lunes, 5 de diciembre de 2005

Zapatero a tus zapatos

Cuando trajeron a El Salvador la película Voces Inocentes, me ocurrió lo mismo que siempre me pasa cuando todo el mundo me pregunta “¿Ya viste tal y tal cosa?”: Me provoca no ir. Es por esa razón que me tardé tres años para visitar Marte; cuatro años para ver “La lista de Schindler”; no fui al concierto de Santana; no he leído las últimas novelas de García Márquez.

Entonces, tampoco fui a ver Voces Inocentes. En este caso, me bastaron los comentarios de los demás –en los periódicos, en las tertulias en mi bar- para convencerme que esta película no sirve. Ojo, no eran los comentarios negativos que escuché (muy pocos), sino los comentarios positivos (muchos) que me llevaron a esta conclusión. ¿Cómo me iba a gustar una película que me la quieren vender con el argumento que hizo llorar a todo el mundo? Si hacer llorar a la gente es fácil, es barato, y casi nunca sirve para nada. Hacer pensar a la gente es el arte. La película “La vida es bella” no te hace llorar. Te hace reír y pensar sobre el holocausto. Ya todo el mundo te hizo llorar del Holocausto, pero la mayoría sigue sin entender. Vino Roberto Benigni y nos hizo reír. Reír sobre el campo de concentración, obviamente te obliga a pensar. ¡Eso es cine! ¡Eso es arte! ¡Eso es humanismo! En cambio, llorar no te hace pensar, casi siempre sustituye el pensar.

Pero de repente me entraron las ganas, no de verla, sino de escribir sobre ella. Obviamente, tenía que ir a verla. Ese mi maldito instinto de ir contra corriente. Entonces, ya no estaba en cartelera; también las funciones especiales de La Prensa Gráfica y de ProBúsqueda ya habían pasado de moda, así que la vi en mi casa, gracias a Blockbuster.

La película es peor de lo que yo me imaginaba. Tenían razón: Es verdaderamente para llorar, pero sobre lo panfletario que está el guión, sobre lo torpe que está la actuación; sobre lo diletante que es la dirección de parte de este “niño bonito” del cine mexicano, Luis Mandoki.

Sin embargo decidí no escribir nada sobre este fracaso. La bulla ya había pasado, la gente (por suerte) ya se había olvidado de la película Además, confieso, a veces me canso de hacer el papel de aguafiestas. A mucha gente le gustó la película. Mucha gente se emocionó con la película. Y otra gente, como los dueños de La Prensa Gráfica, simplemente se emocionó con la idea de que un “connacional” haya “triunfado” en el cine internacional. Hay que hacer el aguafiestas cada rato, aunque caiga mal, pero en este caso, ¿cuál era la importancia?

Sin embargo, ahora retomo el tema por una de esas coincidencias a las cuales hay que hacer caso: Primero, me encontré con un guionista mexicano quien estuvo aquí en El Salvador para hacer las investigaciones previas para un guión que está escribiendo para una película situada en El Salvador. Y el día siguiente sale en El Faro un largo artículo de Francisco Ayala Silva elogiando la película que yo pensaba ya olvidada: Voces Inocentes.

Con Enrique, el guionista mexicano, hablamos largas horas de amigos y películas favoritas comunes. Me cuenta cómo están trabajando -detalle por detalle, ambiente por ambiente, diálogo por diálogo- el guión y los personajes de la película. Y le digo: “Ve, Ustedes hacen lo contrario que hizo Mandoki para hacer una película sobre El Salvador. Ojalá logren comprobar que sí se puede…”

En el caso de Voces Inocentes, un director mexicano agarró un guión mal escrito por un diletante salvadoreño y lo filmó en México con actores mexicanos. Mundo al revés. Si hubiera conseguido un guionista profesional –difícilmente en El Salvador, pero si es profesional, no importa de donde es- tal vez la historia concebida por Oscar Torres hubiera agarrado forma y sentido. Y si el elemento “nacional” hubiera entrado no por la nacionalidad del guionista sino rodando en El Salvador, tal vez el producto hubiera alcanzado autenticidad. Y si además hubiera buscado por lo menos algunos actores salvadoreños, ellos tal vez se hubieran dado cuenta de las inconsistencias históricas en el guión. Haciéndolo así –contrario al método que Luís Mandoki, aprendió haciendo películas tibias en Hollywood- los protagonistas salvadoreñas no hubieran hablado con acento mexicano y no hubieran aparecido a cada rato rótulos, buses y placas mexicanas en escena.

En el caso de la película cuya historia investiga y desarrolla Enrique, es al revés: Una directora salvadoreña quiere hacer una película sobre su país. Como conoce de cine, sabe que escribir un guión no es así no más. Una cosa es una historia y otra es un guión cinematográfico. Entonces, busca a un reconocido guionista, preferentemente alguien con cierta cercanía cultural a El Salvador y su historia, su ambiente lingüístico y visual. Termina contratando a un guionista mexicano. Y empieza un proceso de investigación, de desarrollo del guión, con varios viajes que la directora salvadoreña y el guionista mexicano hacen a El Salvador, a las locaciones. Una vez se tenga un guión acabado y aprobado por la directora -y el inversionista que también es salvadoreño y conoce su país- la película será filmada en El Salvador, con actores centroamericanos. Puede resultar, por primera vez, en una película apegada a la realidad visual, cultural, lingüística e histórica del país.

