martes, 29 de octubre de 2024

Carta a Rodolfo Delgado: METISTE LA PARA, FISCAL. De Paolo Luers (+ capítulo 2 del libro 'Doble Cara')

 

"A pesar de todas nuestras diferencias, tengo que celebrar que Landaverde haya tenido el valor y la tenacidad de ganarle a la fiscalía este caso fabricado."

El audio en la voz del autor: LANDAVERDE Y DELGADO.mp3



    Publicado en MAS!  EL DIARIO DE HOY, martes 29 octubre 2024

Ciudadano fiscal general:

La fiscalía, aunque convertida en el largo brazo castigador de Casa Presidencial, no es todopoderosa.  

Acaba de sufrir otra golpiza de cantina en un de sus juicios políticamente emblemáticos: el caso contra Mauricio Ramírez Landaverde, ex ministro de Seguridad del gobierno de Sánchez Cerén y ex director de la PNC. Junto a él estaba acusada toda la cúpula de Seguridad del gobierno del FMLN: el ex viceministro de Seguridad Antonio López y el ex director general de Centros Penales, Marco Tulio Lima.

 

La fiscalía los acusó de haber robado medio millón de dólares provenientes de las tiendas institucionales en los centros penales. Un delito serio. La fiscalía pidió 16 años de cárcel para Landaverde y 4 años para los demás. Pero no había pruebas, así que los fiscales las inventaron, pensando que hoy en día los jueces se terminan tragando cualquier montaje que presente la fiscalía con el aval de Casa Presidencial. 
 

Se equivocaron ustedes. En el juicio se documentó, con toda claridad, que no se desvió ningún dinero. Cero. El tribunal de Sentencia no tuvo otra opción que declarar a los acusados inocentes de la acusación de peculado, o sea de robo. Una bofetada humillante para la fiscalía - y para vos. 

 

El tribunal optó por una condena simbólica, condenando a Landaverde por un delito de hule: ‘actos arbitrarios’. Tres años, de los cuales Landaverde ya sirvió la mayor parte. Los restantes 3 meses, el Tribunal los convirtió en servicios públicos. Otra bofetada a la fiscalía y su titular. Lo que el Tribual quiso decir, sin decirlo en estas palabras: Landaverde y sus subalternos no deberían haber pasado ni un solo día en la cárcel, por un delito que nunca cometieron.

 

El caso Landaverde es la segunda golpiza para la fiscalía – y para vos como su jefe. Una semana antes, el Tribunal de Sentencia de Sensuntepeque sobreseyó definitivamente el caso contra 8 exguerrilleros, entre ellos 5 ambientalistas de Santa Marta y Eduardo Sancho, durante la guerra miembro de la Comandancia General del FMLN y luego firmante de la Paz. Estaban acusados del secuestro y asesinato de una mujer en 1989, pero ustedes no tenían ninguna prueba que vinculara a los acusados a los hechos. Además el delito ya estaba prescrito. Por esta razón, el Tribunal absolvió a todos los acusados. Es obvio que con este caso ustedes querían destruir la organización comunal de Santa Marta, desacreditar la resistencia contra la minería metálica – y de paso manchar la reputación de uno de los máximos líderes de la guerrilla y protagonista de la transición democrática. El tiro se les fue por la culata.

 

Todavía hay algunos jueces en El Salvador. Jueces decentes, profesionales y valientes.

 

Lo que parece que ya no hay son fiscales decentes, profesionales y valientes. Ya no caben en tu fiscalía. Los dos juicios demostraron el estado lamentable y vergonzoso en que está la Fiscalía bajo tu mando. Arma casos sin pruebas y además de manera torpe. Usa la justicia como instrumento de persecución política. En el caso Landaverde fue obvio: Había que deslegitimar todo el equipo de seguridad del gobierno que procedió al de Bukele. Había que preparar el terreno para la llegada de personeros oscuros como Mauricio Arriaza, Osiris Luna y Gustavo Villatoro.

