No me gusta cómo se están discutiendo los
asuntos de religión en medio de campañas electorales. Soy fiel defensor
del principio del Estado laico y, por tanto, también de la política
laica.
No me gusta que el tema de la beatificación de monseñor Romero invada los discursos electorales.
No
me gusta que algunos quieran convertir las elecciones en un plebiscito
sobre el aborto, o sea sobre un asunto de fe y ética personal.
Y
me incomoda cómo el hecho que uno de los candidatos a la alcaldía
capitalina, Nayib Bukele, sea hijo del líder de la comunidad musulmana
de El Salvador, Armando Bukele, está siendo aprovechado para provocar
sentimientos y profundizar prejuicios contra esta religión. Frente a
esta tendencia hay que defender el principio de la tolerancia, así como
de manera ejemplar lo hace el papa Francisco, pero sobre todo el
principio republicano del carácter laico de Estado.
Todas las
religiones, así como todas las tendencias ideológicas, tienen sus
fundamentalistas que pueden incluir actitudes hasta terroristas. El
Cristianismo no es la excepción y, ciertamente el Islam no tiene el
monopolio en esta tendencia al fundamentalismo, radicalismo y
terrorismo.
Voy a explicar con un ejemplo porque me preocupa cómo
este tema invade la campaña electoral. Ayer salió en un matutino una
columna de Ivo Príamo Alvarenga con el extraño título "Cristo fue
crucificado, resucitó, es único Dios, ¿cierto, Nayib?". Si no fuera por
este titular monstruoso, no hubiera leído esta columna. Resulta que es
el perfecto ejemplo para lo que no hay que hacer. O sea, don Ivo tiene
el derecho de expresarse libremente, pero yo siento la obligación de
contradecirle.
Ante la falacia fundamentalista e intolerante de
Ivo Príamo, de argumentar que sería un peligro para nuestra cultura y
democracia que la alcaldía capitalina o la presidencia de la República
caiga en manos de un hombre que no es cristiano, sino musulmán, me
siento obligado a decir lo contrario: El hecho que un musulmán (o un
ateo, o un mormón o un judío) puede ser alcalde o presidente de nuestra
República, debería llenarnos de orgullo, porque es muestra de que de
verdad somos una sociedad tolerante, con absoluta libertad de culto,
donde funciona la estricta separación entre Iglesia y Estado.
Claro,
para que podamos asumir esto de esta manera, con orgullo republicano,
el asunto tendría que ser absolutamente transparente. Hasta ahora sólo
sabemos que el hijo del líder del Islam en El Salvador tiene tres años
de ser alcalde de un municipio y que esto no ha creado absolutamente
ningún problema. O sea, entre todos los problemas que muchos hemos
señalado a la gestión de Nayib Bukele en Nuevo Cuscatlán, no figura un
problema religioso.
Y si no sólo su padre sino también el mismo
alcalde Bukele se identificara como musulmán, yo diría exactamente lo
mismo: No es un problema, es positivo que un musulmán puede aspirar a
cualquier cargo político.
El problema tal vez reside en que no
existe claridad sobre la religión de Nayib Bukele. Habla de su abuela
que nació en Belén, manda mensajes navideños, pero no habla claro. Pero
esto no es un problema de religión, es un problema que tiene que ver con
el carácter de este hombre y con su problemática relación con la
verdad. Y nuevamente, su tendencia de faltar a la verdad en el caso de
su religión es el menor de sus pecados contra la transparencia. Hay
otros, mucho más importantes y preocupantes, que tienen que ver con su
gestión municipal y con los pactos oscuros entre ALBA y Saca que están
detrás de su candidatura.
Bukele podría fácilmente dejar caer al
vacío todos estos ridículos ataques que apelan a la intolerancia
religiosa y al miedo al fundamentalismo y terrorismo, si dijera con
franqueza cuál es o no es su religión.
Miremos a Francia. Toda la
sociedad francesa, con la sola excepción de la ultraderecha racista de
Le Pen, reaccionó a los atentados contra Charlie Hebdo y la comunidad
judía, perpetrados por terroristas islamistas, con dos mensajes
íntimamente vinculados: Rechazo unánime y fuerte al fundamentalismo y
terrorismo islamista; y defensa estricta de la convivencia pacífica con
la comunidad musulmana en Francia. Fue tan grande este consenso que los
mensajes racistas y anti-islam de la ultraderecha quedaron excluidas de
la unidad nacional forjada en rechazo al terrorismo y en defensa de la
tolerancia. Aprendamos esta lección y dejemos la religión fuera de los
asuntos de Estado y las campañas electorales.
(El Diario de Hoy