básicos ni en los objetivos, ¿por qué estuvo paralizada la universidad y sigue paralizada la gestión de los fondos que necesita para cumplir los objetivos? Sólo hay dos explicaciones. O pasó lo que insinuó el padre Tojeira: que la incapacidad política de este movimiento lo llevó a iniciar la lucha por el final del proceso, tomando acciones violentas son haber agotado el espacio de diálogo. Si es así, que bien que ahora se abierto el diálogo, y todo tendrá una solución feliz. O pasó lo que insinuó la doctora Rodríguez: que detrás de este movimiento hay mano peluda que obviamente no se manifiesta en debates; que incluso los estudiantes que protagonizaron la toma y el cierre de la universidad fueron manipulados por intereses ocultos. ¿Mano peluda de quién y para qué fines? La doctora tiene sus sospechas, hablando de una agenda oculta de quienes quieren retomar el control de la UES. Yo tengo mis sospechas que incluso van más allá de las luchas internas de la UES. Hay un sector de la izquierda que no puede permitir que la universidad nueva se construya sobre un amplio acuerdo nacional. Prefieren una universidad pobre y mediocre, pero aliada de la izquierda contra la derecha - a una universidad financiera y académicamente fuerte que responde a la nación, no a partidos ni movimientos ni argollas. Por más que deseo que no tuviera razón María Isabel Rodríguez, temo que sí la tiene.

Temo que nuestro debate -que concluyó en que no hay contradicciones expresas que justifiquen no ponerse de acuerdo en función de una visión compartida sobre la necesidad que tiene el país en el desarrollo de la universidad- fue un éxito porque una parte no puso sobre la mesa sus verdaderos motivaciones y planteamientos. Esto tampoco significaría que no tiene valor debatir y llegar a conclusiones. Siempre es necesario y siempre aporta. En este caso a que los que juegan con cartas escondidas y no someten a debate sincero sus planteamientos, paguen un costo político aun más alto si siguen paralizando la labor de rescatar a la UES.
(Publicado en encuentroselfaro.net)

lunes, 28 de noviembre de 2005

Gracias, Ernesto

Si es cierto que a una persona la podemos medir por la calidad de sus amistades -y estoy convencido que es muy cierto- Ernesto Richter fue un hombre excepcional. La clase de amigos que tenía, y la manera como vivían la amistad con él, podían dar envidia a cualquiera.
Yo no tuve la suerte de estar tan cercano a Ernesto. Para mi era el esposo de una querida amiga, el amigo muy cercano de varios hombres que respeto mucho. A veces nos juntamos -Ernesto, sus amigos y yo- cuando sentimos la urgencia de hablar sobre el país. Y así hablamos: con urgencia, con la convicción que para sacar al país de la crisis (o de la inercia; o del equilibrio fatal en que lo tienen los extremos) habría que hacer un ejercicio riguroso de análisis y de debate. Estas reuniones -yo lastimosamente no tuve la oportunidad de participar en muchas- normalmente fueron provocadas por Ernesto, por su sensibilidad, por su sentido de responsabilidad, por su disposición de intervenir. Se discutió, se llegó a destilar prioridades, a identificar puntos de intervención, a veces propuestas concretas, y cada uno se fue de regreso a su ambiente profesional, político, social con estas nuevas ideas, a tirarlas, a proponerlas, a provocar debate y acción.

Haciendo puentes, llamaba Ernesto este trabajo. Muchas de las ideas y los argumentos para mis columnas, muchos planteamientos que yo he hecho a mis amigos en movimientos políticos, provienen de estas sentadas con Ernesto & Cia.

En cierto grado, así también nació la idea de Encuentros, la propuesta de abrir en El Faro este espacio para el debate. Por esto, cuando se trató de dotar al proyecto “Encuentros en El Faro” de un Concejo Asesor que nos ayudara a seleccionar y analíticamente preparar los temas, el primero a quien llamé fue a Ernesto Richter.

Comenzó, de esta manera, una relación intelectual y de trabajo sumamente productiva. Un permanente intercambio de ideas, una discusión en la cual colectivamente descubrimos, en cada tema que preparamos para Encuentros, fisuras en las posiciones aparentemente claras; pero también verdades muy sencillas en aparentes complejidades creadas por debates falsos y argumentos interesados. Los miembros del Concejo Asesor de Encuentros -y sobre todo Ernesto- nos cuestionaron y volvieron a componer todos nuestros temas y nuestros enfoques que pensábamos llevar a los debates. En muchos temas, el debate más de fondo, más sincero, más rompedor de mitos, clichés y padrones se dio en el Concejo y no en el Encuentro. Sin estos ensayos, difícilmente me hubiera atrevido a meterme en la arena con los leones, chacales, buitres y serpientes de la fauna política nacional. En cada debate, en cada momento que me tocó moderar estos Encuentros me sentí respaldado por la capacidad intelectual de nuestro Concejo. Gracias, Ernesto.

Cuando invité a Richter a formar parte de Encuentros, me dijo que tal vez no era la persona adecuada, porque él estaba perdiendo la fe en el país y las ganas de vivir aquí. Que mejor buscara a otros con más optimismo, más dinamismo, más certeza de poder cambiar el país. A alguien más seguro de que habrá luz al final del túnel. No le acepté el argumento. Si estaba tan decepcionado de la manera como el país no enfrentaba los problemas de violencia, de pobreza y de falta de educación, esas preocupaciones, tenía el deber de articular esas preocupaciones y de formular las interrogantes que de ahí se desprendían. Y lo hizo, convirtiendo su decepción con el país en fuerza para cuestionar, para exigir respuestas, para buscar rutas alternas de concebir soluciones. Ernesto continuó preparando su salida del país, pero no huyó. Aceptó el reto.
Con eso, Ernesto dio un aporte invaluable a Encuentros. No tenía razón en dudar que su escepticismo, a veces pesimismo, pudiera ser constructivo. Urge que la gente decepcionada se manifieste, argumente, siga participando de los debates. Con la participación sincera de Ernesto salimos ganando quienes hacemos Encuentros y El Faro. No sé si salió ganando Ernesto. Lo dudo. Por más que discutimos, dentro y más allá del Concejo, la lucha de Ernesto contra la pérdida de fe en su país no la fue ganando. Por más que como intelectual de izquierda se esforzaba a visualizar soluciones a los problemas del país, como hombre llegó a la conclusión que tenía que salir del país para vivir. Para nosotros, sus amigos, sus alumnos, sus colegas, este conflicto de Ernesto fue muy productivo. A mi me produjo puntos de vista nuevos, a Encuentros le produjo enfoques interesantes. A él, temo, le produjo profundo dolor.

Le hubiera deseado poder salir: a Europa, a Alemania, su segunda patria, o a España que últimamente le enamoraba. Le hubiera deseado poder tomar distancia de nuestros problemas, enredos y rollos… Estoy seguro que desde afuera -geográficamente afuera y anímicamente desde terreno más seguro- Ernesto Richter hubiera dado aportes sorprendentes al debate nacional, a la búsqueda de todos nosotros, sus amigos, de respuestas sinceras a los problemas que aquejan a El Salvador. Incluso, a la refundación de una izquierda capaz de hacerse cargo del país y llevarlo adelante.

Se fue del todo. Murió el 22 de noviembre. Seguiremos buscando, sin él, pero con el mismo espíritu de Ernesto: el profundo amor a la verdad, por sobre todo.
(Publicado en El Faro)

lunes, 21 de noviembre de 2005

Chabelita vs. mediocres

¿Cómo es posible que los miles de estudiantes, docentes, trabajadores, egresados de la Universidad de El Salvador no hayan sido capaces de sacar del campus a unos cien impostores disfrazados de revolucionarios que lo tenían tomado?

