lunes, 29 de noviembre de 2004

Detrás del mito, ¿la verdad?

Cuando salieron las primeras entregas de la serie de Geovani Galeas sobre el mayor Roberto d'Aubuisson, me empezaron a hablar amigos y colegas urgiéndome que escribiera sobre el tema. Hace falta que alguien analice bien el texto de Galeas, me dijeron todos, para poner en evidencia que ahí se trata de un trabajo de encomienda, no una investigación periodística; para mostrar que el autor, valiéndose de su pasado por la izquierda, se ofrece a limpiarle la cara al fundador de ARENA.

Yo no les hice caso. Tampoco me gustaba la reconstrucción de la historia, pero no me sentí ofendido ni motivado a corregirla. Más bien, me pregunté: ¿Por qué no se meten ellos mismos a la arena si quieren pelear con Geovani Galeas, con el fantasma de d'Aubuisson o con La Prensa Gráfica? Incluí el asunto en una mi columna sobre columnas que no voy a escribir. Y punto, pensaba yo.

Sin embargo, por más que avanzaba el relato a entregas, me pasaban dos cosas al mismo tiempo: con cada entrega, menos me gustaba el trabajo de Geovani; pero aun más me comenzó a chocar la reacción histérica de mis amigos en la izquierda y en los medios. Por donde se veía a tres izquierdosos o a tres periodistas juntos, se escuchaba puteadas a Geovani Galeas: traidor, mercenario, distorsionador de nuestra historia, lameculo de ARENA, etc.

Me doy cuenta que lo que se expresa aquí por parte de varios de los críticos de Geovani Galeas es una cosa que va mucho más allá de la crítica a la selección y valoración de fuentes, testimonios y hechos, hechas por Geovani. La reacción tan histérica es contra el atrevimiento de poner en cuestión uno de aquellos mitos que en la izquierda salvadoreña hemos creado en el contexto de la guerra y que después muchos empezamos a confundir con la verdad. En este caso, el mito del mayor d'Aubuisson. Aquí están diciendo que no es legítimo abrir un caso supuestamente ya cerrado y poner en duda lo que muchos consideran verdad comprobada: la responsabilidad histórica de Roberto d'Aubuisson como creador y líder de los escuadrones de la muerte y como arquitecto de la represión en los años más sangrientos entre 1979 y 1982.

Resulta que yo no soy partidario de seguir viviendo con mitos convertidos en verdades incuestionables. Repito en público lo dicho en incontables conversaciones: bien o mal hecho (yo digo más bien mal), lo valioso que hizo Geovani es precisamente haber vuelto a abrir el caso, es precisamente haber vuelto a formular la pregunta del millón: ¿Quiénes estaban realmente detrás de los miles de asesinatos y desapariciones? ¿Quiénes estaban realmente detrás de los escuadrones de la muerte? ¿El gobierno, la junta, el estado mayor, la oligarquía, la democracia cristiana de Duarte, los gringos, o un grupo de asesinos freelance bajo el mando de Roberto d'Aubuisson?

Ahora que Geovani Galeas ha vuelto a poner sobre la mesa estas interrogantes, me pregunto: ¿Cómo es posible que nadie lo haya hecho antes?

Para la CIA, la democracia cristiana y los coroneles García, Vides Casanova y compañía, tiene que haber sido bien cómodo el hecho que todo el mundo señalara a d'Aubuisson como el máximo responsable de los escuadrones. Mejor tener como responsable a un ex-militar que a los militares de alta y al mando de la institución. Mejor tener como responsable de los asesinatos a un ex-militar perseguido por Washington que a los receptores de la ayuda militar norteamericana. Mejor tener como responsable a un enemigo de la democracia cristiana que a los coroneles socios de Duarte. Mejor hablar de escuadrones de la muerte al mando de un ultraderechista que actúa a cuenta propia o a cuenta de los oligarcas de Miami que hablar de los escuadrones de la muerte de la Guardia, de la Primera Brigada, de la Policía de Hacienda y de la Policía Nacional.

Yo no tengo elementos para adjudicar responsabilidades concretas sobre los miles de asesinatos. Personalmente estoy convencido que el mayor d'Aubuisson y su grupo que luego fundaran ARENA cargan con una buena parte de la responsabilidad. Todas las investigaciones que hasta ahora han sido presentadas –incluyendo el informe de la Comisión de la Verdad y el reciente juicio en California a un oficial estrechamente vinculado a d'Aubuisson - apuntan en esta dirección.

La verdadera relación y división de trabajo entre los escuadrones “privados” y los escuadrones compuestos o dirigidos por militares aun no han sido investigadas. Es incomprensible que muchos que hablan a nombre de las víctimas se resistan tanto en reconocer que el mito de Roberto d'Aubuisson como responsable de los escuadrones requiere de investigación, contexto, y posiblemente revisión.

Me recuerdo que cuando me encontré con el director de cine Oliver Stone, para solicitarle apoyo a la causa revolucionaria salvadoreña, me preguntó: ¿Qué te pareció mi película “El Salvador”? Me sentí en una situación sumamente difícil y delicada, pero decidí no mentirle. Le dije que me había chocado el hecho que la película pinta al jefe de los escuadrones de la muerte, quien ordenó la muerte de Monseñor Romero, como un loco, un sadista psicópata. Por supuesto, Oliver Stone no me dio ni un cinco, sólo me dijo: “...y yo pensaba que ustedes eran de izquierda...”

Obviamente, ser de izquierda no puede significar imaginarse a los responsables de la represión como un grupo de locos. Más bien espero de la izquierda un análisis muy frío del carácter institucional de la violencia. Nunca concebí la revolución como la erradicación de unos grupos enloquecidos de asesinos, sino como la erradicación de la violencia institucional y la transformación del estado autoritario y represivo en estado de derecho. Y esto lo hemos logrado con los Acuerdos de Paz. (Publicado en El Faro)