 

Analizar críticamente la política de Seguridad del FMLN en el período 2015-2016, dirigida por Landaverde como director general de la PNC y luego como ministro de Seguridad, hubiera sido sumamente importante para entender los errores en la política de mano dura y militarización, cometidos por el FMLN. Pero Nayib Bukele no tenía ningún interés en que el país conozca este análisis crítico, porque tenía toda la intención de prolongar esta política equivocada y llevarla a excesos sin precedentes. Sustituyeron el análisis crítico con juicios amañados.

 

Bukele nunca atacó de fondo los problemas reales de la política de Seguridad de Landaverde: la militarización de la PNC, los operativos de exterminio, la provocación de enfrentamientos al estilo militar para poder liquidar a delincuentes. Pero Bukele tenía la necesidad de desacreditar al gobierno del FMLN, porque necesitaba robarle su base social y electoral. Asíque se inventaron una serie de acusaciones por corrupción, entre ellos la acusación montada a Landaverde.

 

A pesar de todas nuestras diferencias, tengo que celebrar que Landaverde haya tenido el valor y la tenacidad de ganarle a la fiscalía este caso fabricado. De la misma forma fraudulenta están hechas las acusaciones contra varios dirigentes del FMLN. Esto nos  obliga a defenderlos del uso de la justicia para la persecución política. 

 

Las diferencias políticas se discuten con argumentos, no con acusaciones inventadas.

 

El caso Landaverde se ha convertido en el caso Fiscalía, mejor dicho en el caso Rodolfo Delgado. Con tu torpeza, estás saboteando tu reelección.  

 

Van a buscar a otro, igual de dócil, pero un poco más inteligente.

 

Saludos, 



 * * *


Doble Cara ahora está agotado en las librerías de la  UCA, en el campus y en Cascadas/Soho. Pero será disponible en breve. 

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Ahora puede leer el libro, en tres entregas cada semana, en este blog. Disfrútenlo.





Capítulo 2:  

El viaje a la minas 

(11 de enero de 1981)



A las 6 de la mañana arrancamos el microbús Volkswagen de los venezolanos, forrado de rótulos de PRENSA INTERNACIONAL. No he dormido ni un minuto. Toda la noche siguió el tiroteo afuera, y siempre cuando pasó un carro pensé que paraba frente a la casa. 

Discutimos si pasamos por el Camino Real para avisar a los corresponsales que íbamos a Morazán, pero decidimos que mejor no, porque todos ya tenían que haber escuchado la noticia que buscaban a Hernán. Salimos por la autopista al aeropuerto. La ciudad está tranquila, poca gente en la calle, casi no hay tráfico. La gente se ha encerrado en sus casas para esperar qué pasa. No se escuchan disparos, en muchas esquinas están apostados soldados. Cerca de la embajada gringa hay dos muertos tirados en la acera. En San Marcos, el primer retén militar. Gustavo maneja. Pregunta a los soldados si la carretera al aeropuerto está libre. No saben nada. “Tengan cuidado, hay terengos por todas partes…” 

Dos retenes más, cerca del aeropuerto. La autopista sola. Noticias en la radio: El Estado Mayor dice que todo está bajo control, el toque de queda se mantiene, siempre de las 6 de la tarde a las 6 de la mañana. Hablan de fuertes combates en Santa Ana, San Miguel, no mencionan el ataque al San Carlos. Repiten la noticia de las capturas de Clelia, Mateo y Nelson Arrieta y mencionan nuevamente el nombre de Hernán.

