lunes, 28 de mayo de 2007

Mi última columna en El Faro

“El Faro quería una columna sobre los medios. Crítica a los críticos. Vacilé bastante tiempo antes de aceptar el reto. No tenía ganas de asumir el rol del sabelotodo. No sirvo de árbitro, soy demasiado polémico. Me gusta pelear, no juzgar. Así que no esperen de esta columna transversal la sabiduría de un juez, sino más bien las patadas de alguien que le gusta polemizar.”

Con esta escueta declaración de principios inicié mi columna en El Faro el 1 de marzo de 2004. Bajo esta premisa pública El Faro me aceptó. Me aguantó 131 columnas. Gracias a El Faro regresé al periodismo, luego de una pausa de 8 años. El Faro me prestó la tribuna para opinar, explorar, analizar, polemizar, proponer, cuestionar, provocar. En 131 columnas sobre medios, sobre política, sobre historia, sobre periodismo me gané bastantes enemigos, pero también una cantidad inesperada de amigos e interlocutores. Para los directores de El Faro fue un ejercicio de tolerancia. Me dieron la libertad de tocar los temas más espinosos, de la manera polémica, personal y controversial que yo estimaba pertinente. En muy pocas ocasiones –sólo recuerdo tres- hubo discusiones fuertes con los directores de El Faro. En estas ocasiones excepcionales, yo sentí el intento de indebida interferencia en mi columna. Ellos sintieron que yo abusaba del espacio.

En el último de estos conflictos, en febrero del 2006, cuando en mi columna critiqué de manera muy dura –y tal vez injusta- la dirección de El Faro por no aceptar mi propuesta de publicar las caricaturas danesas de Mahoma, yo dejé claro que esta era la última vez que iba a tener una discusión de este tipo con los editores o directores de El Faro. O sea una discusión sobre si yo cambiaba, agregaba, quitaba algo en mi columna. Que yo no podía aceptar ninguna interferencia en mi columna, a menos que me convencieran que algo que yo escribiera podría tener consecuencias jurídicas para el periódico. Que yo asumía la plena responsabilidad política, ética, profesional sobre mi columna. Y que ellos tenían que aceptar la columna como tal, sabiendo cómo escribo yo, confiando en mi criterio profesional y ético. Que ellos tenían todo el derecho de decidir sobre la existencia de mi columna en su periódico, pero no el derecho de decidir sobre cada uno de los artículos, o sobre partes de ellos.

Por esto, cuando Carlos Dada, el director de El Faro, decidió sacar el miércoles 23 de la edición pasada del 21 de mayo mi columna Del PC y su madre KGB, de hecho decidió sacar de El Faro la columna transversal de Paolo Lüers. Tiene todo el derecho de hacerlo. Para mí, la libertad de expresión del autor es inseparable de la libertad de expresión del medio. El medio no tiene derecho de imponerme cómo escribir. Y yo no tengo derecho de imponerle al medio cómo escribo. Así que quede claro, no me estoy quejando. Estoy explicando a los lectores porque desaparece mi columna de El Faro.

No quiero extenderme mucho sobre la diferencia concreta que ha llevado a Carlos Dada a suspender mi columna. No es tan importante. La dirección de El Faro sostiene que es ilegítimo que yo esté afirmando algo que no puedo comprobar. Yo sostengo que en mi artículo –que no es un reportaje investigativo, sino una columna de opinión- tengo el derecho de sacar conclusiones, siempre y cuando estén respaldadas por mi experiencia con la temática, por mi conocimiento de los actores de la historia, por la razón común, por la lógica.

Si puedo decir en mi columna: “El presidente Saca recibe órdenes de Washington”, sin tener que comprobar esto con documentos secretos o testigos, y sin estar obligado de suavizar esta afirmación diciendo “yo concluyo que el presidente Saca recibe órdenes de Washington”, o “yo sospecho que el presidente Saca está siguiendo lineamientos que probablemente provienen de Washington”, de la misma manera puedo decir lo que dije en la columna en cuestión: que el periodista de La Prensa Gráfica –al lo mejor sin quererlo, a lo mejor sin darse cuenta- le hizo el mandado al PC salvadoreño.

