lunes, 20 de noviembre de 2006

Enfermedades no se curan con promesas, ni con buenas intenciones

Al fin el señor Boris Eserski, el don de la televisión nacional (y de mucho más), hizo lo que nadie se hubiera imaginado: una autocrítica pública –aunque no explícita-, confesando que sus noticieros, durante años, han irrespetado la dignidad de las víctimas de la delincuencia; que tampoco han respetado la presunción de inocencia que la Constitución garantiza a cualquier detenido o acusado del crimen que sea; que han sido sensacionalistas; que han magnificado los crímenes; que han transmitido operativos policiales como si fueran espectáculos o escenas de Miami Vice; que han marginado o callado los temas de prevención y reinserción….

Más sorprendente aun: Los dueños y directores de la Prensa Gráfica, de El Mundo, de CoLatino, de los canales 33, 12 y 21 han suscrito la misma autocrítica. Tan contagiante ha sido el arrepentimiento colectivo de los más poderosos de los medios salvadoreños que hasta los que casi no han pecado se unieron al coro. Sólo El Diario de Hoy no quiso suscribir el manifiesto de mea culpa, pero expresó su manifiesto de no cometer los pecados que no reconoce haber cometido.

El manifiesto “Medios por una cultura de paz” -resultado de una iniciativa de TCS y suscrito por casi todos los medios informativos salvadoreños- se lee como el catálogo de pecados de TCS. Bueno, no sólo de TCS, sino igualmente del periódico Más y su papá, El Diario de Hoy, y –en menor escala- de los demás medios. Pecados que durante años han sido señalados por analistas y periodistas – sin ninguna reacción de parte de los medios y sus ejecutivos. Con una excepción: La Prensa Gráfica, que el año pasado salió con la célebre edición en blanco y negro y con el compromiso de desarrollar un tratamiento periodístico más responsable de la violencia.

Una vez que don Boris, sus ejecutivos y sus homólogos tenían estos raros momentos de reflexión, autocrítica y sinceridad, aprovecharon a hacer un reconocimiento especial a El Faro, su competidor digital. El hecho que a nadie se le ocurrió a invitar a El Faro al confesionario colectivo y a suscribir el manifiesto en el cual se comprometen a ser responsables en vez de seguir actuando de manera irresponsable, constituye el reconocimiento tácito que El Faro respeta la dignidad, no convierte crímenes y operativos policiales en espectáculos, respeta la presunción de inocencia, critica al gobierno por la falta de información confiable sobre la delincuencia - y sobre todo, que tiene ratos de “crear conciencia en las autoridades y en la población de que la seguridad pública es un tema de nación”. Gracias.

Mucha gente ha dicho: ¿Acaso no es positivo que los medios se comprometan públicamente con principios tan indiscutibles como la dignidad de las víctimas, la presunción de inocencia de los acusados y la negativa al morbo? Bueno, es tan positivo que es un manifiesto donde todos nosotros reafirmemos que no vamos a violar las leyes.

Varios de los 11 puntos suscritos por los dueños y los directores de nuestros principales medios son precisamente normas universalmente reconocidas de nuestra profesión. Pero los que ahora los convierten en manifiesto, siempre se han negado a suscribir el código de ética profesional propuesto por la Asociación de Periodistas de El Salvador, que contiene estos principios y otros más, aun no reconocidos por nuestros medios.

Veamos los principales puntos de la declaración “Medios por una cultura de paz”, una por una: (1) “No mostrar cadáveres ni escenas de sangre”. Esto es caer de un extremo al otro: Durante años nos asaltan con un exceso de imágenes sangrientas – y ahora los quieren eliminar del todo. Hay un criterio de responsabilidad y otro de derecho de información. Los periodistas tenemos que saber evaluar, definir prioridades, caso por caso, dependiendo de las circunstancias, del contexto. Puede ser irresponsable mostrar ciertas imágenes - y puede ser irresponsable no mostrarlas, en otras situaciones. La clave es responsabilidad. Lo mismo aplica a la norma (5): “No mostrar imágenes que correspondan a la simbología de las pandillas.” Tampoco suscribiría esta norma. Es cierto que no hay que hacerle eco al exhibicionismo de los mareros, a su afán de marcar territorio pero puede haber muchos contextos donde es conveniente, legítimo, necesario reproducir imágenes que contienen los grafitis, tatuajes, etc. Nuevamente, la responsabilidad y la priorización de valores conflictivos no se pueden sustituir con reglas fijas.

Otra cosa son la norma (2) que dice: “Tratar con respeto la dignidad de las víctimas y sus familias” y la norma (8): “Respetar la presunción de inocencia”. Estas son normas que no permiten excepción ninguna. Y son las normas que más sistemáticamente han sido violadas por muchas de las empresas mediáticas que hoy suscriben el manifiesto. Y que sea claro: No han sido violadas por falta de mecanismo de control a los periodistas, sino que violarlas ha sido política definida de las empresas, impuesta de arriba para abajo.

Dicho sea de paso, me estaba preguntando si las buenas intenciones y el compromiso público con una nueva ética mediática incluiría una práctica de nuestros medios que siempre me ha chocado de sobremanera: acudir a las citas de la PNC o la fiscalía y tomar –y después difundir- las imágenes de los detenidos en exhibición forzada. He visto como ante las cámaras de televisión y prensa los agentes jalan a los detenidos del pelo hasta que muestren sus caras. Este tipo de fotos ningún medio debería tomarlas, mucho menos publicarlas. Obviamente, la nueva ética mediática no llega hasta ésto, porque se siguen publicando estas fotos de exhibición forzosa de detenidos (en La Prensa Gráfica del sábado 18 de noviembre hay una), sólo que ahora se cuidan que no salgan los tatuajes y las señas de dedos, para no violar el mandamiento quinto que no permite imágenes que corresponden a la simbología de los pandilleros, pero sí permite imágenes de exhibición forzosa. ¿Y el octavo mandamiento de los dones? ¿Y la presunción de inocencia?
La norma (3) es una de las más interesantes: “La cobertura periodística no magnificará los crímenes violentos y evitará el morbo, el sensacionalismo y la espectacularización del accionar policial.” Nada de Rambos botando puertas ante las cámaras de televisión – que están casualmente en el sitio y lugar de un cateo. Nunca más tomas del director de la PNC vestido de comando. Esto para matar esto de la “espectacularización” - ¡qué palabrota! Espero que la haya aportado uno de los administradores de medios, no un periodista.

