lunes, 14 de noviembre de 2005

Noviembre 1989

Cuando cayó el muro de Berlin -un 9 de noviembre de 1989- yo estaba esperando otra noticia: el inicio de la ofensiva al tope de la guerrilla sobre la capital salvadoreña. Me había trasladado a Estados Unidos para echar a andar un plan de comunicación y solidaridad que iba a acompañar la ofensiva. Cada rato monitoreamos los noticieros. En vez de las imágenes esperadas desde San Salvador, de repente apareció el muro de Berlín y la gran fiesta de los berlineses bailando de los dos lados y encima del muro; las escenas de jóvenes derrumbando el muro con uñas, hachas y martillos; las fotos de gente pasándose libremente de un lado al otro y de ciudadanos besando a los policías fronterizos.

Agarré el teléfono y hablé con amigos en Alemania para compartir la euforia. Mi sorpresa: Los encontré en una horrible depresión. Se sintieron derrotados, percibieron la caída del muro como un triunfo del imperialismo, como una derrota de la izquierda. Y yo con ganas de bailar... Yo sentí la caída del muro como un triunfo de la gente que de manera pacífica y solidaria había logrado deshacerse de un régimen impuesto, inhumano y antidemocrático. Yo les decía a mis amigos: pero nosotros nunca hemos sido partidarios del muro y del régimen que se escondía detrás de él. ¿Y no ha sido el socialismo al estilo soviético siempre uno de los principales obstáculos para la izquierda que nosotros queríamos construir: democrática, anti-autoritaria, plural, deliberante? Y ellos me decían: ¿Cómo puedes vos, que has ido a combatir al imperialismo en Centro América, festejar la derrota del socialismo? Estamos de acuerdo que no ha sido el socialismo ideal, siempre hemos querido otro tipo de socialismo; pero ahora, ¿qué nos queda?

Esta interrogante todavía existe para muchos en la izquierda. Yo diría: nos queda un obstáculo menos para desarrollar el socialismo democrático, humano, plural.Yo hasta la fecha no puedo entender por qué tanta gente de izquierda que nunca han sido comunistas, reaccionaron como si el maldito muro -una de las aberraciones más detestables de la historia del “socialismo real”- les hubiera caído en su cabeza. Con todo el dolor y trauma del caso. Con el muro, cayó el régimen opresivo que había mandado tanques para aplastar los movimientos de socialismo democrático en Berlín, Budapest y Praga. Con el muro cayó un régimen que era insostenible sin la represiva policía secreta y sus ejércitos de soplones. No cayó en mi cabeza. Cayó en la cabeza de los comunistas. No me causó dolor de cabeza, mucho menos del alma. Por lo contrario, la caída del muro y del régimen de Berlin Oriental me causó alegría y optimismo.

El muro nunca fue la línea divisoria entre socialismo e imperialismo, entre bien y mal. Esta mentira nos la querían vender los comunistas. El muro -aparte de dividir dos campos imperiales- dividió las izquierdas. El muro interrumpió el diálogo entre la izquierda que necesitaba erigir un muro y una franja fronteriza minada para que no se les vaya la gente, y la izquierda democrática. Una izquierda tomó partido por los tanques soviéticos y las tropas de Alemania Oriental que ocuparon la Checoslovaquia socialista de Alexander Dubcek; la otra tomó partido por los obreros y estudiantes checos que se enfrentaron con piedras a los tanques. Una izquierda cerró filas alrededor de la defensa de la Unión Soviética, la otra comenzó a emprender el viaje hacía una izquierda plural, compuesta por la vieja socialdemocracia, la nueva izquierda nacida de las rebeliones juveniles del 1968, y corrientes de comunistas reformistas que se liberaron del dictado de Moscú.

Regresemos al histórico noviembre de 1989. Dos días después de la caída del muro de Berlín -inicio de la caída del campo socialista- se desata la ofensiva guerrillera en El Salvador, principio del fin del régimen militar sostenido por los norteamericanos. Otra vez, la misma alegría. ¿Contradicción? No, sólo para gente que no entiende la historia. ¿Puede alguien con la misma alegría recibir la noticia de la caída de un régimen socialista en Europa y la noticia de una ofensiva de una guerrilla izquierdosa contra un régimen militar pro norteamericano en Centro América? Claro que sí. La caída de los regímenes comunistas de Europa Oriental y la caída de regímenes militares y oligárquicos en América Latina obedecen a la misma lucha globalizada contra el autoritarismo y contra los dominios imperialistas. La izquierda democrática -no sólo la socialdemócrata, sino aun más decididamente la nueva izquierda radical nacida de los movimientos contra la guerra de Vietnam- ha estado del lado de los pueblos que se han tratado de emancipar de la dominación de los imperios, independiente del color del imperio.

Cuando, en el mes histórico de noviembre de 1989, en mis dos patrias las respectivas crisis se juntaron en casi la misma fecha -en Alemania la crisis del socialismo totalitario que no puede sobrevivir la caída del muro; en El Salvador la crisis del régimen militar que no puede sobrevivir la incursión de la guerrilla en la capital- yo estuve de doble fiesta. En este momento yo sabía que los dos regímenes, mortalmente heridos, tenían que ceder y dar paso a transformaciones pacíficas, concertadas. Y que en mis dos países se iba a abrir un espacio nuevo para la izquierda, pero sobre todo para la democracia. Quiere decir, la izquierda iba a ser parte y protagonista de estas transformaciones en la medida que aporte a la construcción de la democracia. Y sólo en esta medida.
(Publicado en El Faro)