Querido Óscar Arnulfo Romero:
Cuando te mataron, decidí abandonar mi escritorio de editor de internacionales e ir a conocer el país donde matan a un arzobispo. Nunca me imaginé que iba a pasar el resto de mi vida en este país.
Hoy, 35 años más tarde, serás beatificado por la Iglesia Católica, y tengo entendido que estás en camino de ser santo. Sorpresas da la vida, y también la muerte…
Como no soy católico, nunca entendí bien los conceptos de beato, santo y mártir. Me sorprendió que para encaminarte a ser santo, la Iglesia tuvo que declarar, luego de largas y complejas deliberaciones históricas y teológicas, que te mataron "por odio a la fe".
No me compete meterme en los racionamientos de la Iglesia, pero tengo otra comprensión del conflicto que te costó la vida y que luego desembocó en una guerra de 12 años. Te mataron por razones eminentemente políticas, porque tu denuncia pública contra la represión - y muy en particular tu llamado a los soldados a desobedecer órdenes de reprimir al pueblo - causó un problema político al régimen. Si no te hubieras pasado de esta raya, si no hubieras usado tu investidura como obispo para poner en peligro la capacidad del régimen de usar la Fuerza Armada para aplastar a un movimiento popular al punto de la insurrección, no te hubieran matado. Si solamente te hubieras quedado sermoneando sobre la injusticia, la miseria, la "opción preferencial de los pobres", no hubieran decidido pagar el altísimo costo político de asesinar al Arzobispo. Tú tomaste una decisión política, conociendo los riesgos, asumiendo tu responsabilidad histórica, de poner en línea tu autoridad ética como arzobispo para detener la represión. Pero resulta que a estas alturas la represión masiva ya era el último cartucho del régimen para mantenerse en el poder.
No te mataron por odio a la fe, sino para remover el
principal obstáculo para poder mantenerse en el poder. Esto te
convierte en héroe, no en víctima. Tal vez en mártir, pero no en este
sentido retorcido de la Iglesia que necesita comprobar que tu asesinato
fue una agresión a la fe. O como alguien dijo en twitter: Te convierte
en prócer de la Patria.
Tú, mejor que nadie sabes que esta guerra que se estaba gestando y que querías detener fue un conflicto que dividió a tu Iglesia al igual que a toda la sociedad. Uno puede incluso sostener la tesis que más que una extensión de la Guerra Fría, la guerra salvadoreña se libró entre dos corrientes de la Iglesia. Ambos bandos actuaron en nombre de la fe, ambos bandos se sentían con el derecho y el deber de defender la fe católica contra corrientes que la podían destruir. Los que tomaron las armas para insurreccionarse eran en su gran mayoría católicos convencidos de que la Iglesia se moría si quedaba defendiendo un sistema político y social injusto. Y los que combatieron, políticamente y con las armas contra la insurgencia, estaban convencidos que la teología de la liberación iba a destruir a su Iglesia. Y esto incluye a los que cometieron masacres y también a tus asesinos.
Incluso hoy, 35 años más tarde y frente al hecho de que la Iglesia, el Vaticano, el actual Papa, al fin reconocen a tu figura como ejemplo, esta división de la familia católica salvadoreña no está del todo resuelta. Estoy seguro que te sorprendería, y tal vez indignaría, que hoy existe un movimiento que se llama "romerista", que sufre al ver que con la beatificación te estás convirtiendo, al fin, en Obispo de toda la Nación, incluyendo a muchos que en aquel entonces no te entendieron y te vieron con sospecha y hostilidad.
Y por otra parte -y esto seguramente te sorprende menos- siguen existiendo, dentro de la sociedad salvadoreña, incluso dentro de la Iglesia, quienes sufren al ver que el "obispo marxista" sea reconocido, por la Iglesia, como el que tenía la razón en esta situación crítica del 1980.
Pero todo esto no importa, Monseñor. La gran mayoría de los salvadoreños reconoce en tu figura la personificación del ideal de la reconciliación, del diálogo, de la paz, y ojalá de la necesidad de seguir luchando por la justicia y la vigencia estricta de los derechos humanos.