¿Cómo es posible que la izquierda salvadoreña no haya sido capaz de poner en su lugar a este grupo que instrumentaliza el discurso de izquierda para secuestrar la Universidad?
¿Cómo es posible que todos hayamos dejado la tarea de defender la universidad a una señora de más de 80 años?

Si no hubiéramos dejado sola a María Isabel Rodríguez, la rectora de la Universidad, los impostores hubieran salido del campus universitario con la cola entre las patas, derrotados y aislados. Pero la rectora tuvo solamente dos opciones: recurrir a la policía para desalojar a los manifestantes, o negociar y concertar con ellos. Era bien previsible que una persona con la trayectoria de tolerancia y rechazo a la violencia como María Isabel Rodríguez no fuera a llamar a la policía sino al diálogo.

Resultado: los manifestantes tuvieron la satisfacción de salir del campus sin humillación, con la garantía de no tener que responder ni a la justicia interna de la universidad ni a la justicia penal. Las figuras de la política universitaria y nacional que se esconden detrás de ellos, quienes de cualquier manera no iban a pagar el costo, pueden seguir instrumentalizando la universidad dentro de su concepción burocrática, reivindicativa y clientelista.

Gracias a la terquedad y paciencia de la doctora, tampoco salen victoriosos. El acuerdo que consiguieron es básicamente lo mismo que el Concejo Superior Universitario presidido por la doctora Rodríguez había ofrecido antes de la toma: la celebración de una amplia consulta dentro de la comunidad universitaria sobre el proyecto de desarrollo de la Universidad que se está negociando con el BID. Dos extras han logrado arrancar los manifestantes con el secuestro de la UES y con la negociación que lastimosamente tuvieron que aceptar las autoridades universitarias para terminarlo: uno, que las negociaciones con el BID quedan “totalmente suspendidas” hasta el 15 de abril de 2006, con el riesgo que los fondos se pierdan, y con la seguridad que a la rectora ya no le quedará tiempo para ejecutar los proyectos financiados por el BID. Y la otra gran concesión que le sacaron a la doctora Rodríguez: que ella se compromete a no seguir utilizando la palabra “mediocres” en el contexto de la discusión con sus adversarios incrustados en la docencia de la UES.

Se hubiera esperado que, a cambio, ellos se hubieran comprometido a revocar las amenazas a la vida de la señora de 82 años que se interpuso al intento de los mediocres de seguir bloqueando el desarrollo de la universidad. O que se hubieran comprometido a respetar el resultado de la consulta aunque no fuera de su gusto; y de desistir de futuras acciones como la toma de la universidad. Nada de eso. Pregunté a los voceros del MAUES quienes, junto con la rectora, dieron a conocer el “gran acuerdo” que habían logrado, ¿a qué se comprometieron ellos? No lo contestaron, al igual que la pregunta complicada de cómo se llaman los que ahí estaban dando declaraciones a la nación. Al final de la conferencia, los encapuchados ordenaron a los periodistas abandonar el campus, y para mi vergüenza, obedecimos como manada de pendejos. Nadie de los periodistas estuvo presente en el recorrido que hicieron las autoridades civiles y las paramilitares para la entrega de las instalaciones; no constatamos el estado físico de los edificios y equipos. No tomamos fotos de la suciedad y las pintas “revolucionarias” que produjeron los manifestantes durante una semana de haber “liberado” la universidad, bajo el riesgo de su vida, de las influencias del neoliberalismo.

Los encapuchados se fueron y la batalla apenas comienza. Ojalá que en los meses de la amplia consulta sobre el destino de la universidad, no volvamos a dejar sola a la doctora Rodríguez. Ojalá que en estas discusiones, los estudiantes, los docentes y los investigadores levanten la voz para defender su universidad y asegurar su futuro como espacio de investigación, conocimiento, análisis, diálogo, pluralismo. Ojalá que en estos debates tengan que mostrar su cara no sólo los que están detrás de los pañuelos, sino también y sobre todo los que están detrás de los encapuchados. Ojalá que las izquierdas salvadoreñas no pasen otros cuatro meses calladas, dejando que unos impostores ocupen el espacio que tiene que jugar la izquierda en el debate sobre la universidad.

Como digo: La batalla apenas empieza. El que la ciudad universitaria esté libre, por el momento, no significa mucho. La posición de los encapuchados y los intereses detrás de ellos no han sido derrotados. Y mientras no estén derrotados, corre peligro la universidad. Ellos pusieron el plazo: cuatro meses. Okay, aceptemos el reto: tenemos cuatro meses para derrotarlos y encarrillar la universidad en el futuro que merece. Hablo en primera persona, porque esta batalla se ganará o se perderá, no en la universidad, sino en la opinión pública. Por lo tanto, requiere de la participación, cada uno desde su función, de universitarios, profesionales, intelectuales, periodistas y políticos. Sobre todo intelectuales y políticos de izquierda, porque como izquierda creamos el monstruo que ahora no deja trabajar la universidad.

Algunos apoyos han tenido la UES y su rectora y hay que reconocerlos: Mauricio Funes hizo una excelente entrevista a la doctora y facilitó que Gerson Martínez, diputado del FMLN, se expresara en contra de la estúpida afirmación de los grupos opositores a la doctora que aceptar un préstamo del BID significa vender la autonomía y el carácter público de la universidad nacional; y Gerson, cansado de las ambigüedades dentro de su propio partido, habló claro y con valentía; las Dignas publicaron un comunicado respaldando a la doctora Rodríguez y rechazando la toma de la UES. Los diputados del FMLN aprobaron la resolución de la Asamblea Legislativa certificando que no habrá privatización. Los dirigentes del FMLN, incluyendo el diputado Schafik Hándal, declararon a la rectora que, después de haber hecho análisis exhausto del documento UES-BID, no detectaron ningún elemento que de pie a la privatización de la universidad. Pero eso fue en privado. Una declaración pública y clara de Hándal en este mismo sentido y exigiendo el fin de la toma de la universidad efectivamente hubiera aislado y desenmascarado a los enmascarados.

Pero no es tarde. Esperemos el segundo round.
(Publicado en El Faro)

viernes, 18 de noviembre de 2005

Es con el Estado, no sólo con el municipio

Muy poco se discute en El Salvador sobre el Estado. Como todo, eso tiene su costo. Por suerte hay algunos analistas de la vieja escuela que no dejan escapar las negligencias. Héctor Dada es uno, y por suerte lo tuvimos en Encuentros para discutir la Reforma Municipal. Inmediatamente nos corrigió: Lo que están proponiendo discutir no es una reforma al municipio, es una reforma al Estado.

Tiene toda la razón: El proceso de descentralización tiene que partir de una redefinición del gobierno central y del gobierno estatal. Lo que se reforma es la distribución de funciones, recursos, competencias entre diferentes niveles del Estado.

El gobierno y ARENA tienen otra concepción: Su Plan Nacional de Descentralización --que según varios de los panelistas no es ni plan ni nacional ni de descentralización-- parte de que el Estado delegue o desconcentre: a instancias fuera del Estado. Ahí caben procesos de privatización, de concesión y de delegación a ONGs o directamente a comunidades. Con tal que el Estado sea “más delgado”, fiel a las doctrinas neoliberales. Obviamente, nada de esto tiene que ver con descentralización. Tanto el diputado Dada como el alcalde Ortiz insistieron que la descentralización que está pendiente en El Salvador tiene como propósito una mayor institucionalidad del Estado a nivel municipal. El Estado descentralizado no es menos Estado, sino probablemente más Estado, más institucionalidad, pero sobre todo más cercanía al ciudadano y más control ciudadano.

