viernes, 9 de febrero de 2018

La batalla por la esencia de Costa Rica. Columna Transversal

Mezclando política y religión siempre sale un coctel venenoso. ¿Quién hubiera pensado que entre todos los países centroamericanos Costa Rica se iba a intoxicar? ¿La Costa Rica que siempre hemos envidiado, con razón, por su cultura de tolerancia, pluralismo y civilidad?


Pasé en Costa Rica por un mes, visitando a mi esposa, conociendo la costa caribeña, y observando la campaña electoral en su recta final. No había mucho que observar, me sorprendió la tranquilidad, la falta de angustias y agresiones, la ausencia de barras armadas de banderas. Vaya, pensé: Estos ticos no sufren de esta enfermedad nuestra de siempre, ante cualquier elección, sentir que todo está en juego y en peligro, que el país se va al barranco cuando gane el otro…

Había 13 candidatos a presidente, pero todos sabían que era una carrera entre cuatro: los candidatos de los dos partidos de la tradición bipartidista; el candidato del partido sorpresa que en última elección le había arrebatado el poder al bipartidismo; y un candidato ‘bully’ predicando la antipolítica mezclada con mano dura y su cruzada contra la corrupción, que tenía a medio mundo asustado. No mucho, porque todos me decían: incluso si este ‘bully’ llegara a colarse en la segunda ronda, todos se van a unir contra él, y nada esencial va a cambiar. Con los partidos institucionales, que en vez de dos ahora son tres (el gobernante Acción Ciudadana, de centroizquierda; más Liberación Nacional y los Socialcristianos, que marcan dos versiones de centroderecha) no puede haber cambios radicales.
Hasta que un día, en media de la recta final de la campaña, la Corte Interamericana de Derechos Humanos dio una sentencia que obliga a Costa Rica a permitir el matrimonio entre dos hombres o dos mujeres. Se despertaron los ticos de su apatía electoral, y comenzó un debate apasionado, en el cual ya no cabían los temas y los problemas centrales que antes se discutían de manera civilizada. El tema único a partir de ese momento: el matrimonio gay, los ‘valores tradicionales’ versus los derechos civiles, familia versus perversión, dictados religiosos contra cultura de tolerancia y respeto a diversidad…
Explotó el coctel molotov hecho de la mezcla de política y religión. En medio de esta conmoción, los 4 candidatos que podían llegar a la segunda ronda, se sintieron obligados a tomar posición. Los dos candidatos de centroderecha, Antonio Álvarez (Liberación), Rodolfo Piza (Socialcristianos) y el ‘bully’ de la antipolítica, el abogado Juan Diego Castro, todos dijeron: Estamos en contra del matrimonio gay, pero es una sentencia que de alguna manera Costa Rica tendrá que cumplir. El candidato socialdemócrata Carlos Alvarado, siendo el único que siempre ha estado a favor de liberalizar la legislación y permitir el matrimonio gay, manifestó su satisfacción. Pero de repente surgió un quinto: el pastor evangélico Fabricio Alvarado. Nadie lo había tomado en cuenta ni en debates ni en encuestas, su partido con el nombre patético de Restauración Nacional ni siquiera tiene cuadros políticos o profesionales para cubrir ministerios, su esposa se había hecho famosa con un video viral hablando en lenguas en un culto. Pero fue el único que en esta situación dijo: Jamás voy a aceptar el matrimonio gay, prefiero que Costa Rica salga del sistema interamericano antes de aceptar este pecado.
Y en Costa Rica, el país pluralista de la civilidad y tolerancia, este predicador evangélico fue catapultado al estrellato y terminó ganando la primera ronda. Por lógica, el otro candidato que creció, y quien también llegó a la segunda ronda, fue el que representa la posición opuesta, respaldando la sentencia. Los otros tres candidatos, teniendo posiciones wishi-washi, de “sí, pero no” y “no, pero sí”, se hundieron. El tema del matrimonio gay con todas las pasiones religiosas que despierta, había desplazado el tema central de Costa Rica, su crisis fiscal, y catapultó a la “pole position” para la carrera final a un predicador ultra radical, quien no habla de finanzas públicas ni economía, sino solo de “restauración” nacional y de valores tradicionales.
Ahora viene una campaña final que obviamente será entre conservadurismo religioso y cultura liberal de tolerancia y pluralidad. Ahora les toca a los ticos, en vez de buscar consensos sobre como resolver su crisis fiscal, buscar una mayoría para defender sus tradiciones democráticas contra un retroceso político y cultural. Las cúpulas de los partidos de centroderecha tienden a negociar un pacto con el predicador, aspirando a llenar ellos el vacío de gobernabilidad de un gobierno dirigido por un predicador sin partido. Los jóvenes, los intelectuales, los artistas, independientemente de sus tendencias ideológicas-políticas, van a movilizarse para defender las libertades culturales sin los cuales no podrán respirar. Lo que viene no será una batalla entre izquierda y derecha, sino entre dos culturas, una abierta y liberal y la otra cerrada y autoritaria.

Y de repente, contra todos los pronósticos, sí está en juego la esencia de Costa Rica. Estado laico versus fundamentalismo religioso.
(MAS! / El Diario de Hoy)