lunes, 16 de enero de 2006

Más de lo mismo

Me gustaría ver en El Salvador, en un futuro no tan lejano, partidos civiles. Los que tenemos ahora son –o por lo menos se comportan como si fueran- aparatos paramilitares. Sobre todo en tiempos electorales, en campaña – que es cuando los partidos realmente cobran vida. Los que estån actuando para pedir el voto (los candidatos, los funcionarios partidarios, los trabajadores de campaña) no se presentan como ciudadanos sino como militantes, lo que son dos cosas muy diferentes. Es una cosa que un ciudadano –un vecino, un colega, un conciudadano vestido de civil, quiere decir como siempre viste cuando va al trabajo o a la universidad, dependiendo de su estrato social o su profesión- te habla para pedir el voto; y es otra totalmente diferente que te habla un fulano uniformado, con camiseta, chaqueta, panuelo y gorra de su partido.
Actos partidarios, con miles de personas uniformadas, gritando las mismas consignas, cantando las mismas canciones, levantando al mismo comando los puños, lejos de inspirarme confianza me causa desconfianza, repudio, rechazo. Las multitudes uniformadas por definiciøn son excluyentes. Puede ser que a los participantes dan un sentido de pertenencia, pero para los que estamos afuera, a la ciudadanía, les da lo contrario: nos sentimos excluídos, amenazados, presionados. Hasta en los congresos de los partidos visten uniforme. El señor presidente de la república, empresarios, medicos, diputados, amas de casa, obreros, campesinos... todos disfrazados de manera uniforme.

De hecho, en el momento de uniformarse, las personas dejan de ser ciudadanos y civiles y se convierten en militantes, en paramilitares, en elementos de una masa cargada de sentimientos y odios colectivos.

Y así los vemos en todas partes, las manchas rojas, tricolores, azules, verdes, amarillas. En las visitas de casa en casa, que lejos de ser instrumentos de comunicación directa, consulta cívica o debate sincero, tienden a ser muestras de fuerza y mecanimos de intimidación y chantaje. En las nocturnas columnas que invaden colonias y vecindarios. Los partidos marcando terreno como cualquier otra mara, con los mismos mecanismos: pintas, grafitis, murales, presencia visible de fuerzas en la comunidad. Unos tatuados, otros identificados por colores. Las brigadas uniformadas que manchan carreteras, postes, puentes, pueblos enteros, expresión de la misma concepción.

Todo esto refleja el tipo de partidos que tenemos. Los partidos politicos salvadoreños no son expresiones de ciudadanos que soberanamente ejercen su derecho de asociarse libremente para asumir responabilidades y ejercer poder. Los partidos politicos salvadoreños son aparatos que ejercen control sobre los ciudadanos. No buscan asociar ciudadanos miembros que comparten intereses y quieren convertir el partido en un instrumento para cambiar la realidad. Más bien buscan militantes que se identifiquen con el partido supeditåndose a su dirección. En eso, no hay diferencia entre derecha e izquierda.

El miembro de un partido civil y el miltante de un partido paramilitar son dos personajes diferentes. El primero es parte de una cultura civil, es un ciudadano ejerciendo sus derechos y deberes. El segundo es parte de una cultura autoritaria y tendencialmente paramilitar. Uno es soberano, el otro es súbdito.

Arena y el Frente no buscan miembros, reclutan y forman militantes. No buscan ciudadanos autónomos, buscan activistas politicos dispuestos a uniformarse –en vestimiento y pensamiento- y actuar bajo disciplina paramilitar. Los demás partidos, incluyendo los que nacen en oposición a la polarización entre los dos bloques militantes, lamentablemente reproducen el mismo esquema: colores, uniformes, camisetas, banderas, consignas... A nadie se le ocurre formar un partido estrictamente civil, donde nadie viste colores, donde los ciudadanos no se uniforman.
Nadie se atreve a apostar a una cultura diametralmente opuesta a la que une a las dos fuerzas polarizantes, Arena y FMLN. Lo opuesto –y lo que el país necesita con urgencia- sería una fuerza política eminentemente civil, ciudadana, determinada por pluralidad en vez de uniformidad.

Los representantes de los partidos minoritarios y nacientes aparecen en televisión con chalecos de sus partidos, lo único que cambia es el color. La mentalidad es la misma. Algunos, como el doctor Héctor Dada, no logran disimular lo incómodo que se sienten vestidos de militantes, pero tampoco hacen el paso de romper con la cultura anticívica que prevalece. Hablan como ciudadanos, pero actúan como militantes.

Si queremos que el país avance en la construcción de ciudadanía, hay que construir otro tipo de partidos. Y hacer otro tipo de campañas electorales. De los partidos como son –aparatos para reclutar y dirigir a masas de militantes- no se puede esperar que hagan campañas de altura, debates sinceros, políticas participativas. Hay que cambiar los partidos – o sustituirlos por otros.
Arena da muestras de cambio. Pero sólo hace falta ir a un mítin arenero para darse cuenta que a la par de la tendencia al cambio hay una tendencia de preservar precisamente la forma antidemocrática –lo que yo llamo la forma paramilitar- de organizarse como partido y relacionarse con los ciudadanos. Yo puedo escuchar a un candidato arenero hablar de su programa y me puede parecer coherente, moderado, abierto. Pero de repente vienen las voces de comando, todo el mundo se levanta y empiezan a cantar el himno de los escuadroneros... y cualquiera entiende que esto partido sigue siendo autoritario, agresivo, cerrado, polarizante y potencialmente violento.

Y si el presidente de la República y del partido a Arena nuncia, con todo orgullo, que están por cumplir la meta de llegar a aglutinar a un millón de militantes partidarios, entonces la cosa se convierte en pesadilla. En un país con un padrón electoral de 4 millones, un partido con un millón de militantes, esto es imposible. El día que esto será realidad (que un partido, de derecha o de izquierda, disponga de un millón de militantes), habrá que buscar adónde exiliarse. La mentira expresa con qué están soñando: con un partido capaz de disciplinar y dirigir a toda la ciudadanía. Por mucho que están criticando a Cuba y Venezuela, los dirigentes areneros están soñando con un modelo igualmente autoritario.

Mucho cambio puede haber en Arena, en dirección de más pragmatismo, más apertura, más comprensión del rol del Estado, más política social – pero están tan lejos de convertirse en un partido de ciudadanos como lo está el FMLN.

Entonces, los partidos grandes no cambian su concepción de partido y militancia. Los pequeños se adaptan al mismo esquema. Los nuevos lo reproducen conciente o inconcientemente. Hace falta una ruptura.
(Publicado en El Faro)