Seguimos urgidos de la autoridad moral y del coraje cívico que usted personifica. Saludos, Paolo Lüers
Cuando te mataron, decidí abandonar mi escritorio de editor de internacionales e ir a conocer el país donde matan a un arzobispo. Nunca me imaginé que iba a pasar el resto de mi vida en este país.
Hoy, 35 años más tarde, serás beatificado por la Iglesia Católica, y tengo entendido que estás en camino de ser santo. Sorpresas da la vida, y también la muerte…
Como no soy católico, nunca entendí bien los conceptos de beato, santo y mártir. Me sorprendió que para encaminarte a ser santo, la Iglesia tuvo que declarar, luego de largas y complejas deliberaciones históricas y teológicas, que te mataron "por odio a la fe".
No me compete meterme en los racionamientos de la Iglesia, pero tengo otra comprensión del conflicto que te costó la vida y que luego desembocó en una guerra de 12 años. Te mataron por razones eminentemente políticas, porque tu denuncia pública contra la represión - y muy en particular tu llamado a los soldados a desobedecer órdenes de reprimir al pueblo - causó un problema político al régimen. Si no te hubieras pasado de esta raya, si no hubieras usado tu investidura como obispo para poner en peligro la capacidad del régimen de usar la Fuerza Armada para aplastar a un movimiento popular al punto de la insurrección, no te hubieran matado. Si solamente te hubieras quedado sermoneando sobre la injusticia, la miseria, la "opción preferencial de los pobres", no hubieran decidido pagar el altísimo costo político de asesinar al Arzobispo. Tú tomaste una decisión política, conociendo los riesgos, asumiendo tu responsabilidad histórica, de poner en línea tu autoridad ética como arzobispo para detener la represión. Pero resulta que a estas alturas la represión masiva ya era el último cartucho del régimen para mantenerse en el poder.
Tú, mejor que nadie sabes que esta guerra que se estaba gestando y que querías detener fue un conflicto que dividió a tu Iglesia al igual que a toda la sociedad. Uno puede incluso sostener la tesis que más que una extensión de la Guerra Fría, la guerra salvadoreña se libró entre dos corrientes de la Iglesia. Ambos bandos actuaron en nombre de la fe, ambos bandos se sentían con el derecho y el deber de defender la fe católica contra corrientes que la podían destruir. Los que tomaron las armas para insurreccionarse eran en su gran mayoría católicos convencidos de que la Iglesia se moría si quedaba defendiendo un sistema político y social injusto. Y los que combatieron, políticamente y con las armas contra la insurgencia, estaban convencidos que la teología de la liberación iba a destruir a su Iglesia. Y esto incluye a los que cometieron masacres y también a tus asesinos.
Incluso hoy, 35 años más tarde y frente al hecho de que la Iglesia, el Vaticano, el actual Papa, al fin reconocen a tu figura como ejemplo, esta división de la familia católica salvadoreña no está del todo resuelta. Estoy seguro que te sorprendería, y tal vez indignaría, que hoy existe un movimiento que se llama "romerista", que sufre al ver que con la beatificación te estás convirtiendo, al fin, en Obispo de toda la Nación, incluyendo a muchos que en aquel entonces no te entendieron y te vieron con sospecha y hostilidad.
Y por otra parte -y esto seguramente te sorprende menos- siguen existiendo, dentro de la sociedad salvadoreña, incluso dentro de la Iglesia, quienes sufren al ver que el "obispo marxista" sea reconocido, por la Iglesia, como el que tenía la razón en esta situación crítica del 1980.
Pero todo esto no importa, Monseñor. La gran mayoría de los salvadoreños reconoce en tu figura la personificación del ideal de la reconciliación, del diálogo, de la paz, y ojalá de la necesidad de seguir luchando por la justicia y la vigencia estricta de los derechos humanos.
Seguimos urgidos de la autoridad moral y del coraje cívico que usted personifica. Saludos, Paolo Lüers
(Mas!/El Diario de Hoy)