lunes, 12 de abril de 2004

El presidente del monólogo y su pata metida en Irak

El otro día me llamó el señor presidente. Por lo menos así me anunció una voz solemne por teléfono: "Le va a hablar el presidente Francisco Flores". La verdad es que a mi no me habla todos los días el presidente de la república, así que estuve bastante impresionado. Cuando me empezó a hablar el presidente sobre nuestros héroes que luchan por la paz y el humanismo en Irak, finalmente me di cuenta que me estaban tomando el pelo. Era una grabación. Bueno, Tony Saca me habló varias veces, pero esto era campaña electoral, se entiende la ansiedad de comunicarse. Schafik casa por casa, Tony teléfono por teléfono. Pero ahora ya ganaron, y todavía llamándome...

Pues, ganaron las elecciones, pero no la guerra. Pensaban que iba a ser un paseo y se dan cuenta que lo de Irak es una guerra de verdad. Pueden haber ganado a Schafik apoyándose en mentiritas como la de las remesas, pero la guerra no se gana con mentiritas. Puede hablarnos todos los días el muy presidente, repitiendo que las tropas salvadoreñas están heroicamente cumpliendo tareas de reconstrucción y de ayuda humanitaria, pero ¿de qué sirve si las noticias lo desmienten?

Se acabó la tranquilidad en Nayaf. La guerra contra la ocupación entró en una nueva fase, con nuevos actores. Durante meses eran los últimos fieles a Saddam Hussein quienes atacaron a las tropas aliadas. Hoy se comienza a insurreccionar la población chiita. O sea, ya los insurrectos no son una minoría con poca legitimidad por sus vínculos a la dictadura o a grupos ligados a Al Qaeda, sino partes de la mayoría poblacional con otra legitimidad. Ahora, a los soldados del Batallón Cuzcatlán les toca disparar a gente que durante la dictadura de Saddam Hussein no han sido victimarios sino víctimas. Los enemigos de Saddam ahora son los enemigos que se trata de combatir. Y la peor noticia (que no salió en los periódicos salvadoreños pero sí en el New York Times): hay indicios de una coordinación militar entre los núcleos sunnitas (en su mayoría pro-Saddam) y los militantes chiitas (todos anti-Saddam) contra la ocupación.

En El Salvador nunca ha habido un debate serio sobre la misión militar en Irak. El presidente Flores, como es su costumbre, responde a la crítica con una campaña publicitaria. Así lo ha hecho en el caso del TLC, en el caso de la reforma de salud, y desde un principio en el caso de Irak. Y lo de Irak es posiblemente el debate que menos quiere enfrentar el presidente Flores. Nos habla por teléfono, pero como la llamada es de mentirita, no podemos responder. Así ha gobernado durante cinco años, así concluye su mandato: hablando sin escuchar. El presidente del monólogo.
Mientras tanto, la situación se vuelve muy complicada y muy peligrosa para las tropas salvadoreñas en Irak. La ciudad que les toca controlar -Nayaf- es el centro de la rebelión chiita. Como el gobierno de Estados Unidos no muestra ninguna disposición a distensionar la situación entregando el mando a la ONU y permitiendo que la mayoría chiita controle el futuro gobierno iraquí, la violencia va a escalonar en Iraq, y sobre todo en Nayaf. Muy pronto al Batallón Cuzcatlán le tocaría asumir un papel de represión y combate a miles de militantes fanatizados, papel para el cual ni está preparado ni equipado y para el cual definitivamente no tiene el mandato político de la sociedad salvadoreña.

La única salida es precisamente la salida. Hoy es cuando, porque la situación ha cambiado. Las mentiritas ya no se pueden mantener, ni con campañas de publicidad.Conociendo la mentalidad salvadoreña, quiero aclarar preventivamente un asunto que tal vez es esencial para este debate. Para el Batallón Cuzcatlán (ya para la Fuerza Armada y el país) el problema más serio no es el número de bajas que puede sufrir, sino el número de bajas que puede causar. Para ponerle apellido: el número de bajas que los comandos salvadoreños, al quedarse en Nayaf, inevitablemente van a causar a chiitas civiles, estudiantes y niños radicalizados que se van a enfrentar a ellos con piedras y palos y uno que otro fusil.

El peligro es que la Fuerza Armada, a 15 años de terminar la guerra en casa, esté nuevamente involucrada en acciones militares que incluyan violaciones a los derechos humanos. Y que de esta manera se pierda lo que ha sido el capital más valioso que sacamos de los Acuerdos de Paz: el cambio en la mentalidad de la Fuerza Armada, su profesionalismo, su apego al Estado de Derecho. (Publicado en El Faro)