lunes, 28 de noviembre de 2005

Gracias, Ernesto

Si es cierto que a una persona la podemos medir por la calidad de sus amistades -y estoy convencido que es muy cierto- Ernesto Richter fue un hombre excepcional. La clase de amigos que tenía, y la manera como vivían la amistad con él, podían dar envidia a cualquiera.
Yo no tuve la suerte de estar tan cercano a Ernesto. Para mi era el esposo de una querida amiga, el amigo muy cercano de varios hombres que respeto mucho. A veces nos juntamos -Ernesto, sus amigos y yo- cuando sentimos la urgencia de hablar sobre el país. Y así hablamos: con urgencia, con la convicción que para sacar al país de la crisis (o de la inercia; o del equilibrio fatal en que lo tienen los extremos) habría que hacer un ejercicio riguroso de análisis y de debate. Estas reuniones -yo lastimosamente no tuve la oportunidad de participar en muchas- normalmente fueron provocadas por Ernesto, por su sensibilidad, por su sentido de responsabilidad, por su disposición de intervenir. Se discutió, se llegó a destilar prioridades, a identificar puntos de intervención, a veces propuestas concretas, y cada uno se fue de regreso a su ambiente profesional, político, social con estas nuevas ideas, a tirarlas, a proponerlas, a provocar debate y acción.

Haciendo puentes, llamaba Ernesto este trabajo. Muchas de las ideas y los argumentos para mis columnas, muchos planteamientos que yo he hecho a mis amigos en movimientos políticos, provienen de estas sentadas con Ernesto & Cia.

En cierto grado, así también nació la idea de Encuentros, la propuesta de abrir en El Faro este espacio para el debate. Por esto, cuando se trató de dotar al proyecto “Encuentros en El Faro” de un Concejo Asesor que nos ayudara a seleccionar y analíticamente preparar los temas, el primero a quien llamé fue a Ernesto Richter.

Comenzó, de esta manera, una relación intelectual y de trabajo sumamente productiva. Un permanente intercambio de ideas, una discusión en la cual colectivamente descubrimos, en cada tema que preparamos para Encuentros, fisuras en las posiciones aparentemente claras; pero también verdades muy sencillas en aparentes complejidades creadas por debates falsos y argumentos interesados. Los miembros del Concejo Asesor de Encuentros -y sobre todo Ernesto- nos cuestionaron y volvieron a componer todos nuestros temas y nuestros enfoques que pensábamos llevar a los debates. En muchos temas, el debate más de fondo, más sincero, más rompedor de mitos, clichés y padrones se dio en el Concejo y no en el Encuentro. Sin estos ensayos, difícilmente me hubiera atrevido a meterme en la arena con los leones, chacales, buitres y serpientes de la fauna política nacional. En cada debate, en cada momento que me tocó moderar estos Encuentros me sentí respaldado por la capacidad intelectual de nuestro Concejo. Gracias, Ernesto.

Cuando invité a Richter a formar parte de Encuentros, me dijo que tal vez no era la persona adecuada, porque él estaba perdiendo la fe en el país y las ganas de vivir aquí. Que mejor buscara a otros con más optimismo, más dinamismo, más certeza de poder cambiar el país. A alguien más seguro de que habrá luz al final del túnel. No le acepté el argumento. Si estaba tan decepcionado de la manera como el país no enfrentaba los problemas de violencia, de pobreza y de falta de educación, esas preocupaciones, tenía el deber de articular esas preocupaciones y de formular las interrogantes que de ahí se desprendían. Y lo hizo, convirtiendo su decepción con el país en fuerza para cuestionar, para exigir respuestas, para buscar rutas alternas de concebir soluciones. Ernesto continuó preparando su salida del país, pero no huyó. Aceptó el reto.
Con eso, Ernesto dio un aporte invaluable a Encuentros. No tenía razón en dudar que su escepticismo, a veces pesimismo, pudiera ser constructivo. Urge que la gente decepcionada se manifieste, argumente, siga participando de los debates. Con la participación sincera de Ernesto salimos ganando quienes hacemos Encuentros y El Faro. No sé si salió ganando Ernesto. Lo dudo. Por más que discutimos, dentro y más allá del Concejo, la lucha de Ernesto contra la pérdida de fe en su país no la fue ganando. Por más que como intelectual de izquierda se esforzaba a visualizar soluciones a los problemas del país, como hombre llegó a la conclusión que tenía que salir del país para vivir. Para nosotros, sus amigos, sus alumnos, sus colegas, este conflicto de Ernesto fue muy productivo. A mi me produjo puntos de vista nuevos, a Encuentros le produjo enfoques interesantes. A él, temo, le produjo profundo dolor.

Le hubiera deseado poder salir: a Europa, a Alemania, su segunda patria, o a España que últimamente le enamoraba. Le hubiera deseado poder tomar distancia de nuestros problemas, enredos y rollos… Estoy seguro que desde afuera -geográficamente afuera y anímicamente desde terreno más seguro- Ernesto Richter hubiera dado aportes sorprendentes al debate nacional, a la búsqueda de todos nosotros, sus amigos, de respuestas sinceras a los problemas que aquejan a El Salvador. Incluso, a la refundación de una izquierda capaz de hacerse cargo del país y llevarlo adelante.

Se fue del todo. Murió el 22 de noviembre. Seguiremos buscando, sin él, pero con el mismo espíritu de Ernesto: el profundo amor a la verdad, por sobre todo.
(Publicado en El Faro)