martes, 29 de mayo de 2007

Un debate intenso (de Carlos Dada)

El retiro de la columna de Paolo Luers titulada “El PC y su madre KGB” ha generado un intenso e interesante debate, y deja ver, en primer lugar, que la nota aclaratoria que El Faro colocó a manera de explicación fue insuficiente. Dadas las interrogantes planteadas por algunos de nuestros lectores he decidido escribir estas palabras para intentar aclarar algunas de esas dudas o, al menos, aportar nuevos elementos al debate.

Hemos recibido una gran cantidad de cartas, preguntas, consejos, felicitaciones, llamadas de atención y reclamos por haber bajado la columna. (Un lector incluso aventuró que se trataba de un truco mercadológico de El Faro para “posicionarse como un medio donde está el mero jugo de los debates de interés”). Tomamos estas expresiones como muestras de cariño, interés y preocupación honesta de nuestros lectores por el trabajo que hacemos todos los que formamos parte de El Faro.

Nueve años se dicen fácilmente, pero ha sido un largo camino en el que hemos tropezado muchas veces e intentado aprender de nuestros errores. Aún falta mucho camino por recorrer, y de esta experiencia, como de las anteriores, esperamos poder también sacar las lecciones apropiadas.

La columna de Paolo la recibí yo el domingo 20 de mayo por la noche, justo enmedio del cierre y puesta en página de la edición del lunes 21, y cometí el error de no revisarla con el cuidado que amerita cada material que publicamos. En ese momento fui incapaz de ver que, cuando la pasé para publicación, estaba avalando un error (el que Paolo cometió con su columna) y cometiendo otro (publicarla). Ambos parten del mismo lugar: Paolo, en su columna, hacía afirmaciones que calumniaban y difamaban a un periodista, Ricardo Valencia, autor de un reportaje publicado en La Prensa Gráfica sobre la transferencia de armas de la KGB al Partido Comunista en los años ochenta.

No me toca a mí, ni a El Faro, defender el reportaje de Ricardo Valencia. Eso le corresponde a él y a sus editores. Y nada del contenido de ese reportaje tuvo incidencia alguna en la decisión de retirar posteriormente la columna de Paolo Luers. Esto lo digo ante algunos reclamos de que El Faro, al retirar la columna, ha querido impedir el debate sobre un capítulo del conflicto armado que sin duda alguna es más importante para algunos de nuestros lectores de lo que nos imaginábamos. Pero esto no es así. El Faro ha sido desde sus inicios un lugar de debate sobre nuestra historia y no pretende dejar de serlo, basta un rápido paseo por nuestros archivos para confirmarlo.

Pero Paolo, tal como él mismo admite, creyó a partir de su propia experiencia que Ricardo Valencia obtuvo toda su información, y consiguió viajar a La Habana, gracias a los buenos oficios del Partido Comunista. No deja espacios siquiera para la sospecha, asume, y asegura, que el periodista básicamente publicó lo que el PC le dijo que publicara. Pero el autor de la columna tampoco tenía otros elementos, más que sus propias elucubraciones, para creer esto. Y se equivocó, porque las cosas no fueron así. Al dar por hecho en su columna que el PC no solo fue fuente, sino creadora del reportaje, estaba calumniando y difamando a un periodista que, como el mismo Valencia expresó en una carta que publicamos en esta edición, vive justamente de que sus lectores le crean lo que publica. Cuando en la dirección del periódico dimensionamos lo grave de las afirmaciones decidimos retirar la columna y poner en su lugar una nota aclaratoria. Básicamente lo hicimos pensando en que, si ya habíamos cometido el error de permitir que se calumniara a alguien en las páginas de El Faro durante dos días, no podíamos permitir que se continuara haciendo. Esas son las ventajas del soporte electrónico, que no está sujeto a las limitaciones físicas ni a los tiempos de los medios impresos. Puedo estar equivocado, pero creo que hicimos lo correcto, lo que nos dictaba nuestro sentido del deber.

La opinión, creen algunos, entre ellos Paolo Luers, es un género puramente subjetivo y no está sujeto a otras reglas más que a la expresión de su autor. No estamos de acuerdo con eso. La libertad de expresión también requiere de responsabilidad. Nuestro compromiso de otorgar a la ciudadanía mejores herramientas a través de nuestras publicaciones, de proveerle de información y puntos de vista diversos, descansa sobre una premisa básica: la búsqueda de la verdad. Y la opinión es también un género periodístico. Cuando El Faro entrega uno de estos espacios a una persona lo hace porque confía en que aportará importantes elementos de reflexión a partir de los hechos que van marcando nuestra vida en sociedad. Confía en que sus opiniones parten de información valorada de manera responsable y, como saben todos nuestros columnistas, que el espacio no es ni para autopromocionarse o abusar del espacio para promocionar causas personales, ni para lanzar acusaciones infundadas. Estas son las normas para los columnistas, y se cumplen, casi siempre, por todos. Cuando alguno de ellos falla, objetamos la publicación y le hacemos saber las razones. Eso es parte de nuestro trabajo y ya hemos dejado varias columnas fuera.

Paolo dice en su última columna que cuando retiramos su texto anterior confirmó que los directores de El Faro le hemos perdido la confianza. Esto tampoco es cierto. La confianza no se pierde por cometer un error con una columna, que es lo único que yo veo aquí. Paolo es provocador por naturaleza, y él sabe bien que nos ha causado más de un dolor de cabeza. Pero su opinión siempre nos ha parecido importante, aún las veces en que no hemos estado de acuerdo con ella.

A Paolo Luers no sólo le hemos confiado una columna de opinión. Le confiamos un proyecto de dos años, que terminó recién el mes pasado, y que consideramos desde el principio fundamental para las aspiraciones de El Faro y sus aportes al país: Encuentros, la cena política de El Faro. Un espacio que tuvo por objeto fomentar la cultura del debate y que él coordinó desde el principio. Cuando a alguien le encomendamos un proyecto de tal envergadura es porque le tenemos una confianza que no se pierde por una columna mal puesta. A pesar de nuestros desacuerdos, y de varias discusiones –que sólo hacen más interesante este trabajo-, él y todos nuestros periodistas y colaboradores saben que irremediablemente viajamos todos en el mismo barco, porque buscamos lo mismo: un verdadero medio de comunicación independiente, inteligente y honesto. En este viaje, todos cometemos errores. A veces los columnistas, a veces los periodistas, a veces los editores y a veces los directores.

Hemos iniciado una reflexión sobre lo ocurrido en estas dos semanas, tomando en cuenta las opiniones de todos los que se han tomado la molestia de escribirnos. Esperamos que eso nos ayude a institucionalizar los procedimientos y avanzar en la consolidación de nuestra organización. Y esperamos que ustedes nos sigan aportando con sus ideas, reclamos y sugerencias. A través del debate y la reflexión, en El Faro buscamos constantemente institucionalizar el carácter de nuestro periódico como un medio plural, comprometido con la honestidad y con el ejercicio serio y responsable del periodismo como bien público, que sirve así a la democracia. Lo que está en construcción es un proyecto que se nutre de la diversidad, pero que es fiel a un núcleo de valores que le dan su identidad.