“La descentralización es una reestructuración del aparato del Estado, no es una disminución del Estado. Lo otro es un proceso que se inventó el Banco Mundial”, dice Héctor Dada. Punto. Para entender esta concepción, primero hay que concebir que las alcaldías son órganos del Estado, tal vez las más importantes, si en algo cuenta la cercanía a los ciudadanos y la posibilidad de que participen de los procesos de planificación y control de la administración pública. Para mucha gente, el Estado es equivalente a los órganos centrales. El mismo Dada decía en el debate que incluso los alcaldes actúan como si COMURES fuera un sindicato que negocia con el Estado – y no un órgano del Estado.

Un aspecto que no se discutió, pero cabe en ese concepto: La descentralización del Estado no significa necesariamente que las funciones, servicios, recursos sean transferidas a los gobiernos locales. Pueden quedar en manos de un ministerio --de Educación o de Salud, por ejemplo-- pero de un ministerio descentralizado. Hay que dudar que la educación mejore si las escuelas pasen a control de las alcaldías, pero pueden pasar al control de una dependencia local de Educación que trabaja en estrecha vinculación con la ciudadanía, la alcaldía, la comunidad escolar local -- y que tenga un alto grado de autonomía de la burocracia central.

Conozco países donde la policía es local. Y donde su cercanía, su arraigo y permanencia con la población la hace mucho más confiable, más controlable, pero también mucho más efectiva. No estoy proponiendo disolver la PNC crear un montón de departamentos locales de policía adscritas a los gobiernos locales. Estoy diciendo que una policía tan centralizada --y tendencialmente militarizada-- como la PNC, en la cual ni jefes ni agentes tienen arraigo local, probablemente no es lo más democrático ni lo más eficiente. ¿Por qué no descentralizar la PNC, creando instituciones policiales locales fuertes y unidades centrales altamente profesionalizadas?
Entonces, el debate sobre descentralización está abierto. Hasta ahora, nadie tiene una propuesta integral. Como dijeron en Encuentros: hay que repensar el Estado.

(Publicado en encuentroselfaro.net)

lunes, 14 de noviembre de 2005

Noviembre 1989

Cuando cayó el muro de Berlin -un 9 de noviembre de 1989- yo estaba esperando otra noticia: el inicio de la ofensiva al tope de la guerrilla sobre la capital salvadoreña. Me había trasladado a Estados Unidos para echar a andar un plan de comunicación y solidaridad que iba a acompañar la ofensiva. Cada rato monitoreamos los noticieros. En vez de las imágenes esperadas desde San Salvador, de repente apareció el muro de Berlín y la gran fiesta de los berlineses bailando de los dos lados y encima del muro; las escenas de jóvenes derrumbando el muro con uñas, hachas y martillos; las fotos de gente pasándose libremente de un lado al otro y de ciudadanos besando a los policías fronterizos.

Agarré el teléfono y hablé con amigos en Alemania para compartir la euforia. Mi sorpresa: Los encontré en una horrible depresión. Se sintieron derrotados, percibieron la caída del muro como un triunfo del imperialismo, como una derrota de la izquierda. Y yo con ganas de bailar... Yo sentí la caída del muro como un triunfo de la gente que de manera pacífica y solidaria había logrado deshacerse de un régimen impuesto, inhumano y antidemocrático. Yo les decía a mis amigos: pero nosotros nunca hemos sido partidarios del muro y del régimen que se escondía detrás de él. ¿Y no ha sido el socialismo al estilo soviético siempre uno de los principales obstáculos para la izquierda que nosotros queríamos construir: democrática, anti-autoritaria, plural, deliberante? Y ellos me decían: ¿Cómo puedes vos, que has ido a combatir al imperialismo en Centro América, festejar la derrota del socialismo? Estamos de acuerdo que no ha sido el socialismo ideal, siempre hemos querido otro tipo de socialismo; pero ahora, ¿qué nos queda?

Esta interrogante todavía existe para muchos en la izquierda. Yo diría: nos queda un obstáculo menos para desarrollar el socialismo democrático, humano, plural.Yo hasta la fecha no puedo entender por qué tanta gente de izquierda que nunca han sido comunistas, reaccionaron como si el maldito muro -una de las aberraciones más detestables de la historia del “socialismo real”- les hubiera caído en su cabeza. Con todo el dolor y trauma del caso. Con el muro, cayó el régimen opresivo que había mandado tanques para aplastar los movimientos de socialismo democrático en Berlín, Budapest y Praga. Con el muro cayó un régimen que era insostenible sin la represiva policía secreta y sus ejércitos de soplones. No cayó en mi cabeza. Cayó en la cabeza de los comunistas. No me causó dolor de cabeza, mucho menos del alma. Por lo contrario, la caída del muro y del régimen de Berlin Oriental me causó alegría y optimismo.

El muro nunca fue la línea divisoria entre socialismo e imperialismo, entre bien y mal. Esta mentira nos la querían vender los comunistas. El muro -aparte de dividir dos campos imperiales- dividió las izquierdas. El muro interrumpió el diálogo entre la izquierda que necesitaba erigir un muro y una franja fronteriza minada para que no se les vaya la gente, y la izquierda democrática. Una izquierda tomó partido por los tanques soviéticos y las tropas de Alemania Oriental que ocuparon la Checoslovaquia socialista de Alexander Dubcek; la otra tomó partido por los obreros y estudiantes checos que se enfrentaron con piedras a los tanques. Una izquierda cerró filas alrededor de la defensa de la Unión Soviética, la otra comenzó a emprender el viaje hacía una izquierda plural, compuesta por la vieja socialdemocracia, la nueva izquierda nacida de las rebeliones juveniles del 1968, y corrientes de comunistas reformistas que se liberaron del dictado de Moscú.

Regresemos al histórico noviembre de 1989. Dos días después de la caída del muro de Berlín -inicio de la caída del campo socialista- se desata la ofensiva guerrillera en El Salvador, principio del fin del régimen militar sostenido por los norteamericanos. Otra vez, la misma alegría. ¿Contradicción? No, sólo para gente que no entiende la historia. ¿Puede alguien con la misma alegría recibir la noticia de la caída de un régimen socialista en Europa y la noticia de una ofensiva de una guerrilla izquierdosa contra un régimen militar pro norteamericano en Centro América? Claro que sí. La caída de los regímenes comunistas de Europa Oriental y la caída de regímenes militares y oligárquicos en América Latina obedecen a la misma lucha globalizada contra el autoritarismo y contra los dominios imperialistas. La izquierda democrática -no sólo la socialdemócrata, sino aun más decididamente la nueva izquierda radical nacida de los movimientos contra la guerra de Vietnam- ha estado del lado de los pueblos que se han tratado de emancipar de la dominación de los imperios, independiente del color del imperio.

Cuando, en el mes histórico de noviembre de 1989, en mis dos patrias las respectivas crisis se juntaron en casi la misma fecha -en Alemania la crisis del socialismo totalitario que no puede sobrevivir la caída del muro; en El Salvador la crisis del régimen militar que no puede sobrevivir la incursión de la guerrilla en la capital- yo estuve de doble fiesta. En este momento yo sabía que los dos regímenes, mortalmente heridos, tenían que ceder y dar paso a transformaciones pacíficas, concertadas. Y que en mis dos países se iba a abrir un espacio nuevo para la izquierda, pero sobre todo para la democracia. Quiere decir, la izquierda iba a ser parte y protagonista de estas transformaciones en la medida que aporte a la construcción de la democracia. Y sólo en esta medida.
(Publicado en El Faro)

lunes, 7 de noviembre de 2005

Optimista por realista

La inserción del nuevo FDR en el mapa político salvadoreño parece más exitosa que este y otros críticos han pronosticado. A pesar de todas las incongruencias y contratiempos, ha cautivado la atención permanente de la opinión pública y ha tenido mucho éxito con sus campañas de afiliación. Es una muestra más del vacío que está dejando el FMLN en su proceso de descomposición y erosión.

