sábado, 11 de febrero de 2006

Apostar a la creatividad

Traté de provocar un debate sobre el modelo de turismo que buscamos para El Salvador, pero talvez no me expliqué bien. A mi pregunta un poco simplista: “¿Cancún ó Panajachel?”, los panelistas o no respondieron o dijeron: ambos.

Sigo insistiendo en mi pregunta porque creo que es necesario ponerse de acuerdo sobre la visión que se tiene del paraíso turístico antes de empezar a construirlo.

En el debate sobre turismo y desarrollo documentado en estas páginas, se habla de sinergia entre megaproyectos y empresas pequeñas. Se dice que el megaproyecto millonario es el detonante, y alrededor de él se provoca el desarrollo de toda una gama de servicios turísticos que dan servicio a los miles de turistas que vienen a los grandes hoteles.
Esto puede ser muy cierto, pero reducir la “sinergia” entre los megaproyectos y las miles de flores en el jardín turístico a este modelo de un hotel grande con un montón de satélites que den servicio a los clientes atraídos por el hotel, queda muy corto porque reduce a las empresas pequeñas a una función complementaria. En esta visión, todas las empresas turísticas pequeñas, las empresas familiares como restaurantes, bares, cafés, boutiques, tiendas de artesanías, microbuses de excursión, tours de lancha o en caballo, escuela de veleros, alquileres de cajucos, rafting y otras excursiones de aventura, escuelas de idioma… son secundarias, complementarias para los megaproyectos: grandes hoteles, centros de convenciones, vacaciones “all inclusive”.
No será así. Ni es realista ni es deseable que sea así. Para ver que no es realista sólo hay que analizar la historia y la estructura del turismo en los dos países vecinos que tienen más éxito en este campo: Costa Rica y Guatemala. Centros de gran atractivo turístico como el Lago de Atitlán y Antigua Guatemala no tuvieron, como detonante y como ancla principal, grandes megaproyectos turísticos. Se desarrollaron como rompecabezas de un montón de proyectos pequeños, destacados no por su tamaño y el monto de inversión, sino por su creatividad, su espíritu emprendedor, si originalidad y autenticidad. El éxito de los hostales, cafés y talleres de artesanía que atraían a un constante flujo de turistas individuales o de pequeños grupos –turistas que están cansados de pasar vacaciones en megaproyectos, porque al final ya no importa si estás en la Costa Brava española, en Cancún, en la Riviera Italiana o en Tailandia- atrajo, como segundo paso, a algunos hoteles grandes. En Antigua y en Panajachel es visible que el atractivo especial de estos destinos turísticos reside en la multiplicidad de las empresas pequeñas, no en los grandes hoteles. Los cientos de ofertas de pequeños hoteles, bares y restaurantes y talleres no son la oferta complementaria, sino la primaria, la importante.
Algo parecido ha pasado con el desarrollo turístico en el Petén, en Río Dulce o en Costa Rica. Donde Centroamérica ha sido exitoso en el mundo del turismo, lo ha sido gracias a las ofertas únicas, auténticas de pequeñas empresas. Los megaproyectos han sido secundarios.
El Salvador no es la excepción. Donde vemos éxitos, vienen por esta misma ruta: Suchitoto, Apaneca-Ataco, Perquín –con sus infraestructuras modestas pero creativas, auténticas, todas en manos de empresas familiares- han hecho más para crear una marca país El Salvador que el Decamerón o los hoteles de la Costa del Sol que en poco o nada se distingue de los megaproyectos turísticos en cualquier playa del mundo.

No estoy diciendo que no hay que seguir atrayendo inversiones grandes, que no hay que incentivar la construcción de centros de convención y hoteles grandes. Claro que sí. Otra cosa es pensar que esta tiene que ser nuestra principal apuesta, concentrar todos los incentivos y toda la inversión que hace el Estado en este rubro y relegar a todo el resto –entre esto a los pioneros que han puesto a El Salvador en el mapa del turismo- a jugar roles complementarias y sin ningún apoyo concreto por parte del Estado.

Tendría que ser al revés. Apostar a los proyectos turísticos que más son idóneos para enamorar a la gente de El Salvador, para crear una marca El Salvador inconfundible con otros destinos. Si esto es exitoso, las cadenas hoteleras se dan cuenta y vienen en la cola de un sólido turismo nacional, regional e individual.

No hay que esperar a los detonantes que vienen desde afuera. Con una política adecuada que asegure que la creatividad, autenticidad y el espíritu emprendedor de nuestras pequeñas y medianas empresas turísticas tengan apoyo consistente por parte del gobierno, del sistema financiero, de la policía, de las alcaldías, se dispararán cientos de detonantes, con la ventaja de ya estar desplegados en el territorio nacional, no sólo en la capital y algunas playas; y con la otra ventaja que ya se han fogueado creando y desarrollando al turismo nacional.

Lo más conveniente es tener una industria turística cuya capacidad de atraer turistas internacionales nace de su éxito y fogueo en el campo nacional. Los turistas que Centroamérica puede atraer con más facilidad no son visitantes que quieren estar en guetos –por más que sean de cinco estrellas-, sino que quieren compartir con turistas nacionales y regionales. No buscan un “all-inclusive” que se parece exactamente al “all-inclusive” del año anterior en Las Bahamas. No quieren comer los tres tiempos en un hotel que cocina igual que otros hoteles de la misma cadena en otras playas de otros países, quieren salir a comer en los restaurantes que atraen a los salvadoreños.

Que también vienen otros turistas que buscan otro tipo de vacación más estandardizado, es cierto. Bienvenidos sean. Pero no creo que ahí esté la apuesta principal.

El ministerio de turismo ha hecho el primer paso: poner el turismo en la agenda nacional. Absolutamente necesario. El segundo debería ser corregir inmediatamente la política de incentivos, apostando a un desarrollo acelerado de la infraestructura ya existente: ampliarla, calificarla, mejorarla, diversificarla. Pero sin pretender sustituirla por otra más grande. Sin pretender convertir lo que ha sido la punta de lanza –y el mayor atractivo- en apéndice complementario a megaproyectos internacionales.

Apostemos a la creatividad. A lo aventado. A lo auténtico. A lo atrevido. A la diversidad. A una sinergia horizontal, no a una sinergia vertical donde mandan consorcios internacionales. Por lo menos diseñemos una política de turismo de dos carriles que no privilegie un modelo sobre el otro. Que no vea unos como complementarios de otros. Busquemos la sana competencia y sinergia entre enfoques diferentes.
(Publicado en encuentroselfaro.net)