Mi muy querido hermano:
Yo nací y me crié como hijo de un ateísta y una luterana. Nunca
fui expuesto de cerca a la Iglesia Católica y sus ritos, que siempre me
parecían algo extraños, obsoletos. Crecí en una ciudad alemana casi
segregada: la mitad eran católicos, la otra luterana, había escuelas,
clubes deportivos y sociales, y hasta almacenes separados para las dos
confesiones. No tuve ni novias ni amigos cercanos católicos. Como joven
con mente escéptica me sentí más cómodo en la cultura protestante,
marcada por su tradición liberal, su mayor tolerancia, su progresismo
político. En toda mi vida en Alemania, no me recuerdo de haber hablado,
más que palabras de cortesía, con un cura católico.
Hasta que en 1981 llegué a Morazán. En
medio de este mundo extraño de guerrilleros y campesinos, dominado por
guerreros, la vida me juntó con vos, Rogelio, con otro europeo y con
otro pacifista. Inicio de una gran amistad. Fue la primera vez que
conviví con un cura católico. Un sacerdote que en media de la locura de
la violencia que se llama guerra vos predicabas la idea de la paz,
basada en justicia. Me hiciste romper todos mis prejuicios. Tu presencia
a la par de ellos y tu ejemplo hicieron un poco menos inhumana la
guerra, para las familias campesinas que más la sufrieron, pero también
para los guerrilleros del ERP. Y ciertamente para mi, el gran escéptico
de ideologías y religiones.
Vos fuiste el correctivo, el antídoto, a
la tendencia de radicalización inhumana que produce la guerra. Y con
asombro me di cuenta que solo un cura, con su biblia y sus ritos
confortantes, podía jugar este papel. Bueno, no cualquier cura, sólo un
cura como vos, tan fuerte en sus convicciones, tan serio en su
compromiso con los excluidos y reprimidos.
Muchos años más tarde, la vida me juntó
con otro cura, también en una situación extrema: con Fabio Colindres, a
quien acompañe a las cárceles más yucas del país para hablar con los
pandilleros más emblemáticos, todos condenados por homicidios,
secuestros, extorsiones… La manera como monseñor los retó a abandonar la
filosofía que la vida no valía nada, ni la ajena ni la propia, porque
ya nada tenían que perder, me hizo siempre pensar en vos, Rogelio,
predicando entre otros hombres dispuestos a matar y morir. Aquella
guerra era muy distinta a la actual. Y Fabio Colindres, el cura
conservador, es muy distinto al Rogelio, el exponente de la Teología de
Liberación. Pero algo tienen en común: ejercen el sacerdocio como
instrumento para incluir a los excluidos; creen en la fuerza del amor
como antídoto al mal; y practican el postulado cristiano que nadie, ni
el mas malvado, es totalmente malo, y puede tener salvación si es capaz
de movilizar lo bueno que queda en él, como en cualquier ser humano.
El pasado fin de semana volvimos a
encontrarnos en Morazán, para celebrar tus 50 años de sacerdocio. Un
reencuentro que me reafirmó que seguimos siendo los hermanos que nos
volvimos bajo bombardeos y tormentas. Has pasado más de 20 años
promoviendo la reconciliación entre salvadoreños, que durante décadas se
mataron entre ellos. Has sabido incluir en tus comunidades a los que
antes eran considerados enemigos. Has insistido en buscar solución a la
injusticia social que generó la guerra pasada y que sigue generando esta
nueva guerra que estamos viviendo.
No comparto todas tus ideas, ni vos todas
las mías, pero respeto, con admiración, como vos vivís tus
convicciones. Me recibiste, en medio de esta comunidad que creaste en
Morazán, como un hermano.
Lea también la entrevista de El Faro con Rogelio: