lunes, 4 de junio de 2007

Reportaje y sospecha (de Álvaro Rivera Larios)

Sí, posiblemente Paolo Luers se excedió en el planteamiento de sus ideas, pero su observación de fondo era razonable: el reportaje de Ricardo Valencia es parcial. Aunque sea un trabajo meritorio, no puede ofrecerse a los lectores como un sustituto de la investigación histórica. Su verdad, que la tiene, hay que examinarla cuidadosamente.

Las tesis de Paolo pueden sostenerse sin que haga falta recurrir ni a la intención del periodista ni a la de sus fuentes informativas. En estos casos, demostrar la intencionalidad (buena o mala) resulta difícil. Sí se puede aventurar las posibles consecuencias e interpretaciones que tendrá el reportaje. Nadie tiene por qué rasgarse la ropa si un articulista señala que el reportaje de Valencia le viene bien al discurso nacionalista de Arena y al deseo que tiene el PCS de confeccionarse una historia a su medida.

Al igual que la mercancía, los hechos nunca van solos al mercado de la noticia. Siempre los acompaña un marco interpretativo y unos criterios implícitos de oportunidad y valoración que es necesario “leer” de forma crítica. Ante un reportaje es lícito hacerse la pregunta sobre la naturaleza y los límites de su verdad. Preguntar si la interpretación que da de los hechos beneficia directa o indirectamente a un sector social determinado, no es simple ociosidad baldía. Las verdades en el mundo de la noticia, no por serlo dejan de obedecer (a veces) a un criterio de oportunidad, a un por qué, un para qué y un para quién. Nadie discute que pueda existir la información pura, pero sabemos que en la vida real algunas noticias, por variados condicionamientos, son de incierta pureza.

Como bien dice el filósofo británico Julian Baggini: Ahora somos más escépticos, tanto respecto de nuestros gobiernos como de nuestros medios de comunicación. Ya no confiamos en que alguno de ellos nos presente la verdad. Masticamos una y otra vez lo que nos dicen antes que tragarlo todo de una vez. En resumen, el público es mucho menos ingenuo de lo que solía ser. (Julian Baggini, Más allá de la noticia, Ediciones Cátedra). Habría que precisar hasta dónde es lícito ser ingenuo y hasta dónde procede llevar la sospecha. Ser crédulo no es bueno en un mundo donde las palabras pueden torcer o magnificar los datos, al mismo tiempo que tratan de influir en nuestras valoraciones. Manejar la sospecha sin criterio también es arriesgado porque incluso ahí donde los hechos se deforman pueden haber rastros valiosos de lo cierto.

No podemos sostener la teoría maniquea de que todos los periodistas están teledirigidos. Pero tampoco es malo recordar que a veces “una persona no sabe para quien trabaja” y tampoco es malo recordar que los periódicos tienen una línea editorial y una agenda informativa que no siempre se hayan a salvo de orientaciones ideológicas.

La sospecha, como forma de lectura, es el mecanismo de defensa que tiene el público para impedir que le vendan gato por liebre. El periodismo, como cualquier otro discurso con pretensiones de veracidad, debe someterse a la mirada crítica del lector y más cuando sabemos que no todos los reportajes son inocentes.

La guerra de Iraq ha suscitado un debate filosófico sobre las problemáticas relaciones entre periodismo y verdad o entre periodismo y propaganda.

Hay un claro posicionamiento ideológico en el trato informativo y editorial que cierta prensa le da al principal grupo de la oposición en nuestro país. Y dicha prensa es libre de asumirlo. El problema surge cuando los enfoques parciales e interesados se venden como una noticia neutra.
Demostrar ese enfoque interesado no es fácil porque el periodismo moderno oculta las huellas evidentes de su posicionamiento ideológico. Hay que buscarlo en las mayúsculas, en la elección de los adjetivos, en la preferencia por ciertas palabras y no otras (no es lo mismo escribir muchedumbre que poner turba, por ejemplo). El ideario hay que buscarlo en la forma que tiene el periódico de interpretar/ narrar las principales noticias, en los rostros a los que otorga con más frecuencia primeros planos y en la valoración positiva o negativa que les atribuye con más insistencia. También en aquellas historias que minimiza o calla, puede descubrirse la tendencia de un medio. Su línea hay que rastrearla, de igual forma, en la docilidad con que acepta la versión de las fuentes gubernamentales o en la importancia que les asigna en la estructuración formal de la noticia. Y ahí están las fotos que se “seleccionan” y los pies de foto y los grandes titulares.

Dicha agenda, aunque sea difusa, tiene unos lineamientos básicos que no dependen siempre de la buena o la mala intención de los periodistas. Las estrategias comunicativas del medio y su filosofía de la información no las determinan las orientaciones de sentido particulares.

El partido gubernamental, como cualquier otro, tiene una política de trato con los medios informativos. El poder sabe cómo influyen radio, televisión y prensa en los avatares y el perfil de la opinión pública.

No es extraño, pues, que una de las batallas de la pugna por el poder se libre en el seno de la opinión pública. Lenin sabía que veinte comunistas locos no eran nada si carecían de un periódico de proyección estatal.

Vistas las cosas así ¿Por qué no íbamos a examinar del derecho y el revés un reportaje como el de Ricardo Valencia? ¿Por qué no íbamos a interpretarlo a la luz del contexto? ¿Por qué no íbamos a señalar sus carencias? Está bien escrito, desde luego, pero eso en el periodismo es sólo la mitad de la vida. Está bien escrito, desde luego, y es muy profesional, pero eso, a la luz de las verdades complejas, también es sólo la mitad de la vida.

Decir que es un fragmento, y un fragmento que le puede venir bien al PCS y al partido gubernamental, no es hablar de intenciones, sino de consecuencias ideológicas. Y que no se resienta Ricardo por la sospecha, que no va dirigida contra él, ni dirigida contra nadie. La sospecha es el mecanismo de defensa que tienen los ciudadanos en una democracia, el mecanismo que los vacuna contra toda posible manipulación del lenguaje y que los lleva a leer entre líneas para separar el trigo real de la paja aparente. Y todo esto, obviamente, no es un asunto personal ni de buenas o de malas intenciones.

PD/ Un fuerte abrazo a Paolo Luers.
(Publicado en El Faro)