miércoles, 20 de octubre de 2010

¿Qué clase de periodismo queremos?


La sentencia de la Sala de lo Constitucional sobre la libertad de expresión y la penalización de los "abusos" de esta libertad nos condujo a debates muy necesarios: sobre el papel fundamental de la libertad de expresión para la democracia; sobre sus límites y posibles choques con otros derechos garantizados por la Constitución.

Ahora parece incluso posible que se llegue a una reforma a los Códigos Penal y Civil que deje los "abusos" de la libertad de expresión fuera del ámbito penal y establezca responsabilidades exclusivamente civiles para quienes, haciendo uso "ilegítimo" de la libertad de expresión, causen daño en la imagen de otros...

Muy bien. Pero esta discusión se queda corta. El punto crítico es: ¿ Cómo definir "abuso" e "ilegítimo"?

Como todos mis lectores saben, no soy partidario de la crítica tibia. No vendo este producto aburrido de poca utilidad. El periodismo crítico (tanto en su forma investigativa-informativa, como en su forma de opinión) o es agresivo o no lo es.

Si está bien hecho, siempre causa daño a alguien. Lo de la transparencia y el escrutinio público nunca funcionará sin resistencias, siempre es una lucha, siempre habrá quienes se sienten victimizados y calumniados.

Personalmente no tengo mucho uso para un periodismo miedoso de causar daño. No creo en un periodismo que considera un éxito que todos estén contentos con él. Prefiero el periodismo polémico que provoca debate.

Quienes miden el éxito de un medio de comunicación con el porcentaje de representantes del poder político y económico contentos con sus contenidos, no sólo tienden a aburrir a sus lectores (televidentes, radioescuchas). Es peor, tienden a la censura o autocensura (dependiendo del nivel que tengan en la jerarquía del medio).

El periodismo crítico, si no causa daño (o por lo menos está dispuesto a hacerlo), no sirve. Es incoloro y no cumple su función de generar opinión pública, debate, transparencia, innovación.

No mido el valor de un medio por el porcentaje de contenidos con los cuales estoy de acuerdo, sino con la cantidad y profundidad de debate que genera. No es casualidad que escribo en El Diario de Hoy, a pesar de muchas discrepancias de opinión, y no en un periódico que trata de quedar bien con todos.

El periodismo, si cumple su función fiscalizadora del poder, ¿cómo no va a hacer daño? Y se hace con la intención y la plena conciencia de hacer daño.
El periodismo, si cumple su función investigadora, ¿cómo no va a hacer daño a los que tratan de ocultar información?

El periodismo, si quiere cumplir su función de generar debate, no siempre puede ser caballeroso. Tiene que decir las cosas por su nombre, aunque a algunos les duela.

Si alguien está promoviendo políticas públicas que le ayuden a enriquecerse, el periodista no sólo tiene el derecho de causarle daños, tiene el deber de hacerlo. Y no sólo daños morales, sino daños materiales.

Si el trabajo periodístico tiene como consecuencia que esta persona efectivamente pierde futuros ingresos que hubiera tenido sin la intervención mediática, hemos hecho bien nuestro trabajo.

Pero el dolo, el ánimo de causar daños, la intención de perjudicar a alguien - todos estos son elementos que, en el esquema de nuestra legislación (y también de la sentencia de la Sala de lo Constitucional), constituyen "abusos" que hacen que el autor pierda la protección de la libertad de expresión.

La sentencia de la Sala sobre el artículo 191 dice que la protección del honor es para "evitar que la personalidad de dicho sujeto sea objeto de menosprecio". Pero precisamente de esto se trata, muchas veces, en el periodismo crítico: causar que alguien con intenciones de llegar al poder o mantenerse en el poder, sea menospreciado por el público.

¿Para qué practicar el periodismo crítico si al final nadie sale menospreciado por el público?
La sentencia dice que el derecho a la intimidad es para "evitar que el individuo sea ridiculizado". Pero muchas veces la función del periodista crítico es revelar la ridiculez de ciertas personas, sobre todo políticos.

Con esta filosofía legal, ¿cuándo vamos a tener en El Salvador un periódico satírico? ¿Cuándo tendremos aquí programas de televisión que nos hagan reír de nuestros gobernantes? Nunca.