Pero para los tiempos que se avecinan, si algo El Faro no se puede permitir es quedarse atrapado en esta discusión. Vivimos ya, como parte de la campaña electoral adelantada, un ambiente de intolerancia y condenas absolutas a las que es tan proclive nuestro país, y a menudo también nuestro periodismo nacional. El Faro no va con eso, y nuestro compromiso y obligación es abordar la situación con la independencia y honestidad que nos han caracterizado.

(Publicado en El Faro)

lunes, 28 de mayo de 2007

Anticomunismo de izquierdas (de Ricardo Ribera)

Se nos dijo que el comunismo había desaparecido tras la caída del muro de Berlín y el posterior desplome de la Unión Soviética. Sin embargo le ha sobrevivido el otro fantasma: el anticomunismo. Es algo en lo que El Salvador no está solo. En pleno siglo XXI las derechas en otras partes también sacan a pasear su fantasmita cada vez que consideran que asustar al electorado puede rendirles votos. No es, por tanto, nada original de la derecha salvadoreña. Lo que sí empieza a ser un producto típico y exclusivo de nuestro paisito es que sigan con el mismo cuento gentes que uno creía de centro o incluso de izquierda. Es algo que ya no es fácil ver en el mundo.


De ahí que leer la columna de Paolo en El Faro la semana pasada no me haya sorprendido como debería. Dice cosas con las que puedo estar de acuerdo, pero su crítica a Ricardo Valencia es a todas luces desmedida e injusta. Lo peor, todo su escrito rebalsa de un anticomunismo visceral y poco razonable. Insiste en esa tesis de que hay coincidencias en lo que le interesa al FMLN y a ARENA que ya suena vieja y poco convincente. Presupone una identidad entre FMLN y Partido Comunista que es difícilmente sostenible. Y repite el mismo estribillo de las dos extremas que venimos oyendo desde los tiempos de Duarte. En fin, pareciera que tocar el tema “comunismo” le hace perder la brújula y el buen tino.


De ahí el bochornoso espectáculo de pretender impartir lecciones de periodismo al tiempo que su texto adolece de graves carencias. No se puede escribir “yo no pongo en duda los hechos reportados por La Prensa Gráfica” y a continuación, alegremente, especular con una serie de suposiciones y deducciones para rebatir hechos. No se puede afirmar “la mentira… está en el contexto” y después sacar totalmente fuera de contexto la temática. Si su preocupación es qué aporte hizo y qué papel tuvo cada organización integrante del FMLN durante el conflicto armado, cabría pedir un enfoque serio del mismo. A mí en lo personal el tema no me interesa, pero a quien le interese que lo aborde con seriedad. Un recuento y análisis pormenorizado de la guerra civil, que tanta falta hace, sin duda reflejará, aunque sea de manera indirecta esta cuestión. Mientras no se haga, el abordaje prejuiciado y subjetivista más invita a sudar calenturas ajenas. A revivir el sectarismo que creíamos superado.


Por lo menos, la columna en cuestión ofrece sin quererlo cierta claridad sobre lo difícil que habrá sido mantener la mínima unidad al interior del Frente. Deja clara la imposibilidad de mantenerla una vez concluido el conflicto armado. Y también da luces para que podamos entender por qué muchos de los que militaban en organizaciones revolucionarias que eran simultánea y rabiosamente anticomunistas hayan terminado donde han terminado. Querer ser radical o muy militarista no es garantía de nada, en especial cuando el escenario cambia, las formas de lucha también, y éstas exigen usar más el cerebro que los genitales, que están para otra cosa. De ahí el extraño coro de cierta izquierda - o centro, o ex-izquierda, que ya ni se sabe en qué están ni adónde- con la derecha más atrasada, fanática y recalcitrante. Ésa que todavía repite “Patria sí, comunismo no” y que en otro momento inventó el eslogan: “haga patria, mate a un cura”. Un coro desfasado y sorprendente, donde sí hay coincidencia de extremas, la extrema derecha coincidiendo con la extrema centro. Un coro tanto más alucinante y surrealista pues el fantasma al que señalan se autodisolvió hace ya varios años, integrado orgánicamente dentro del partido FMLN. Es un hecho. Comprobable. Aunque no importa pues, como hemos visto, los hechos pueden ser “refutados” con un poco de imaginación, capacidad de deducción y talento para la sospecha. Si no, relean en El Faro “Del PC y su madre KGB”. No tiene desperdicio.


(Postdata: Recién acababa de redactar esta columna, el jueves, cuando alguien me advirtió que El Faro había retirado la de Paolo. Incrédulo, corrí a comprobarlo. Era cierto. Mi primera reacción fue ya no enviar la mía, pues seguramente ya no tenía sentido. Pero después pensé que muchos de los lectores leen el periódico virtual en los primeros días de la semana, cuando la columna de Paolo aún no había desaparecido. Ellos tenían derecho a conocer mi réplica. Considerándolo más despacio, también el resto de lectores tienen el derecho de leer la de Paolo, así como mi respuesta. Es más, el propio Paolo está en todo su derecho a expresar su opinión, pues se trata de esto: de un espacio para la opinión. No me parece que él insulte a nadie, ni siquiera al reportero. Y no es cierto que falte a la “veracidad” o que diga mentiras. Supone cosas, deduce cosas, hace aseveraciones, tal vez de manera ligera y poco responsable. Pero es su opinión. Debe ser respetada. Quien no esté de acuerdo, que haga lo que yo, escribir otra columna para rebatir y para debatir. Por eso lamento la decisión de los editores de El Faro, que creo no tenía antecedentes. El error no está en “no haber aplicado en el momento oportuno los filtros de calidad necesarios”, el error está en censurar una columna de opinión. Justo cuando este medio acaba de cumplir su noveno aniversario, en cumplimiento con “el compromiso de entregar un periodismo honesto, atractivo y de calidad”. Faltaba añadir: ¡y sin censura! El error tiene enmienda. Sugiero un link para que esta semana se pueda acceder a la columna “Del PC y su madre KGB”, de Paolo Luers, permitiendo así el debate. En todo caso y como dice el dicho: “a quien le pique, que se rasque”.)

(Publicado en El Faro)

CALIDAD DE PERIODISMO Y CALIDAD DE LIBERTAD (de Jorge Ávalos)

Hace una semana todas las personas que nos preocupamos por la libertad de expresión y por el desarrollo del periodismo, descubrimos que un artículo de opinión publicado en El Faro fue removido con un pretexto que muy rara vez utiliza un medio de prensa públicamente: control de calidad. Este concepto, en efecto, debería ser invisible. Un mal artículo no debería ser publicado. Pero la semana pasada, una columna de Paolo Luers fue eliminada de forma definitiva de la edición digital después de haber sido publicada porque, según una nota editorial, se había escapado a los “filtros de calidad” de El Faro.


