Estimado profesor Luis Alonso Mejía Renderos:
En tu
entierro, el pasado domingo, se levantó un señor de Chinameca, colega y
amigo tuyo, y dijo: "En mi pueblo hay una costumbre. Cuando muere un
profesor, todos los profesores esperan en la salida de misa y le cantan
el himno al maestro".
Y todos tus familiares, amigos, colegas
maestros, exalumnos, vecinos nos levantamos y cantamos: "Dulces himnos
cantemos de gloria, al maestro abnegado en loor, y ensalcemos doquier su
memoria, entre cantos sublimes de amor…".
Cuentan que fuiste un
gran maestro, dedicado a la literatura y la juventud. Cuentan que fuiste
fundador de ANDES 21, compañero de lucha gremial de Mélida Anaya
Montes, luego comandante "Ana María" y asesinada por sus compañeros de
las FPL; y de Salvador Sánchez Cerén, luego comandante "Leonel", hoy
presidente de la República.
Yo primero supe de vos en 1983, cuando
en el Castillo de la PN asesinaron a tu hijo Nelson Renderos, luego de
haber capturado a toda su familia el 1 de junio, incluyendo sus pequeños
hijos y su madre. Supe que moviste cielo y tierra para liberar a tus
nietos. Lo lograste, y ahí comenzó una linda historia que terminó con
tus dos nietas, en ese momento de 8 y 10 años, adoptándome como papá.
Así entré en tu familia y luego al terminar la guerra, en tu corazón, y
en tu casa en la San Joaquín, donde vivías con tu esposa Lauri, también
maestra, quien muriera hace cuatro años. Ella fue una de las primeras
mujeres protagonistas en las luchas gremiales y sociales. Aceptándome
como el nuevo padre de sus nietas, ustedes dos me hicieron el regalo más
grande. Con esto ellas, las niñas, Mama Lauri y tú me hicieron
salvadoreño.
En las largas sentadas en tu comedor, tomando café,
comiendo pan dulce, aprendí mucho de mi nuevo país: tus cuentos, tus
discursos, tus memorias, tus reflexiones sobre la guerra que te costó un
hijo, y sobre la paz que te devolvió del exilio a tus nietos, sobre la
lucha de los maestros, me han ayudado entender el país y su historia,
mucho más que libros o análisis políticos.
Cuando me salí del
Frente, ya transformándose paso a paso en el partido que hoy nos
gobierna, tuvimos largas discusiones, y no me resultó nada fácil
explicarte porqué había dejado la bandera por la cual murió tu hijo.
Nunca me retiraste el cariño y el respeto, pero tú nunca dejaste de
decirme que seguías creyendo en "los compas" y su partido. Por suerte,
cuando ellos llegaron al poder, tú ya te estabas retirando en un mundo
de memorias, pero cada vez con menos conexión de la realidad.
No
sé como tú, que lloraste cuando se murió Schafik, hubieras aguantado ver
a Mauricio Funes ejerciendo el poder con tanto cinismo, tanta mentira,
tanta corrupción. No sé como tú, fundador de ANDES 21, hubieras visto al
profesor Salvador Sánchez Cerén como ministro de Educación sin cumplir
el sueño que por décadas compartieron con tanta ilusión: dar dignidad al
magisterio y la niñez. Ya no pudimos tener estas discusiones, ya se te
había apagado esa luz, esa energía y ese ánimo de lucha que todos
admiramos.
Pero nunca se te acabó la bondad, el cariño, el amor.
Los preservaste hasta el último día de tus 96 años. Puedes estar
tranquilo, Papa Luis: tus nietos se han convertido en profesionales y
ciudadanos responsables. Reflejan todos los valores que tú pasaste a tu
hijo y él a los suyos aunque la guerra los obligó a crecer sin él.
Por
suerte ya poco te diste cuenta del caos económico y de inseguridad que
nos toca vivir. Te cuento, Papa Luis, que el país está mal, muy mal.
Pero también te cuento que la generación de tus nietos está lista para
componerlo. De esto no me cabe duda. Nosotros hicimos la guerra y la
paz, a ellos les tocará construir el país. El ejemplo de maestros como
tú les va a ayudar mucho en esta tarea.
Descanse en paz, Papa Luis. Paolo Lüers
(Mas!/El Diario de Hoy