¿Y el morbo? Según la Real Academia Española esta palabra tiene tres aceptaciones: “enfermedad”, “interés malsano por personas o cosas”, y “atracción hacia acontecimientos desagradables”. El denominador común es que es enfermizo. Pero las enfermedades no se curan con promesas, ni siquiera con buenas intenciones. El antídoto al morbo es análisis, contexto, investigación, reflexión. Lo que más brilla por su ausencia en nuestros medios.

Nos queda lo de la magnificación del crimen. Disculpen, señores Eserski, Dutriz, Altamirano: no es un problema de magnificación. De la misma manera que ustedes tienden a magnificar los crímenes que emanan de los sectores marginados, minimizan los crímenes que emanan de las clases altas: corrupción, narcotráfico, lavado de dinero mal habido y fraude bancario. Ustedes tienen políticas bien definidas de magnificación y de minimización, según la conveniencia. Hasta el extremo que el hecho de que en la vecina Honduras existe una investigación y órdenes de captura contra los directores del Banco Cuscatlán, simplemente no encontró mención en la mayor parte de los medios que suscriben la nueva ética periodística. Mientras el problema de la isla del Conejo, absolutamente insignificante, lo hacen parecer crisis internacional.

No se trata de magnificación ni minimización, sino de la justa dimensión. Otra vez: Esto sólo es posible mediante el enfoque crítico, el análisis, la investigación y la puesta de las noticias en su contexto. No hay regla. No hay válvula que se puede abrir y cerrar. No hay dosificación.

El más sorprendente de los mandamientos es el número (4): “No hacer apología del delito.” Que yo sepa, aquí los únicos delitos que reciben apología en los medios son los de cuello blanco y corrupción gubernamental. Entonces, si los dueños de los medios incluyen, en sus mandamientos, un punto explícito para erradicar la apología del delito, sólo a estos delitos se pueden referir. Esto sí es positivo. Esto sí es avance. Felicitaciones.

Porque nunca he visto –por lo menos no en los medios grandes- apología a los delitos que cometen mareros. ¿O será que con “apología” se refieren a los pocos intentos serios de analizar los orígenes de esta forma de violencia? ¿Querrán decir que ya nadie se moleste –o atreva- de profundizar estos análisis?

El mandamiento (7) no lo entiendo. Parece que ellos mismos tampoco. En la versión completa del manifiesto, reproducida por La Prensa Gráfica, dice así: “Espacios de expresión para el público. Los lectores, radioescuchas, y televidentes podrán participar desde los medios con sus inquietudes y sugerencias.” En el comunicado que publicado con los logotipos de todos los medios participantes hay otra versión: “Abrir espacio de opinión o investigación para promover y cuidar la salud mental de la familia frente a la delincuencia.” Son dos cosas diferentes. ¿O quieren decir que los espacios de participación del público tienen una función terapeutica?

Además hay algunos mandamientos que nada tienen que ver con normas de tratamiento periodístico de la violencia, sino con una propuesta de agenda temática. Por ejemplo (6) “Promover contenidos positivos e historias de éxito en la prevención y la rehabilitación.” De acuerdo, siempre lo positivo es más agradable. Siempre cuando la promoción de los contenidos positivos –combinado con la no magnificación de la violencia- no sirve para salvarle la cara a un gobierno que ha fallado en priorizar las políticas que producen noticias positivas y a combatir las realidades que producen noticias de violencia. Conociendo la trayectoria de algunos de los medios firmantes –los más grandes-, no parece descabellada esta sospecha. Todos sabemos: las malas noticias son malas para la inversión y el turismo – y para futuras elecciones.

Como ciudadano, quiero ser informado de todo lo que afecta la seguridad ciudadana, o sea la mía, de mi familia, de mi comunidad. Sin filtros. Sin dosificación. Sin editores que reciben líneas editoriales de magnificación de unas y minimización de otras noticias. En este sentido, tengo que contradecir, por primera vez, a mi amiga y colega Sandra de Barraza quien enfáticamente apoya a la iniciativa de los medios. Sandra escribe en su columna del 17 de noviembre: “Exigimos que no se oculte la verdad, pero es necesario dosificar y balancear…” No, Sandra, lo que necesitamos no es dosificación. El balance tiene que salir de la verdad y toda la verdad, puesta en su contexto, presentada con responsabilidad y valor. ¿Y de qué balance estamos hablando? Los periodistas no podemos establecer, por voluntad nuestra o de nuestros dones, equilibrios entre lo negativo y lo positivo donde el balance real es negativo.

Todos anhelamos una sociedad donde haya balance, armonía, paz. Pero esto hay que construir en la realidad, no en la percepción.

En conclusión: las buenas intenciones nunca hacen daño. A menos que sirven para esconder malas intenciones. Este periodista, para curarse en salud, toma el manifiesto de los dones de la comunicación como autocrítica a sus pecados, como rectificación de sus políticas equivocadas. El resto hay que observarlo. Críticamente.
(Publicado en El Faro)