Sigue válida la tesis que, antes del nuevo FDR, han sostenido otros dirigentes disidentes como Joaquín Villalobos, Fermán Cienfuegos, Salvador Samayoa, Facundo Guardado y Héctor Silva: que el país, para avanzar en su agenda de reformas institucionales, necesita una izquierda diferente, democrática, pluralista, tolerante. La diferencia es que en el año 2005 este vacío, al ritmo acelerado que el FMLN se va reduciendo a un partido excluyente de cuadros, se ha vuelto mucho más grande que en los anteriores momentos de ruptura de la izquierda.

El gran optimismo que hoy expresan y viven los dirigentes del nuevo FDR obviamente no toma en cuenta que así, con un gran empuje, optimismo y apoyo considerable, se lanzaron también el Partido Demócrata de Villalobos, el Movimiento Renovador de Facundo y el CDU del 2003, con Héctor Silva.

Auguro que el FDR, igual que los intentos anteriores, va a fracasar en las primeras elecciones que los tocan. ¿Por qué tan pesimista?, me preguntó un amigo. No es pesimismo, contesté. No tiene nada malo que el FDR fracase. El FDR es síntoma de la crisis de la izquierda, y como tal es positivo. Es una de estas fiebres que la izquierda tiene que sudar para llegar a componerse.
Esta composición se va dar cuando el proceso de separación de la izquierda del FMLN se convierta en acumulación. Hasta ahora esto no se da. Del FMLN se desprenden personas y pedazos. Más allá del FMLN parece que no existe acumulación sino dispersión.

Los intentos de superar esta dispersión no han dado resultados, porque no han sido sustentados en la formulación de un proyecto político conjunto, sino en meras tácticas electoreras. La incapacidad de la izquierda democrática de formular un proyecto político coherente se debe a una cosa muy sencilla: el proyecto nuevo tiene que ser basado en una identidad propia, claramente distinguida, inconfundible e incompatible con el proyecto político de la izquierda conservadora del actual FMLN. Y mientras grandes partes del FDR y del CD no estén dispuestos a marcar, de una vez por todas, esta línea (porque no quieren descartar futuras alianzas), no se puede formular un proyecto político que le dé coherencia, personalidad y urgencia a la nueva izquierda. Sobre todo urgencia: mientras no está claro que el nuevo proyecto no tiene nada en común con el viejo, ¿cómo convencer a la gente de que el nuevo proyecto es mejor?
Cualquier movida --sobre todo electoral-- que la gente entiende como “más de lo mismo en otro disfraz” es inviable.

En este sentido, la estrategia del FDR de establecerse como fuerza electoral relanzando a alcaldes que han gobernado por el FMLN es el error fatal --la movida electorera fatal-- que los va a hacer fracasar como proyecto político alternativo.

Carlos Rivas Zamora ha sido el peor alcalde que ha tenido San Salvador en la posguerra. Y ha sido de los peores alcaldes que ha dado el FMLN al país. La manera en que ha manejado la crisis interna permanente en su concejo muestra falta de liderazgo; la manera en que ha manejado su salida del FMLN, durante meses -que sí, que no, que tal vez, que a lo mejor no- ha mostrado falta de decisión y principios; la manera en que ha manejado (o más bien no manejado) la crisis del comercio informal en el centro, ha mostrado incapacidad, cobardía, falta de voluntad para asumir responsabilidades, vulnerabilidad al chantaje.

Carlos Rivas Zamora ha permitido que el gobierno municipal capitalino fuera secuestrado por intereses mezquinos de fracciones opuestas representadas en el partido y en el concejo municipal, llevando a la administración a un nivel sin precedentes de bloqueo y clientelismo. Esto ha repercutido en todo: las relaciones con los sindicatos; la incapacidad de lidiar con los vendedores informales. En vez de una política del gobierno municipal ha habido políticas de fracciones que conspiraron una contra la otra aliándose con sindicatos o asociaciones de vendedores.

Lanzar a Carlos Rivas Zamora como candidato de la izquierda democrática sería la declaración de bancarrota del FDR y del CD. La única razón son las encuestas que dan al alcalde un alto perfil de popularidad. Cosa que sólo es explicable porque aquí se sigue confundiendo el alto grado de publicidad (que alguien es conocido porque aparece en anuncios, noticieros, y hasta en los camiones de basura) con popularidad y con identificación política.

Dada esta confusión en la opinión pública, es posible que con Carlos Rivas Zamora sea más fácil que un partido nuevo consiga un caudal de votos considerable. Tendría lo que llaman un “piso” más elevado, lo que quiere decir que no tienen que empezar de cero. Esta es precisamente la trampa electorera. Uno va a elecciones sin tener la capacidad de formular y comunicar una plataforma que convence. Entonces, opta por muletas; se agarra de una persona conocida como Carlos Rivas Zamora. Sin importar que con esto termine en aborto el propósito de crear un nuevo proyecto político de izquierda para el país. Esto se llama oportunismo.
Puede ser que en el caso de Santa Ana sea diferente. No lo conozco. Puede ser que relanzar al alcalde Orlando Mena es coherente con el propósito de construir una alternativa democrática de izquierda. Si es así, bienvenido sea y, ¡éxito en Santa Ana!

Pero en el aso de Nejapa ya se ve diferente. René Canjura ha sido un alcalde exitoso. Por lo menos en el sentido técnico. Está en la misma liga con Valentín Castro en San Martín: eficientes, autoritarios, caudillos con habilidad negociadora. Nadie los confunde con demócratas. Relanzar a René Canjura es otra de estas movidas electoreras del FDR que pueden tener sentido matemático pero no político. Para tener fuerza en Nejapa tiene sentido - para construir una fuerza nueva, democrática de izquierda es contraproducente. Es una falta de principios relanzar a un alcalde quien en el 2003 estableció --a punta de pistola de sus tropas locales-- que en Nejapa no puede haber proselitismo de ninguna izquierda que no sea el FMLN. ¿En el 2006 hará los mismo, pero sacando a los activistas del FMLN de “su” municipio?

El FDR y Cambio Democrático tienen que pensar muy bien su apuesta para el 2006. Pueden sacrificar el proyecto político lanzando a figuras como Carlos Rivas, René Canjura y avalando grupos como el de Roberto Hernández que mantienen secuestrada la alcaldía capitalina. Con esta estrategia, con suerte pueden sobrevivir electoralmente, aunque hayan enterrado la expectativa que han creado alrededor del nacimiento de un proyecto político de izquierda nuevo, limpio, democrático. O pueden apostar al proyecto político, aunque tengan que empezar casi de cero.
Ni tan de cero, porque de esta manera --y sólo de esta manera-- podrían dar impulso a un proceso de acumulación dentro de la izquierda democrática hoy dispersa.

La crisis de la izquierda aun no es suficientemente avanzada –y adecuadamente procesada-- como para haber producido una nueva izquierda que ya tenga las dos capacidades: construir y proyectar un proyecto nuevo y mostrar fuerza electoral.

¿Suena pesimista? Sólo en cuanto a las posibilidades del FDR y de CD. Electorales como políticas. No van a tener éxito electoral, aunque sacrifiquen el proyecto político. Por lo demás sigo siendo optimista por que soy realista. Cuando se sienta el polvo del 2006, la realidad del país seguirá exigiendo la construcción de una izquierda capaz de transformar al país y al mismo tiempo fortalecer sus instituciones.
(Publicado en El Faro)

jueves, 3 de noviembre de 2005

Matices de un color

El Frente ni llegó, sin embargo era el centro del debate sobre las izquierdas. Impresionante la fijación que toda la izquierda tiene con el FMLN. Negativa unos, obligados a volver y volver y volver al momento doloroso de la separación. Y otros con fijación positiva: salieron, pero no han tenido tiempo (¿o valor?) para cortar el cordón umbilical ideológico.

