lunes, 7 de febrero de 2005

Es cosa de tontos...

Una nueva guerra se avecina en El Salvador. Después de la guerra de 100 horas contra Honduras y la guerra de los 12 años contra la amenaza subversiva, los verdaderos patriotas salvadoreños están movilizándose nuevamente. Sólo que esta vez los invasores a repeler no son tropas extranjeras o extremistas, sino camiones llenos de cerveza. Y la manera de derrotar al enemigo no es tan violenta como en las dos guerras pasadas. El llamado, por de pronto, no es a las armas sino a destapar Pilsener. También ha cambiado radicalmente la forma de organización de los contingentes patrióticos. El llamado, esta vez, no es a ingresar a las filas del ejército ni a formar defensas civiles ni escuadrones de la muerte, esta vez los nacionalistas salvadoreños están llamados a organizarse en "cheradas", reclutar el mayor número de "cheros" y convencerlos de la necesidad de defender la patria tomando heroicamente Pilsener, desafiando las diarreas y gomas que esto normalmente causa, para derrotar al enemigo invasor. O sea no permitir la entrada a El Salvador de cervezas extranjeras al precio de Pilsener...

La historia me ha enseñado que detrás de las campañas patrióticas o nacionalistas siempre hay un engaño. Más bien un interés oculto. Es cierto que en El Salvador está por estallar una guerra. La guerra de las cervezas. Sólo que el conflicto no es entre patriotas salvadoreños e invasores. Es entre dos de las transnacionales cerveceras más grandes del mundo. Pero siempre las guerras están siendo precedidas de campañas propagandísticas. Y siempre estas campañas tienen la función estratégica de engañar a la gente respecto a los verdaderos intereses detrás de la guerra que está por estallar. Nadie se moviliza y se alista a pelear e incluso morir para defender el interés de expansión comercial y financiero de las empresas salvadoreñas que quieren afianzar a Honduras como extensión natural de su mercado; para movilizar a la gente, había que convencerles que se trataba de defender a los compatriotas reprimidos en Honduras. Y al honor del fútbol nacional...

Igualmente, no mucha gente pobre hubiera ido a la guerra para revertir la reforma agraria o para prolongar la permanencia de los militares en casa presidencial; había que convencerlos que se trataba de pelear contra una subversión terrorista y un ataque de la internacional comunista contra los valores católicos del pueblo salvadoreño (aunque para eso había que matar un par de curas desviados...).

Entonces, ahora estamos presenciando la fase propagandística preparatoria a la guerra patriótica de la cerveza. Objetivo: convencer a los millones de "cheros" que seguir tomando Pilsener no es simplemente cuestión de gustos o de fidelidad a una marca, sino un acto patriótico; que la inminente entrada de una nueva cerveza al mercado salvadoreño no es simplemente el ejercicio de la competencia comercial, sino una invasión extranjera que atenta contra el interés nacional. Es más, contra la identidad nacional...

Todo esto ya sería muy cuestionable si la casa productora de la Pilsener fuera de verdad una empresa salvadoreña. Aun siendo así no habría ninguna razón de no recibir con los brazos abiertos a una nueva cervecería, con nuevos productos y que rompe el monopolio que ha ejercido La Constancia durante décadas. Este monopolio, como casi siempre pasa, ha tenido consecuencias muy negativas: mal producto, mal servicio, la dependencia de los distribuidores y revendedores de la casa productora que controla el mercado, obstáculos para los importadores de cerveza, etc. Siendo la única cervecera en el país, La Constancia pudo darse el lujo de comportarse como si fuera el Ministerio de Cerveza, no como una empresa que tiene que ganarse a sus clientes.

Todo esto se vuelve absurdo cuando la empresa monopolista nacional ya está siendo absorbida por una transnacional, como es el caso de La Constancia. La productora de la Pilsener tiene años de ser parte de la SabMiller, la empresa multinacional productora de cervezas más grande el mundo. Se podría entrar en una discusión si esta empresa es surafricana o norteamericana o más bien una de esas multinacionales que no tienen patria - pero una cosa es cierta y fuera de discusión: salvadoreña no es. La ILC, como se hace llamar ahora, ya no tiene que ver con aquella empresa que Don Bobby manejaba con cierta gentileza y bondad. La ILC está siendo manejada por ejecutivos cuya patria no tiene que ver con el país que emitió su pasaporte sino que se llama SabMiller. La invasión, la ocupación, el ataque al carácter nacional de la Pilsener, ya se consumió, silenciosamente, sin gritos de guerra, sin gritos patrióticos a defender la cerveza nacional. Una simple operación de bolsa.

Igual, la Cervecería Río que se prepara a invadir al mercado salvadoreño no es guatemalteca (aunque la planta productora se encuentra en Guatemala) ni brasileña, aunque la casa matriz Ambev tiene su sede corporativa en Brasil. La Ambev es la segunda productora de cerveza a nivel mundial y surgió de la fusión de la cervecera más grande de Brasil con la cervecera más grande de Europa, propietaria de marcas famosas en Bélgica y Alemania.

Entonces, lo que realmente pasa es que El Salvador (como toda la región centroamericana) ha sido escogido como escenario de una guerra comercial entre los dos consorcios transnacionales de cerveza del mundo. Y una de las transnacionales ha optado por usar como defensa la trinchera patriótica, llamando a los tomadores de Pilsener a defender la patria contra una invasión guatemalteca-brasileña. "Pilsener es la única marca que en verdad sabe lo que es ser salvadoreño", se atreve a decir un ejecutivo de ILC a la hora de explicar a La Prensa Gráfica el lanzamiento de la campaña "Es cosa de cheros". Y nuestro matutino, como el día siguiente el otro, presta sus paginas editoriales a hacerle eco a esta campaña propagandística: "Los atributos principales de la campaña es 'el acercamiento entre mis cheros y yo', 'la pasión por el fútbol' y 'el orgullo por ser salvadoreños'."

Los salvadoreños, mientras tanto, esperan con ansiedad la nueva cerveza. A ellos no les importa si esta nueva cerveza sea guatemalteca o brasileña, con tal que sea buena y barata. Y tiene razón: incluso en caso que la nueva cerveza no sea tan buena como sus productores la quieren pintar, su llegada al país siempre será ganancia. Romper monopolios siempre trae ganancia para los consumidores. Si los demás importadores de cervezas aprovechan bien la situación de ruptura del monopolio, tal vez realmente tendremos libre competencia en el mercado de bebidas, evitando que al final, cuando la guerra termine, tengamos un mercado repartido entre dos empresas monopólicas. Un mercado realmente libre de bebidas nos traería mejor calidad, mejor servicio, más variedad, precios más bajos. Para que los salvadoreños no opten por esto, o sea por sus propios intereses, están pintando las cervezas de la ILC como si fueran parte de la identidad nacional de los salvadoreños. Por suerte, los salvadoreños no son tan tontos como algunos ejecutivos de empresas transnacionales piensan. Por suerte tienen una definición de su identidad nacional y un orgullo que no dependen de una marca de cerveza. (Publicado en El Faro)