lunes, 9 de abril de 2007

Víctima del prejuicio

Qué bueno que escribo en El Faro, donde se admite que un columnista critique al editorial de su propio medio. El último, titulado “Las víctimas del subdesarrollo”, no puede quedar sin comentario crítico.

Algunas discusiones son como redondas, redundantes. Llegan a ciertos niveles de comprensión, de cuestionamiento de posiciones tradicionales. Pero de repente, toda la discusión es reseteada como una computadora, y todo comienza de cero...

Así la discusión sobre la migración. Supuestamente, después del informe que publicara el PNUD sobre el Desarrollo Humano 2005 - “Una Mirada al Nuevo Nosotros. El Impacto de las Migraciones”, ya no se podía regresar a los mismos esquemas de ver la migración.

En El Faro le dimos mucha importancia a este informe. En ‘Encuentros – la cena política de El Faro’ le dedicamos dos debates al tema. William Pleitez, coordinador del Informe del PNUD, dijo en Encuentros: “O fortalecemos esos vínculos para verdaderamente poder inclusive edificar ese país transterritorial que tenemos, o nos conformamos a que todos esos migrantes al final de cuentas van a ser una pérdida de ciudadanos para nosotros.”

Entonces, ¿en El Faro ya nos conformamos a que la migración a final de cuentas es una pérdida para el país? Yo no. Por esto no estoy de acuerdo poner a la migración a la par de la violencia – sólo porque los dos nos causan “bajas”.

El que emigra, no es baja. La migración no es un fenómeno negativo. Aquí hay un lenguaje que yo identifico como reaccionario, en el cual las palabras migración, transculturación, globalización, todos son negativos.

El que emigra, sea del campo a la ciudad o de su país subdesarrollado a uno de los países industrializados, no es desertor, ni baja. Es alguien que toma su destino en sus manos en vez de esperar que alguien le ayude.

“La inseguridad y la emigración han erosionado el tejido social del país”, reza el editorial. Falso. No es la migración, es la probreza. Y sigue hablando de “la emigración, con sus terribles consecuencias de desintegración familiar...” ¿Qué es esta ligereza o este modismo de responsabilizar la migración de la descomposición familiar? ¿Quién es el irresponsable, el destructor de familia – el padre que se queda, aunque sin trabajo, dejando que su familia sufra hambre, o el que se va al Norte para poder sostener su familia? ¿Quien es más proclive a los peligros de drogadicción, alcoholismo, pandillas – el hijo que se queda, aunque sea desempleado, o el hijo que se va al Norte para ver cómo supera su situación? Yo conozco docenas de casos de jóvenes que aquí en su pueblo eran violentos y bolos y que, al sólo llegar al destino de su migración, se convirtieron en el sostén de su familia. Ellos son la regla. Los que mandaron de regreso deportados, convertidos en mareros, son la excepción de la regla. El peligro de convertirse en pandilleros es mucho más grande en Soyapango o Lourdes que en Washington o en Los Angeles.

La descomposición no es resultado de la migración, sino de la resignación. La migración es lo contrario a la resignación.

¿Cómo atreverse comparar y poner en el mismo nivel de problema nacional la emigración y la violencia?, sólo porque los dos fenómenos restan población residente al país. Es absurdo.

Lo que hay que reducir, no es la migración, sino las circunstancias, los obstáculos, las persecuciones que enfrentan los migrantes – en el camino y en el país de destino. Para esto hay que tener políticas, alianzas, estrategias. Para un país como El Salvador, con un porcentaje tan alto de emigrantes, muchos de ellos ilegales, es la política pública tal vez más importante a desarrollar. ¿Cómo conseguir convenios con los países de tránsito y destino?

Revertir la migración del tercer mundo al primer mundo es, de todas formas, imposible. Es como tratar de revertir la fuga del campo a la ciudad. Son fenómenos muy comparables. La migración del campo a la ciudad y la migración de países pobres a países ricos son dos capítulos de la misma historia.