De izquierda a derecha: David escobar Galindo, Paolo Luers y Ana Guadalupe Martínez.
Construir una izquierda diferente, elegible, y competitiva requiere de una identidad clara. Si la identidad de la izquierda nueva no es claramente distinguible de la identidad conocida de la izquierda establecida, ¿para qué cambiar de bandera?

Si uno de los personajes protagónicos de la “nueva izquierda” dice que se distanció del Frente porque se dio cuenta que no se puede introducir el socialismo por decreto, y que siempre quiere llegar al gobierno, pero ahora con la disposición de administrar al neoliberalismo, durante una transición de dos o tres años – mejor me quedo con la “izquierda vieja”.

Razón tenía David Escobar Galindo, el panelista de derecha en el debate sobre las izquierdas, en recomendar a la izquierda que –antes de actuar en una obra sin libreto- haga un ejercicio de reflexión y de autodefinición.

Por otra parte, si la fijación negativa se vuelve obsesiva, tampoco se llegará a una definición independiente, autónoma de su proyecto político. Es necesario distanciarse del pasado, pero es más indispensable aun la propuesta positiva, la plataforma nueva, la construcción.

Razón tenía nuevamente David Escobar Galindo en decir: “Hay mucho despecho, por lo que ha pasado, y esa es una emoción que paraliza demasiado. Me hicieron, hice, no hice, debí hacer. Bueno sí, pero hay un momento en que uno tiene que saldar la deuda y decir ahora pasemos a la construcción de lo que valga la pena – ¡para el país!”

De paso sea dicho, invitar a un intelectual de derecha como David Escobar Galindo al debate sobre las izquierdas mostró ser una excelente idea. Cualquiera que lee el debate se da cuenta. Aunque sirvió de razón para la ausencia de uno de los invitados, quien no objetó para nada sentarse con los “disidentes”, pero sí a discutir asuntos de izquierda con alguien de derecha.
Con el mismo argumento –pero no refiriéndose a David Escobar Galindo, sino a Facundo Guardado, Ileana Rogel, Ana Guadalupe Martínez y, tal vez, Rubén Zamora- se disculpó Schafik Handal, quien fue el primero que invitamos a este debate. Todo es relativo. Todo depende del punto en el mapa desde el cual uno ve el mundo.

Al fin no llegó nadie del FMLN, dijeron que todos los posibles representantes tenían que asistir a una reunión interna. Un argumento talvez más elocuente que cualquier cosa que hubieran dicho en la mesa…

El debate sobre las izquierdas -me quedo de un solo con el plural, ya que una de las coincidencias más contundentes en la mesa era que dos cosas eran indispensables: la diversidad en la izquierda, y el respeto a la diversidad- valió la pena. Es complicado, es apenas un inicio. Coincidencias hay, bastantes. Probablemente suficientes para servir de fundamento para la refundación con la cual todas las diferentes izquierdas representadas estaban interesadas. Diferencias hay, bastantes. Probablemente suficientes para evitar que esto pase a corto plazo.
Encuentros tiene por objetivo provocar debates que sirvan para identificar coincidencias y diferencias. Usualmente entre partidos de diferentes colores. Esta vez entre diferentes matices del mismo color. Desde ya invitamos a los mejores pensadores de la derecha a un debate similar sobre “La derecha o las derechas”.

(Publicado en encuentroselfaro.net)

lunes, 24 de octubre de 2005

Matonería periodística

Lo que se anunció como el “caso Concultura” resulta siendo el “escándalo La Prensa Gráfica”. El periódico ha abierto sus páginas a un periodismo de matonería del nivel que desde las campañas sucias de El Diario de Hoy contra Héctor Silva y MIDES no se ha visto en el país.

Yo pensaba hacer, en esta columna que se debe a la crítica de los medios de comunicación, un análisis de la serie de artículos que La Prensa Gráfica ha dedicado a supuestas anomalías en Concultura. Resulta innecesario. Ya lo hizo el mismo Federico en una entrevista televisiva y en una conferencia de prensa. Ya queda claro que la cobertura plegada de falsedades e insinuaciones sin fondo, de la presentación de “pruebas”, “testigos” y “denunciantes” que al fin no prueben nada, no se explican por errores de un periodista inexperto. Queda claro que hay intención.

Soy parte de un grupo de periodistas que durante décadas hemos predicado, peleado y trabajado para que los medios asuman su rol de crear transparencia y su responsabilidad de exponer a la clase política a investigación, escrutinio y crítica. Soy muy partidario de un periodismo investigativo, duela a quien duela. Todavía estamos en pañales: Hay que investigar más (y mejor), hay que dar seguimiento a las investigaciones, hay que romper las limitaciones políticas y económicas que restringen esta labor en los medios.

Siendo nuestro problema la falta de valor e independencia de los medios y la falta de capacidad investigativa de los periodistas, nunca me imaginé que tuviera que hacer la siguiente aclaración: Para un periodista, botar a un ministro o un presidente no es un fin en si. No se trata de decir: “por más ministros botados, más gloria”. Antes de botar a gobiernos, hay que tener solvencia ética, hay que tener un comprobado compromiso con la ética periodística y con la verdad. Sin este requisito, el periodismo de denuncia se vuelve sucio, se desliza hacia el terreno de la campaña política y de la caza de fantasmas.

Investigar a un Luis Cardenal, comprobar que siendo ministro violó las leyes de la República, y con esto provocar su renuncia, es una cosa. La aplaudí en su momento. Que el autor de esta investigación hoy quiere agregar otro trofeo –la cabeza de Federico Hernández Aguilar, presidente de Concultura- a su récord, con la malintencionada construcción de un escándalo donde no existe, es otra cosa diferente. Yo todavía puedo entender al reportero que luego de un “éxito” quiere obtener otro; que ha probado sangre y quiere más. Puedo entender la ambición de un periodista que huele un escándalo y no tiene la metodología de un buen investigador – y quien cae en la tentación de dejarse ir con medias verdades, con indicios que no son pruebas, con insinuaciones - para no perder la historia. Para mostrar el poder del “cuarto poder”. Pero para estos casos hay editores. Lo que no puedo entender es que sus editores, sus jefes, los directores y dueños del medio, le dan campo abierto al periodista. No sólo dejan pasar un material pésimamente investigado, le dan tres portadas y un despliegue de 16 páginas. Eso ya no se explica por un malentendido y mal dirigido afán de investigar la corrupción por parte de un periodista. Eso sólo se explica con mala intención. Alguien ha decidido “joder” a Federico Hernández Aguilar. La pregunta del millón: ¿quién?

Entonces, el “caso Concultura” se convierte en algo mucho más grave que la falta de ética y de incapacidad profesional de un periodista. Todos sabemos que en La Prensa Gráfica, que no es precisamente un periódico opositor, ningún reportero o redactor puede tomar la decisión de “quebrarse” a un miembro del gabinete de gobierno. Estas decisiones las toman los directores y los dueños del periódico. Es más, no es probable que la familia dueña de La Prensa Gráfica, por su propia cuenta, decida emprender una campaña contra un miembro del gabinete y prominente representante de ARENA. Tiene que haber alguien muy poderoso -dentro o fuera del gobierno, pero seguramente dentro de ARENA- quien respalde esta acción.

El hecho que La Prensa Gráfica se preste a este juego, plantea un serio problema de ética periodística del medio. El hecho que un periodista y sus editores se presten a hacer el trabajo sucio –la emboscada, la tergiversación, la mala interpretación de procesos administrativos y jurídicos- los descalifica de su profesión.