En la entrada a Zacatecoluca, el siguiente retén. Ya no podemos decir que vamos al aeropuerto. “Vamos a San Miguel, dicen que hay muchos combates…” Piden credenciales, yo les enseño el boleto para probar que llegué ayer y no tuve chance de ir a COPREFA. Nos dejan pasar. “En la salida de la ciudad repórtense con mi capitán…”

Obviamente no tienen ninguna alerta sobre Hernán. Solo revisan papeles y carro, no están buscando a nadie. El capitán resulta un tipo que le encanta salir en fotos. Pone a su gente en posición de combate, posa con su Galil, yo tomando fotos, Hernán grabando. “A estos tipos les encanta el show,” me dice Hernán, y al capitán: “¿No pueden soltar un par de ráfagas, para que se vea como combate?” Comienzan a tirar a la loca y avanzan hacia una loma donde no hay nadie…

Hay como 30 carros y unos cuantos buses y camiones esperando paso. El capitán insiste que no nos puede dejar pasar, que más adelante los guerrilleros tienen tomada la carretera. “No hay manera que pasen.” Gustavo le explica que como prensa internacional no nos va a pasar nada, que ya tenemos experiencia. El hombre habla por radio con otro retén militar más adelante, y al fin nos deja pasar: “Si los terengos los dejan pasar, se reportan con el teniente en el otro retén en Santa Cruz Portillo y le dan parte. Si no, aquí los espero para que me cuenten…”


Retén de la guerrilla / Carretera Litoral (foto de referencia)

Somos los únicos que pasamos. A unos 3 kilómetros vemos de lejos otro montón de carros, buses, camiones. Antes de llegar, nos paran los guerrilleros. Los primeros que veo. No tienen uniformes, sus fusiles se ven viejos, la mayoría parecen niños. No tienen radio. Para avisar al retén más adelante, mandan a un niño corriendo. Gustavo les dice que quiere hablar con el jefe de la unidad, que tienen noticias de San Salvador. Al rato, nos hacen señales que avancemos. Nos recibe un tipo barbudo con cara de estudiante y con el único fusil plantoso. Conoce a Gustavo de la Universidad. Es una unidad de las FPL, que desde anoche mantiene esta posición. Por eso hay tantos camiones y buses aquí. Los han atravesado para bloquear la calle. Han tenido algunos encuentros con el ejército, pero ahora cada uno mantiene su posición. Nos preguntan por el gran tiroteo que escucharon hace poco, y le explicamos que era un show para nuestra cámara. Hacemos algunas tomas con ellos, mientras Gustavo platica con los compas. También posan, pero no sueltan ráfagas. Tienen los tiros contados. 

Gustavo explica que tenemos que llegar a Santa Rosa de Lima, que Hernán tiene que entrar al frente, que en San Salvador ya lo andan buscando. El comandante tiene radio, trata de averiguar cómo está la situación en el trayecto a Usulután. Dice que no logra comunicación con nadie, que sólo sabe que en el puente del Lempa hubo combates, pero no sabe quién controla ahí. Comienzan a poner a los motoristas a mover los buses y camiones, para que podamos pasar. Antes de despedirse, nos da un papelito: “Si se encuentran con gente nuestra, se lo enseñan…”

En el carro reviso el papelito. Es un salvoconducto guerrillero, escrito en una hoja arrancada de un cuaderno escolar: “Estos compas son del ERP. Yo los conozco.” Y una firma. Escondo el salvoconducto en mi calcetín. No vaya ser que el próximo retén militar lo encuentre… En el espejo veo que están volviendo a poner los camiones y buses como barricada…


Retén del ejército, periodistas (foto de referencia)


Sólo veo la cara del teniente en el siguiente retén militar y sé que estamos en problemas. Somos los únicos quienes desde el inicio de los combates han podido pasar por el retén de la guerrilla. Pobladores que llegaron a pie le han informado que este retén es “una barricada gigantesca,” con camiones y buses atravesados. “¿Y ellos cómo han podido pasar? Estos hijos de puta periodistas son terengos,” dice a sus soldados. “¡Revisen bien este vehículo, también a ellos…”

El papelito con el salvoconducto me comienza a quemar en el calcetín. Revisan el carro y los equipos, nuestras maletas… nada. No se les ocurre ordenarnos que reproduzcamos en la cámara de Hernán los videos grabados. Hay una entrevista con el jefe guerrillero del retén vecino que seguramente les encantaría ver. Por suerte no saben que los videos se pueden revisar en el visor de la cámara.