Si puedo afirmar que el señor Daboub nunca hubiera llegado a su cargo de dirección en el Banco Mundial sin la ayudadita del gobierno Bush, y además que esto explica la coincidencia de sus políticas reaccionarias en el Banco Mundial con las concepciones del señor George W. Bush, también puedo afirmar que sin la ayudadita de los comunistas el reportero de La Prensa Gráfica no hubiera llegado a las entrevistas con ex-generales del KGB y otros personajes del mundo secreto de las relaciones entre partidos comunistas.

Es absurdo pedir al columnista pruebas cuando estamos hablando de una historia que tiene como protagonistas a varios partidos comunistas, unos en el poder, otros en guerra, y al KGB, la madre de la desinformación, de la mentira, del encubrimiento, de la manipulación, del aprovechamiento de la ingenuidad y las buenas intenciones de generaciones de periodistas.
Pero como dije, esto no es el problema de fondo. Tampoco lo es que obviamente toqué un nervio muy sensible a una generación de periodistas salvadoreños –más atrevida, más talentosa, más ambiciosa, más independiente que la anterior- que quiere abrirse su espacio y que a veces no tiene suficiente cuidado con fuentes interesadas que les facilitan historias atractivas y exclusivas.
El verdadero problema es el siguiente: Yo me puedo equivocar, me puedo extralimitar en mi ejercicio crítico. Tal vez –aunque no lo creo- lo hice esta vez, afirmando de manera categórica que el PCS le facilitó a Ricardo Valencia la entrevista con el general del KGB. Pero soy yo como autor quien asumo este riesgo, esta responsabilidad – y los costos políticos y profesionales que puede tener. Como autor necesito poder tomar estas decisiones, no las puedo delegar al medio y su dirección. De cualquier manera, haya el PC facilitado la entrevista en Cuba o no, siempre Ricardo Valencia le hizo el mandado al PC, ayudándole a tejer sus leyendas.

Para mi criterio, si es cierto (o mas bien para que sea cierto) lo que todos soñamos con El Faro, Carlos Dada hubiera tenido que poner a la par de mi columna la más rigorosa crítica a mi manera de abordar el tema. El Faro ya ha aguantado –con bravura- que uno de sus columnistas critique, en las páginas de El Faro, a la dirección y la línea editorial del periódico. ¿Cómo no va a aguantar que el director critique, corrija, ponga en su lugar a uno de los columnistas? El Faro es suficientemente fuerte para aguantar, no sólo la pluralidad de opiniones, sino incluso la pluralidad de criterios. El Faro tiene los credenciales y la credibilidad para aguantar el debate interno y público sobre los temas esenciales del periodismo, incluso sobre la manera de hacer El Faro y sobre los principios que lo rigen.

No había necesidad ninguna que El Faro suspenda la columna, sólo porque tenemos un dilema, aunque sea en un punto de gran importancia de su definición como medio. Si El Faro llega a este extremo de suspender mi columna, tengo que aceptar que sus dueños y directores perdieron la confianza en mi criterio, en mi integridad, en mis intenciones en el uso de la crítica. Para ser columnista, no necesito que los editores estén de acuerdo con mis puntos de vista, ni siquiera con mis métodos. Pero sí necesito saber que me tienen confianza.

Me despido de la sección de opinión de El Faro reiterando las mismas palabras que publiqué hace un año haciéndole homenaje a esta aventura periodística:

“El Faro apenas tiene ocho años de existencia. Tiene donde y tiene como crecer. Tiene los lectores más exigentes del país. Tiene los reporteros jóvenes más talentosos del país. Tiene editores que han descartado puestos y salarios importantes para trabajar en El Faro. Tiene un pool de columnistas que reúne más capacidad crítica que cualquier otro periódico grande del país es capaz de atraer.”

Bueno, hoy tiene uno menos. Pero sigue siendo lo mejor que hay. Y esto es mi manera de despedirme de mis lectores. ¿Mi columna? Si hay otra gente, otras plumas rebeldes, que quieren juntarse para crear un sitio de debate, de intercambio de ideas, de provocación de reflexiones, tal vez ahí cabe la Columna Transversal.
(Publicado en El Faro)