lunes, 20 de febrero de 2006

Guerra cultural, no entre culturas

Solicité al Faro que publicara las caricaturas danesas sobre Mahoma que han causado manifestaciones, quemas de embajadas, docenas de muertos, editores encarcelados en los países musulmanes, llamados públicos a asesinar a los caricaturistas. (Momento, ¿realmente son las caricaturas que han causado todo esto? No aceptemos esto de antemano...)

Quería verlas publicadas. Porque, ¿cómo vamos a debatir sobre algo que nadie conoce? El Faro decidió no publicar las caricaturas. Error. Escuché varias razones, ninguna –para mí- aceptable. Por ejemplo, que las caricaturas fueron publicadas, por el periódico danés, sólo con la intención de provocar... ¿Y qué? ¿Quién dice que es ilegítimo que un periódico quiera provocar? Quítele al caricaturista las ganas de joder, ¿y qué queda? ¿Quién va a decidir sobre lo legítimo de las intenciones que lleva a un medio a publicar una caricatura, una columna, un reportaje? ¿Una comisión estatal? ¿Una comisión interconfesional con participación y derecho a veto de un obispo católico, un ayatola y un diputado de un partido comunista de corte ortodoxa?

Otro argumento era que reproducir las caricaturas sólo echaría más leña al fuego; que ya hay varios muertos, mejor no provocar más... No seamos ingenuos: El combustible de las acciones de ira colectiva y violenta contra las embajadas de varios países (acusados de haber “permitido” la reproducción de las caricaturas de Mahoma) no es la publicación de las caricaturas. Los miles de enfurecidos musulmanes ni siquiera las han visto. Sus autoridades político-religiosas les han dicho que sus sentimientos religiosos han sido ofendidos. El combustible de esta violencia provee los movimientos fundamentalistas y algunos gobiernos islamistas. Necesitan la permanente movilización, el fanatismo colectivo pare mantener su poder y su control autoritario sobre sus pueblos.

Ningún periódico salvadoreño publicó las caricaturas –tampoco El Faro que existe precisamente para llenar los vacíos que censura y autocensura dejan en los medios tradicionales. Pero todos publicaron las noticias y comentarios sobre el relajo que causaron – o más bien, sobre el caos y la violencia que provocaron los movimientos islamistas fundamentalistas. Un fenómeno interesante: todos los medios llegaron a la misma decisión. Desde El Diario de Hoy hasta El Faro. Desde el punto de vista editorial, un absurdo. A menos que reconozcamos la “ley” islámica. O sea, el derecho de una religión (y mañana de otra) de imponer a todos los demás sus normas religiosas, sus prohibiciones, sus “leyes”. Imponer vía amenaza de muerte. Pregunten al escritor Salman Rushdi lo que significa vivir bajo la condena de muerte expresada públicamente por “autoridades” islámicas... O a los editores de un periódico argelino que están presos por haber publicado las caricaturas para facilitar a los creyentes musulmanes argelinos la posibilidad de decidir ellos mismos si han sido ofendidos...

Coincido con Tayip Erdogan y José Luis Rodríguez Zapatero –los jefes de gobierno de Turquía y España- quienes hacen un llamado conjunto a la cordura y la tolerancia (vea El Faro del 13 de febrero). Un intento muy loable de dos estadistas comprometidos en la lucha contra los diferentes fundamentalismos que se articulan en sus respectivos países y religiones. Lo que Erdogan y Zapatero no dicen: No estamos frente a un conflicto entre culturas (oriental contra occidental) o religiones (Islam o Cristianismo). Estamos frente a una guerra cultural, pero entre la cultura cerrada del fundamentalismo y la cultura abierta de la tolerancia. Este conflicto existe dentro de casi todas las culturas, todas las religiones, todas las ideologías políticas. Así como hay fundamentalistas islámicos, hay musulmanes tolerantes que los confrontan, abiertos a la modernidad y el pluralismo. Hay fundamentalistas judíos en permanente y violento conflicto con los judíos liberales. En las Américas existe una lucha entre evangélicos fundamentalistas contra protestantes progresistas. Lo mismo pasa en la Iglesia Católica.

La misma batalla cultural existe dentro de la mayoría de los movimientos políticos. En los partidos comunistas y movimientos anarquistas siempre han habido fundamentalistas que quieren convertir estos movimientos en sectas, no pocas veces por la fuerza, con amenazas, asesinatos, eliminación física del disidente. La derecha política no es exenta de esta dualidad, a veces violenta, entre conservadores y liberales.

Donde primero chocan los fundamentalistas –del color político o religioso que sean- es contra la libertad de expresión. La libertad de expresión, ejercida por intelectuales, artistas, académicos, periodistas, disidentes, es la enemiga principal del fundamentalismo. De toda clase de fundamentalismo. El fundamentalismo religioso o político no tolera disidencia ni crítica, mucho menos la crítica satírica, la burla, la caricatura irreverente. No puede haber periódicos satíricos en estados dominados por fundamentalistas, ni en Irán, ni en Corea del Norte, ni en el hipotético Estado de Israel del que sueñan los ultras religiosos.

Regresando a las caricaturas danesas (que, dicho sea de paso, no son gran cosa): No importa si son o no de mal gusto. No importa incluso si hay grupos que de verdad se sienten ofendidos. No importa si las caricaturas constituyen violaciones a las “leyes” religiosas del Islam. Las normas, prohibiciones, mandatos religiosos sólo pueden tener vigencia para quienes voluntariamente los adopten y se sometan a ellos. Convertirlas en leyes estatales, ya es una aberración, la cual muchos ciudadanos y movimientos políticos laicos de los países musulmanes rechazan. Querer aplicar estas “leyes” al resto del mundo, constituye una arrogancia inaceptable.

¿Qué razón podríamos tener para condonar el intento de los fundamentalistas de imponer sus criterios, su moral, sus “leyes”? Ninguna. Por lo contrario: hay que combatir los fundamentalismos de todos los colores. En casa y en el mundo. Un arma efectivo es el humor, el irrespeto, la sátira. Al intento de exigir –vía amenaza, chantaje, violencia- respeto a normas religiosas que no son mías, yo contesto con irrespeto.

Ahora atacan la embajada alemana en Teherán, porque un caricaturista publicó en un periódico de Berlin una caricatura que ofende a los iraníes. El artista, para criticar la decisión del gobierno alemán de utilizar la fuerza militar para mantener la seguridad del Mundial Alemania 2006, dibujó una caricatura que muestra al equipo alemán vestido de uniforme militar y armado de fusiles; y al equipo iraní armado de cinturones de explosivos. Puede ser que fue de mal gusto. ¿Y qué? Ahora, el gobierno islámico en Irán exige al gobierno alemán que sancione al caricaturista. ¿Vamos a aceptar que las caricaturas y sus contenidos –o el buen gusto- sean asuntos de competencia de los gobiernos?

De paso sea dicho: el artista alemán recibió amenazas de muerte y tuvo que esconderse. Ojalá que a ningún editor o político alemán se le ocurra pedir perdón al gobierno en Teherán que tiene a cientos de creyentes musulmanes en la cárcel, por el delito de querer un Estado laico, con libertad de expresión, con tolerancia religiosa, sin imposiciones religiosas.

PD: Nunca es tarde: Sostengo la solicitud que El Faro publique las caricaturas.
(Publicado en El Faro)