Se detienen mucho con Hernán. Revisan su pasaporte, todos los sellos, pero ahí también Aníbal ha hecho maravillas, igual que en el mío. Según su pasaporte, Maravilla nunca estuvo más de un par de días en la Nicaragua sandinista, sino viajó por todas partes, como lo hacen los corresponsales. 

“¿Y a dónde putas van ustedes en medio de este desmadre, van buscando a los terengos en Morazán?” 

A Gustavo se le ocurre la solución: “No, teniente, nosotros decidimos mejor salir del país hasta que la cosa se calme. Vamos al Amatillo para pasar a Honduras. Hoy mismo tenemos que llegar a Tegus.”

“Ve, están cagados de miedo estos hijos de puta. Se van huyendo…”, dice un sargento. “Que se vayan, unos periodistas menos, mucho chingan.”

El teniente está indeciso. “¿Para quiénes trabajan ustedes? ¿Algún medio que anda mintiendo sobre El Salvador?”


Gustavo y Maravilla

Hernán tira la última carta: “Mire, teniente, le voy a decir la verdad, aunque me puedo meter en un gran huevo, porque esto no se puede saber: Yo trabajo para el COPREFA. Estos dos culeros van a irse a Honduras, yo me reporto en San Miguel. Usted sabe que el gobierno venezolano está apoyando bastante al presidente Duarte, y han mandado a un grupo de gente para ayudar con inteligencia y propaganda. Pero por Dios, esta mierda no se puede saber.” Y saca su carnet de COPREFA, firmado por el coronel Augusto Cotto. Estos son los carnets que el Estado Mayor da a los corresponsales. Todos se tienen que acreditar, y el problema mío es que todavía no he ido. Pero resulta que el teniente no sabe qué significa este carnet. 

Toma a parte a Hernán, y platican en privado un rato, y cuando regresan, todo está arreglado: “Vaya, que pasen, tienen que llegar a San Miguel,” dice a su sargento. Y a su radista: “Avise a todos los retenes que no retrasen a estos señores.”

Ya tenemos doble salvoconducto. Maravilla nos cuenta que le dijo en confianza al teniente que su misión es llegar a San Miguel, y de ser posible, hasta Morazán, meterse hasta donde están los terengos. 

“Este hijueputa se va a asustar cuando escuche el boletín sobre el periodista venezolano que andan buscando,” dice Gustavo. “Pero bueno, cuando se dé cuenta ya estaremos en el monte. Que nos busque en La Guacamaya el pendejo…” 

El salvoconducto radial funciona: Ningún problema en ninguno de los retenes que los militares han montado en el Lempa, en Usulután, en la entrada a San Miguel. Y el salvoconducto guerrillero también funciona: Pasamos dos retenes guerrilleros en el camino, mostramos el papelito, y ningún problema. El tercer retén de los compas, ya cerca de San Miguel, es del ERP. Gustavo les explica nuestro problema, se comunican por radio, y la orden es: Vayan a las minas de San Sebastián, encima de Santa Rosa de Lima. No hay forma de llegar a la zona guerrillera vía Gotera.

San Miguel está militarizado. Patrullas, retenes, trincheras en todas las esquinas. Pasamos por la Tercera Brigada, nadie nos para. Nos parqueamos en frente del cuartel y comemos en el restaurante del Chino Milian. Del cuartel salen camiones con soldados. En el cafetín hay un grupo de soldados tomando gaseosas, nos cuentan de los combates de la noche. “Entraron a la ciudad por todas partes, pero no llegaron al cuartel.” Hasta ahora me doy cuenta que estoy muerto de hambre. 

Salimos por la Ruta Militar hacia Santa Rosa de Lima. Otro retén grande cuida la antena militar del kilómetro 18, en el desvío a Gotera. 

Acercándonos a Santa Rosa de Lima, Gustavo —que es el único que conoce aquí— dice: “El problema es cómo agarrar la calle polvosa que lleva a las minas. Si hay un retén en este desvío estamos cagados. Esta calle sólo lleva a las minas de oro, y ellos saben que ahí están los compas. Si nos ven agarrando esta calle, sabrán adónde vamos.”

