lunes, 12 de diciembre de 2005

Sobre la crítica

En mi última columna escribí que, para ser crítico de cine, hay que saber de cine y hay que saber criticar. Quiero ampliar este concepto con otro requisito indispensable: Para ser crítico, hay que saber escuchar crítica.

Una muy querida amiga y colega me escribe “que siempre parece que estás enojado con alguien o con todo” y pone, como “subject” de su e-mail, las palabras “muy ácido”. Y mi editor, quien me adelanta las cartas recibidas, agrega: “Concuerdo con ella.”

Es cierto: Hay muchísimas cosas (hechos, sucesos, personajes) que me provocan crítica ácida y, más que enojo, rabia. Pero igualmente hay cosas que me encantan, que me alegran, que merecen cuidarlas, fomentarlas, difundirlas. Por lo menos en mi balance muy personal, deben pesar más las cosas positivas que las negativas, porque resulta que yo tengo fama de ser optimista incurable. Soy uno de los pocos que siguen creyendo en el futuro de El Salvador. Estoy convencido de que la guerra y los Acuerdos de Paz valieron la pena y han abierto espacios que todavía no hemos sido capaces de ocupar. Yo soy uno de los raros que piensan que los problemas del país tienen solución. Todavía creo que la izquierda no está muerta, sino que después de llegar al fondo de su crisis, podamos construir una izquierda dinámica, creíble, responsable.

Muchos de mis amigos y colegas -quienes nunca provocan pleitos enojándose públicamente y criticando ácidamente- se burlan de mi optimismo, de mi confianza en el progreso, en la capacidad de detectar, analizar y superar errores y deficiencias.

Tiene razón mi amiga: Criticar demasiado y de manera demasiado ácida puede ser un problema. Pero dejar de criticar y retirarse a una posición de silencio, resignación, pesimismo y escepticismo es peor. Es cínico. Es irresponsable.

La razón por la cual yo enfoco más en lo negativo que en lo positivo es muy sencilla y tiene poco que ver con mi estado de ánimo: Hay en nuestra cultura un déficit de crítica. También en el periodismo. Lo que se escribe, o es meramente descriptivo; o repite lo que dicen las fuentes, sobre todo cuando son fuentes que tienen que ver con los poderes políticos o fácticos; o es puro elogio. No sólo frente a los poderes. ¿Cuántas veces leemos en los periódicos reseñas críticas de las películas en cartelera? Casi nunca. Casi siempre repiten los comunicados de los distribuidores. Y cuando un crítico de teatro y otros espectáculos toma en serio su oficio, como lo hizo Héctor Sermeño, lo atacan de destructivo, de insensible, de no apoyar el arte nacional.
En nuestra cultura existe el grave error de pensar que lo crítico –señalar lo negativo- es destructivo; y que lo positivo -lo afirmativo, lo condescendiente, el elogio, el respeto- es constructivo. No criticar cuando hace falta criticar es destructivo. Tratar con respeto y condescendencia lo que está mal es destructivo.

Pero yo tengo que reconocer: No hablar de lo bueno también puede ser destructivo. Sólo que esto es mucho más difícil si uno quiere hacerlo bien. Un ejemplo: Ante la avalancha permanente de propaganda que emite el gobierno para auto elogiarse, no encuentro cómo escribir algo positivo sobre la labor gubernamental, aunque haya cosas positivas y aunque a veces me de ganas de resaltarlo. La labor de Evelyn Jacir, por ejemplo, construyendo instrumentos efectivos de defensa al consumidor; el trabajo de la vicepresidenta Ana Vilma de Escobar, atrayendo inversión extranjera al país; el silencioso esfuerzo de Cecilia Gallardo, introduciendo políticas sociales de corte socialdemócrata a un gobierno de derecha; la manera como Tony Saca aprovecha el corto lapso de poder real que le da la presidencia, el control del partido, su popularidad personal y la crisis de la derecha tradicional para transformar ARENA de la expresión política de la cúpula empresarial en un partido popular de derecha abierto hacia el centro y reformas de corte socialdemócrata.

