martes, 17 de junio de 2014

Carta póstuma a Robert Gilbert

Cher ami, querido amigo:
La última vez que te vi fue en agosto del 2011, y quedamos que iba a volver a visitar a tu granja-escuela, para entrevistarte sobre este novedoso proyecto. Ya nunca se hizo la visita ni el reportaje, porque en una noche de septiembre del 2011, mientras estabas sentado frente a tu computadora, alguien se paró fuera de tu casa y te pegó un balazo en la cabeza. Nunca te volví a ver. Te operaron, a duras penas te salvaron la vida; regresaste a tu nativa Montreal/Canadá – y hace un par de días dejaste este mundo.
La bala no te mató. Por lo menos no en septiembre del 2011. Pero el hecho insólito que en tu amado Suchitoto alguien te quería matar, te mató el ánimo. Lo cobarde del hecho te destruyó la confianza, te destrozó la confianza, te cortó la voluntad de vivir. Y tres años más tarde, este herida a tu alma te mató.
Llamo insólito este crimen, porque conozco pocas personas en Suchitoto más queridos que vos, Roberto Gilbert. Por tu carácter, por tu humor, por tu generosidad, pero sobre todo por tu capacidad práctica de ayudar a la gente. Suchitoto es la ciudad donde te enamoraste de tu mujer, del país y del pueblo de El Salvador, y de tu idea de combatir la pobreza renovando radicalmente la agricultura.
Nunca supimos quién te disparó y porqué. No fue robo, y fue pata matar. Tiene que haber sido alguien que te conocía. Cuesta creer que alguien tan inofensivo y tan dado a ayudar a la gente como vos despierte odio y ganas de matar. Pero es la triste verdad.
Cuando te balearon, la reacción de todos nosotros, tus amigos, fue: ¡Qué desperdicio! Y lo mismo pensé ahora que te moriste, Roberto. ¡Que desperdicio y qué estupidez!
Cuando vos empezaste a hablar de la idea de crear una granja-escuela para desarrollar y enseñar técnicas de agricultura, avicultura, ganadería, generación de energía, al principio nadie te hizo caso. Pero cuando vos hiciste ensayos en un pedazo de tierra de la familia de tu novia, y tuvieron resultados sorprendentes; cuando lograste convencer a una organización sindical de Estados Unidos a comprar la granja y financiar las instalaciones; cuando nos enseñaste tus dibujos, tus planes; cuando ante nuestros ojos el sueño comenzó a cobrar vida real, los campesinos dejaron de verte como  gringo loco y empezaron a verte como visionario, como profesor, como amigo. Comenzaron a ver que no estaban condenados a ser pobres. Que podían superar la miseria sin abandonar el campo…
Para tener éxito con una granja-escuela como la tuya, no es suficiente el ingenio técnico que sin duda tuviste de sobra. Hace falta romper con la terquedad de los campesinos, las tradiciones, la incredulidad. Había que vencer la resignación que hace creer a los pobres que su situación es obra de dios. Tuviste la capacidad de convencer, de animar, de despertar voluntades y potencialidades insospechadas.
Y de alguna manera, a saber cómo, esto ofendió a alguien. Despertó la maldita resistencia al cambio, el miedo a lo nuevo; activó algún celo que se convirtió en odio. Y alguien, de la manera más cobarde, te pegó el balazo que quebró tu ánimo.
La granja-escuela existe, otros han asumido la tarea de terminar de construirla. Es todo un éxito, no solo para Suchitoto, sino para el país, incluso a nivel internacional. La granja-escuela existe, produce y forma agricultores, como homenaje a Robert Gilbert. Y como prueba de una verdad que los asesinos suelen olvidar: Se puede matar a una persona, pero no a sus ideas. Nunca.
Descanse en paz, Robert Gilbert, tu idea vive.
Paolo Lüers