Tenemos suerte: No hay retén ni patrulla ni nadie en el desvío. Doblamos y subimos la calle polvosa. Demasiado polvosa. Aunque vamos despacito, estamos levantando una nube de polvo que se puede ver desde lejos. “Hijueputa, si de regreso bajamos por aquí, esta nube será como avisarles que ahí venimos bajando del campamento…” Aunque no lo hemos discutido, hemos llegado a la conclusión de que mejor nadie de nosotros va a regresar a San Salvador. Vamos al frente de Morazán. La Venceremos será nuestro destino.

Llegamos a las minas de oro de San Sebastián. Gustavo cuenta que los trabajadores se han tomado las minas, los dueños se fueron al carajo. Y la guerrilla les da protección a los obreros. 

Son las 2 de la tarde, cuando llegamos a San Sebastián. Nos bajamos, hablamos con algunos hombres. Se muestran desconfiados, pero al rato acceden a mandar a alguien a buscar a ‘los muchachos’. “No están aquí, pero a veces andan cerca.” Gustavo manda una nota.


Las minas de San Sebastián, Santa Rosa de Lima
(foto de referencia)

Una hora más tarde, aparece una patrulla guerrillera. Gustavo pregunta por algunos conocidos e insiste que se comuniquen con Jonás, el jefe del frente de Morazán. Acceden a llevar a Gustavo al lugar donde están acampados. Nosotros nos quedamos. El hielo está roto, nos traen café y pan dulce.

Aparece Gustavo con órdenes claras: Que Maravilla con todo el equipo de televisión se quede con ellos, mañana mismo una escuadra lo va a llevar a La Guacamaya, donde están el puesto de mando y la Venceremos. Nosotros regresaremos a San Salvador. Me cae como un balde de agua fría. Ya me había hecho de la idea de entrar al frente. Me parece una locura regresar a la capital. Gustavo lo toma con calma: “Órdenes son órdenes, vámonos ya, para llegar hasta San Miguel. Yo tengo familia allá, donde podemos dormir.”

Despedida de Maravilla. El único ser conocido, con el cual me siento conectado, que hace los mismos chistes que yo. Tengo solamente un mes de historia con él, pero es historia. No sé si lo voy a volver a ver. “Enano, ya te la vas a arreglar para que te manden a Morazán. Tenemos que hacer películas.”

“¿Y cómo lo voy a arreglar desde San Salvador? No tengo ningún contacto.”

“Quedate un tiempo en San Salvador, pegate con Harry y los demás corresponsales. Hace tus cosas. Los compas te van a contactar. Si no, al rato puedes salir a Managua y desde ahí organizar todo. Dale abrazos a Coco y Candela, si llegas a Managua.” Coco es su mujer y Candela su hija de dos años…

En la vida no me he sentido tan solo y abandonado como en este momento que nos subimos al carro y arrancamos hacia Santa Rosa de Lima. Me va a hacer falta este barbudo con su cara desfigurada de operaciones de tumores. El hombre más feo con el encanto más irresistible. Por el resto de mi vida voy a decir ‘enano’ a la gente que quiero, y ‘maravilla’ a cualquier cosa que me fascine.

Levantando otra nube de polvo bajamos. Cuando llegamos cerca de la ruta militar tengo el corazón en el culo. Pero nada pasa. Ningún retén. Avanzamos hacia San Miguel.

Noticias en la KL: “En el caso de la célula de periodistas, la Policía Nacional comunica que a las 8 de la mañana allanaron una casa en la colonia Layco, propiedad del Doctor Melitón Barba, dirigente del MNR, donde habitaban tres ciudadanos venezolanos, incluyendo Nelson Arrieta, que fue arrestado en la noche del 10 de enero junto con dos comandantes terroristas del ERP. Las autoridades siguen buscando a los venezolanos Hernán Vera y Richard Izarra, que posiblemente se movilizan en un microbús marca Volkswagen, color rojo con francas blancas, placas…”

Gustavo es toda calma: “Estos cerotes tienen otros problemas que andar buscando carros. Tal vez en la capital, pero no en San Miguel. Lleguemos a la casa de mis familiares, y de ahí vemos qué hacer con el carro.”