Esta acción podría motivar varias discusiones. La primera, sobre el artículo mismo de Luers: removerlo del periódico, ¿fue un acto editorial justificado o fue un acto de censura? La segunda pregunta es de carácter conceptual: ¿cuáles son los criterios de calidad de una columna de opinión? La tercera pregunta entra en el campo de la ética: si un artículo evade los filtros y criterios de calidad de un periódico y es publicado, ¿qué debe hacer un periódico? ¿Cuáles son las acciones constructivas que debe tomar para reparar el daño?


El 21 de mayo pasado, en su “Columna transversal”, Luers publicó un artículo de opinión titulado del “PC y su madre KGB”. El tema: “El cuento sobre la incidencia del KGB en la guerra salvadoreña, publicado pomposamente por La Prensa Gráfica”, según Luers. Un reportaje que, añade él, vale la pena analizar porque “hizo el milagro de hacer feliz, al mismo tiempo, al PC y a ARENA”. No es mi interés principal discutir el tema de la columna, sino por qué El Faro habría considerado el texto de Luers de pobre calidad.


Para ser justos, hay que señalar primero que en ningún momento Luers cuestiona la veracidad del artículo que analiza: “Yo no pongo en duda los hechos reportados por La Prensa Gráfica. Bien pueden ser correctos. La mentira no está en los detalles, las fechas, los nombres, las cifras. Está en el contexto”. El propósito fundamental de Luers al escribir este artículo radica en criticar lo que él llama “el contexto”. Pero hay que notar que al utilizar esta palabra se refiere a dos cosas muy distintas entre sí.


El primer uso de “contexto” es el propósito inmediato de su crítica. El reportaje de La Prensa Gráfica, argumenta, se enfoca de forma tan limitada en el hallazgo de la relación entre el Partido Comunista (PC) y la agencia de inteligencia soviética (KGB), que da una imagen desproporcionada del papel del PC durante la guerra. Por lo tanto, Ricardo Valencia, el periodista que escribió la serie de reportajes para la revista Enfoques, ha cometido el error de descontextualizar el objeto de su investigación. Un resultado de esto, advierte Luers, es que el artículo se presta a la manipulación de la propaganda de izquierda para justificar la preponderancia actual del PC en el FMLN; asimismo, agrega, se presta a la manipulación de la propaganda de derecha para perpetuar la idea de que la guerra civil no tuvo raíces históricas sino que se debió a la injerencia internacional del imperio soviético.


Este es un debate interesante, sin duda, pero ¿cómo explica Luers que esto haya sucedido? El segundo uso de “contexto”, implícito, es que la ausencia de contexto del reportaje de La Prensa Gráfica sobre la relación entre el PC y la KGB tiene raíces estructurales, metodológicas, pero, sobre todo, de capacidad personal: “Si uno no tiene la capacidad de complementar, contrarrestar, contextualizar la información cebo, es pecado tragársela. Es fatal. Es veneno. Es trampa”. Por consiguiente, la crítica de fondo de Luers se centra en esta noción de “información cebo”. ¿Qué implica este concepto? Que Ricardo Valencia y La Prensa Gráfica se han dejado manipular más allá de lo permisible por el PC, puesto que se les ofreció una carnada, y contra todo precepto ético, la han seguido hasta las últimas consecuencias sin cuestionar qué está detrás de ese interés por revelar esas fuentes. El argumento de fondo de Luers es que tanto Valencia como La Prensa Gráfica, mordieron un cebo, como ingenuos pececillos, y, por lo tanto, intereses políticos fantasmas han predominado sobre los intereses de la información a la que tienen derecho la ciudadanía.


Sin lugar a dudas, Luers está tocando un punto válido, porque la información cebo relacionada a un tema espectacular ofrece una de las mayores tentaciones a los periodistas. Algunas fórmulas claves para definir la competitividad en el periodismo se definen con términos como “la primicia” (lo escribí y lo publiqué antes que nadie más), “la exclusiva” (sólo yo he tenido acceso a esta información) y “la bomba” (este reportaje revela lo que nunca se ha sabido y lo cambia todo). El reportaje de Ricardo Valencia para La Prensa Gráfica sobre una relación económica y militar entre el Partido Comunista y la KGB fue una primicia, una exclusiva y una bomba. Pero, ¿fue correcto hacerlo tal y como se hizo? Luers dice que no, pero el problema de su artículo es que para hacerlo comete un “pecado” mucho mayor que el de la ausencia de contexto histórico del cual acusa a La Prensa Gráfica. Luers presume que conoce la verdad sobre cómo se realizó la investigación. Toda su argumentación se basa en la premisa de que fue el PC, y sólo el PC, quien le permitió a Valencia ir a Cuba y entrevistar a ex miembros de la KGB.


“Está bien”, escribe Luers, “que un reportero reciba del PC salvadoreño la oportunidad de ir a Cuba y entrevistar a un general del KGB retirado (porque cuesta imaginarse a un periodista de La Prensa Gráfica llegando por cuenta propia a La Habana buscando a generales retirados del KGB); está bien que reciba del PC toda la información y las pistas para reconstruir la historia de las armas recuperadas por el Vietcong y después regalados a Schafik.”


Aunque cueste imaginar que un periodista haya logrado, en La Habana, los contactos que Valencia obtuvo con ex generales de la KGB, creo que nadie tiene el derecho a cuestionar eso, ni siquiera cómo lo hizo, porque a fin de cuentas la información y la documentación necesarias para sustentar sus hallazgos están ahí, disponibles, en su reportaje. Eso es lo que cuenta. Como periodista, si yo me viese en la necesidad de entrevistar a ex generales de la KGB, yo hablaría primero con miembros del PC, porque sería el camino más fácil para hacerlo. Cualquier periodista habría hecho eso. Ahora bien, qué ocurrió primero, ¿el cebo o el impulso investigativo? Eso sólo lo puede decir Valencia y sus editores, pero no se puede armar un argumento suponiendo que sólo hay una conclusión posible. Sin embargo, Luers construye su tesis sobre el fracaso “juvenil” de Valencia y de los editores de La Prensa Gráfica sobre la presunción de que se dejaron llevar, ingenuamente, por el “periodismo de cebo”. Por muy válido que sea un argumento general contra la “información cebo”, en este caso específico, Luers está atacando a un periodista sobre la base de una especulación.