La única manera de evitar migración es hacerla innecesaria. O sea, sacar al país de la pobreza. Como lo hizo Irlanda. Irlanda, durante décadas, sólo pudo sobrevivir como país si la mitad de sus jóvenes salía a Inglaterra o Estados Unidos. La alternativa era hambruna. El salto que Irlanda hizo recientemente al primer mundo, no hubiera sido posible sin la migración masiva. Hoy ya no es necesaria. Hoy Irlanda es parte de otro proceso de migración: la migración libre de mano de obra calificada dentro de la Europa integrada.

Donde hay diferencia de niveles de vida entre países, regiones, habrá migración. Siempre. Y esto no es malo, es positivo. Es factor de cambio. Sólo puede verse como mal desde una perspectiva conservadora de querer mantener el estatus quo – mantener a a la gente en su aldea, que no vaya a la ciudad con todos los pecados; mantener a la gente en el país, que no vaya a Estados Unidos sólo para perder la moral, la identidad nacional, los costumbres. Mantener a la gente en la pobreza...

Claro que hay que combatir la pobreza. Pero no para reducir la migración. Hay que reducir la pobreza para mejorar la vida de la gente que se queda. Claro que hay que crear oportunidades, pero no para evitar que la gente se vaya, sino para que se puedan superar los que se quedan.

Tal vez de esta manera, a mediano plazo ya no se van tantos. Tal vez ya no se van los que no tienen otra cosa que vender que mano de obra barata, sino más bien los más calificados. Los que pueden desencadenar procesos de transferencia de tecnología.

¿Y cómo es el cuento de la “fuga de cerebros”? Momentito. La fuga de cerebros es un fenómeno muy distinto, en situaciones y etapas muy distintas. Ojalá que ya estuviéramos en una situación de fuga de cerebros, porque significaría que ya estamos produciendo ingenieros, doctores, investigadores, científicos de sobra. Fuga de cerebros hay en los países que producen más talentos académicos que su sociedad puede absorber. Estamos lejos de esto. ¿O se refiere a los compatriotas que, precisamente porque se han ido, están sobresaliendo como científicos, artistas o empresarios? Bueno, estos cerebros, si no se hubieran fugado, no hubieran llegado a nada...

En vez de llorar que la gente se va, trabajemos para que los que se van lleguen sanos, encuentren trabajo, puedan legalizarse, puedan superarse – y encuentren en el país incentivos para visitar, para pasar vacaciones, para someterse a tratamientos médicos, para invertir, para construir, para participar, para retirarse.

Los mismos prejuicios que encuentro en el editorial de mi periódico, los encuentro en las discusiones en la calle y de cafetín. ¿Cuándo se va a dejar de tildar de haraganes –casi traidores a la patria y su ética moral- a los que viven de remesas? Están viviendo del salario de un familiar, igual que la esposa y los hijos de un gerente de banco. A lo mejor incluso están viviendo del fruto mensual de una inversión que como familia decidieron hacer en el viaje al Norte de dos familiares, en vez de invertir en un taxi o en una pupusería. ¿No tienen derecho de vivir de esta inversión como la esposa del taxista o los hijos de la pupusera?

¿Cuándo van a comenzar a hostigar a los hijos de los trabajadores de ADOC que ellos son los responsables de que tienen que llegar nicas para cortar caña o café?

“No podemos seguir dándonos el lujo de perder a nuestros ciudadanos en manos de la delincuencia o la emigración”, concluye el editorial de El Faro. No podemos seguir tratando con esta ligereza al fenómeno de la migración. “Perder ciudadanos a manos de la delincuencia o de la migración” – como si fuera lo mismo que alguien muera, o se haga asesino (que son las dos formas que el país puede perder ciudadanos a la delincuencia) o que alguien se va para el Norte a trabajar para mantener a su familia. El migrante, lejos de ser un ciudadano perdido, es un ciudadano que asume su responsabilidad. Como cualquier otro que trabaja en vez de llorar.
(Publicado en El Faro)