Llegamos a San Miguel, sin problemas, entramos en una colonia con calles de polvo. Gustavo se baja, alguien abre un portón, entramos el carro, estamos seguros. Cuando me presenta a nuestro anfitrión, resulta que su apellido es Villalobos y es primo de Joaquín… Me doy cuenta que aquí todo es improvisado, incluso la seguridad y la clandestinidad. Comemos, platicamos, nos cuentan todo lo que ha pasado en San Miguel. La ofensiva ya terminó, los compas ya se retiraron. ‘Ofensiva final’ la llamaron. En Santa Ana la guerrilla se tomó el cuartel, y una compañía bajo el mando del capitán Francisco Mena Sandoval se sublevó. Pero a esta altura todos los compas y la compañía rebelde se habían retirado de la ciudad. 

El día siguiente salen los periódicos con sus portadas llenas de guerrilleros muertos. El ejército logró emboscar al contingente compuesto de guerrilleros, sindicalistas, milicianos, estudiantes y soldados rebeldes en Cutumay Camones. De 200 que se habían retirado de Santa Ana, en Cutumay Camones murieron más de 100. El resto logró romper el cerco y llegar a Chalatenango, bajo el mando de Mena Sandoval. La Fuerza Armada y el gobierno gritan victoria, porque nunca antes lograron aniquilar a una columna guerrillera tan numerosa. Gustavo, el inmutable, llora al ver las fotos en los periódicos. No sé cuántos amigos tiene entre los muertos.

 

Para no encontrarnos con los mismos retenes en la Litoral, agarramos la otra carretera, la Panamericana. Anoche decidimos arriesgarnos con el carro y deshacernos de el en San Salvador. Tampoco tenemos alternativa.

El viaje a San Salvador, sin problemas. Muchas patrullas en la carretera, pero ya con tráfico casi normal. Un solo retén, en el puente del río Lempa, nos revisan el carro. Los soldados están mucho más cansados que nosotros. 

Al entrar a la capital por el Bulevar del Ejército, pasando por la Fuerza Aérea con todo el despliegue militar que la cuida, escuchamos nuevas noticias. Ahora buscan, junto a Hernán, ya no a Richard Izarra, sino a un tal ‘Paolo’, apellido desconocido, presuntamente periodista italiano. Porque resulta que Richard Izarra, en la ciudad de México, juntos con intelectuales solidarios, dio una conferencia de prensa responsabilizando al ‘régimen duartista’ de la vida de Nelson Arrieta, arrestado y desaparecido la noche del 10 de enero. También de Hernán Vera y Paolo, de paradero desconocido. Por suerte, Richard nunca supo mi nombre legal.

Parqueamos y abandonamos al carro en el parqueo subterráneo de un edificio en la Colonia Médica, donde funciona una agencia de prensa. 

Cansados, pero felices de habernos desecho del corpus delicti y burlado a los militares, hacemos entrada triunfal al Camino Real, cuartel general de los periodistas, el lugar más seguro del país y donde podemos enterarnos qué ha pasado en la capital durante nuestra travesía. En la cafetería están varios colegas. Harry nos mira como si fuéramos fantasmas: “What the fuck are you doing here? Supuestamente son fugitivos…”

Nos tomamos un cuarto en el hotel y una botella de Jack Daniels. Esta noche, luego de contarnos mutuamente nuestras war stories, adopto a Harry como mi padrino. Tengo mucho que aprender si quiero sobrevivir en esta ciudad. Y ya no me siento tan solo, ni el día siguiente cuando Gustavo me dice que se va a asilar en la embajada de México. Decido quedarme en San Salvador, cuando me cuentan que existe un fotógrafo italiano llamado Paolo Bosio que hace un par de días salió para Managua.


Próxima entrega: Capítulo 3: Chalatenango (13/14 enero 1981)