jueves, 17 de julio de 2008

Impresiones de Alemania

Mis dos patrias, Alemania y El Salvador, dos mundos. Mucho más diferentes no pueden ser dos países. Por una parte, uno de los países más ricos, con una democracia muy consistente, robusta y abierta, y con frecuente alternancia en el poder - no sólo entre dos partidos, sino entre diferentes coaliciones, incluyendo la coalición grande entre los dos partidos mayoritarios - y todo esto sin sobresaltos ni angustias existenciales. Por otra parte El Salvador, un país tratando de salir del subdesarrollo, de la pobreza, de la polarización entre ortodoxias opuestas, con instituciones débiles, y donde cada elección se convierte en referéndum sobre el modelo político y económico.

Sin embargo, visitando Alemania detecto coincidencias sorprendentes. La misma angustia social en las clases medias. La misma tentación al pesimismo en cuanto al futuro. La misma contradicción entre esta angustia y las cifras reales que indican que en ambos países, Alemania y El Salvador, la clase media se ha fortalecido económicamente en las últimas décadas. La misma percepción de la gente de que están creciendo la pobreza y el grado de injusticia social, a pesar de que en ambos países las cifras muestran una reducción de la pobreza. El mismo malestar de la gente con los partidos. En una encuesta recién publicada, la mayoría de los alemanes, en proporciones muy similares a los salvadoreños, expresan que el país --y su economía-- van de mal en peor y que esperan ‘cambio’.

Esto mete al partido más histórico e institucionalizado de Alemania, el Socialdemócrata, en una crisis interna de dimensiones preocupantes. Históricamente instrumento del cambio y de la búsqueda de la justicia social, no puede gobernar, porque perdió la mayoría. Y tampoco los socialdemócratas pueden regenerarse ejerciendo la oposición, porque sin ellos tampoco hay mayoría para gobernar. La razón de estado y su sentido de responsabilidad los ha llevado a aceptar gobernar en coalición con sus adversarios demócrata cristianos.

Irónicamente, salvando al país de la inestabilidad y asegurándole su capacidad de reformarse, los socialdemócratas corren el peligro de perder su identidad y su base social. Porque las reformas sociales y económicas que necesita el país para adaptarse a la globalización, no son populares y encuentran ferrea oposición por parte de los fundamentilstas tanto de izquierad como de derecha. Por esto, sólo los dos partidos grandes juntos lse pueden atrever empujarlas. Pero el costo princiüpal lo pagan los socialodemócratas, y la opsición más radical la articula la izquierda radical.

Con un partido de izquierda ortodoxa y populista sacando capital electoral de esta crisis de los socialdemócratas, estos están debatiendo su rol en la sociedad y tratando de concebir un nuevo modelo de justicia social que no entra en contradicción con la globalización y la economia social de mercado..

Dentro de este debate hay voces que proponen una nueva versión del viejo modelo del “Frente Popular”. Hay dentro de la socialdemocracia alemana quienes quieren romper la incómoda concertación con la democracia cristiana y construir una “mayoría de izquierda”, junto con los ortodoxos y populistas. La mayoría de los socialdemócratas alemanes desecha esta idea que significaría regresar al esquema de la vieja y estéril polarización izquierda-derecha de la guerra fría. Prefieren el difícil y impopular camino de la concertación.

Para las elecciones --que también se celebrarán en el año 2009-- los socialdemócratas alemanes están dispuestos a disputarles a los ortodoxos y populistas el terreno de la justicia social, a no dejarse quitar sus banderas, y tampoco dejarse chantajear a aceptar una alianza con una fuerza que en el fondo sigue siendo antisistema.

Viendo las encuestas y viviendo el ánimo pesimista de la gente, esta decisión les puede costar a los socialdemócratas una derrota electoral. A corto lazo. A largo plazo, es el primer paso de su resurrección como la fuerza que sabe compatibilizar la globalización con justicia social.

¿La moraleja de este cuento de un país lejano? Tomar en cuenta las encuestas, pero no construir un proyecto político sobre el ánimo de la gente. Responder con discurso populista a los miedos y las frustraciones que la gente expresa en un año preelectoral, puede tal vez ayudar a ganar algunos puntos en las elecciones, pero puede hundir al país. En última instancia, la gente no quiere que los políticos les confirmen sus frustraciones, sino más bien tienen sed a un liderazgo con propuestas claras, responsables y sinceras.

(Diario de Hoy)