Como periodista, yo he realizado reportajes que me han llevado a descubrimientos sorprendentes. En un caso en particular, por un reportaje que escribí y que apareció publicado en El Diario de Hoy sobre el tráfico y la trata de menores de edad, la Fiscalía General de la República investigó a la División de Fronteras de la Policía Nacional Civil para tratar de averiguar quién me había proporcionado la información que me llevó a descubrir el caso. ¿Por qué hicieron esto? Por el mismo juego de razonamiento que ahora utiliza Luers: porque les costaba creer que un periodista, por su cuenta, hubiera descubierto la información y los documentos que yo descubrí. Esto a pesar de que toda la documentación que yo utilicé como referencia era de carácter legal y, por lo tanto, sólo podría haber provenido de dos fuentes: los tribunales y la Fiscalía. Tratar de desvirtuar el trabajo de un periodista suponiendo que sólo un cebo malintencionado podría justificar el logro de una investigación conlleva peligros más grandes que restarle contexto histórico a un reportaje. Por esta razón realmente no importa cuál fue el camino que utilizó Valencia para llegar a la KGB, en este caso en particular realmente no importa. Es mucho más importante recordar que tanto una investigación periodística como un artículo de opinión necesitan estar sólidamente sustentados. El reportaje de Valencia, a pesar de sus faltas, sí está sustentado. El de Luers, no.


Curiosamente, Ricardo Ribera, en su columna de opinión “Desde la academia”, también publicó un artículo sobre el mismo tema la semana pasada, también en El Faro, titulado “¿Periodismo o historia?”. Cómo Luers, Ribera también responde a un artículo de Héctor Silva Jr., y ambos responden a la pretensión manifestada por Silva de que La Prensa Gráfica podría estar llenando los vacíos de la historia de la guerra con sus reportajes. No creo que nadie crea esto. Nunca es buena política que un medio de comunicación se eche flores a sí mismo. Ribera tiene palabras tan fuertes como las de Luers. Refiriéndose a la opinión de Silva escribe: “Una superficial preparación académica probablemente explica que caiga en el desatino de plantear que el periodismo sea ‘una fuente alternativa de narración histórica’. El país necesita de buen periodismo y de buena investigación histórica. Son dos cosas distintas”.


Al plantear la diferencia entre el periodismo y la investigación histórica, Ribera toca la misma preocupación que toca Luers, la ausencia de contexto, pero lo hace con un sentido filosófico y por eso se convierte en una opinión más sólida. Sin tener que probar nada, sin tener que sustentar su opinión, Ribera simplemente se preocupa por expandir los límites del diálogo, incitándonos a preocuparnos por el más amplio contexto de la guerra para entender mejor nuestro pasado: “El historiador académico, ya de entrada, va a plantear las cosas desde otra perspectiva: no se enfocará exclusivamente en la injerencia soviética, sino más bien su tema será el papel de ambas superpotencias, en el marco de guerra fría que se vivía, en el conflicto nacional. Por otra parte, no hay que pecar de ingenuos. ¿Acaso estará preparando La Prensa Gráfica una investigación periodística similar sobre el rol de Estados Unidos en la guerra civil? ¿Por qué no investigar sobre la injerencia de militares argentinos o de la inteligencia israelí? ¿Un especial sobre las actividades del terrorista cubano Posada Carriles mientras era asesor del gobierno de Duarte? ¿Qué tal sobre el apoyo de la extrema derecha guatemalteca a los futuros fundadores de ARENA? Mientras ese diario no impulse algún reportaje sobre temas como los que señalo o similares, su investigación periodística no dejará de oler a campaña electoral y a intereses políticos partidaristas. Cosa que no desdice de su calidad profesional. Ni de la inocencia de sus empleados. Pero sí de quienes les dan empleo y deciden los temas”.

A fin de cuentas, estas palabras de Ribera, que ponen el dedo sobre la llaga, son más efectivas que las de Luers. ¿Tiene razón El Faro a decir que su artículo no pasa “filtros de calidad”? Me temo que sí. Y sin embargo, me duele que una vez publicado lo hayan eliminado, por la sencilla razón de que el mal ya estaba hecho. Además, el artículo de Ribera nos decía que la preocupación de Luers es compartida por otros intelectuales. Cuando un periódico comete un error y publica algo que no debió haber publicado, porque contenía alguna falla periodística, debe hacer dos cosas. Primero, reconocer su error, tal y como lo hizo El Faro. Y segundo, abrir el debate. En lugar de eliminar la columna de Luers, un acto que creó un morbo innecesario en el ámbito periodístico, El Faro debió abrir sus páginas a la opinión de Valencia, a la de Silva y a la de todos los interesados. Los errores de la libertad de expresión sólo los puede corregir más y más libertad de expresión, porque más importante que la calidad del periodismo es la calidad de nuestra libertad para pensar y opinar; sin esta libertad, el periodismo no es nada.


(Publicado en El Faro)

Mi última columna en El Faro

“El Faro quería una columna sobre los medios. Crítica a los críticos. Vacilé bastante tiempo antes de aceptar el reto. No tenía ganas de asumir el rol del sabelotodo. No sirvo de árbitro, soy demasiado polémico. Me gusta pelear, no juzgar. Así que no esperen de esta columna transversal la sabiduría de un juez, sino más bien las patadas de alguien que le gusta polemizar.”

Con esta escueta declaración de principios inicié mi columna en El Faro el 1 de marzo de 2004. Bajo esta premisa pública El Faro me aceptó. Me aguantó 131 columnas. Gracias a El Faro regresé al periodismo, luego de una pausa de 8 años. El Faro me prestó la tribuna para opinar, explorar, analizar, polemizar, proponer, cuestionar, provocar. En 131 columnas sobre medios, sobre política, sobre historia, sobre periodismo me gané bastantes enemigos, pero también una cantidad inesperada de amigos e interlocutores. Para los directores de El Faro fue un ejercicio de tolerancia. Me dieron la libertad de tocar los temas más espinosos, de la manera polémica, personal y controversial que yo estimaba pertinente. En muy pocas ocasiones –sólo recuerdo tres- hubo discusiones fuertes con los directores de El Faro. En estas ocasiones excepcionales, yo sentí el intento de indebida interferencia en mi columna. Ellos sintieron que yo abusaba del espacio.

En el último de estos conflictos, en febrero del 2006, cuando en mi columna critiqué de manera muy dura –y tal vez injusta- la dirección de El Faro por no aceptar mi propuesta de publicar las caricaturas danesas de Mahoma, yo dejé claro que esta era la última vez que iba a tener una discusión de este tipo con los editores o directores de El Faro. O sea una discusión sobre si yo cambiaba, agregaba, quitaba algo en mi columna. Que yo no podía aceptar ninguna interferencia en mi columna, a menos que me convencieran que algo que yo escribiera podría tener consecuencias jurídicas para el periódico. Que yo asumía la plena responsabilidad política, ética, profesional sobre mi columna. Y que ellos tenían que aceptar la columna como tal, sabiendo cómo escribo yo, confiando en mi criterio profesional y ético. Que ellos tenían todo el derecho de decidir sobre la existencia de mi columna en su periódico, pero no el derecho de decidir sobre cada uno de los artículos, o sobre partes de ellos.

