Un día 10 de enero como hoy, pero del año
1981, llegué a El Salvador. Cumplo 38 años de vivir y trabajar aquí – ya más
que los años que pasé viviendo en Alemania.
Este mismo día, el 10 de enero 1981,
estalló la guerra que durará 11 años. Se anunció con unos bombazos en el
cuartel San Carlos, a dos cuadras de la casa donde con otros periodistas
estuvimos esperando el inicio de la ofensiva. En el avión me habían advertido
que a las 5 de la tarde iba a comenzar la guerra, cosa que por supuesto no la
creí – hasta que utualito a esta hora empezó a temblar la colonia Laico.
Este día cambió la historia del país – y
ciertamente la mía. De repente me encontré en medio de una guerra, con balas y
muertos de verdad, una guerra que comencé a acompañar como observador, pero que
pronto me arrastró como un remolino en corrientes cruzadas de agua. Lo más
violento que había visto como reportero y fotógrafo habían sido manifestaciones
donde estudiantes y antimotines se agarraron a palos – pero el 11 de enero 1981
ya me tocó tomar fotos de muertos en combate, y de cadáveres que en sus manos
tenían naipes, los “calling cards” de un escuadrón de la muerte. Poco después
tomé la decisión de unirme a la guerrilla.
Cuando 11 años después pusimos fin a esta
guerra, decidí quedarme y ser partícipe de la reconstrucción del país y de su
tejido social. ¿Qué sentido tiene aguantar la guerra, si luego uno no disfruta
de la paz, de la libertad, de los retos que plantean?
Hoy, 38 años después, todavía me topo
(sobre todo en las redes sociales) con algunos que me niegan el derecho de
opinar y participar en la política del país en el cual he pasado una vida
entera luchando, trabajando, haciendo familia, educando a mis hijos, ejerciendo
mi oficio, debatiendo. Callate viejo, ni sos de aquí… Me dan risa. Muchas veces
no tienen ni la mitad de años de vivir en El Salvador que yo. Lo que se
construyó en la guerra y en la paz les parece un sistema obsoleto, poco cool,
nada sexy, deficiente, aburrido, lo mismo de siempre. Te dicen en la cara que
todas estas luchas no cambiaron nada, no lograron nada – y que Bukele tiene
razón de querer botar este sistema y refundar la Patria.
Pero esto no va a pasar. Somos demasiados
los que sí hemos vivido la guerra y aprendido sus lecciones. Somos demasiados
que nos recordamos de los tiempos cuando por una broma o una canción te podían
detener o incluso matar. Son demasiados también los jóvenes que, aunque hacen
uso de la libertad de criticar y protestar, no se compran el discurso anti
político y anti sistema – mucho menos de un hijo de papi, que nunca tuvo que
arriesgar nada en su vida.
Por
esto no me afligen los fanáticos. En 38 años he venido a conocer a mi gente. Joden,
pero no se dejan joder. Pueden dejarse engañar, pero no dos veces por los
mismos. Defienden lo conquistado.