Igual que su antecedente “El Salvador” del director estrella de Hollywood Oliver Stone, Voces Inocentes resulta siendo un insulto a la inteligencia. Por eso, fracasó rotundamente en México, país que normalmente aclama a sus directores de cine. Por eso, no ha penetrado en el mercado norteamericano. Éxito sólo ha tenido aquí, donde la gente tiende a emocionarse con cualquier cosa –por muy mediocre que sea- que un “connacional” haya hecho para “triunfar” en el exterior. Ahí va Oscar Torres en la compañía de Arquímedes Reyes, Álvaro Torres...

Francisco Ayala Silva –en su reportaje sobre Voces Inocentes publicado la semana pasada en El Faro- reporta que fueron Los Guaraguaos con su canción “Las casas de cartón” que inspiraron a Oscar Torres a escribir el guión para Voces Inocentes. Se nota. La película es como la música que la inspiró: llorona.

La inconsistencia más importante está en el tema central de la película Voces Inocentes: la guerra que devora a los niños. No voy a cuestionar los recuerdos personales de Oscar Torres (el guionista y protagonista de la película), pero sí puedo afirmar que el reclutamiento de niños no fue un fenómeno representativo de la guerra civil salvadoreña. Ni en el sentido estadístico: no fue común el reclutamiento forzoso de niños. Y las excepciones existían más por el lado de la guerrilla que por el lado de la Fuerza Armada. Hubo una coyuntura –creo acordarme que fue en el año 1984, cuando se trató convertir a la guerrilla en ejército regular insurgente, con batallones, con fuerzas especiales, con control territorial ampliado hacia los cascos urbanos de los pueblos- que el FMLN violó su principio de voluntariedad y su carácter de fuerza motivada por convicciones. En los reclutamientos forzosos de esta época también llevaron a niños y/o adolescentes muy jóvenes a los campamentos. Pero esta política errada fracasó y fue corregida muy pronto: Ninguna fuerza insurgente puede absorber combatientes involuntarios sin perder fuerza, no sólo moral sino incluso combativa.Los niños que quedaron en los frentes de guerra eran los más motivados, más voluntarios colaboradores de la guerrilla. Era más común el problema de cómo explicarles que no podían entrar a la fuerza combativa que los casos en que alguien los obligara a combatir. Y en el caso de los bichos entrenados para formar parte de las fuerzas especiales y los “samuelitos” que aparecen mencionados en el artículo de Francisco Ayala Silva en El Faro, tengo que decir que jamás he visto combatientes más voluntarios, más convencidos, más motivados, más conscientes a qué iban y por qué lucharon, que los “samuelitos”. (Francisco Ayala Silva cita a Marvin Galeas diciendo que “los entrenaron para matar sin compasión. Y lo hacían.” Sí, Marvin, los entrenaron para la guerra. Pero yo he visto muy pocos combatientes –adultos o “samuelitos”- matando sin compasión.)

Oscar Torres, en la vida real, tenía 14 años cuando tuvo que abandonar su país para evitar verse convertido en combatiente de uno u otro bando. Le quitaron 3 años para convertirse en el “Chava”. Chava cumple 12 años en la película. Y esto es la edad de los niños que –en la película- son llevados a la fuerza por el ejército y regresan convertidos en combatientes represivos. Claro, por más niño el protagonista, mayor el impacto emocional de la película. Y si hacer llorar es la idea política y comercial de la película, ¿qué cuesta restarles unos 3 añitos a los protagonistas? Cuesta caro. Cuesta credibilidad.

La edad de los miles de jóvenes reclutados por la Fuerza Armada definitivamente no era 11 ni 12, sino más bien de 15 para arriba. Y en la vida rural en El Salvador, esto hace una enorme diferencia. La diferencia entre niñez y adolescencia, en el campo, es abismal. Con 15 trabajan como adultos, se acompañan, tienen hijos, combaten.

Las escenas emblemáticas de la película son, al mismo tiempo, las más incoherentes con la realidad. No sólo con la realidad histórica del conflicto salvadoreño, sino también la realidad en el sentido situacional. Históricamente no son creíbles las escenas de incursión del ejército en la escuela, reclutando –con plena cooperación de los profesores. Mucho menos cuando se trata de niños de 11-12 años. Tampoco las escenas de incursiones guerrilleras al pueblo. ¿Cómo uno va a pensar que cada vez que este pueblo hay un tiroteo, las balas pasan por la casa de la misma familia? Tan mala suerte no existe.

¿Y quién se puede inventar una escena como la del tío guerrillero, quien en medio de una balacera alrededor de la casa donde visita a sus sobrinos de repente guarda la pistola, agarra una guitarra y canta las “Casas de cartón”? En el patio de la casa están apostados los soldados, las balas pasan –como siempre- por las ventanas de la casa- y el guerrillero, quien parece haber salido de un afiche conmemorativo al Che, tocando guitarra y cantando canciones de protesta. Es históricamente falso –los combates no son así- y además es situacionalmente inconsistente: Nadie se comporta así.

No estoy diciendo que las guerras no producen situaciones y comportamientos absurdos. Otra vez: vean La vida es bella para entender lo que un director puede hacer con lo absurdo. Pero en nuestro caso, o absurdo no es parte de una concepción artística de analizar la realidad, sin producto de ineptitud, ignorancia y –tal vez un poco- cálculo comercial. Mal cálculo, de todas maneras, porque para engañar a la gente hay que ser muy bueno... Afortunadamente, no es tan fácil.

Si bien recuerdo, Francisco Ayala Silva es el periodista que hizo reportajes asumiendo por un día un determinado oficio para escribir sobre sus experiencias. Así como ahora lo hace Leandro Sánchez en Viva la mañana, pero sin aburrir. Vaya, Francisco, ya hiciste un día de crítico de cine. Ya estuvo, ya sabemos que no es tu fuerte. No es tu oficio. Porque para este oficio, hay que saber de cine y hay que saber criticar.
(Publicado en El Faro)