Por esto, cuando Carlos Dada, el director de El Faro, decidió sacar el miércoles 23 de la edición pasada del 21 de mayo mi columna Del PC y su madre KGB, de hecho decidió sacar de El Faro la columna transversal de Paolo Lüers. Tiene todo el derecho de hacerlo. Para mí, la libertad de expresión del autor es inseparable de la libertad de expresión del medio. El medio no tiene derecho de imponerme cómo escribir. Y yo no tengo derecho de imponerle al medio cómo escribo. Así que quede claro, no me estoy quejando. Estoy explicando a los lectores porque desaparece mi columna de El Faro.

No quiero extenderme mucho sobre la diferencia concreta que ha llevado a Carlos Dada a suspender mi columna. No es tan importante. La dirección de El Faro sostiene que es ilegítimo que yo esté afirmando algo que no puedo comprobar. Yo sostengo que en mi artículo –que no es un reportaje investigativo, sino una columna de opinión- tengo el derecho de sacar conclusiones, siempre y cuando estén respaldadas por mi experiencia con la temática, por mi conocimiento de los actores de la historia, por la razón común, por la lógica.

Si puedo decir en mi columna: “El presidente Saca recibe órdenes de Washington”, sin tener que comprobar esto con documentos secretos o testigos, y sin estar obligado de suavizar esta afirmación diciendo “yo concluyo que el presidente Saca recibe órdenes de Washington”, o “yo sospecho que el presidente Saca está siguiendo lineamientos que probablemente provienen de Washington”, de la misma manera puedo decir lo que dije en la columna en cuestión: que el periodista de La Prensa Gráfica –al lo mejor sin quererlo, a lo mejor sin darse cuenta- le hizo el mandado al PC salvadoreño.

Si puedo afirmar que el señor Daboub nunca hubiera llegado a su cargo de dirección en el Banco Mundial sin la ayudadita del gobierno Bush, y además que esto explica la coincidencia de sus políticas reaccionarias en el Banco Mundial con las concepciones del señor George W. Bush, también puedo afirmar que sin la ayudadita de los comunistas el reportero de La Prensa Gráfica no hubiera llegado a las entrevistas con ex-generales del KGB y otros personajes del mundo secreto de las relaciones entre partidos comunistas.

Es absurdo pedir al columnista pruebas cuando estamos hablando de una historia que tiene como protagonistas a varios partidos comunistas, unos en el poder, otros en guerra, y al KGB, la madre de la desinformación, de la mentira, del encubrimiento, de la manipulación, del aprovechamiento de la ingenuidad y las buenas intenciones de generaciones de periodistas.
Pero como dije, esto no es el problema de fondo. Tampoco lo es que obviamente toqué un nervio muy sensible a una generación de periodistas salvadoreños –más atrevida, más talentosa, más ambiciosa, más independiente que la anterior- que quiere abrirse su espacio y que a veces no tiene suficiente cuidado con fuentes interesadas que les facilitan historias atractivas y exclusivas.
El verdadero problema es el siguiente: Yo me puedo equivocar, me puedo extralimitar en mi ejercicio crítico. Tal vez –aunque no lo creo- lo hice esta vez, afirmando de manera categórica que el PCS le facilitó a Ricardo Valencia la entrevista con el general del KGB. Pero soy yo como autor quien asumo este riesgo, esta responsabilidad – y los costos políticos y profesionales que puede tener. Como autor necesito poder tomar estas decisiones, no las puedo delegar al medio y su dirección. De cualquier manera, haya el PC facilitado la entrevista en Cuba o no, siempre Ricardo Valencia le hizo el mandado al PC, ayudándole a tejer sus leyendas.

Para mi criterio, si es cierto (o mas bien para que sea cierto) lo que todos soñamos con El Faro, Carlos Dada hubiera tenido que poner a la par de mi columna la más rigorosa crítica a mi manera de abordar el tema. El Faro ya ha aguantado –con bravura- que uno de sus columnistas critique, en las páginas de El Faro, a la dirección y la línea editorial del periódico. ¿Cómo no va a aguantar que el director critique, corrija, ponga en su lugar a uno de los columnistas? El Faro es suficientemente fuerte para aguantar, no sólo la pluralidad de opiniones, sino incluso la pluralidad de criterios. El Faro tiene los credenciales y la credibilidad para aguantar el debate interno y público sobre los temas esenciales del periodismo, incluso sobre la manera de hacer El Faro y sobre los principios que lo rigen.

No había necesidad ninguna que El Faro suspenda la columna, sólo porque tenemos un dilema, aunque sea en un punto de gran importancia de su definición como medio. Si El Faro llega a este extremo de suspender mi columna, tengo que aceptar que sus dueños y directores perdieron la confianza en mi criterio, en mi integridad, en mis intenciones en el uso de la crítica. Para ser columnista, no necesito que los editores estén de acuerdo con mis puntos de vista, ni siquiera con mis métodos. Pero sí necesito saber que me tienen confianza.

Me despido de la sección de opinión de El Faro reiterando las mismas palabras que publiqué hace un año haciéndole homenaje a esta aventura periodística:

“El Faro apenas tiene ocho años de existencia. Tiene donde y tiene como crecer. Tiene los lectores más exigentes del país. Tiene los reporteros jóvenes más talentosos del país. Tiene editores que han descartado puestos y salarios importantes para trabajar en El Faro. Tiene un pool de columnistas que reúne más capacidad crítica que cualquier otro periódico grande del país es capaz de atraer.”

Bueno, hoy tiene uno menos. Pero sigue siendo lo mejor que hay. Y esto es mi manera de despedirme de mis lectores. ¿Mi columna? Si hay otra gente, otras plumas rebeldes, que quieren juntarse para crear un sitio de debate, de intercambio de ideas, de provocación de reflexiones, tal vez ahí cabe la Columna Transversal.
(Publicado en El Faro)

miércoles, 23 de mayo de 2007

Nota de El Faro

El Faro ha decidido retirar de esta edición la columna de Paolo Luers titulada “Del PC y su madre KGB”, que originalmente apareció publicada el lunes 21 de mayo en este espacio. La dirección del periódico tiene reservas sobre la veracidad de algunas de las aseveraciones vertidas en la columna de Luers, referidas a las fuentes y la manera en que se llevó a cabo un reportaje del periodista Ricardo Valencia publicado recientemente en la revista Enfoques de La Prensa Gráfica.

