Nuestro adorado cuarto de niño, este
reino del desorden que defendimos contra las intromisiones y
regulaciones de los adultos, vive en nuestra memoria como símbolo de
libertad y felicidad. Pero al crecer nos enseñaron que todo ser maduro
tiene que aspirar a un orden que nos da estabilidad. De la libertad del
desorden sólo nos queda la nostalgia.
En política, los conservadores se ven
como garantes de este orden. En Alemania hay un partido conservador de
derecha, cuyo programa se llama “Ordnung”. Un término muy alemán, mucho
más pesado que “orden” en español. No es sólo un principio, es una
manera de actuar, controlar, imponer, sancionar. En alemán, las fuerzas
de seguridad se llaman “Ordnungskräfte”: fuerzas del orden. No defienden
la libertad, ni los derechos ciudadanos, defienden el orden. “Ordung
muss sein” (orden es necesario) fue la frase preferida de la dictadura
nazi y de la dictadura comunista.

Para
los conservadores, la mente desordenada es una carga para el hombre y
una amenaza para la sociedad, y la creación de orden la ven como una
tarea de la sabiduría. Así ya lo dijeron en cristiana convicción Agustín
y Tomás de Aquino. “Ordnung” es el término fundamental del
conservadurismo político.
Del principio del orden se derivan una
serie de axiomas que caracterizan y dominan el pensamiento del
conservadurismo, sea de derecha o de izquierda: realismo, jerarquía,
autoridad, disciplina, patria, seguridad, armonía, moral, unión… Su
punto común es la prevalencia de lo existente sobre lo posible. Los
liberales, la izquierda democrática y la izquierda antiautoritaria
tienen otros axiomas: pluralismo, debate, tolerancia, derecho a la
disidencia, emancipación, autodeterminación, libertad….
La izquierda democrática, los liberales,
los libertarios y los antiautoritarios desarrollan utopías, la derecha
conservadora se aferra a tradiciones e identidades. Confinando la utopía
al ámbito de la fantasía y lo imposible, los conservadores tienden a
elevar la tradición y la identidad a categoría de necesario. No existe
alternativa, este es el refrán conocido de los conservadores. La pérdida
del orden (como en la crisis de refugiados en Europa; o en las
manifestaciones ciudadanas en Venezuela) significa caos, y es imposible
vivir. El desorden genera miedo, y el miedo genera fuerza para los
conservadores. Así se explican el Brexit, el triunfo de Trump, el
surgimiento de derechas ultraconservadoras en Francia, Holanda,
Alemania, Hungría, Polonia y Rusia.
El hecho que todo orden político es
sucesible a perturbaciones, los liberales y la izquierda democrática lo
vemos como normal y hasta necesario para producir cambios. Para la
derecha conservadora y la izquierda ortodoxa, ansiosas de armonía,
disciplina y unidad, cualquier perturbación significa peligro. Es por
esto que los conservadores pueden vivir mejor con injusticia que con
desorden. Y esto incluye a los conservadores marxistas. Ahí reside en el
fondo la diferencia entre autoritarios (derecha conservadora,
comunistas) y antiautoritarios (liberales, izquierda democrática).
Tal vez ser conservador o ser liberal y
antiautoritario es asunto de temperamento. Unos prefieren el calor del
cuarto de niño desordenado; otros, la seguridad y el orden de un
escritorio de oficinista.
Pero más allá de temperamentos
individuales, también es asunto del tipo de convivencia que se quiere en
una familia, en una sociedad, en un país, en el mundo: ¿Una convivencia
basada en orden-unidad, o en pluralismo-diversidad? Unidad del pueblo
(los nacionalistas) o unidad de clase (la izquierda ortodoxa) versus
sociedad abierta. Pueblo versus ciudadanía. Identidad versus
personalidad. Colectivo versus individuo.
Estamos acostumbrados de ubicarnos en el
espectro político sobre una coordenada entre izquierda y derecha. Pero
hay otra que mide y explica mucho mejor el carácter de partidos,
movimientos, o líderes: la coordenada entre autoritario y democrático.
Si usamos esta coordenada para entender el espectro político, de repente
vemos mucha cercanía entre los polos clásicos de derecha e izquierda. Y
mucha coincidencia entre liberales e izquierda democrática, libertarios
y antiautoritarios. Pero el espectro partidario (aun) no refleja esto.
Mari Le Pen (la líder ultraderechista de
Francia) y Pablo Iglesias (el líder de la nueva izquierda populista
española) se parecen mucho más de lo que ellos mismos creen. Comunistas y
fascistas han erigido dictaduras muy parecidas. Nacionalistas y
marxistas tienen el mismo irrespeto por los individuos, sus libertades y
sus diferencias. Es tiempo que los verdaderos liberales y los
verdaderos socialdemócratas entendamos que tenemos mucho más en común
que cada uno con los extremos en la coordenada izquierda-derecha.
(Inspirado en una nota de Roman Leik en Spiegel-Online)
(El Diario de Hoy)