Ojalá que nuestros colegas no tengan escrúpulos de pronunciarse en defensa de la dignidad de nuestra profesión. Los periodistas no acostumbramos a defender al funcionario público contra el escrutinio del periodista. Normalmente es al revés: Normalmente nos vemos obligados a defender al periodista contra los ataques de los funcionarios.

Tampoco se trata de defender a Federico Hernández. Se trata de defender al periodismo contra prácticas inaceptables. Se trata de no condonar que periódicos y periodistas se prestan a la matonería política. Se trata de no permitir que los medios -bajo la bandera de la transparencia- se vuelvan instrumentos de pleitos totalmente intransparentes y oscurantistas.

Mientras tanto, hay que seguir trabajando para que el periodismo en nuestro país sea más investigativo y nuestros medios sean más independientes y valientes. Ambas cosas entendidas como requisitos para que desde la prensa podamos cumplir nuestro papel de escrutinio del poder estatal. Quisiera ver investigaciones que ocupen tres portadas y 15 primeras páginas de La Prensa Gráfica, dedicadas a casos reales de corrupción y de crimen de cuello blanco en las altas esferas del poder político, económico y financiero del país. No a la caza de fantasmas.
(Publicado en El Faro)

lunes, 17 de octubre de 2005

¿Made in US u orgullosamente salvadoreño?

Una controversia interesante surgió en el último debate de “Encuentros”: la violencia de las maras, ¿un problema importado o casero? ¿MS y 18 - made in US u orgullosamente salvadoreños? Preocupados, asustados por el problema, su profundidad, su amplitud, su peligrosidad, casi todos los panelistas aceptaron la idea de que se trata de un problema importado. Made in US. Producto del gueto de Los Angeles, no del cordón de marginales alrededor de San Salvador.

Me permito disentir de esta tendencia. Creo que es una tendencia de evadir responsabilidad. Es cierto que las pandillas que hoy dominan nuestros noticieros – la Mara Salvatrucha y la Mara 18 – nacieron en Los Angeles. ¿Y qué? ¿No estamos diciendo, desde hace rato, que a la nación salvadoreña, para entenderla, hay que concebirla como más amplia que el territorio nacional? La nación salvadoreña incluye a los 3 millones de salvadoreños que viven afuera, sobre todo en Estados Unidos, sobre todo en Los Angeles, sobre todo en los guetos de Los Angeles. El país está generando emigración, sobre todo laboral. Puede ser que tengan razón los que dicen que el país expulsa a sus hijos, negándoles oportunidades laborales – pero nadie habla que los expatriamos. Siguen siendo salvadoreños. Mandan pisto. Sostienen gran parte de la economía. Son parte de la nación. Incluso más que antes. Hoy son protagonistas del desarrollo nacional.
Si esto es válido, lo es para todos. Incluyendo los que se hicieron pandilleros. Incluyendo a los que vienen deportados, maleados, viciados, para convertirse aquí en líderes, mentores de la violencia.

El hecho que las pandillas salvadoreñas se nutren del potencial de violencia, de la energía criminal y de la experiencia operativa de los pandilleros deportados, no convierte, para nada, el fenómeno de las pandillas en un problema importado. Tiene sus raíces en la historia de El Salvador, en la realidad nacional salvadoreña marcada por la migración, en las contradicciones de la migración ilegal que viene a sostener a la economía del país. El problema es genuinamente salvadoreño, fabricado de manera globalizada, como cualquier otro producto del mercado internacional, en división de trabajo entre Los Angeles y Soyapango, Washington y Apopa. Los insumos provienen de la inequidad y marginalidad del país que los expulsó – otros de la marginalidad, exclusión y alienación de la cual son sujetos en Los Angeles, producto de la ilegalidad, del desarraigo, de la falta de protección por parte de su país. Pero independientemente de que son más incisivos los factores que provienen de Soyapango o las que se originan en Echo Park – siempre son nacionales, igual son caseros. El fenómeno, prodúzcase allá o acá, es resultado, es falla, de la sociedad salvadoreña.

Para resolver un problema, primero hay que hacerse cargo de él. Asumirlo. Buscar la culpa en otros lados, siempre es el primer paso para no resolver.
El debate donde se generó esta controversia era sobre prevención. Si un problema es importado, no me obliga a buscar los cambios estructurales para prevenirlo. Si la violencia en El Salvador es principalmente de maras y las maras son un fenómeno importado, no hay política social ni educativa que prevenga.
En cambio, si concebimos que el problema principal, independiente de donde vengan los líderes pandilleros, es el caldo de cultivo que encuentran en los sectores marginados que vive en barrios y colonias marginales, entonces es claro como prevenir: Combatiendo la marginalidad con todas las estrategias que en Encuentros se discutieron.
Y de repente surge otra línea de prevención: una política del Estado que ataque los problemas de ilegalidad, exclusión, marginalidad, racismo, desarraigo cultural y destrucción de la estructura familiar que enfrentan los jóvenes salvadoreños -migrantes o hijos de migrantes- en los guetos de Los Angeles o Washington. Para hacer aun más integral la política de prevención en nuestras ciudades y sus cordones de pobreza.

Sólo imagínense el impacto preventivo a la violencia que tendría un convenio de unificación familiar que nuestro gobierno lograra con Washington. No hablar de convenios que faciliten a los salvadoreños en Estados Unidos y sus familias estatus legal, acceso a educación integral y a trabajo calificado. ¿Imposible? Ni más ni menos que la transformación de las colonias marginales en barrios dignos. Igual de difícil, igual de indispensable para salir de la espiral entre marginalidad y violencia.

(Publicado en encuentroselfaro.net)

Desperdicio de talento, liderazgo y oportunidad

Tuve el placer de conocer a Eduardo Galeano. Los amigos de la Universidad lo trajeron a La Ventana y pasamos varias horas conversando, bromeando, discutiendo. ¡Qué hombre más agradable, inteligente, dotado de humor, generosidad y calor! Esa noche fui a mi casa alegre, pero pensativo; con más dudas que antes, pero también con más optimismo.

El día siguiente fui a la Universidad Nacional al acto de otorgamiento del doctorado honoris causa a Eduardo Galeano. Escuché a un Eduardo Galeano hablando al público. No tenía nada que ver el hombre de discusión y reflexión que había conocido la noche anterior con aquel hombre hablando al público –su público: buena parte de la izquierda política e intelectual salvadoreña que se había reunido para homenajearlo.

Era como ir a un concierto de una estrella de rock de los años de Woodstock y oírlo volver y volver y volver a cantar las canciones de entonces que lo hicieron estrella. Escuchás las canciones de siempre, las que hacen feliz a todo el mundo alrededor tuyo, y te preguntás: ¿Qué ha hecho este tipo, tan talentoso, tan creativo, tan borrador de esquemas –tan revolucionario si querés- en los 36 años desde Woodstock? ¿No habrá escrito música nueva, no habrá desarrollado nada nuevo? ¿No habrá hecho nada que me cuestione mis gustos, mis verdades, mi manera de escuchar música - así como lo hizo en 1969? ¿Y toda esta gente, realmente no quieren escuchar nada nuevo? ¿Por qué no le permiten salir del guión acostumbrado? ¿Por qué no le exigen algo nuevo, algo que los vuelva a sacudir, algo que les vuelva a cambiar el rumbo, como Woodstock nos cambió el rumbo en 1969, en conjunción con el junio de 1967 en Berlin, con mayo de 1968 en Paris, con el agosto de 1968 en Praga, con el mayo 1970 en Kent State University* – y con la aparición en 1971 de un libro llamado “Las Venas Abiertas de América Latina”, escrito por un autor hasta entonces desconocido: Eduardo Galeano...