El Faro asume la responsabilidad por no haber aplicado en el momento oportuno los filtros de calidad necesarios y lamenta los posibles efectos de este hecho para el periodista, su publicación o nuestros lectores.

lunes, 21 de mayo de 2007

Del PC y su madre KGB

El cuento sobre la incidencia del KGB en la guerra salvadoreña, publicada pomposamente por La Prensa Grafica, hizo el milagro de hacer feliz, al mismo tiempo, al PC y a ARENA. Ambos necesitan que la gente crea que el PC y su madre KGB hayan jugado un papel importante en la guerra. Uno para justificar su rol dominante en el FMLN, cuando durante la guerra generosamente dejó a las demás organizaciones las tareas de combatir, de construir y defender frentes, de establecer control territorial, e incluso la estratégica tarea de abastecer a los frentes de armas y pertrechos. Y ARENA obviamente está feliz de tener al fin “la prueba” de su vieja tesis de que el país estaba siendo atacado por el comunismo internacional y no por el encachimbamiento histórico de sus campesinos y estudiantes. Pueden seguir haciendo campaña electoral contra el enemigo eterno.
Yo no pongo en duda los hechos reportados por La Prensa Gráfica. Bien pueden ser correctos. La mentira no está en los detalles, las fechas, los nombres, las cifras. Está en el contexto. El cuento dudoso no es que Schafik haya gestionado en Moscú, Hanoi y Cuba por cantidad de armas y municiones, esto no está en discusión, sino reside en la relevancia que este hecho adquiere si el reportaje ni siquiera pregunta –y mucho menos investiga- todo el contexto. De esta manera los hechos reportados –los fusiles M16 de Vietnam, los dos vuelos con cohetes antiaéreos- adquieren una relevancia para la guerra, para la consolidación de la guerrilla, para su capacidad de enfrentarse al ejército apoyado y abastecido por Estados Unidos, que en realidad nunca tuvieron.
Está bien que un reportero reciba del PC salvadoreño la oportunidad de ir a Cuba y entrevistar a un general del KGB retirado (porque cuesta imaginarse a un periodista de La Prensa Gráfica llegando por cuenta propia a La Habana buscando a generales retirados del KGB); está bien que reciba del PC toda la información y las pistas para reconstruir la historia de las armas recuperadas por el Vietcong y después regalados a Schafik. Claro que a cualquier reportero joven le encantan este tipo de pistas. Pero esto no justifica, por nada, quedarse con esta historia así como mis fuentes me la quieren vender. Pistas son para encender la curiosidad del reportero, el deseo de saber más, las ganas de saber todo, el afán de ver más allá de lo que me enseñan. Incluso la desconfianza, la pregunta por el interés que tiene la fuente para darme una pista.
El problema que ahí se plantea es el periodismo del cebo. Te ponen como cebo una información que nadie tiene. La trampa se cierra cuando no tenés la capacidad, o la curiosidad, o los recursos o el apoyo de tu medio para investigar independientemente. No es primera vez que le pasa a Ricardo Valencia. Aceptó la oportunidad de ir a Guantánamo. Obviamente los gringos lo dejaron ver, escuchar, grabar, fotografías, exactamente –y solamente- lo que ellos querían que viera y publicara. Si uno no tiene la capacidad de complementar, contrarrestar, contextualizar la información cebo, es pecado tragársela. Es fatal. Es veneno. Es trampa. Ricardo Valencia –un reportero joven, talentoso, ambicioso, pero poco fraguado- no tenía la más mínima posibilidad de hablar con los presos de guerra y presos políticos en Guantánamo que las autoridades militares norteamericanos no le querían presentar. Se tragó el cebo. Publicó su reportaje sobre Guantánamo. No podía reportar otra cosa, sólo lo que los gringos querían que se publicara. Pero como para El Salvador es exclusivo, se convierte en otro éxito de La Prensa Gráfica.
Esta vez es peor. Porque esta vez Ricardo Valencia y La Prensa Gráfica, con un poco más de paciencia y profesionalidad, hubieran podido investigar más allá del cebo que les puso el PC. Si de periodismo investigativo se tratara –y no de un golpe de publicidad y de conveniencia política con los dos bandos-, hubieran por lo menos tratado de investigar cómo hicieron los guerrilleros en Morazán y Chalatenango para abastecerse de armas mucho antes de que Schafik viajara a Moscú y Vietnam. Incluso mucho antes de que el PC hubiera tomado la decisión de unirse a la lucha armada.
Porque una cosa es evidente para cualquiera que haya vivido o investigado la guerra: Si los guerrilleros concentrados en enero del 81 en Chalatenango, Guazapa y Morazán, y los insurgentes listos para lanzarse en Santa Ana, San Salvador, San Miguel hubieran esperado que llegaran las armas del KGB, no se hubiera dado ni la ofensiva de enero del 81, ni la incorporación a la guerrilla de miles de campesinos, estudiantes y obreros perseguidos. Si los miles de combatientes hubieran esperado que los llegaran a dirigir los militantes del PC egresados de academias militares en países de Europa Oriental nunca hubieran destruido los cuarteles de El Paraíso, San Miguel; nunca hubieran formado la BRAZ y nunca hubieran terminado con el control de la Fuerza Armada sobre la franja norte de La Unión, Morazán, San Miguel, San Vicente y Chalatenango.
Tiene razón Héctor Silva jr., quien en una columna dedicada a elogiar el reportaje sobre el KGB dice: “Hay una buena parte de la historia de la guerra que no está escrita”. Pero es insólito querer vender la idea de que La Prensa Gráfica esté llenando este vacío. No con series como la de Galeas sobre el mayor D’Aubuissón, y mucho menos con esta sobre el KGB. Precisamente el cálculo del PC, al dar a La Prensa Gráfica, la pistas que llevan al KGB, era que las demás organizaciones, las que antes y durante toda la guerra y sin ayuda del KGB abastecieron al ejército guerrillero de armas, municiones, dinero, inteligencia, etc. no acostumbran hablar de esta parte estratégica de la guerra. No hablan sobre cómo, dónde y con el apoyo de quiénes consiguieron armas. No se jactan cómo, por dónde y con el apoyo de quiénes lograron meterlas a los frentes de guerra. No cuentan los nombres de los oficiales salvadoreños y hondureños que les vendieron armas. Las fuentes de Ricardo Valencia en el PC saben que en este contexto de reserva que suelen guardar los verdaderos revolucionarios, ellos podían perfilarse como el partido que hizo posible la lucha armada. El día que salió esta primera parte reportaje sobre el KGB –la parte sobre el triángulo Vietnam-Unión Soviética-Schafik- muchos veteranos guerrilleros en El Salvador se debatieron entre risa y rabia. Uno me habló de Morazán diciendo: “Ahora resulta que fue el PC que hizo posible la guerra. ¡Qué chiste más cabrón!” Y otro, quien estuvo a cargo de muchos de los traslados clandestinos de armas a los frentes de guerra, dijo: “¡Qué galán lo de los 15 mil fusiles que dicen que mandó el KGB! Entonces, al fin podemos sacar la cuenta de cuántos miles el PC perdió en sus traslados y cuántos miles vendió en otros países para financiarse. Porque aquí no ha llegado ni fracción de los 15 mil.”
Si ya muchos guerrilleros se rieron de la primera entrega, la segunda los dejó pasmados. Suena sensacional lo de los dos aviones que transportaban los cohetes antiaéreos SAM-7. Pero la verdadera historia, la verdadera sensación, es la de los incontables traslados de cohetes SAM-7 que se hicieron exitosamente por aire, agua y tierra. La historia a investigar es cuándo, dónde y cómo se consiguieron estos cohetes, aun y cuando los partidos comunistas de Moscú, Cuba y –consecuentemente- El Salvador habían dado órdenes de evitar que estos cohetes cayeran en manos de los guerrilleros en El Salvador. La historia a investigar hubiera sido cómo la guerrilla los utilizó –sólo para advertir que los tenían en su posesión, sólo para obligar a la Fuerza Aérea a suspender buena parte de sus operaciones aéreas y de desembarco de tropas. La historia a investigar hubiera sido cómo y contra qué se negoció al final de la guerra la entrega de los cohetes.
Nada de esto en el reportaje, ni siquiera como interrogantes. Mucho menos con investigación o testimonios. Claro, esta parte no le interesa a las fuentes en el PC, porque esta parte no sirve para reescribir la historia y ponerse en el centro de la lucha insurgente.
Detrás de todo esto hay otra historia que es tal vez la más importante, y tampoco aparece en el cuento de La Prensa Gráfica. ¿Cómo hicieron las unidades guerrilleras, mucho antes de que llegara el primer cohete antiaéreo, para derribar docenas de helicópteros y para frustrar innumerables operativos helitransportados? Tal vez una historia no tan sensacional y vendible como la de KGB y la FARES (la supuesta Fuerza Aérea Revolucionaria de El Salvador, producto de la mentalidad burocrática de los comunistas de ponerle nombres y siglas hasta a los fantasmas), pero digna de investigar y escribir...
Pero, bueno, aparte del PC y de ARENA, también La Prensa Gráfica está feliz con el reportaje “exclusivo” sobre la interferencia del KGB en la guerra salvadoreña. No muchas veces lanzan campañas para anunciar un reportaje. Nunca he visto que tres de sus columnistas –Ernesto Rivas Gallont, el propio Héctor Silva jr. e Ivo Priamo Alvarenga- publican columnas enteras para elogiar y hacerle eco a un reportaje en su periódico. Y esto, me imagino, es precisamente el problema de Ricardo Valencia: el reportero joven, talentoso y ambicioso, en vez de recibir orientación, crítica, a veces frenazos de sus editores, recibe aplausos. Aun y precisamente cuando hace un mal trabajo. Y además recibe aplauso de los dos extremos del espectro político. Por esto, Ricardo, no te ofendás: Alguien tiene que hacerte la crítica. Alguien tiene que decirte cuando estás siendo manipulado por tu fuente, instrumentalizado por tu medio, y además recibiendo falsos aplausos por terceros.

