lunes, 1 de mayo de 2006

Muerte en una familia disfuncional

Murió Vértice. Y nadie encendió una vela. Nadie mandó flores. No hubo velorio ni misa ni entierro. La familia no avisó a nadie. Nadie habló del difunto. Sólo una lacónica mención en una columna de Oscar Tenorio, el último editor de la revista.

Eso sólo pasa en familias disfuncionales donde en vez de amor y apoyo reinan odio e indiferencia entre padres e hijos. En caso de de Vértice, lo mató su propia familia, y por eso no hubo velorio.
Sin embargo, Vértice no merecía esta muerte sin velorio ni epílogo. Era indiscutiblemente el más valioso miembro de su familia. Todavía en 2004, al cumplir 7 años de edad, merecía el siguiente homenaje por parte de su editor de turno, Eric Lemus: “El 12 de octubre de 1997 nació Vértice como una revista investigativa que apostaba por el periodismo de profundidad. De aquel equipo original integrado por Norma Ramírez en el diseño gráfico; Carlos H. Bruch, en la fotografía; Alberto Fernández, Juan Bosco Martín, Lafitte Fernández (el originador del proyecto) y un servidor, en la redacción, han transitado colegas que migraron a la dirección de nuevas secciones, otros medios u otros países. Vértice, en ese sentido, se ha convertido en el punto de referencia del periodismo escrito salvadoreño. A lo largo de estos siete años ha cabido la denuncia, el análisis político y el sentir de la población salvadoreña, a quienes, en esencia nos debemos.”

Como ahora nadie lo hace, voy a hablar yo del difunto Vértice. Siento un poquito de paternidad. Nunca reclamé derecho ninguno, pero cada domingo cuando abrí Vértice y encontré algo interesante, algo bien escrito, algo bien documentado, algo irreverente, me sentí un poco padre.
Vértice nació llenando el vacío que dejó Primera Plana, aquel rebelde semanario independiente que publicamos por un año (1994-95), una especie de ensayo de cómo podía ser el periodismo de posguerra en El Salvador. Más que ensayo, empresa aventurada. Más allá de aventura, escuela. Aparte de escuela, una gran provocación para los periódicos establecidos.

Ante el desafío que constituía la existencia de Primera Plana (no en el mercado, donde éramos insignificantes, sino en la opinión pública y en el ambiente profesional-periodístico, donde causábamos desórdenes) uno de los dos grandes periódicos optó por tratar de sacarnos de circulación; el otro, El Diario de Hoy aceptó el reto y comenzó a preparar la salida de un propio semanario en su forma y su metodología bastante parecido a Primera Plana: irreverente, investigativo; con formatos nuevos como crónicas, reportajes, entrevistas a profundidad, humor, reportajes fotográficos; y con un diseño más creativo y experimental. (Más bien, comenzaron a preparar dos suplementos; Vértice que aceptó el reto de Primera Plana, y Planeta Alternativo que emulaba Cacao, el suplemento de Primera Plana. La segunda copia les salió fatal, la primera bastante buena.)

Dos años después de la desaparición de Primera Plana (que no disponía del capital mínimo para establecerse en el mercado), nació Vértice. Sin la independencia total de Primera Plana, pero con el mismo espíritu de superar la enfermedad más grave del periodismo nacional: lo aburrido. Nació con las mismas ganas de probar los límites. Bueno, en el caso de una revista suplemente de El Diario de Hoy, los límites eran un poco más estrechos, pero los jóvenes reporteros de Vértice, bajo la dirección de Lafitte Fernández y Juan Bosco, después de José Luís Sanz, hicieron lo posible e imposible para extenderlos.

Hicieron reportajes antes nunca vistos en los periódicos grandes de El Salvador: la investigación sobre las intervenciones telefónicas de la Oficina de Inteligencia del Estado vía Telecom; el reportaje sobre la banda de asesinos “los beepers” que operaba en Guatemala y El Salvador, el balance de los primeros 100 días de Paco Flores, los extraordinarios fotorreportajes de Álvaro López sobre víctimas del Sida – para sólo nombrar los ejemplos que más recuerdo.

Era tan fuerte el impacto periodístico de Vértice que la competencia se vio obligada a crear Enfoques. Que tan difícil es crear una revista de impacto, demuestra la historia de Enfoques: tardaron años para llegar al nivel periodístico de su competidor. Tardaron años para establecer un perfil autónomo, un lenguaje propio, separado del estilo de su periódico madre.
En gran parte, el éxito de una revista semanal de un diario depende de su capacidad de contraponerse, separarse, en cierta medida, de su periódico madre. Vértice nació, bajo la orientación de Lafitte, con esta prepotencia y frescura de los profesionales jóvenes que se paran en frente de sus padres y dicen: “Apártense, así se hacen las cosas.” Enfoques logró aprender esto, y a pesar del alto nivel de profesionalidad que ha alcanzado, sigue contaminado por el estilo aburrido, siempre equilibrado, nunca provocativo de La Prensa Gráfica.

Vértice mantuvo este espíritu de independencia e incluso –a veces- rebeldía incluso cuando salieron sus principales impulsores e incubadores, como Lafitte, Bosco, Bruch, y Sanz – algunos por haber chocado con los límites definidos por la familia dueña del periódico. Lo mantuvo incluso bajo el mando de periodistas mucho menos capaces y sedientos de independencia. Y es este espíritu, me imagino, que al final –hoy en día- ya no tiene cabida en un periódico como El Diario de Hoy.

Pero El Diario de Hoy, desde la fundación de Vértice hasta su defunción, ha viajado un gran trecho. Ahora ya parece mentira, pero en aquellos días El Diario de Hoy había tomado posiciones, si no de oposición, ciertamente de distancia crítica al gobierno y a ARENA. En estos años, el vocero oficial era La Prensa Gráfica, y el Diario de Hoy navegaba por aguas de independencia, crítica, experimentando con el periodismo investigativo.

Vértice fue el caballito de batalla de un medio que quería conquistar un papel independiente del poder partidario y gubernamental y erguirse como un poder propio de la derecha salvadoreña. Al mismo tiempo era el arma de destrucción masiva contra la eterna competencia: La Prensas Gráfica. Con Vértice podrían reafirmar que el Diario era una empresa periodística, con un director en cuyas venas corría tinta, y no una empresa principalmente mercantilista como la casa Dutriz, cuyos miembros nunca han escrito nada más que balances financieras. Tengo la impresión que los redactores y reporteros de Vértice jugaron muy bien con esta situación, conquistando, por su parte, independencia dentro del periódico.

La libertad de criticar no es fácil de dosificar, sobre todo con una generación de periodistas que sólo esperan que se abran las válvulas para ejercer su profesión de manera crítica, irreverente, apasionada, rebelde y experimental. Esa es la historia de Vértice.

Y cuando este profesionalismo ya no era compatible con la línea del periódico que ya no tenía ambiciones de independencia sino más bien de convertirse en la voz líder de la derecha y su partido, ya no hubo forma de meter a Vértice en el cajón.

Resultó más cómodo –y más eficiente- matar al hijo que tratar de reorientar o reeducarlo. Suena a tragedia griega, pero resulta nada más una historia criolla de una familia bajo la sombra de un gran hombre y gran periodista como Don Napoleón Altamirano de quien han heredado un periódico pero no la visión, el carácter ni el talento necesarios para hacerlo grande.

Así la muerte sin velorio, en una familia disfuncional.
(Publicado en El Faro)