En este sentido, la frase más problemática de la sentencia es esta: "Las libertades de expresión e información, así como la libertad de emitir juicios de valor favorables o desfavorables -que derivan del Art. 6 Cn.- no son justiciables ni punibles, A MENOS QUE SE ACTÚE CON DOLO, 'REAL MALICIA' O INTENCIÓN MANIFIESTA DE OCASIONAR DAÑOS...".

No estoy dispuesto a aceptar que nuestro trabajo sea condicionado de esta manera. O se cambian las leyes, no sólo despenalizando los "delitos" contra el honor, sino redefiniendo el concepto de "dolo" y de "ilegítimo", o tendremos una de dos: periodismo tibio o periodistas condenados (a prisión o a recompensas impagables).

Otra frase clave de la sentencia es esta: "Cuando el periodista ejerce la libertad de expresión puede entrar en conflicto con el ejercicio igualmente legítimo del derecho al honor por parte de los demás. Para resolver esta colisión el juez debe ponderar en el caso concreto, teniendo en cuenta la relevancia pública de la materia tratada.

Esto se traduce en que, si bien el periodista puede hacer críticas durísimas, está impedido de proferir insultos porque éstos rebasan el tema tratado y, en ese sentido, no contribuyen a la formación de una opinión pública libre. Se trata, entonces, de ataques innecesarios, ajenos a la función periodística, que, por ende, ésta no puede justificar".

Muy amable de la honorable Sala que me concede el derecho de hacer "críticas durísimas". Lo voy a seguir haciendo de todos modos. Pero me ponen en manos de un juez que va a "ponderar" si mi crítica es "innecesaria" y si el tema que trato tiene "relevancia pública".

Me ponen en manos de un juez que va a examinar si mi crítica durísima "contribuye a la formación de una opinión pública libre" o si más bien es "ajena a la función periodística"...

Para ponderar, examinar y decidir todo esto, nuestros jueces tendrán que ser no sólo letrados de leyes, sino de comunicación, lingüística, literatura, periodismo y -preferiblemente- filosofía.

No creo que sea la intención de los magistrados dejar el periodismo a la merced de esta "ponderación" de los jueces, sino más bien obligar al legislador a redefinir las reglas. Enhorabuena.

Hay una temática que está muy mal enfocada en la sentencia: la responsabilidad de editores, directores y dueños del medio. En la sentencia hablan de la responsabilidad penal de los editores para afirmaciones o juicios que ellos mismos emiten o encargan a sus empleados. Y es obvio que en este caso no pueden tener privilegios y protecciones especiales que no tengan los periodistas.

Pero el problema no es lo que escriban o manden a escribir los editores o dueños de los medios. La pregunta es: ¿Son o no corresponsables cuando permiten la publicación de la opinión o afirmación de uno de sus periodistas o columnistas, en caso de que haya un juicio contra el autor?

La pregunta que los magistrados no contestaron es si habrá o no responsabilidad en cadena: yo escribo algo que, según el criterio del juez, constituye una "ofensa innecesaria" al honor de alguien.

¿Quiénes más me acompañan camino a la cárcel? ¿El editor que no censuró mi columna? ¿También el director del periódico que no ordenó al editor que me censure? ¿También el dueño del periódico que no tomó medidas para que me censuren?

O incluso si se llega a despenalizar: ¿A quién pueden demandar por indemnización por daños? ¿Solamente a mí como autor, o también al editor (que es tan pobre como yo), o incluso al dueño del medio, donde empieza a ser económicamente interesante sentirse ofendido...? Esta es, literalmente, la pregunta del millón.

Hay que establecer claramente que el único responsable de una opinión es el autor que la firma. Cualquier otra cosa invita (incluso obliga) al medio a la censura de sus columnistas y periodistas. Yo como autor estoy dispuesto a asumir el riesgo de mi profesión.

Pero si además de mi persona, los editores, directores y dueños de mi periódico tienen que responder ante la ley penal o civil por mis "delitos" de "abuso" de la libertad de expresión, esto sí me inhibe a opinar libremente.

Muchos hicimos uso de la libertad de expresión cuando nos pudo costar la vida. No lo vamos a dejar de hacer ahora, sólo porque vuelve el fantasma de la penalización de la crítica.

Pero igual que cada periodista tendrá que definir cuánto está dispuesto a pagar por ejercer bien su oficio, la sociedad tiene que definir qué periodismo quiere: tibio, condicionado, sumiso, miedoso o... libre.

(El Diario de Hoy)