Ya sabe usted cómo me encanta tomarme una cerveza en frente de su tienda, cuando llego al pueblo. Siempre me saca una silla, y lo que más disfruto es cuando usted y el viejo se sienten conmigo para platicar de la vida y del pueblo...
Me pongo a pensar: ¿Por qué el ‘gobierno del cambio’ quiere complicarle la vida a usted (y a miles de señoras como usted), con esta idea loca de obligarles a sacar una licencia para vender cerveza?
Está bien que los bares, restaurantes y hoteles tengan que pedir (y pagar) una licencia de licor. Y que a estas empresas les sometan al control de salud, y que los pidan que tengan para sus clientes baños y parqueo...
Pero a su tienda, los que toman cerveza llegan en caballo, en bici o a pata. Peligroso que el gobierno le va a mandar que vuelva a instalar frente a su casa las argollas para amarrar las bestias...
O tal vez le van a poner como requisito para darle la licencia que recoja a diario la caca de los caballos de sus clientes, y que ponga un rótulo que diga: “¡Prohibido escupir!”
No sé cuál es el objetivo de esta revolucionaria medida de cambio que el ministro de Hacienda presentó a la Asamblea: ¿Reunir fondos, cobrando para la licencia y luego... impuestos?
¿O quieren cerrar su tiendita, para que los machos de los cantones no sufran accidentes de jinetes luego de unas chelitas?
Lo más probable es que simplemente sean ganas de joder de un gobierno que le gusta controlar y regular.
No se deje, niña Cande. La próxima vez que pase el compañero alcalde por una su cervecita, dígale que se mueva para ayudarle. O si no, que se olvide de las próximas elecciones.
Saludos, Paolo Lüers
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