lunes, 15 de mayo de 2006

El Faro

Cuando apareció El Faro en 1998, no le hice caso. Ni como lector, ni mucho menos como periodista. Roberto Turcios y Brenny Cuenca trataron de convencerme que El Faro era la continuación lógica de Primera Plana (que habíamos cerrado en 1995) y de Tendencias (que ellos estaban al punto de cerrar). Que había que meterse, escribir, empujar, apoyar. No por solidaridad sino por el propio interés de mantener abierta la posibilidad de un medio nuevo, independiente, comprometido con el profesionalismo, la ética, la ventura del periodismo.

Simplemente no les creía. No me parecía ni atractivo ni viable un periódico digital. No veía cómo competir una publicación virtual contra los monstruos que devoraban bosques anualmente. Recuerdo que le dije a Roberto Turcios que El Faro iba a fracasar o, en el mejor caso, estar condenado a la sobrevivencia como medio alternativo. Que si lo dejaban sobrevivir los grandes, era porque por estar escondido en el nicho del periodismo alternativo no molestaba a nadie. Mi posición era: o podemos hacer periodismo de verdad y jugar con los grandes – o mejor no lo hagamos. Pero déjenme en paz con lo alternativo. No estoy para jugar a periodismo. Si no hay espacio ni pisto para hacer un periódico verdadero, mejor me quedo vendiendo cervezas…

Además no me inspiraban ninguna confianza los fundadores de El Faro: un tal Jorge Simán y un tal Carlos Dada, ambos hijos de papas célebres (Don Pepe Simán y el doctor Héctor Dada, dos intelectuales con gran trayectoria en la izquierda democrática del país). ¿Pero, dónde estaban estos muchachos cuando Horacio Castellanos, Miguel Huezo Mixco y este escribano hicimos periodismo militante durante la guerra? ¿Dónde estaban estos bichos cuando nos enfrentamos a los comandantes para rescatar el periodismo independiente que necesitaba el país en la posguerra? ¿Dónde estaban cuando nos echamos al lomo la tarea de fundar Primera Plana y defender su concepto y su independencia contra la incomprensión tanto de la izquierda como de la derecha? En última instancia, simplemente era imposible imaginarse que estos dos muchachos, juntos con otros aún menos experimentados, iban a lograr lo que nosotros acabamos de comprobar que era imposible: un medio independiente y profesional en El Salvador.

Precisamente esta prepotencia, sospecho hoy, tiene que haber sido uno de los factores que nos hicieron fracasar con Primera Plana. Éramos muy autosuficientes – en todo menos en lo más importante: el capital.

El Faro es un ejemplo (desafortunadamente muy escaso en este país) que no hay que depender de los liderazgos formados durante y vía el conflicto armado. El Faro es un ejemplo de que comenzar con humildad pero con perseverancia tiene una gran virtud. El Faro es un ejemplo de que es mejor comenzar con un concepto abierto, hecho para el cambio, diseñado para el crecimiento y el aprendizaje.

Esto es lo que El Faro ha hecho durante ocho años: crecer, cambiar, aprender, abrir espacio para todos los que quieren participar. En el camino ha atraído hasta a los escépticos y prepotentes como este ahora fiel y convencido columnista de El Faro.

Todos estamos convencidos de lo indispensable que para el periodismo es el pluralismo. En Primera Plana lo aplicamos con firme convicción. Pero de una manera muy primaria: Para que Primera Plana fuera pluralista, tuvimos nosotros que criticar a la izquierda igual que a la derecha, al movimiento social igual que a la empresa privada. El Faro ha logrado un pluralismo mucho más sólido y real: Ha logrado que en sus páginas se expresen gente de derecha y de izquierda. Y además ideas representativas para las diferentes corrientes que hay dentro de la izquierda y de la derecha. Esto es pluralismo orgánico, el nuestro en Primera Plana era pluralismo virtual.

También en otros terrenos El Faro ha llegado mucho más lejos que todos nosotros pensábamos. En cuanto a difusión e impacto, ha logrado tanto precisamente porque es digital. Lo que todos –menos un par de visionarios que hoy hay que felicitarles- pensábamos que era una limitación, resulta siendo una ventaja. No automáticamente, sino resultado de una concepto adecuado y de un arduo trabajo de difusión y promoción, El Faro como periódico que sólo existe en Internet ha logrado un impacto enorme. Limitado, pero enorme. Limitado por las barreras sociales, educativas y culturales que limitan el uso del Internet. Los sectores pobres y los sectores con grandes deficiencias educativas no usan Internet, por lo tanto no tienen acceso a El Faro.

Pero dentro de los sectores –por cierto crecientes a un ritmo desmesurado- que usan Internet, El Faro se ha abierto un espacio grande, sólido y cualitativamente importante. En la clase política, los sectores gerenciales y las capas profesionales, intelectuales, creativos y académicos, El Faro ya no es un medio de nicho, mucho menos un medio alternativo. Es un medio que pesa, igual o más que los grandes. Entre los jóvenes –donde las barreras sociales que tradicionalmente condicionan el acceso a Internet tienden a perder importancia-, el impacto del Faro puede crecer igual o más que el de los periódicos impresos. Esto ya depende de la calidad de los contenidos y del atractivo de las formas, y no del carácter digital o tradicional. Y lo bonito: depende mucho menos de fuertes inversiones que en el caso de los medios tradicionales.

La gran ventaja de El Faro es la relación entre costos y difusión. ¿Cuánto más tiene que gastar un periódico tradicional para crecer en lectores, en comparación a un periódico digital que de un dólar disponible puede invertir 95 centavos directamente en periodismo, en calidad periodística, en investigación, en capacitación, en inteligencia?

Dos años de trabajo con El Faro me han convencido -a esta altura parece que mucho más que los mismos fundadores de El Faro- que el futuro del periodismo independiente, novedoso, atrevido, investigativo se encuentra en Internet, no en la prensa impresa. Las enormes inversiones que requieren los medios tradicionales son un serio obstáculo no sólo para su independencia, sino también para su agilidad de cambiar la forma de producir y presentar los productos periodísticos.

El Faro apenas tiene ocho años de existencia. Tiene donde y tiene como crecer. Tiene los lectores más exigentes del país. Tiene los reporteros jóvenes más talentosos del país. Tiene editores que han descartado puestos y salarios importantes para trabajar en El Faro. Tiene un pool de columnistas que reúne más capacidad crítica que cualquier otro periódico grande del país es capaz de atraer. Tiene una capacidad de convocatoria para entrevistas, debates, información, colaboración que obviamente trasciende las posibilidades de un medio de nicho, un periódico alternativo.

Me siento orgulloso de formar parte de El Faro donde los jóvenes definen la marcha y los viejos tenemos cabida.
(Paublicado en El Faro)