(Publicado en El Faro, el 21 de mayo 2007; despublicado del Faro el 23 de mayo 2007)

Vea también:
La columna de Carlos Dada: Un Debate Intenso

lunes, 14 de mayo de 2007

Gracias a Siemens

Siemens. Una leyenda alemana. Un pilar de la industria alemana. Tradición, eficiencia, solidez, honor, responsabilidad, progreso. Desde la altura de estos valores, se contemplaba en Siemens la falta de cultura y la erosión de valores en el mundo corporativo, en la cultura empresarial gringa, en los conglomerados industriales financiados por lavado de dinero y especulaciones bursátiles.

Siemens simboliza la aristocracia de la industria alemana. Bueno, simbolizaba. De repente se desplomó toda esta superioridad y prepotencia. En un mes tuvieron que renunciar los dos hombres que con inmenso éxito han dirigido este conglomerado gigante de ingeniería eléctrica. Primero Heinrich von Pierer, el presidente del Consejo de Vigilancia; poco después Klaus Kleinfeld, el presidente de la presidencia ejecutiva (CEO). Dos de los capitanes de la industria alemana más poderosos, más respetados, más exitosos. Amigos personales y asesores de jefes de gobierno. Líderes de las gremiales empresariales.

Renunciaron porque no pudieron explicar los 600 millones de dólares de una “caja negra” que la Siemens había pagado para sobornar potenciales clientes en todo el mundo; ni los 30 millones de dólares utilizados para comprar dirigentes sindicales miembros del Consejo de Empresa (Betriebsrat), que en Alemania representa los intereses de los trabajadores y empleados de una empresa y tiene voz y voto, junto con los accionistas, en la máxima instancia de decisión de las compañías, el Consejo de Vigilancia. Varios directores de Siemens presos, las relaciones entre empresa y sindicato dañados, los dos máximos líderes de una empresa líder obligados a renunciar: el escándalo más bullicioso de la historia del empresariado alemán.

De los 600 millones de dólares que Siemens ha pagado a ministros, diputados, ejecutivos, jeques, jueces en docenas de países para que decidan, autoricen y no investiguen la compra de turbinas, plantas generadoras, redes telefónicas u otras instalaciones billionarias, sé lo que publicaron los periódicos, nada más. No es mi liga.

Pero de la compra de sindicalistas yo les hubiera podido contar algo ya en los años setenta. Es más, la denunciamos públicamente. Sin embargo, nadie nos hizo caso: ni la prensa, ni la dirigencia de nuestro sindicato. Bueno, tratándose de la compra de voluntades sindicales, no era tan extraño que la dirección del sindicato se quedara callada...

¿Nosotros? La oposición sindical. Un movimiento de rescate de los sindicatos, que en aquel entonces eran sospechosamente moderados, acomodados, colaboradores con las empresas. Saliendo de la universidad, en vez de iniciar mi carrera en la industria cultural alemana, comencé otras carreras muy diferentes: una de mecánico en la fábrica de lámparas OSRAM en Berlin, una subsidiaria de Siemens; y otra de activista sindical en la IG Metall, que aglutina toda la industria mecánica y eléctrica de Alemania. El sindicato más grande del mundo. En aquellos años, dominado por una casta de dirigentes pertenecientes al ala más conservadora de la socialdemocracia alemana.

Era el año 1971. El movimiento del 68 -el movimiento estudiantil, el movimiento antiautoritario- estaba en crisis. Habíamos revolucionado las universidades, pero en la sociedad encontramos incomprensión, rechazo, hasta odio. Cuando marchamos por las calles de Berlin contra la guerra de Vietnam, los trabajadores de construcción nos tiraron ladrillos desde sus andamios y nos gritaron: ¿Por qué no van al otro lado del muro? Una parte del movimiento tomó una decisión que cambió mi vida: Para que este movimiento transforme al país, había que movilizar a los obreros. Para movilizar a los obreros, había que entrar en las fábricas y en los sindicatos. Para cambiar los sindicatos, había que derrotar a las dirigencias “vendidas”.