Con eso, regreso del concierto imaginado de Carlos Santana o Joe Cocker a la ponencia real de Eduardo Galeano en San Salvador. El gran intelectual Eduardo Galeano, quien fue capaz de despertar inquietudes, búsquedas, insurrecciones en varias generaciones, esta vez no convenció a nadie. Habló a los convencidos. El autor de un libro que hizo a millones de jóvenes repensar su manera de ver al mundo, aquí no hizo pensar a nadie. Vino a reconfirmar convicciones, a cimentar posiciones, a reconfortar a los creyentes. Del encuentro con Eduardo Galeano, la gente no salió pensativa, salió feliz; no salió sacudida en sus fundamentos ideológicos, salió con la seguridad de convicciones reconfirmadas. Eduardo Galeano, en vez de inquietar a su público, lo dejó con la tranquilidad de saber que sus posiciones siguen siendo válidas.

¡Qué desperdicio de talento, de liderazgo y de oportunidad! A un país como el nuestro -donde urge que la izquierda repiense su manera de ver el mundo, donde urge una buena sacudida al edificio de nuestras convicciones- no todos los años viene alguien como Eduardo Galeano. Alguien con una trayectoria de pensamiento rebelde, fuera de cualquier sospecha de haberse doblegado ante las presiones o tentaciones que usan las derechas para neutralizar a líderes de la izquierda; alguien que tuviera la autoridad moral para de nuevo sembrar en nosotros dudas, inquietudes, cuestionamientos.

El problema es que no sé si Galeano coincide conmigo en la necesidad impostergable de volver a sembrar dudas donde hay posiciones políticamente correctas; provocar inquietudes donde hay seguridad ideológica; sacudir donde hay ortodoxia.

Me quiero imaginar que sí. No quiero asumir que un gigante de pensamiento como Galeano se reduzca a un papel de viajar por el mundo y contestar a cualquier pregunta, a cualquier problema, a cualquier reto siempre con la respuesta más correcta en la escala de lo políticamente correcto. Esto es lo que hizo en la Universidad de El Salvador. Me imagino que la presión sobre un hombre -un mito- como Galeano es enorme: Al fin estás en el país cuyo sufrimiento y posterior levantamiento contra el sufrimiento ha confirmado tus teorías y ha puesto en práctica tus sueños; al fin estás parado en el aula de aquella universidad que ha sufrido ocupaciones militares, una política del estado de asesinatos a rectores, profesores, dirigentes estudiantiles, pero que igualmente ha producido herramientas y contingentes insurgentes. Y sientes que todos quieren escuchar que la verdad sigue siendo la verdad, que los malos siguen siendo los malos, los buenos los buenos, los revolucionaros los revolucionarios, los enemigos los enemigos y - los traidores los traidores. Sientes la emoción de la unidad, de las convicciones compartidas.
Entonces, ¿qué vas a decir? Las verdades de siempre, lo políticamente correcto. A menos que seas rebelde y líder de verdad.

Como aquel ex-dirigente guerrillero que escuché, hacia varios años, dirigirse a una asamblea de excombatientes insurgentes, dirigentes campesinos, “masa organizada” en una de estas zonas que durante la guerra fueron bastión del Frente. A aquel dirigente parado en frente de esta asamblea de unos 400 mujeres y hombres le preguntaron sobe el TLC, que en aquel entonces apenas se comenzaba a discutir. El hombre levantó la voz y gritó: “¡Los TLC son la nueva forma del imperialismo para seguirnos explotando!” Aplauso, pero todavía dudoso, dado que este dirigente ya tenía el estigma de la derechización y traición. “La globalización es el nuevo nombre del imperialismo.” Más aplausos, menos dudas. “No hay que permitir que el gobierno de Arena firme el TLC con Estados Unidos. ¡Nunca!” Aplausos frenéticos de todos. La gente que durante la guerra confió mucho en este dirigente, estaba feliz de darse cuenta que no era cierto que se había vuelto traidor. El hombre corta los aplausos con un gesto de su mano derecha y con un levantón de su voz: “Ven, compañeros, así de fácil es engañarlos. Uno sólo tiene que venir aquí y gritar un par de consignas y decir un par de tonterías que ustedes quieren escuchar - y ya consigue que lo apoyen, que le sigan y que le confíen. Ya consigue que ustedes dejen de usar su propia cabeza y sigan al partido. ¡No sean tan confiados! ¡No confíen tanto en las consignas, en las frases que les suenan bonitas! ¡Sólo porque las repiten a cada rato no son verdades!” Silencio. Caras incrédulas. “Bueno, hoy hablemos del TLC...”

El dirigente les hizo un breve análisis de la globalización. La globalización como un proceso que no se puede detener, que es irreversible, y que va a cambiar nuestras economías, nuestras vidas y nuestras oportunidades de todas formas, tengamos o no tratados de libre comercio con Estados Unidos, con México, con el Sur o con Europa. Concluyó que es absurdo luchar contra la globalización. En vez de luchar contra algo que no se puede detener, hay que luchar y trabajar para que tengamos mejores condiciones dentro de un mundo globalizado. En este contexto hay que discutir el TLC. No es cuestión de estar en contra o a en favor del TLC, sino cómo conseguir un TLC más favorable, un país con más equidad y más productivo...

Ya no hubo tantos aplausos. Hubo aplausos de algunos y protestas y puteadas de otros. Pero la mayoría –en favor o en contra de este dirigente; e independientemente de su grado de vinculación al partido FMLN- quedó pensativa. Quedó picada, con dudas, con cuestionamientos al gobierno, pero también a la oposición. Había venido alguien para sacudir sus convicciones. Un veterano dirigente campesino, ex guerrillero y actualmente presidente de una cooperativa, me lo resumió de esta forma: “No sé si este compañero tiene razón, pero sé dos cosas: primero que tiene huevos de venir aquí a hablar de esta manera. Segundo, que hay que pensar bien este volado de la globalización.” Ni puedo imaginarme el impacto que hubiera tenido Eduardo Galeano si hubiera hecho algo similar en la Universidad de El Salvador.

*2 de junio 1967 en Berlín: Una manifestación de estudiantes contra la visita de Reza Pahlevi, el Shá de Persia, es reprimida. Un policía mata a tiros a un estudiante, hecho que desencadena el movimiento estudiantil antiautoritario en toda Alemania.Mayo 1968 en París: huelga estudiantil, acompañada de manifestaciones y huelgas de estudiantes y obreros en todo el país.Agosto 1968 en Praga: Tropas soviéticas y de los países comunistas de Europa Oriental invaden a Checoslovaquia para poner fin a las reformas impulsadas en este país, encaminadas a democratizar el socialismo. Estudiantes checos se enfrentan a los tanques soviéticos.Mayo 1970 en Kent State University en Ohio: la Guarda Nacional abre fuego contra una manifestación estudiantil contra los bombardeos norteamericanos en Camboya ordenados por Nixon. Cuatro estudiantes mueren.Los cuatro eventos marcan el carácter internacional de la rebelión de la juventud contra el orden internacional creado por la Segunda Guerra Mundial. Nace una nueva izquierda, que es radical, independiente, internacionalista y opuesta a los partidos comunistas.
(Publicado en El Faro)

lunes, 10 de octubre de 2005

¿Fiebre de reportero o fiebre amarilla?

A los periodistas -los que somos reporteros- los estados de emergencia nos dan esta rica sensación que sólo provee un choque de adrenalina. Los que hemos cubierto la guerra, tenemos grabada en nuestra memoria química esa sensación de acción, de peligro. Aunque va mucha más allá de la pura aventura: En las situaciones de peligro, tensión y catástrofe se siente lo humano de formas antes no descubiertas, la solidaridad, la generosidad entre extraños. Surge una complicidad, una rara y dulce hermandad, entre protagonistas, víctimas y cronistas. Digo memoria química, porque se activa de manera química, espontánea, automática, en ciertas situaciones.

