miércoles, 31 de agosto de 2005

De la crítica a la reforma

A lo mejor no soy el indicado para escribir sobre parlamentarismo. En mi vida, nunca he votado en elecciones parlamentarias. Sin embargo, nunca me he identificado con las posturas radicales de rechazo al parlamentarismo.

Si dicen que hay zonas donde los extremos de derecha e izquierda se encuentran en extrañas coincidencias, el desprecio al parlamentarismo es una. Nunca quise llegar ni cerca de los terrenos donde coinciden los extremos. Me dan miedo.
Esta alergia a las posturas de desprecio y deslegitimación a las instituciones se me hizo más aguda a partir de los Acuerdos de Paz. Lo que ha costado tanto sacrificio para conquistar –las reformas institucionales para asegurar pluralismo, apertura, participación- hay que cuidarlo. La mejor, posiblemente la única forma eficiente de cuidar algo valioso -sean amistades o instituciones- para mí es la crítica.
La Asamblea Legislativa salvadoreña -nuestro debate en Encuentros lo demuestra- merece crítica radical, permanente, persistente. Hasta los areneros, cuando hablan claro, coinciden con esto, aunque tal vez ni ellos ni sus contrincantes en el FMLN tienen claridad de lo profundo y serio que tiene que ser la crítica al parlamento.
Sin embargo, lo que no merece la Asamblea como institución (ni la mayoría de los diputados) es deslegitimación, es desprecio, es desestabilización. Los ataques populistas -de derecha y de izquierda- contra la institucionalidad y legitimidad de la Asamblea Legislativa suelen hacerse a nombre de la democracia, pero en el fondo son antidemocráticos. Tiene razón Jorge Villacorta cuando sospecha que detrás de los ataques de ciertos medios a la Asamblea –vea como El Diario de Hoy se declara en campaña contra la aprobación de la Ley de Defensa del Consumidor- tienen matices hasta fascistas. Tiene razón Jorge Villacorta también que -en medio de la evidente y permanente crisis de legitimidad de la Asamblea Legislativa- hablar de democracia directa, de democracia sin intermediación de partidos, de plebiscitos no aporta nada a la democracia y más bien debilita peligrosamente las instituciones parlamento y los partidos políticos.
Hay que hacer un análisis profundo de los mecanismos de “concertación” que el sistema político salvadoreño ha desarrollado para llegar a acuerdos nacionales donde la Asamblea no ha sido capaz de producirlos. Hay quienes sostienen que esos mecanismos paralelos debilitan aun más la Asamblea y que para la institucionalidad del país sería más rentable invertir trabajo y voluntad política en una reforma parlamentaria y del sistema de partidos que faculte al órgano legislativo a asumir el papel de constructora de acuerdos nacionales.
Comparto esa opinión. Tengo la sospecha que hay una coincidencia fatal entre oposición y gobierno: Unos quieren llegar a mecanismos de concertación permanente que se asemejan a una situación de cogobierno, o que por lo menos les de un poder de veto que no tienen en la Asamblea. Para los otros, probablemente las mesas de concertación parecen más rentables porque dan más protagonismo al ejecutivo. Además tengo la impresión que en la derecha salvadoreña todavía existe una fuerte tendencia que teme un fortalecimiento desmesurado del parlamento. Prefieren el rol hegemónico de la presidencia.
El problema principal de las mesas de concertación es precisamente su falta de institucionalidad. La oposición se puede levantar, y el gobierno puede levantar la mesa. En cambio, en la Asamblea nadie se puede levantar y nadie puede suspender la Asamblea. Apostar a la Asamblea es comprometerse a buscar mecanismos permanentes de concertación.
En vez de buscar cómo sustituir los papeles del parlamento y de los partidos políticos –y con eso crear vacíos que normalmente vienen a llenar políticos y movimientos populistas y autoritarios- urge trabajar en la profunda y radical reforma de las instituciones parlamento y partidos. Esa es una de las conclusiones que saco del octavo “Encuentros”, dedicado al tema parlamentarismo. Aunque el debate nunca adquirió un tono optimista, sino más bien un tono de seria preocupación, para mí la conclusión es extremadamente positiva: Hay claridad y coincidencia sobre la enfermedad y su seriedad, por lo tanto es posible curarla.
Lamentarse que los poderes fácticos intervienen en la política, la manosean, la compran, la distorsionan – todo esto no tiene ningún sentido si no se tiene voluntad a trabajar para aplicar el único antídoto: reforma y fortalecimiento de nuestras instituciones, incluyendo parlamento y partidos.
Sin esta voluntad –y puesta en práctica- el permanente lamento, la reiterada denuncia contra la corrupción, la ignorancia y la inoperancia de los diputados, el arrogante y amargo desprecio a la lenta labor de la institucionalización y de la reforma son antidemocráticos. Provengan de la derecha o de la izquierda.“
Encuentros” tiene como propósito fomentar la crítica para que sustituya los lamentos; la transparencia para que sustituya la opacidad; el debate para que sustituya la deslegitimación. Ocho “Encuentros” han mostrado que todo esto es posible.
(Publicado en encuentroselfaro.net)