lunes, 26 de septiembre de 2005

Por soberbio cayó, no por corrupto

En algún momento, cuando todo el mundo hablaba de la caída de Luis Cardenal, estuve a punto de dedicar una columna al caso. Iba a decir que me parecía exagerado el alboroto que se armaba sobre una licitación de 23 mil dólares, de la cual la empresa de Cardenal pudo haber devengado una ganancia de... ¿cuánto? ¿Dos o tres mil dólares? Iba a decir que me parecía correcto que el ministro Cardenal haya renunciado, ya que la ley es inequívoca prohibiendo a los miembros del gabinete participar en licitaciones donde se paga con fondos del estado. Pero también iba a decir que para mí lo de Cardenal no es un caso de corrupción, sino más bien de soberbia. Para mi quedaba limpia la reputación y honestidad del empresario Luis Cardenal, y con su renuncia quedaba resuelto el caso de un político demasiado soberbio para entender que él, aunque se considera demasiado aristocrático para caer en las tentaciones del enriquecimiento ilícito, también tiene que acatar la ley. Sobre todo él. Iba a escribir incluso que dejen en paz a un hombre que, aunque nunca me ha caído bien, merece respeto por su renuncia. Iba a decir que si realmente queremos investigar y combatir la corrupción y el enriquecimiento ilícito, no permitamos que armen un “escándalo Cardenal” para desviar la atención.

Eso fue hace algunos meses. Nunca escribí la columna, porque siempre había otros temas más urgentes. Y porque ya mucha –demasiada- tinta se había derrochado para un caso de poca relevancia.

Pero hoy sí hay que decir un par de cosas. Luis Cardenal ha ido a la contraofensiva. Uno pensaría que alguien que ha violado una ley (repito: no para enriquecerse sino simplemente por soberbia); quien a raíz de esto ha tenido que renunciar de su cargo de ministro de turismo; y quien por este gesto de dignidad ha recibido mucha simpatía y respaldo moral, habría aprendido un poco de humildad. Todo lo contrario. Luis Cardenal interpretó mal los gestos de solidaridad de mucha gente. Sólo lo hicieron más soberbio. Hoy se pone a la par del empresario religioso “Toby”, los dos exigiendo al presidente de la república explicaciones y disculpas por no haberlos apoyado incondicionalmente, cuando en los dos casos, por muy diferentes que hayan sido, eran obvias las violaciones a la ley y la actitud arrogante de sentirse encima de la ley. Y los dos atacando a los medios de comunicación que se habían atrevido exponer sus actos ilegales.
Pocas veces he visto más claramente manifiesta la arrogancia de clase (es decir, de ciertas familias que se sienten aristocracia criolla) que en las entrevistas que dio Luis Cardenal para su contraofensiva. Normalmente esa actitud se esconde detrás de un discurso políticamente correcto. Pero este hombre es tan prepotente que no siente necesidad ninguna de esconder su menosprecio a un régimen republicano que exige a los gobernantes acatar las leyes como cualquier otro ciudadano. Es obvio que Luis Cardenal se siente parte de una clase a la cual no se puede exigir que cumpla con reglas hechas para la plebe que de otra manera diera rienda suelta a su natural tendencia a robar.

Por eso dije desde el principio: El pecado de Cardenal no es el enriquecimiento ilícito vendiendo una cantidad ridícula de madera a un proyecto donde no debería haber licitado. Su pecado es la prepotencia y el menosprecio al régimen republicano donde la ley es para todos. Es por eso que los capitalinos no lo querían de alcalde. Es por eso, me imagino, que Elías Antonio Saca –un hombre del pueblo a la par de un miembro de la familia Cardenal-, no dudó un segundo en aceptar su renuncia.

Falta comentar el otro aspecto: el espectáculo impresionante de dos periódicos grandes que en los últimos días han dedicado varias de sus páginas al caso Cardenal. Para los que leen el Diario de Hoy (y le creen), la total inocencia de Luis Cardenal está comprobada y certificada por un informe de la Corte de Cuentas. Para los que piensan que se enteran de la verdad leyendo la Prensa Gráfica, el tal informe de los auditores es el primer paso para un juicio contra Luis Cardenal ante la Corte de Cuentas.

No sé si esta situación absurda es, como me dijo un colega periodista y columnista, parte “del berrinche entre los dos periódicos”, o si hay algo más importante y más preocupante escondido detrás. Algún ajuste de cuentas entre grupos de poder que inicialmente convergieron apoyando a Tony Saca. Mientras no sea visible y tangible, no vale la pena especular. Mejor nos quedemos con lo tangible: el empeño de uno de los periódicos, El Diario de Hoy, de comprobar la inocencia de Luis Cardenal – y el empeño igualmente forzado de la competencia, La Prensa Gráfica, de agrandar el caso, desde el principio.

Para comprobar la inocencia de Cardenal, el Diario está dispuesto a pagar un precio que a lo mejor no lo consideran alto: un artículo sobre el informe de la Corte de Cuentas escrito como si fuera una muestra para un manual de los principales pecados del periodismo, más una entrevista de cortesía al ex ministro Cardenal, más permitir a la esposa del ex ministro usar su columna para defender a su esposo. El artículo malinterpreta el informe, no cita fuentes diferentes, deja en la total confusión conceptos jurídicos, etc. En la entrevista no se hacen las preguntas obvias, casi obligatorias, reducen el arte de la entrevista periodística a dar a alguien oportunidad de decir lo que quiere decir.

Reitero, no sé si es un problema periodístico o un problema político expresándose en los dos periódicos que representan diferentes grupos de poder fáctico y diferentes corrientes ideológicas del poder político. Sea como sea, siempre plantea un serio problema de ética periodística.
Entonces, el “caso Cardenal” se volvió tal vez un “caso Corte de Cuentas” y seguramente un “caso Diario de Hoy y Prensa Gráfica”.

(Publicado en El Faro)