Lo mismo pasa con la izquierda. Mientras no dejen de propagar su estúpida consigna “Somos buen gobierno”, no voy a escribir sobre lo bueno que hay en la gestión de algunos alcaldes. De todos modos, lo que necesitan es crítica y debate, ya que en su partido ya no existen. Y aquella nueva izquierda que quiere levantarse, lo que más le urge es transparencia y análisis crítico. De nada le sirve que uno resalte las pocas cosas que hacen bien.

Y en cuanto a los medios –cuya crítica es parte esencial de esta columna transversal- muchos colegas me preguntan: ¿Y todo lo que hacemos es malo? O ¿Por qué sólo pasas criticando a los medios? Claro que hay cosas buenas. Me encanta la manera en que un bicho irreverente como Oscar Martínez interroga a celebridades como Joaquín Villalobos, Cardenal, Oscar Andrés Rodríguez Maradiaga o Daniel Ortega. Me gustan los reportajes de Metzi Rosales y Ricardo Valencia. Amo las caricaturas de Alecus. El trabajo de muchos fotógrafos, tanto en el Diario como en la Prensa, me parece extraordinario, siempre cuando les dan espacio y libertad creativa. Nunca me pierdo las columnas de Joaquín Samayoa, Miguel Cruz, Joaquín Villalobos, Miguel Huezo, Héctor Vidal – lo que no significa que siempre estoy de acuerdo con sus planteamientos. Lo bueno no reside en que uno esté de acuerdo. Pero, ¿será necesario dedicarle columnas a estos aciertos de los periódicos? No es necesario, porque se distinguen solitos en un mar de mediocridad, mentiras, campañas apenas encubiertas y otras aberraciones con que los periódicos llenan sus páginas.

Incluso a los columnistas que aprecio prefiero dedicarles columnas cuando no estoy de acuerdo. Tal vez de esta manera podamos iniciar diálogos que valgan la pena y que nos lleven a entender mejor al país.

Quiero tomar en serio la crítica –en cuanto a lo ácido y lo enojado de mis columnas- pero no se cómo hacerles caso. No sé como ser periodista o columnista sin criticar, incluso sin ofender. La cura que no duele normalmente no sirve.

¿Y el equilibrio? ¿Que pasa con la obligación de ser balanceado?, me pueden preguntar. Pero, ¿cuál obligación? Si alguien me contrata (y me paga) para ser crítico de cine, por ejemplo, y me exige que haga reseña de 10 películas que aparecen en cartelera cada mes, probablemente voy a elogiar algunas, destrozar a otras y encontrar al resto algo insignificante. Si alguien me contrata para hacer un balance equilibrado de la actuación de todos los partidos o de todas las dependencias del gobierno (y si así se presenta al público el proyecto periodístico), entonces será mi deber ser muy justo, establecer equilibrios, buscar lo negativo y lo positivo de cada uno... Y si sólo critico, mi editor y el público tendrían todo el derecho de reclamarme.

Pero, yo sólo soy un columnista que emite, dentro del concierto de opiniones, las mías, sin contrato, sin compromiso con nadie. Puedo –¡debo!- olvidarme de equilibrios. Los equilibrios y los contrapesos se establecen entre las opiniones diversas, no tiene que ser equilibrado cada uno. Sería horriblemente aburrido. Si yo critico a alguien, otro lo va a defender si lo merece. No tengo que criticar y defenderlo yo. No soy juez, soy escritor.

Ni siquiera de los jueces –quienes por ley tienen que ser justos- se espera que citen ante su cámara a los honrados para darles premios de buen comportamiento.

Pero cuidado con estas comparaciones: Nosotros quienes escribimos no somos jueces. No estamos en función de la justicia, sino en función de la verdad, del debate, de la transparencia. Si para cumplir esta función hay que criticar, hay que hacerlo. Si para cumplir con esta función hay que rescatar lo positivo que ya no se distingue entre el escepticismo y el cinismo, hay que hacerlo.
(Publicado en El Faro)