lunes, 15 de enero de 2007

Paz social – no, gracias

Alguien se inventó un término nuevo y lo puso en la agenda nacional. De repente todo el mundo habla de “paz social”. Nadie pregunta qué es. Como nadie lo define, surge la duda: ¿Estarán todos hablando de lo mismo? ¿Será uno de estos términos indefinidos que sirven para aparentar unidad, por lo menos una vez al año?

Tengo la impresión de que no están hablando de lo mismo. Unos hablan de “paz social” como superación de lo que ellos llaman “violencia social”. Yo nunca he entendido bien esta distinción entre “violencia delincuencial” y “violencia social”, la última siendo la intrafamiliar, la de género, la de los bolos, la de los bailes que terminan con machetazos. La otra siendo la violencia que emplean los criminales con fines de lucro. Entonces, bajo esta lógica, un señor que mata a su esposa a golpes, no es delincuente, pero un bicho que empuja a una señora para robarle un celular, sí es criminal…

Hace pocos años, las maras se concibieron como “violencia social”, hasta que fueran ascendidos de categoría, primero por Francisco Flores a enemigos del estado y recientemente, por René Figueroa, a “crimen organizado” y “mafia”. Igual como nunca voy a entender la distinción que el gobierno y los medios hacen de “pandilleros” y “reos comunes”, a veces incluso entre “pandilleros” y “civiles” (vea la cobertura de La Prensa Gráfica de la última masacre en el sistema penitenciario). Como si los pandilleros fueran fuerza beligerante…

Pero hay otra aceptación del término “paz social”: la superación de los conflictos sociales en el país. Entonces, si de esta paz social estamos hablando, primero tenemos que analizar los conflictos sociales: ¿Dónde tienen sus raíces? ¿Cómo se resuelven? ¿Quiénes son las contrapartes en estos conflictos?

Yo me pregunto: En un país con el nivel de pobreza que tenemos, con la inequidad de calidad de vida y de distribución de ingresos que tenemos, ¿puede haber paz social sin disminuir drásticamente estas diferencias?

Llegamos a la paz de Chapultepec no con un acuerdo de desarme y de alto al fuego. Llegamos al alto de fuego y al desarme de la guerrilla, de los batallones antiinsurgentes y de los cuerpos represivos del Estado vía un acuerdo político que atacó las causas directas del conflicto armado: la represión gubernamental, la falta de libertad de organización y de expresión, la falta de pluralidad en el sistema político.

Si queremos paz social, tenemos que atacar las raíces de los conflictos sociales. Esto obviamente no funciona por decreto, ni por la concertación entre partidos políticos. Es más complejo, involucra a toda la sociedad.

Los arquitectos de la negociación que puso fin a la guerra civil –todos los arquitectos, los de las dos partes beligerantes, los gobiernos de los países padrinos de la paz, Naciones Unidas- tenían absolutamente claro que la paz social no podía ser sujeto de las negociaciones entre el gobierno y la insurgencia. Por esto es que los Acuerdos de Paz se limitan a cambios del sistema político, al rediseño de la institucionalidad del país, dejando afuera la transformación social. Sólo así era factible llegar a acuerdos y poner fin a la guerra. No que las transformaciones sociales no eran necesarias –por lo menos para los negociadores de la insurgencia e incluso para algunos del otro lado-, simplemente las dos partes tenían la sabiduría de reconocer que una transformación social capaz de llevar al país a una paz social no puede ser resultado de un pacto entre dos fuerzas políticas. Tiene que ser un proceso que involucra a todos los actores de la vida social – y los Acuerdos de Paz tenían que crear una institucionalidad democrática que ya no impida la transformación social; crear un Estado que ya no es parte en los conflictos sociales por su sumisión al poder de las élites económicas del país.

Poniéndolo así es claro que esta tarea no está conclusa. Los Acuerdos de Paz sentaron las bases para la construcción de un Estado democrático que deja de ser partidario en el campo de los conflictos sociales.

Entonces, si es así, para perseguir una paz social basada en la superación de las inequidades económicas, hay que seguir –con paciencia y perseverancia- en la construcción de la democracia, en el fortalecimiento de las instituciones, en la construcción de un estado desvinculado de intereses sectoriales (pero también sectarios).

Proclamar el año de la paz social, suscribir pactos de paz social, poco aporta a esta construcción. Puede hasta confundir. No es que una paz (la pactada en 1992 para refundar la república) ya la tengamos cumplida y ahora se trata de alcanzar otra paz, la social. Aunque parece necio, hay que seguir en lo mismo: trabajar pacientemente en la construcción de un estado democrático para crear las condiciones que los actores sociales generen las transformaciones económicas y sociales necesarias para llegar a una paz social. Que esto no va a ser posible sin conflictos no nos debe asustar. Antes de llegar a la paz social –si esto es posible, lo que me permito poner en duda- hay que abrir los espacios para que se expresen los conflictos sociales. Los conflictos sociales –entre sindicatos democráticos y un empresariado comprometido con un régimen democrático- pueden ser permanentes, serios y hasta radicales, sin que esto ponga en peligro la paz, sin que esto genere violencia y sin que esto sea un peligro para la democracia.

A esta situación tenemos que llegar antes de decretar “paz social”. Si no, sólo es una cortina de humo para no enfrentar la necesidad de crear una democracia que abre espacios para la consecución y la solución de conflictos sociales.

Antes de tener “paz social”, hay que crear las condiciones políticas, legales e institucionales para que surja un movimiento sindical genuino, fuerte y democrático. Nada de sindicatos marionetas de las empresas, pero tampoco nada de sindicatos marionetas de un partido que se autoproclama representante de la clase obrera. Antes de tener “paz social”, hay que implementar las reformas que facilitan que concluya el proceso positivo de los últimos años de la separación de gremios empresariales, partido ARENA y gobierno. Nada de COENA empresarial, nada de una ANEP partidaria.

En vez de hablar de “paz social”, mejor aprendamos a vivir con conflictos sociales y a aprender a convertir los conflictos sociales en el motor del desarrollo.

Querer decretar la paz social antes de abrir espacio a los conflictos sociales significaría o es malintencionado (para evitar transformaciones sociales) o una muestra de impotencia que sirve para ocultar que la izquierda no tiene idea de cómo promover transformaciones sociales sin recurrir a rupturas antidemocráticas como en Venezuela y Bolivia.

(Publicado en El Faro)