lunes, 11 de junio de 2007

El caso Lüers (de Federico Hernández Aguilar)

¿Dónde te escondes, VERDAD?
¿En mí? ¿En los otros? ¿En todos?
¿Apareces y te ausentas a partes iguales?

¿Para quién eres, VERDAD, “el pan nuestro de cada día”?



...

Es posible que las lecciones sean tantas que no alcancemos a verlas todas. También es posible que existan consecuencias más allá de las puramente periodísticas en un caso que por algunos ha sido calificado como un “ataque a la libertad de expresión” y que por otros ha sido convertido en un proceso de “justicia” contra la impunidad de cierto periodismo. Por lo tanto sé que no se tomará como un atrevimiento de mi parte si para llamar de alguna manera a este asunto utilizo el apellido del conocido columnista —sin duda el más polémico y entrañable de EL FARO— que lo ha provocado.

“El caso Lüers” remite a discusiones sobre el periodismo que podrían llevarnos hasta Bizancio. Para este servidor, más bien es conveniente observar que existe una clara intención, manifiesta en decenas de cartas enviadas a la sección correspondiente en EL FARO, de rechazar todo síntoma que huela a censura en nuestros medios de comunicación. Si algo benéfico hay que sacar del caso que nos ocupa, me quedo con la rotunda defensa de la libertad de expresión que los lectores de este periódico digital han exhibido, incluso cuando lo han hecho sin tomar en cuenta que esa misma libertad le da tanta razón a Carlos Dada como a Paolo Lüers. Trataré de explicarme más adelante.

No tengo el gusto de conocer a Ricardo Valencia, de “La Prensa Gráfica”, y no poseo la información necesaria para juzgar ese reportaje suyo que fue objeto de tantas lecturas encontradas. Como sea, cuando se tiene la conciencia tranquila y se valora la credibilidad del trabajo propio como una condición indispensable —y en el periodismo la credibilidad se pone a prueba todos los días—, la reacción de Valencia es la correcta y la esperable: defender lo que hizo.

Creo sinceramente que el periodista de LPG tiene la conciencia tranquila y que se reconoce exento de culpa. A eso me permitiré sumar la petición de respeto que hiciera a través de EL FARO Saúl Vaquerano, uno de los periodistas más éticos que he conocido y que dudo mucho hubiera aceptado convertirse, a sabiendas, en mensajero de ningún interés político o ideológico. Y aunque esta no pase de ser mi opinión personal, me atrevo a compartirla porque no me sentiré tranquilo sin declararme a favor de aquel periodismo que se atreve a reclamar respeto por su dignidad cuando la siente injustamente cuestionada. Volver sobre este punto no es ocioso en nuestros tiempos, dada la influencia que los medios de comunicación tienen sobre la sociedad y lo cómodo que es abandonar el camino de la permanente revisión crítica.

Está bien que tratemos de discutir dónde ponemos los límites a la opinión personal y bajo qué parámetros identificaremos que esos límites han sido traspasados. Lo curioso es que el mismo Paolo Lüers no pretende que coincidamos con su opinión sobre los canales utilizados por LPG para sacar a la luz un tema polémico de la guerra, pero sí quiere defender su derecho a decir que él tiene dudas al respecto, aunque haya recurrido a una afirmación temeraria —ni siquiera él sostiene, tajantemente, que no lo sea— para dejarlo claro.

¿Estamos ante un problema de formas periodísticas? Tal vez no. Paolo admite haber afirmado lo que afirmó. Es su alegato de fondo, sin embargo, el que merece la mayor consideración: ¿No debía decirlo así como lo dijo? ¿Por qué? ¿Quién debe definirlo? La respuesta a esta simple interrogante, que al columnista le ha llevado a abandonar EL FARO, es la que Carlos Dada ha expuesto en el artículo “Un debate intenso”, a saber: que a los medios les asiste el derecho de establecer las pautas mínimas para sus publicaciones, sean o no columnas de opinión.
¿Tiene razón Carlos? La tiene, desde luego. Los medios de comunicación que establecen estos derechos están en el deber de hacerlos valer cuando honestamente los creen vulnerados. Paolo se va de este periódico digital porque prefiere ser él quien responda por lo que sus artículos honestamente señalan. Y también tiene razón. La actual polémica no es, entonces, sobre el derecho a la libertad de expresión, sino en torno a la realidad, indiscutible, que esa libertad (como bien dice Carlos Dada) implica responsabilidad, y que hay grados de responsabilidad en una opinión (como bien dice Paolo Lüers) que no pueden ni deben ser compartidos por un medio. Ambas posturas defienden la libertad de expresión y, bien miradas, no son mutuamente excluyentes.

En un párrafo muy afortunado de su última COLUMNA TRANSVERSAL, es Paolo quien hace el balance más justo, tratando de evitar que los lectores de EL FARO —cuyas espontaneidades conoce de sobra— nos perdamos en fantasiosas cruzadas libertarias:

“Para mí, la libertad de expresión del autor es inseparable de la libertad de expresión del medio. El medio no tiene derecho a imponerme cómo escribir. Y yo no tengo derecho de imponerle al medio cómo escribo”.

El talante con que Paolo suspende su provocadora columna en EL FARO goza de mi simpatía. Es el amigo quien habla, sin traicionar las convicciones del periodista que siempre ha sido. Nos deja una lección muy útil de ecuanimidad, porque rechaza toda posibilidad de destrozar la credibilidad del medio que ha ayudado a construir.

Creo en la honestidad y en la ética de EL FARO como creo en las de Paolo. Por eso me cuesta aceptar que los caminos, en esta encrucijada, deban separarse de manera irremediable. Y como estoy convencido que Paolo Lüers era el polemista más brillante de EL FARO, no tengo reparos en admitir que con su salida perdemos todos los lectores de este periódico digital.
(Publicado en El Faro)