“Vendido”, para nosotros era una metáfora. Ni idea teníamos que estábamos muy cerca de la verdad. Que hubo compra-venta de voluntades entre sindicato y empresa, en especial en Siemens.

Yo entré a Osram, entré al sindicato IG Metall, junto con cuatro compañeros. De lingüista y politólogo me convertí en mecánico. De activista del movimiento estudiantil, en activista sindical. Ni tan activista; en los primeros años más bien estuvimos escuchando, tratando de entender, fomentando comunicación entre la elite –obreros calificados alemanes- y la masa de obreros u obreras turcos, serbios, croatas, portugueses sin ninguna calificación. Encontramos algunos sindicalistas frustrados y muchos que nunca habían entrado al sindicato porque no lo consideraban apto para velar por sus intereses. Los afiliamos, y con eso establecimos nuestra propia base en el sindicato. Atamos cabos sueltos. Juntamos sectores, etnias, géneros. Dentro de tres-cuatro años logramos formar un grupo sólido, dinámico e influyente que comenzó a desplazar a la casta de sindicalistas acomodados. En las elecciones al Consejo de Empresa vencimos a una buena parte de los candidatos propuestos y apoyados por la cúpula del sindicato. Era el inicio del fin del “sindicalismo vendido”, no sólo en Osram, no sólo en Siemens, no sólo en Berlin, no sólo en la IG Metall.
Pero esto del “sindicalismo vendido”, en estos años, fue un decir, una consigna, una manera de describir un sindicalismo que no hizo uso de sus instrumentos legales. Un sindicalismo profundamente corrompido por los comunistas que se querían afincar en él, pero no para velar por los intereses de los trabajadores, sino para adquirir institucionalidad, legalidad, poder oculto; y corrompido aun más por el anticomunismo que unía a la socialdemocracia y las cúpulas sindicales con la derecha política y económica del país en los años de la guerra fría.

Hasta cuando nuestros esfuerzos organizativos tuvieron éxito y pusieron en crisis al contubernio feliz que durante décadas habían mantenido las cúpulas sindicales y patronales, nos dimos cuenta que lo de “vendido” tenía un componente muy tangible de realidad. Como estaban acostumbrados a que cada sindicalista –el de tendencia socialdemócrata, el de tendencia socialcristiana, y sobre todo el de tendencia comunista- tenía su precio, empezaron a ofrecernos cualquier cosa: de promociones a puestos mejor renumerados y capacitaciones pagadas por la empresa hasta pisto. A veces las ofertas venían directamente de la empresa, a veces vía el sindicato. Lo denunciamos – y nadie nos hizo caso, sólo los colegas en las fábricas donde aun más acumulamos fuerza.

Nuestra lucha por el rescate del sindicalismo prosperó, de manera muy lenta, con muchos obstáculos, con muchos errores incluso, pero al fin prosperó. Ni tanto por los esfuerzos de una minoría de activistas e ideólogos como nosotros, sino porque la guerra fría ya comenzó a entrar en crisis. Dentro de la socialdemocracia hubo una corriente fuerte de renovación. La aristocracia sindical, que durante décadas había dominado los sindicatos, al ya no contar con el apoyo incondicional de la dirigencia socialdemócrata, perdió fuerza. Ya no pudo detener los esfuerzos –diversos, no sólo nuestros- de rescatar y dinamizar a los sindicatos.

Cuando yo decidí salir de Osram y de mi país para buscar otros rumbos y otros campos de batalla, mis compañeros en la planta me decían: “No seas pendejo. Si de todos modos vas a renunciar, cóbrales caro tu salida.” Varias veces me quisieron echar, y como no pueden despedir a un delegado sindical, me ofrecieron indemnizaciones o bonos o “recompensaciones” para deshacerse de mí. Como las próximas elecciones para en Consejo de la Empresa estaban cerca, talvez incluso iban a aumentar el precio...

Así fue que la empresa Siemens, por lo menos una vez en la triste historia de sus cajas negras para sobornos, subvencionó a varios movimientos revolucionarios latinoamericanos. Gracias, Siemens. Y qué placer leer que ahora, al fin, te están cogiendo.

(Publicado en El Faro)

lunes, 7 de mayo de 2007

Carta a Ségolène Royal

Estimada Ségolène Royal:

El domingo la vi en la televisión debatir contra Nicolás Zarcozy. Me enamoré de Usted. Sin entender mucho del contenido y sin saber mucho de Francia, dije: esta mujer ganó el debate y perdió las elecciones.

Una mujer que argumenta fuerte, una mujer agresiva, es vista por la mayoría -no solo de hombres sino también de mujeres- como histérica. Una mujer que muestra mucha seguridad, no se deja intimidar, y llega al colmo de proyectar superioridad frente a un contrincante masculino, es vista como arrogante y poco femenina.

Aquí, en el mundo latino, dirían: Esta vieja frustrada, lo que necesita es un hombre que la ponga quieta. De una o de otra manera. Los franceses son más educados, pero no menos machistas. 53 % prefirieron votar por un caballero que por una mujer histérica, por muy buena que haya sido en el debate. Este señor los convenció: conocido y criticado como demasiado agresivo, tajante, incluso prepotente, en el momento decisivo –ante las cámaras del último debate visto por toda la nación francesa- supo ser caballero, supo aguantar con calma, con una sonrisa y caballerosidad las embestidas de una mujer histérica. Aunque la sonrisa por veces pareció un poco tonta, aunque se quedó un poco corto de argumentos, pasó la prueba de carácter. No tiene demasiado. Apto para presidente. Ella, no.

Querida Ségolène, la felicito. Hay quienes dicen que si usted hubiera hecho toda la campaña con esta postura de carácter, con esta claridad de argumentos, con esta seguridad de si misma, tal vez hubiera ganado. Quien sabe. Me imagino que era imposible para usted hacer una campaña diferente. Pero en el último momento, el de la verdad, usted tuvo el valor de escaparse del control de sus asesores de imagen, de romper el patrón de la mujer que es casi tan caballerosa como un hombre, de no esconder su superioridad intelectual y ética. Me imagino que usted ya sabía que de todos modos –aunque portándose bien- iba a perder. La felicito por este exabrupto de honestidad e inteligencia en medio de campañas previsibles.

Atentamente, su admirador Paolo

Posdata para las mujeres que en El Salvador están siendo mencionadas como presidenciables: piénsenlo bien. O están dispuestas –y tienen suficiente apoyo- para ir con todo y desde el principio, o mejor no se metan. Si no, que les cuente Ségolène.
(Publicado en El Faro)