En mí, los terremotos de 2001 activaron, de un momento a otro, los instintos de reportero-fotógrafo, que yo pensaba que había dejado detrás cuando dejé detrás primero la guerra, después el periodismo, para dedicarme al bello oficio de atender una barra. Era increíble: Sólo escuché el incesante rugido de los helicópteros entrando y saliendo al Hospital Militar - y tuve que agarrar mi cámara. Salí de La Ventana para tomar un par de fotos y terminé recorriendo el país entero por seis semanas. Nos juntamos cuatro veteranos fotógrafos-reporteros, y contagiamos de nuestra fiebre al pobre Raúl Otero, quien hasta entonces llevaba la tranquila vida de fotógrafo de moda, publicidad y arte. Los cuatro no descansamos hasta no haber cubierto todos los pueblos afectados, y después gastamos pisto y tiempo que no tuvimos para producir una documentación y exposición fotográfica que recogieran lo que los terremotos habían hecho al país. Terminamos endeudados, exhaustos y felices.

Entonces, conozco muy bien el impulso de salir adonde está la acción para vivirla, reportarla, narrarla.

Sentí casi como propia la fiebre que agarró a los periodistas jóvenes. No se necesita memoria de la guerra para caer. Esta vez, yo no fui. Veo, desde la distancia, el trabajo de los demás. Veo la pasión y la compasión que se expresa en las fotos. Con todos los aciertos maravillosos, pero también con los desaciertos horrorosos que pueden resultar si la pasión y compasión no están acompañadas de disciplina, rigurosidad y ética profesional. Sea por parte de los autores o por parte de los editores.

A ver: Ambos periódicos tienen fotógrafos excelentes. Además de las fotos que les proveen los maestros que trabajan para las agencias internacionales. Aquí hay escuela de fotógrafos de noticia. Abro los periódicos y me siento orgulloso de la nueva generación de fotógrafos. Hemos visto portadas maravillosas (la del lunes 3 y viernes 7 de octubre en El Diario de Hoy; la de La Prensa Gráfica, del mismo viernes 7 de octubre). Pero igual vimos portadas horribles como la del Diario del día sábado 8 de octubre, con fotos que de manera inhumana exhiben y explotan el dolor de los familiares de víctimas fatales.

El fotógrafo toma todo tipo de fotos, incluyendo muchas fotos que por decencia no deberían publicarse. Aunque el buen fotógrafo no necesita acosar a las madres dolientes. La responsabilidad principal, en estos casos, es del editor. Un buen editor fotográfico no selecciona estas fotos. Un buen jefe de fotografía no premia al fotógrafo que irrespeta la privacidad. Además, la foto de una madre que llora a una niña victima de la tormenta Stan no se distingue en nada de la foto de ayer de la madre llorando al hijo víctima de la pandilla X. Estas fotos, tan comunes en periódicos como Más y El Diario de Hoy, y estas escenas transmitidas por 4visión, no van al fondo, no ilustran nada, son resultado de la incapacidad de narrar una historia.
Tenemos muchos fotógrafos excelentes (aprovecho esta columna para felicitarlos por su trabajo de los últimos días), pero muy pocos editores buenos. Mucho menos editores de fotografía. La excepción es Paco Campos, y es por él que La Prensa Gráfica presenta mejor fotografía. Paco es reportero-fotógrafo nato y sabe que para expresar el impacto de un desastre, no es necesario violar la privacidad y dignidad de las madres dolientes.

En los reportajes escritos y de televisión existe el mismo problema, sólo más grave. Abundan las entrevistas a familiares de víctimas. La forma más barata y bajera de crear impacto. Quien no tiene capacidad de escribir se agarra de la madre del difunto. O de la morbosidad del vecino. Siempre cuando hay un accidente o un asesinato o un desastre, entrevistan a "testigos" que no han visto nada, no saben nada. Aparecen en cámara o en el periódico simplemente porque estaban cerca cuando el reportero necesitaba a un "testigo" o a un "afectado". Son los curiosos y morbosos que se quedan haciendo un círculo donde haya un muerto. Ahí están, siempre dispuestos a salir en cámara, siempre listos para reproducir lugares comunes ("aquí no han venido a ayudar..."). El periodista que no sabe como investigar y narrar un hecho, felizmente se apoya en ellos: familiares dolientes y transeúntes "testigos".

Cuando es un solo reportaje, este error casi no llama la atención. En situaciones como la actual crisis de inundaciones, erupciones y derrumbes, la repetición del mismo error lleva al absurdo esta forma de periodismo. Cuando un periódico dedica 20 páginas a los efectos de Stan y los reporteros van a 10 diferentes albergues, donde las imágenes todas se parecen, donde los "testimonios " todos se parecen; y además van a 10 diferentes ríos donde las inundaciones todas se ven iguales, las historias de los "afectados" todas suenan iguales; y van a 5 diferentes lugares donde los derrumbes y los testimonios son intercambiables - ¿qué han reportado?

Las páginas de los extras de los periódicos, hechos así, corresponden exactamente a la cobertura televisiva, donde día y noche pasan las mismas tomas -muchas veces no editadas- de ríos, deslaves, derrumbes, gente tratando de salvar sus pertenencias. La información en bruto, en grandes cantidades, y repetida en todos los medios, no informa. Desinforma.

Los medios se llaman "medios" porque son más que simples espejos o cámaras que captan y transmiten todo lo que pasa. Los medios, pare cumplir su función, procesan la información. Esto es lo que he observado en estos días: la poca capacidad de nuestros medios de procesar la enorme cantidad de información que producen los desastres. Cuando empecé como reportero urbano, en mis años de bachillerato, el viejo editor de las páginas urbanas me decía: "Más es menos. Menos es más."

El reportero que se mete tres días y tres noches en un albergue, registrando a profundidad las historias de la gente, sus angustias, sus experiencias, su manera de lidiar con la adversidad, vale más que la suma de 10 reportajes superficiales en 10 diferentes albergues del país. El reportaje que nos explica cómo ha quedado el país, producido por 5 periodistas durante 5 días vale mucho más que los 25 "reportajes" diarios publicados por cinco periodistas durante 5 días seguidos.
Pocos esfuerzos en esta dirección he visto en los medios nuestros en estos días. Tampoco los periódicos han trabajado el aspecto de la memoria histórica, de las lecciones no aprendidas por el estado, por la sociedad en general. Una crónica de cómo una familia o una comunidad ha sido afectada por la sucesión de calamidades en los últimos años (guerra, masacres, sequías en verano, inundaciones en invierno, terremotos) y cómo esta suerte guarda relación con la calamidad permanente y estructural que es la pobreza, nadie la ha escrito.

El Faro, este medio cuya principal razón de ser es la innovación, el profesionalismo sin ataduras, el laboratorio de formatos y estilos, se dejó contagiar por la fiebre. Lo que es bueno, siempre y cuando se tenga la capacidad de proveer más profundidad, más contexto, más dimensión que los diarios. Pero los periodistas de El Faro, en su afán de mostrar que con pocos recursos se puede hacer no sólo periodismo semanal sino incluso diario, no hicieron más que agregar unas cuantos notas incompletas a las incontables notas incompletas de los demás medios. Hubiera sido mejor tomarse el tiempo que les da su carácter de semanario, para hacer notas de profundidad, de seguimiento. Escribir sobre el país, no sobre cada cantón y cada barrio, eso era el reto de El Faro. Someterse a la presión de la producción diaria, bajo las mismas o peores condiciones que en los otros periódicos, mandando reporteros al interior del país para que pasen dos horas en un lugar y convertir esta experiencia en crónica, es desperdiciar el talento y la voluntad que tienen de sobra los reporteros de El Faro.
(Publicado en El Faro)