lunes, 15 de agosto de 2005

Jugando a soldados

Es un escándalo que El Salvador sigue mandando tropas a Irak. Es un escándalo aún más grande el que nuestra prensa -parte de ella; la más poderosa, por cierto- se hace cómplice. Van cuatro periodistas, disfrazados de militares, en la misión de relevo del batallón Cuzcatlán. Ver a Eric Álvarez, reportero de TCS, en su reportaje de despedida, orgullosamente estrenando el uniforme, casi cuadrándose; o ver a la foto que El Diario de Hoy publica de su reportero Wilfredo Salamanca, posando en camuflaje de desierto en algún predio abandonado en el centro de San Salvador que se parece a zona de guerra, da pena. Y rabia.

No voy a argumentar aquí el escándalo del gobierno. Ya sabemos que los presidentes Francisco Flores y Antonio Saca han empeñado una parte más de la soberanía en Washington –contra qué recompensa, no sabemos- y que ahora ya no les queda otra que mantener su batallón en Irak. Esta decisión parece que ya no está en menos salvadoreños. Deal es deal. Y aunque no lo han hecho público y transparente, hay que cumplirlo.

¿Pero, qué razón tienen nuestros tres principales medios de comunicación para empeñar su soberanía e independencia? Desde el punto de vista de la ética profesional, casi no hay pecado peor para un corresponsal enviado a una zona de guerra que vestir el uniforme de una de los bandos en conflicto. Aparte de que es una imprudencia peligrosísima que de manera muy seria compromete su seguridad. Si el Ministerio de Defensa argumenta (vea EDH de viernes 12 de agosto) que los periodistas van uniformados para evitar que sean blancos de ataques, sólo puede ser un pretexto (absurdo, por cierto) para asegurar el estricto control sobre los periodistas. Con su ropa civil nuestros cuatro periodistas salvadoreños dejaron atrás su independencia. Ellos van a invitación del Ministerio de Defensa, todos los gastos los paga el Ministerio de Defensa - o más bien el Pentágono que costea toda la misión salvadoreña. Los cuatro periodistas, mientras dure el viaje, son parte de una misión militar, sujetos a las instrucciones de los militares salvadoreños, o sea en última instancia, de las autoridades militares norteamericanas. Ellos van a ver sólo lo que las autoridades militares quieren que vean. Van a hablar exclusivamente con las personas que las autoridades militares escogen. No van a poderse moverse ni un paso afuera del control militar. De manera más total y estricto un medio no puede renunciar a la independencia de criterios, experiencias, investigaciones de sus reporteros.

Aceptar estas condiciones, por parte de los medios, y sentirse todavía felices y contentos como lo están mostrando algunos de los reporteros, equivale a renunciar al periodismo. Ténganlo claro o no nuestros queridos colegas, van a Irak como parte del aparato de comunicación de la Fuerza Armada, no como periodistas.

Parece que uno de los periódicos representados en el batallón Cuszcatlán hizo el intento de negociar otras condiciones para su reportero. Resulta un poco ingenuo pensar que los militares se van a tomar la molestia de andar chineando a periodistas en una zona altamente conflictiva sin tener garantías de que lo que van a publicar no se salga del guacal: que la misión es exitosa y humanitaria; que la población civil iraquí ama a sus benefactores salvadoreños; que nuestros soldados son heroicos aunque por suerte casi no entran en combate ya que están demasiado ocupados con sus labores de asistencia civil.

De todas formas quiero retar a los medios que informen a sus lectores sobre las condiciones que aceptaron por parte de la Fuerza Armada para que lleve a sus reporteros. Como lectores tenemos el derecho de saber en qué condiciones y bajo que limitaciones se generan los muy publicitados reportajes desde Irak. Los lectores necesitan criterios para saber si lo que ven en TCS o leen en El Diario de Hoy y La Prensa Gráfica son reportajes o publirreportajes.
En su nota “La Prensa Gráfica regresa a Irak” del viernes 12 de agosto, el matutino escribe: “Dos años han pasado, las circunstancias del viaje son diferentes, pero el objetivo no cambia: informar con profesionalidad desde el lugar donde se genera la noticia.” No, señores, con profesionalismo no podrá informar mi amigo Oscar Martínez. Aunque no dudo de sus buenas intenciones, las citadas “circunstancias diferentes” no van a permitir profesionalismo. Por lo menos no profesionalismo periodístico. Podrá hacer un trabajo excepcionalmente profesional en el campo de comunicaciones institucionales de la Fuerza Armada – aunque no creo que esta sea la aspiración o el fuerte de Oscar. En este campo, le van a robar el show los enviados de otros medios. Dicen que uno de ellos, al llegar al aeropuerto, ya comenzó a decirles “mi coronel” a sus jefes temporales.

Tienen razón los editores de La Prensa Gráfica: han cambiado las circunstancias. Pero para peor. Hace dos años, cuando fue a Irak Carlos Dada, por lo menos La Prensa Gráfica (LPG) le pagó el viaje, no el Pentágono. Yo me dediqué a criticar públicamente la misión de Dada, señalando todas las restricciones y limitaciones que iba a enfrentar, comprometiendo seriamente su independencia y profesionalismo como periodista. Critiqué a LPG de no haber aprovechado la oportunidad sensacional que un reportero salvadoreño se convierta en corresponsal de guerra en Irak. No lo aprovecharon por falta de visión y por tacaños. No quisieron dotar a su reportero de los medios indispensables para poder hacer un trabajo independiente y profesional. El pobre Carlos viajó a Irak con una suma ridícula para un corresponsal que pasa dos meses en el país más peligroso del mundo. Consecuencia de esto, lastimosamente no pudo pasar del papel de corresponsal de sociales en el campamento del Cuzcatlán.

Hoy las circunstancias son aun peores. Hoy nuestros medios ni siquiera están dispuestos de pagar los pasajes, las comidas, el alojamiento a sus reporteros. Ni siquiera la ropa. ¿Cuándo habrá en El Salvador un medio con suficiente visión y responsabilidad profesional para mandar a un corresponsal de verdad a Irak, alguien dotado de las experiencias y los recursos para hacer un trabajo independiente y profesional? Para esto, el medio tendría que asumir dos costos: el costo político de investigar y escribir lo que no está autorizado por las autoridades políticas y militares en Irak, Estados Unidos y El Salvador. Y unos mil dólares -o más- de viáticos por día, para que el corresponsal pueda contratar traductores, transporte, comunicaciones y alojamiento adecuados.

Espero que a nuestros periodistas disfrazados de soldaditos no les pase nada en Irak. Espero que aprendan -sin consecuencias fatales- que en Irak quien anda uniformado es blanco. Y que no vuelvan a agarrar a muchachos inexpertos, disfrazarlos de soldados, y mandarlos a Irak. Ponen en peligro su profesión - y talvez su vida. (Publicado en El Faro)